sábado, 25 de marzo de 2017

Entrada 120. Camilo también es un ángel.

Entrada 120.
 
El brillo del sol refulgía en las revueltas aguas del mar, y su resplandor se proyectaba más allá del horizonte. Se escuchaba incesante el ruido que originaba el habitual ajetreo en el muelle, sobre todo se escuchaba el característico sonido de los buques que iniciaban su travesía, y se iban mar adentro, hasta hacerse pequeñitos a la distancia.

   Martín Pollier logró dar tres pasos más, hasta que, la humedad de la madera, le llevó a caminar con más precaución. Las sombras de las cosas se visualizaban con dificultad en las ondulaciones que formaban las olas. Los traviesos impulsos del viento, permitían que las banderolas se mantuvieran en el aire, siempre flameando. La mañana resultaba ser limpia y clara; todo se presentaba lleno de color y encanto.

   Dos hombres acompañaban al capitán. Apenas Martín se acercó, extendió la mano para saludarlo. Pollier miraba sobre el hombro de Maciel, y veía, disfrutando, el lento movimiento que realizaba un vapor al zarpar. Al hombre de los navíos le acompañaba, a su derecha el joven teniente, y a su izquierda, el sargento Lébregas, muy atrás, otros hombres de la guarnición. Después de saludar, Pollier se volvió al teniente, y tasándole con exhaustivo mirar, entregó al teniente una bolsa de monedas de oro, y le indicó.

-Entrega esta bolsa de oro al general de puerto y transmítale, lógicamente, mis agradecimientos. Una orden para él, que no intervenga en los asuntos de mis hijos, exprésele que lo resolveré.

-Así lo haré señor, no debe preocuparse. Después, giró su cuerpo para ponerlo frente a frente al capitán, y exclamó.

- ¡Es bueno volver a verlo, apreciado capitán! La voz de Pollier denotaba una profunda satisfacción, y pretendía con ese tono, transmitir la importancia que tenían sus hombres para él. Actuaban como cuerpo, como una cofradía de hombres que se dispersaban y siempre se volvían a reunir.  No había mujeres, sólo hombres; creían que la presencia femenina, traería infortunios a sus barcos, y desastres en sus aventuras. Poseían internalizada la idea de una gran misión, la que buscaban infatigablemente. Los hombres del alborean se cuidaban entre ellos, se protegían paternalmente, y al reencontrarse, generalmente, se alegraban entre ellos. Sólo escuchaban la palabra de Pollier, ninguna otra voz era válida, y lo dejaban, en consecuencia, libre para elegir las locuras que les propusiera.

   Martín estaba animado, una desconocida fuerza interna afloraba fluidamente hacía el exterior, robustecía el pecho y se experimentaba poderoso.

- ¡Oiga capitán!, tenemos que viajar a las islas, para tal propósito utilizaremos el tutinji -argentino. Le cuento, no recordaba nada de este barco, ni tampoco donde atracaba, pero, coincidencias de la vida, pasaba por este lugar, y de inmediato determiné abordarlo.

-Señor, a mí también me alegra verlo, pero dígame, -interrumpió el capitán.

- ¿Es seguro viajar en él?

-No lo he mirado capitán, entiendo que sí, de hecho, ordené que subieran víveres y combustible. Rozaremos, espero, la suavidad del mar, con la quilla del tutinji-argentino, es un barco excepcional y maravilloso, sortearemos las boyas, ya verá, que es un barco pesado, pero liviano como pluma en el mar.

-Es hermoso este lugar señor..., podríamos quedarnos unos días acá.

- ¡No Maciel, ni lo piense! En un par de horas más zarparemos. Sólo esperamos que..., ¿qué esperamos teniente?

-Que carguen los últimos sacos de harina jefe, falta muy poco -comentó en voz baja el teniente.

-Lo decía, porque es gratificante ver la vida que se desarrolla en el muelle. Los pescadores, los botes, las lanchas, los barcos, aquellos enormes vapores en el puerto. Todo este espacio se abre en pleno a la vida del mar, y a la diversidad de sus colores.

El capitán hablaba entusiasta y sin parar, mientras el resto de los hombres de pie, y con los brazos cruzados, escuchaban expectantes y silenciosos; entre rostros adustos, graves, rostros apretados y pensativos, rostros desencajados y reflexivos. Los rostros con los que se enfrentan la vida, permeables, alegres, risueños, de miedo, o de asombro.

- ¡Oye, Antoine!  Pareces avecilla mojada, di algo por favor. Por mi parte, declaro superada nuestras diferencias..., pero necesito preguntarte algunas cosas, después conversaremos. Antoine permaneció mudo, como si no escuchara el requerimiento de Pollier, con la cabeza hundida entre los hombros, permanecía callado, sin mayor animo que el de contemplar la majestuosidad del mar, y en esa inmensidad deseaba descubrir y, sobre todo, rearmar la imagen de Camila.
  Varias carcajadas interrumpieron los pensamientos de Antoine, y alcanzó a mirar la superficie del mar que le refrescó gratamente. Luego volvió a sumergirse en su mundo de ensoñaciones y emergieron, al instante, las inaprensibles sensaciones de Camila Angélica. El dueño del alborean se deshizo de un profundo respiro, enseguida echó una mirada a su alrededor, buscando la cara de Lébregas, al redescubrirlo gritó.

- ¡Sargento Lébregas, usted nos acompaña!


Gino fue el primero en subir las gradas del tutinji-argentino, se aferró la barandilla y con dificultad comenzó a ascender con el cuerpo inclinado, subía como si le pesaran los pies. Le siguió el capitán, Lébregas, Martín y el resto de los marineros.