Camilo también es un ángel
Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.
Cartas a Verónica
Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.
Los sueños de Konie
Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.
viernes, 18 de noviembre de 2022
jueves, 29 de abril de 2021
Una teoría de tu belleza I
Una teoría de tu belleza I
Vicente Alexander Bastías
Ya sabe usted, como una corazonada que aletea largamente como un colibrí, entendí que esos minutos se extenderían más de lo programado. Por una parte, me alegraba estar en esa habitación, por otro lado, pensaba que pronto llegaría su madre. La tensión entre esas dos fuerzas me restaba concentración.
El cuarto estaba hecho de una gruesa pared de adobe. En una de las paredes, una pequeña ventana permitía la llegada de un viento nuevo y fresco. Arriba, en el cielo de la casa, gruesas vigas de madera rustica permitían dar apoyo al pesado techo. El piso era de tierra; el mobiliario vetusto y desgastado interpretaba, de algún modo, un tiempo pretérito y nostálgico. Apoyadas, en una de las paredes dos sillas de mimbre desgastadas y carcomidas, silentes testimoniaban el ocaso de las pasiones que alguna vez había surgido de sus rincones.Durante la tarde, había caminado junto a ella, observando extasiado la larga hilera de castaños que se perdían a los pies de los cerros. En algún instante nos habíamos detenido debajo de níspero, y disfrutamos de su fruto maduro. Posteriormente, cesamos de caminar cuando una higuera enorme salió al encuentro de nuestras pupilas, de igual modo, allí nos dedicamos a disfrutar de sus frutos. A lo largo de mi existencia, estos recuerdos me acompañaron en cada etapa, tal como entes autónomos que generaban imágenes propias; pero sobre todo, el recuerdo de ella, me acompañaba en cada una de las actividades que realizaba. ¡Qué hermosa era!
La luna gigante parecía absorberla entre sus pintas negras y grises. La iridiscencia de esa chica permitía resaltar aún más la luz celeste de aquella. La luna, una ventana circular mirando al infinito, la recibía a ella como si fuese su propio espíritu.
La habitación no era vistosa, sólo dos candelabros de plata permitían ver en medio de la oscuridad. Las figuras de ellos se reflejaban irregulares y lúdicas estampándose en las paredes, alcanzaban también amplios sectores del techo, donde se repente se agrandaban, o bien, se empequeñecían.
Habíamos llegado a la puerta de su casa. Estaba ahí sin desearlo. Sólo la avidez de mis ojos reflejaba la liviana serenidad de ella, y la grata complacencia de su sonrisa. Ambos estábamos encendidos. Habíamos caminado tan erguidos como las mata de espigas, y tan felices con nuestros corazones a punto de estallar.
Ella se arregló sus cabellos, entonces, surgió el brillo en su mejilla y se hizo más notorio el candor de su rostro. Me permití recordar a la Perla de Labuán, o, Lady Mariana Guillonk como le llamaban los ingleses. Recordé precisamente el instante en que su enamorado, el Tigre de la Malasia, la conoció en su lecho de enfermo.
En aquel momento estaba frente a mí, y mucho de ella ya se había quedado en mi corazón. La besé en la mejilla, y le dije. –Llegará tu mamá.
-No te preocupes, tardará en llegar, y luego llegó a mi mente todo el recuerdo de sus fragancias y sabores, y al mirarla me perdí en ella.
Vicente Alexander Bastías
miércoles, 2 de octubre de 2019
Cartas a Verónica Entrada LXXVII
Cartas a Verónica Entrada LXXVII
Te miro de reojo, y te busco. Te busco en todo lo que pueda alcanzar mi vista.
También en el viento que va dispersando tus aromas, esos aromas que también busco, esos perfumes que todavía conservo.
El tintineo de tu voz me acompaña, esa voz que a veces silbaba de alegría, empujado por esa suavidad, me iba detrás de ella. Empujado por tu magia, me deslizaba fascinado pisando tus huellas.
Luego, mis manos se posaban en tu cintura, y me experimentaba repleto de tus miradas.
Era evidente, tenía que salir a buscarte. Tú concentrabas todo mi interés.
A tu lado mi amor, recogía al universo en la palma de mi mano, y lo ofrecía como inequívoca muestra de mi amor. Sí, no me equivoco, tampoco me engaño, al parecer me correspondías.
Verónica, quédate, sin que se perturbe el pensamiento.
Brilla intermitente en mis recuerdos, en marcos dorados que hablan de largos paseos por tus pechos.
Continúa, o, persiste en tu caminar, sin que alteres la cadena de tus besos. Recuerda, como las nubecillas de humo alentaban nuestras pasiones.
Inquieto vacilaba en tus besos, dibujando tu belleza en el infinito del cielo.
Nublado, o empapado de ti, ahora yo te recuerdo. Tu vestido amarillo, flameando, tocado por el viento.
Tus pies descalzos, avanzando, explorando lentamente los caminos que nos llevaron.
Toda tu luz, disuelta en una tarde de campo, en caminos polvorientos…, allí nuestros sueños sembramos.
Súbete a mi recuerdo, rompe a llorar esta tarde de domingo yo quiero recordar.
Declárame con voz rota, que me amas y me esperas. Sonríe entre tus lágrimas. ¡Ven aquí!, mi alma te llama.
Abre mis ojos, susurra a mis oídos, siéntate a mi lado. Apóyate en mi regazo, espera un momento…, ninguno de los dos habla. Sólo un lejano eco, replica, (replica como un eco), que yo te amo.
Continúa en mi regazo, suspira en mi pecho. Recuerda aquellas noches de primavera, te di mis primeros besos…, tú, eras mi estrella. Eran, tus grandes ojos rebosantes de luz, quienes me daban la vida, ahuyentabas el pálido invierno, dabas calor a mis poemas.
Quédate sin que se perturbe mi pensamiento. Acerca a mí el cáliz de tu amor, extiende tus manos al cielo…, lléname de tus deseos.
Perdona que te recuerde, bajo siete grados, extraño tus besos.
Vicente Alexander Bastías
domingo, 29 de septiembre de 2019
Cartas a Verónica. Entrada LXXVI
jueves, 5 de septiembre de 2019
Cartas a Verónica Entrada LXXV
miércoles, 4 de septiembre de 2019
Cartas a Verónica. Entrada LXXIV
Cartas a Verónica. Entrada LXXIV
-¡Oye!, no pretendo aburrirte con tantas sandeces, solicito, de tu parte, algo de consideración. Es que sócrates, todo en uno es confuso e intrincado, todo es complejo y enigmático: Amas, quieres, deseas, esperas, anhelas, sueñas, ríes, lloras. Navegamos, en los vaivenes de la vida sin saber, a ciencia cierta, a qué puerto llegaremos.
Si logro amar, sólo pienso en la eternidad, de súbito, se abre ante mí, todo el abismo de la transitoriedad. Es tan breve la vida, tan fugaz el presente, tan breve el amor. Amigo, perdona este discurso tan errático e inconsistente, he bebido algo..., lo reconozco, perdona, pero el alcohol me transporta a nuevos anclajes del razonamiento, y puedo discurrir en mis ideas, con una ligereza espontánea.
Amigo, tú eres leal conmigo, y te veo con tus ojos atento a lo que expreso, entiendo que intentas captar algo de lo que planteo, pero intentaré, para ti, ser más explícito.
Aunque aspiro a ello, todavía no entiendo el motivo de estas disquisiciones. ¡Ah sí!, por el amor, es por el amor que estoy melancólico. Estaba diciendo que…, ¿Qué decía? (…), busco, busco en los engranajes de mis pensamientos… ¡Por supuesto!, cuando la vuelva a ver, y es que, no respondió a mis cartas, tampoco me ha llamado, se ausentó de mi vida, restó su presencia de mi existir.
La pregunta obvia, cómo es capaz de permanecer tanto sin dar señales de vida, de permanecer en silencio sin que signifique variar ni un ápice de sus sentimientos. Bien afirmaba yo, que era una” mujer helada”. Sócrates, lo afirmé: Es fría, no tiene sentimientos, le da igual, para ella todo da lo mismo. No sufre como yo. Dáme un abrazo amigo hasta que pase este dolor se diluya.
¿Sabes, amigo? Lo más doloroso de todo esto es que la puse a prueba, sí tal cómo lo oyes, a propósito dejé de escribirle una par de semanas, pensé que ella lo haría, me equivoqué. Esperé más de veinte días, esperé, esperé, con paciencia anhelante, algo inquieto, no obstante no escribió palabra, de seguro que si no vuelvo a escribir, ella no lo hará.
¿Por qué actúa de esa manera amigo? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué persigue? ¿Cuál es su fin último? Puedo llegar a pensar, que no me ama. ¡No!, no resulta coherente, porque todo en ella indica que me quiere. Lo siento y me consta, ella también lo sabe. Entonces, sócrates, no puedo comprender, así de sencillo, no logro comprender nada.
Regresaré a ella, manifestaré mis dudas, señalaré las interrogantes que genera en mí su forma de querer. ¿Amará, amará a alguien? ¿Será capaz de experimentar el amor genuino y auténtico que siento yo? No me preguntes más Sócrates, tú sabes a quien me refiero…,hablo de Verónica, aquella Verónica, que ha llenado mi vida de luz, ella que ha remozado mi experiencia del amar, qué ha provocado en mí nuevas sensaciones, quién ha permitido que mi pluma se llene de magia y poesía. Sólo a ella me refiero. No te pongas triste, amigo, todavía es temprano, y puede que el cartero llame a mi puerta.
Por mi parte, no puedo se como ella. Es imposible, cómo tan cruel, cómo tan insensible, la puse a prueba y ni siquiera se digno escribir una palabra, tampoco llamó, no hizo nada para que estuviese a su lado. Cuando vuelva a verla le diré que extrañé sus pupilas, extrañé sus labios, sentí notalgía de su mirar inocente, rememoré su cuerpo maravilloso, recordé sus manos de ángel, su belleza absoluta que me tiene embobado y subyugado.
¿Cómo, cómo se lo expresaré? Sin palabras, sólo miraré sus ojos, y en ellos escribiré lo mucho que la amo. ¡Pero cómo la amo! Perdona que hable contigo, disculpa el aburrimiento, eres un buen amigo. ¡Ja, Ja, Ja, Ja! No me hagas reír sócrates, deja de mover la cola, me haces cosquillas. ¡Sí!, entiendo!, te daré la comida, ven buen amigo, disculpa que te aburra con estos razonamientos de un loco. ¡Ah!, no te cruces por ahí, te puedo pisar la cola!
¿Qué? ¿Qué pasará con esta carta? ¡No Sócrates!, mi perro querido, esta carta no va al correo. Espero verla.
Vicente Alexander Bastías.