Camilo también es un ángel
Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.
Cartas a Verónica
Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.
Los sueños de Konie
Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.
martes, 31 de mayo de 2016
viernes, 27 de mayo de 2016
Angélica Camila II,entrada 44
mayo 27, 2016
Vicente Alexander Bastías
Entrada 44.
Paseaba, pisando suavemente, sus zapatos berluti, de color café claro, brillaban como espejos sobre la maciza y gruesa alfombra. Esos zapatos, artísticamente adornados, y sobre todo su traje, le reconfortaban de sobremanera. Había en todo aquello, cierta sensación de bienestar y seguridad. Un habano, cazado férreamente entre sus labios, durante mucho tiempo, pasaba de un lugar a otro, no era justamente expresión del nerviosismo, todo lo contrario, complementaba la sensación de dicha que le recorría. Insistía mucho en acercarse a la ventana, inclinaba la cabeza y corriendo la cortina oteaba al fondo del jardín. Pudo ver un colibrí que se alimentaba del néctar de las flores, supuso que su delgada lengua, exploraba con delicadeza cada uno de los pétalos. Un hermoso colibrí de color verde, de llamativo pecho amarillo, al observar sabe que no debe equivocarse, no es el colibrí el que elige a la flor, es la flor que le ha elegido a él. Permanece pensativo y alcanza a escuchar el croar de las ranas. Deja la ventana, y ahora camina en silencio, en las ventanas se dejan ver las primeras gotas de la lluvia, sin pronostico alguna ha comenzaba a caer. La removida tierra del jardín, antes terrosa comienza a teñirse del color de la greda. La música encantadora de la lluvia, paulatinamente rebalsa sus oídos, y le agrada esa experiencia de la naturaleza en sus sentidos. Martín Pollier se dirige a la mesa de centro, se agacha para golpear dos veces el habano en el cenicero. , decide dejarlo reposando unos minutos. Luego, saca de entre sus ropas una carta y afirma con voz ronca y firme.
Paseaba, pisando suavemente, sus zapatos berluti, de color café claro, brillaban como espejos sobre la maciza y gruesa alfombra. Esos zapatos, artísticamente adornados, y sobre todo su traje, le reconfortaban de sobremanera. Había en todo aquello, cierta sensación de bienestar y seguridad. Un habano, cazado férreamente entre sus labios, durante mucho tiempo, pasaba de un lugar a otro, no era justamente expresión del nerviosismo, todo lo contrario, complementaba la sensación de dicha que le recorría. Insistía mucho en acercarse a la ventana, inclinaba la cabeza y corriendo la cortina oteaba al fondo del jardín. Pudo ver un colibrí que se alimentaba del néctar de las flores, supuso que su delgada lengua, exploraba con delicadeza cada uno de los pétalos. Un hermoso colibrí de color verde, de llamativo pecho amarillo, al observar sabe que no debe equivocarse, no es el colibrí el que elige a la flor, es la flor que le ha elegido a él. Permanece pensativo y alcanza a escuchar el croar de las ranas. Deja la ventana, y ahora camina en silencio, en las ventanas se dejan ver las primeras gotas de la lluvia, sin pronostico alguna ha comenzaba a caer. La removida tierra del jardín, antes terrosa comienza a teñirse del color de la greda. La música encantadora de la lluvia, paulatinamente rebalsa sus oídos, y le agrada esa experiencia de la naturaleza en sus sentidos. Martín Pollier se dirige a la mesa de centro, se agacha para golpear dos veces el habano en el cenicero. , decide dejarlo reposando unos minutos. Luego, saca de entre sus ropas una carta y afirma con voz ronca y firme.
-Beba conmigo
Heriberto. Tomé, reciba una de estas copas. ¡Cuidado!, es una Diamond in Glass,
si la quiebra perdería ochenta mil dólares. Don Heriberto sonríe y responde
alegre a la invitación de Martín Pollier.
-¡Gracias,
gracias don Martín!
-La calidez de
este vino derrite con su sabor nuestros labios, debemos suponer que es el mejor
de todos. ¡Indudable!, es un Romanèe Conti. ¡Salud! No lo dudéis don Heriberto,
bebed conmigo.
-Me siento
complacido, usted es un buen anfitrión, -contestó sumiso el administrador.
-Mire don
Heriberto, -continuó pensativo Pollier, -os acordáis que comenté, en algún
minuto, aquella extraña interpelación que realizaron mis hijos en la casa
grande. Usted entiende, sobre la suerte de Camila. ¿Culpándome a mí? ¿Se
imagina Usted? ¡Sí!, tengo que reconocerlo, fue demasiada incisiva que llegué a
creer profundamente que algo escondían ese par de hienas. A partir de ese
momento opté por tomar ciertos resguardos.
Escuche don Heriberto, encontré en
los papeleros de Dominique unas cartas enviadas a Mme. Anne - Laure, en ellas,
innegablemente, le confesaba sus retorcidas intenciones. Precisamente, fue
después de aquella conversación. Como bien le dije, elegí ser más precavido. Piense
un poco, a veces las personas y algunas empresas, despreocupados abandonan sus
mejores secretos en el tacho de la basura. Sin haberlo buscado me enteré de la
conspiración que preparaban, pero, pero don Heriberto, añada usted lo siguiente.
Preparo para ellos una sorpresa. Camila huye, no obstante, Juliet y Dominique
no tendrán tiempo para hacerlo, yo sé porqué se lo dijo estimado amigo. ¿Qué
piensa usted? -El hombre con aspecto de funcionario público, quedó con la boca
más salada que dulce, y no supo hacer
otra cosa que asentir fielmente. No bien hubo superado su incomodidad se
atrevió a comentar.
-Imaginaba algo
parecido, no poseía pruebas, por eso no le advertí.
-¿Escucha usted
don Heriberto el cantar de la lluvia?
-¡Sí, sí, por
supuesto!
-No se preocupe,
lo sabía todo. El de la lluvia parece un canto melancólico, -dijo extasiado
Martín Pollier, pero venga don Heriberto. La cena está servida. Nuestra empleada
ha preparado un exquisito asado, también le acompañaremos de ensaladas…, pero
no mastique demasiado, costó tres mil dólares. ¡Ríase!..., es broma. ¡Venga, venga!, pase al comedor.
Vicente Alexander
Bastías / Mayo 2016
jueves, 26 de mayo de 2016
Camila Angélica II, 43
mayo 26, 2016
Vicente Alexander Bastías
Entrada 43
Ambos permanecieron inmóviles, sin manifestar expresión alguna. Rígidos, estáticos, deseando internamente que los hombres del Alborean desaparecieran definitivamente. Agazapados, de vez en cuando tenían que contorsionar las piernas para mimetizarse en las continuas y repetitivas ondulaciones de las rocas. Antoine, quien no era capaz de mover una aleta de su oreja, permanecía en alerta extrema, preocupado por la inusitada llegada de los rústicos marineros. Apoyado en una de las irregulares rocas, apretaba con una de sus manos, su boca y su nariz para disminuir su respiración, creyendo que ese acto le ayudaría a desaparecer, o al menos, hacerse invisible por unos minutos. Miraba el claroscuro del cielo en el enroque invisible que le permitía su inmensidad.
Ambos permanecieron inmóviles, sin manifestar expresión alguna. Rígidos, estáticos, deseando internamente que los hombres del Alborean desaparecieran definitivamente. Agazapados, de vez en cuando tenían que contorsionar las piernas para mimetizarse en las continuas y repetitivas ondulaciones de las rocas. Antoine, quien no era capaz de mover una aleta de su oreja, permanecía en alerta extrema, preocupado por la inusitada llegada de los rústicos marineros. Apoyado en una de las irregulares rocas, apretaba con una de sus manos, su boca y su nariz para disminuir su respiración, creyendo que ese acto le ayudaría a desaparecer, o al menos, hacerse invisible por unos minutos. Miraba el claroscuro del cielo en el enroque invisible que le permitía su inmensidad.
Tío Farfán estaba
cerca, de vez en cuando, le miraba de soslayo, apretando sus dientes gris
verde, una complicidad misteriosa surgía de sus ojos brillantes, y parecía que
sus parpados se iban achicando a medida que pasaba el tiempo. Atrincherados por varias horas, sólo se
limitaron a esperar que las insignificantes figuras de los hombres, que apenas
se divisaban en la orilla de la playa, decidieran al fin ponerse en movimiento.
El anciano se esforzaba en mantenerse agarrado a la roca; le preocupaba, de
sobremanera, rodar cuesta abajo. Decidieron permanecer así un rato más. La
llegada del barco no resultó ser un
encuentro tan fortuito, en el contexto en el que se desarrollaban los acontecimientos,
sin lugar a dudas, obedecía a una maniobra gestada en la mente del perverso
Cosaco.
-Me pregunto si
lograron vernos, -inquirió en voz bajo tío Farfán, -por lo demás. ¡Qué importa!,
en algún punto de la isla tendremos que encontrarnos. Al igual que nosotros,
buscan a Camila.
-Ves hijo, tu
capricho por Camila nos tiene atrapados aquí. Creo, y espero que no te
molestes, creo que corres detrás de ella sin lograr alcanzarla, ni sabes
tampoco el por qué la buscas. Sólo un amor muy poderoso puede mover un corazón
de esta manera. ¿Y si fuese irreal, un pantallazo impreciso de tu mente
fantasiosa? Quizá tengas razón en algún sentido. Porque ¿No buscamos siempre en
nuestros corazones ese amor que es único y permanente? ¿Debe existir un amor ideal al que aspiramos
hasta el último suspiro de nuestras vidas?
Y tu niño con tu
mente loca, dejas entrever esas verdades que para otros no parecen tan obvias; pese a eso pienso que, en tu caso, es un mero
capricho.
-No sé tío
Farfán. La verdad nace de su razón, pero yo busco a Angélica, y busco de ella
las ardientes palpitaciones de su corazón, aunque mi mente maltratada por los
obtusos ángulos del olvido me impiden encontrarla en el tiempo con más claridad,
-replicó el joven con una tristeza que se entrelazaba con su tono de voz.
-A mí edad, qué
más puedo agregar, -respondió el anciano, entregando más intensidad a sus
palabras, -tanto en la vida como en el amor se debe andar con suavidad. Es
probable que me haya equivocado al sostener que este es un lugar sin raíces. Puedo afirmar que, debajo de nuestros pies el entramado de líquenes, son en este
instante, el colchón de la vida. Debajo de nuestros pies está el origen de todo.
Están querido Antoine, todos los códigos genéticos de la vida, de igual modo el
amor que sostiene a todos los seres, yace en las capas subterráneas de la
mente.
Antoine, ¿ves a alguien
allá abajo?
-¡No, ya no están!
Prosigamos…
Vicente Bastías
Alexander / Mayo 2016
martes, 24 de mayo de 2016
Camila Angélica II, entrada 42
mayo 24, 2016
Vicente Alexander Bastías
Entrada 42
-Este es un mundo
inhóspito, es como volver a ver a la tierra en sus primeros días.
-¡Sí! Es un
sorprendente mundo de mesetas. Debo reconocer…, su aspecto es atemorizante,
-Antes de proseguir tío Farfán nuevamente puso la palma de la mano sobre el
pecho, chequeó atento, en silencio. Su funcionamiento era normal.
-Puedes ver,
pequeño Antoine, las rocas desnudas lavadas infinitamente por las imparables
lluvias, si no es la lluvia, será la llovizna, sino es esta, la humedad de la bruma.
-¿Cómo puede
existir vida en estas islas? –Intrigado preguntó el joven, que se entretenía
armando ideas en irregulares reflexiones. Ambos subían una empinada ladera, sin
mostrar todavía señales de agotamiento. Poco a poco se daban cuenta de que
había hecho la mitad del camino, sin que esto significara tener un punto de
referencia, porque a decir verdad, no sabían a dónde se dirigían. Entre paso y
paso se iban afianzando en la voluntad de encontrar algún lugar, como nos
sucede también en la vida, nadie sabe, a ciencia cierta, adónde finalmente nos
conducirán nuestros pasos.
Un machete les
servía para cortar la maleza que le impedía el avance, por efecto de su filo,
iban quedando atrás las ramas y las zarzas que se clavaban en sus cuerpos.
-Siempre nos
acompañan estas notorias contrariedades, -comentó tranquilo tío Farfán, -es así
el camino de la vida, cuando creemos llegar un nuevo horizonte se abre
mágicamente ante nuestros ojos. Como bien sostuvo esa famosa escritora
Francesa: “Vamos por la vida de ilusión tras ilusión” No respondas apreciado
Antoine. Sé que tus recuerdos son poco claros, probablemente aún no asocies
todo lo que tus pupilas vidriosas han tenido que descubrir en la vida.
-Por extraño que
parezca tío Farfán, no sabría qué recordar. Por más que miro a mi alrededor, no
veo a nadie.
-¿Y a dónde vamos
entonces Antoine? Afirmas que tenemos
que subir… ¿Pero de verdad crees que encontraremos a Camila? ¿Encontrarla en
este mundo sin raíces?
-De eso estoy
seguro Señor, (…) para mi alivio, es lo único que sé. Ella está en estas Islas;
la vi en uno de mis sueños. Al verla corrí tras ella, la abracé…, al borde de
las lágrimas besé su boca. Supongo que está en una de estas cuevas, -concluyó
enfático el buen muchacho.
-Antoine.
¿Fijaste bien el bote?
-¡Sí! Lo amarré a
las estacas que clavé en la orilla de la playa.
De pronto el
viento meció la tela de sus ropas sueltas y las nubes dejaron un espacio para
que un claro de luz dejara caer sus delgados rayos sobre sus blancos pómulos.
Antoine creyó ver en el cielo un mapa que se dibujaba y que acercaba las
ausentes presencias de Camila Angélica, las nubes se acercaban trayendo sus
secretos, y la lluvia daba ligero respiro a sus vistas nubladas. De repente
Antoine se giró por sobre el hombro de
tío Farfán y con la mano derecha extendida hacia abajo, mostró el borde del mar, luego advirtió con
brusquedad y enojo.
-¡Tenemos
visitas! Acaba de llegar a estas Islas el Alborean y su gente. Ocúltese entre
las rocas más grandes.
Vicente Alexander
Bastías / Mayo 2016