Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

domingo, 9 de abril de 2017

Entrada 124. Camilo también es un ángel


Entrada 124.
 
 La cadena de sucesos, relatados por Antoine, mostraba una historia perfectamente armada, y en la ilación de los elementos, no se visualizaba grandes contradicciones, a pesar de esto, Martín Pollier escuchaba con desgano las palabras del muchacho. Pensó, por breves, segundos, agujerear de algún modo esa historia, que, a sus oídos, sonaba ajena, casi escandalosa, sin embargo, llegó a su mente otro cuestionamiento, más poderoso y determinante, que de algún modo salió en forma de pregunta.

- ¿Dónde estaba yo Antoine, explícame por favor, ¿dónde estaba yo?

-Usted viajaba señor, siempre viajaba.  Al parecer, no vio crecer a sus hijos. Ahora, los pensamientos de Pollier eran más livianos, y las ideas, cuán puntos incandescentes, no dejaban de quemar sus reflexiones. Después tomó su cabeza con las dos manos, eran tenazas que la tomaban casi en su totalidad, cerró los ojos, suspiró, y determinó quedarse inmóvil, apenas respirando. Luego sostuvo.

-Quizá tengas razón, pequeño rufián. Me distancié demasiado de ellos..., fue a toda vista, un enorme error. Pero me preguntó: ¿Puedo ser yo, el guardián moral de los demás? Probablemente sí, tal vez no, en realidad no lo sé, no obstante, los hechos están a la vista, y son aquellas acciones las que me atribuyen cierta responsabilidad. Ahora que lo pienso, estaba molesto contigo, me había convencido, de que eras el más tonto de los tontos, sin saber, obviamente, que conservabas una verdad invisible a nuestros ojos, y al de muchos ojos más. Sólo para premiarte, te nombro segundo hombre en el tutinji-argentino..., espero que no encalles.

- ¡Gracias señor! No hablé antes porque Juliet y Dominique me habían amenazado, pero era tan grande mi necesidad de comunicar, que fui tomando con el tiempo, esa postura extraña que a usted conocía, y que le molestaba. Antoine tocó su barbilla, y logró esbozar una escueta sonrisa, luego perdió la postura rígida que había asumido, y su columna se desmoronó como una hilera de dados.

-En la vida Antoine, tenemos que pisar con firmeza, hay que pisar fuerte, así actuamos los hombres. A esos desgraciados, entregué todo lo que puedas imaginar; proporcioné a cada uno un negocio para que obtuvieran éxito, y nunca, en ningún instante, agradecieron el regalo, es más, pensaban estos mal gradecidos, que a mí me estaban realizando un favor. ¡Qué ironía Antoine, qué ironía! Desaparecí un par de meses, y el negocio se terminó. Así como lo levanté, fui capaz de ponerle terminó. Ahora, están pagando sus errores, sin poder deslizarse a ninguna parte.

-No me parece señor, -respondió muy despierto Antoine..., -Los vieron, antes de ayer, caminando, bordeaban felices las grandes murallas de la mansión, allá en nuestro pueblo...


- ¡No.…, no es posible!

viernes, 7 de abril de 2017

Entrada 123. Camilo también es un ángel.


Entrada 123.
 
 Juliet, -cuchicheó al oído de Dominique. -Compartiremos la habitación, sólo si no te incomoda.

-De ningún modo hermano, de ningún modo, -contestó efusiva Ella, y ofreció elegante su mano delicada. Ambos se examinaron largo rato, y el candor de sus miradas brillaron como espejos. Juliet se dirigió a ella tranquilo y respetuoso, dejando atrás las miradas de Lébregas y Antoine, que mudos, se miraban sin comprender la anunciada y manifiesta complicidad de los hermanos.

- ¡No!, sabemos muy bien que eso no puede suceder. ¿verdad señor Antoine? -preguntó algo incomodo el sargento.

-Es probable que no lo pueda afirmar sargento. Esa relación de hermanos es mucho más que filial. Se vino el diablo a la cabeza de esos mozuelos, -explicó Antoine.

-Ahí está, joven amigo, cómo se vislumbra de las profundidades del ser humano, las negruras con las que se presenta el alma. Al parecer, para ellos en normal. Y no hay mucho que agregar..., es decir, que duerman juntos, no es un acto que se justifique por la fuerza de los vendavales.

- ¿Qué comentan señores? -preguntó de repente Juliet, y en el acto agregó.

-Si alguien me busca, solo exprese que esta noche estaremos en la habitación con Dominique.

-De acuerdo señor, se hará de esa forma, no se preocupe. -contestó Lébregas, aun pensando en la anomalía de la situación.

   La habitación se ubicaba en el segundo piso, era una pieza pequeña, cabía una cama de plaza y media, un velador, escritorio y una cavidad en la pared que servía para guardar ropa. Las cortinas estaban abiertas, y amarradas con un lienzo que las apretaba por la mitad.  Detrás del cristal de la ventana, se veía clara y persistente el agua que caía a borbotones.  Juliet se acomodó en la silla del escritorio, con algo de dificultad, se inclinó para sacar las botas, estaban húmedas, y con barro por todas partes. Experimentaba dolor en la espalda, también en los músculos de los pies, estaba cansado. Luego tomó, del pequeño velador, una botella de agua, sin considerar el vaso, se empinó la botella para beber.

- ¡Dominique!, -inquirió él, -tenemos que reconocer que algo nos sucede cuando estamos juntos, quiero decir, que siempre andamos juntos, sobre todo cuando alguna necesidad se presenta en alguno de nosotros. Sobre este amorío, ni tú ni yo podemos dar razones, es un acto de la sinrazón.
-No te justifiques Juliet, ni menos te atormentes -replicó enérgica la chica, -dile a tu corazón que cuentas conmigo. Se miraron. Nació un destelló de alegría y dolor en la luz que se concentraba en sus pupilas, como el reflejo de una gota de agua atravesada por la luz del día.

-Aún somos muy jóvenes -dijo él en voz baja. -Es muy probable que nos equivoquemos, -concluyó pensativo.

-El amor para nosotros, se ha presentado con una apariencia espantosa, -agregó Juliet. Después, levantándose de la silla, respiró como con algo de agonía. Se acercó a Dominique, y pudo ver, en esos rasgos, las formas y las líneas de la mujer que amaba.

Luego cerró los ojos, y recordó la promesa que los había unido para siempre, porque nada los separaría, ni siquiera la condena social que recibirían de la gente. Las sombras de ambos cuerpos se reflejaron en el vidrio, y la voz de Juliet susurró en los oídos de su hermana como una letanía de pasión y amor desbordado. Ellos, con las inseguridades propias del corazón, enfrentaron un mirar que desnudaba sus almas.

 El la besó, sin mover en un principio sus labios. El insólito beso, le permitía hallar un amor que lo sumía en la intranquilidad de una pasión que lo doblegaba. El cabello color oro de Dominique, ya se deslizaba por sus blancos hombros, cuando decidió, al final, sentarse al borde de la cama..., Juliet comenzaba a abordarla con la insistencia de sus besos. Ella, erguida y segura, sonreía cada vez que sus labios eran tocados, intensas pintas de luz en sus ojos, iluminaban aún más el rostro delicado de la muchacha. Los besos de Juliet se repartían por el cuerpo de Domique, tal como el oleaje del mar se desborda besando las orillas de las playas.

    El amor descendió a sus corazones como el colorido espectro de un arco iris, después emergieron más allá de los sentidos y la razón, los motivos que habrían permitido el juramentarse: No separarse jamás.


   En la ilusión de un amor que no escuchaba otra voz más que la de sus corazones, se entregaron sus almas, en la perfecta sintonía de unos cuerpos que se buscaban con frenesí, desesperación y locura; y sin pensar más, en la habitación se solidificó el silencio, enmudeció la lluvia, luego de sostenerse y buscarse en sus propios cuerpos..., enmudecieron como ángeles caídos.

miércoles, 5 de abril de 2017

Entrada 122. Camilo también es un Ángel



Entrada 122.
 
A media mañana, el aguacero no cesaba. Habían anunciado, durante la tarde anterior, que la lluvia se dejaría caer ese día jueves, sin embargo, nadie imaginó que el agua se dejaría caer abundantemente. Poco a poco las calles de tierra se convertían en lodo, y las pozas de agua se agrandaban, desbordándose por todas partes. Arriba, en el cielo, las copiosas nubes blancas formaban figuras redondas de bordes inflados, más abajo, en el intermedio del espacio, el agua caía como finas dardos plateados, caían tan juntas y seguidas que cualquiera hubiese pensado que horadarían la tierra. Pequeñas gotas de agua también caían sobre las hojas de los árboles, al tocarlas se deslizaban con lentitud, y después de mostrarse en  breves destellos, terminaban por caer al vacío. Las hojas, que durante el día eran verde claro el agua ahora las vestía de verde lila, y ese tono más oscuro parecía extenderse por todo el páramo. Los montes que rodeaban el conjunto de casas, apenas se divisaban, la espesa cortina de agua, dificultaba verlas con claridad. El  humo blanco de las chimeneas, dejaban escapara el calor y la tibieza que se generaba al interior de los hogares.

         Dominique y  Juliet, habían galopado en dirección a noreste, se dirigían a la casa de retiro cuando los sorprendió la lluvia. Les acompañaba, en un corcel  blanco de cuello negro, el sargento Lébregas; y muy atrás ajustando, a cada instante la cabalgadura, se empecinaba en seguirlos Antoine.

-No debimos salir con un día así, -explicó Juliet, desmontando con liviana agilidad. Dominique en cambio taloneó a su caballo antes de descender, despreocupada y sin considerar el barro que había en el suelo se lanzó  a tierra.

-¡Oye, Lébregas!, dime si habías visto esta hostería antes.

-No señor, al parecer nos hemos extraviado. Este lugar no registra en mi bitácora de viaje, -una vez que respondió, su moreno rostro, experimentó  cómo el agua descendía por los canales que formaban su gruesa nariz, hasta introducirse en la tosca abertura que separaba sus labios. Antoine luchaba con el caballo, evitando caer, se aferraba al cuello del animal con fuerza y determinación. Una vez que puso las botas en el suelo, estiró las piernas, y con las manos en los bolsillos,  caminó hasta incorporarse al grupo. Lébregas, por su parte, con la espalda erguida, se acercó un poco más a Dominique, y le comentó.

-Este clima impide ver con claridad, es como si la lluvia, al tocarnos, nos borrara por algunos segundos, pero de todos modos, pernoctaremos aquí. Hasta que pase la tormenta.

-Es lo mejor sargento, usted tienes razón.

-Me gusta ver las ramas mojadas, con la lluvia todo adquiere el mismo color. Cuántas veces he visto esta lluvia, y siempre me parece distinta, -exclamó Juliet, con algo de nostalgia. Un relámpago, iluminó y  rasgó un hermoso  cielo plateado, una infinidad de arterias luminosas se desparramaron entre las nubes.

-Sí hermano, ni siquiera se podría definir lo que la naturaleza nos presenta en distintos momentos.

-Por el contrario Dominique -dijo Juliet, con cierto sesgo de autoridad.

-Lo que vemos se puede pintar de forma maravillosa, pero noto hermana que hoy estás feliz. Ella dio dos pasos, se acercó a él, y terminó abrazándolo, después tomó su mano y casi corriendo lo llevó adentro.

-Ya no suplicaré más tu atención Juliet, ni siquiera pediré que me tomes en cuenta..., si tú te alejas, se reaviva en mí el desconsuelo.
Abrieron una segunda  puerta y se toparon de frente con un largo mesón. Justo en el medio, un anciano esperaba a los visitantes. Juliet dio un puñetazo en el mesón, y el anciano despertó sobresaltado.

-¡Sí, sí..., dígame!,- alcanzó a decir con palabras entrecortadas. Mientras, la misma lluvia intensa, al caer, sonaba sobre el tejado. Antoine y Lébregas observaban con impaciencia. El viejo les ofreció algo caliente para tomar.

-Sí, pero antes necesitamos habitaciones -explicó juliet.

-No es posible, no tenemos disponibilidad -respondió sereno el anciano. Junto a aquello preparaba cuatro tazas de té, con una mano temblorosa que luchaba por mantenerse firme, siempre con prisa, servía el agua y hablaba lenguaraz.

-Creo que nos queda una..., tendría que compartirla con su señora..., ellos, -dijo mirando a los hombres, - tendrían que dormir en la bodega, ahí puede habilitarles algo, de ningún modo los enviaría a la calle.

-No, señor, se equivoca, no es mi señora...,  y ¿cuál es su nombre?

-Me llamo Fabricio. Juliet enmudeció unos instantes, y se dedicó a observar cómo el anciano servía  el té que había  prometido, el vapor se levantaba de las tazas, formando suaves  ondulaciones que desaparecían en el aire.