viernes, 11 de marzo de 2016

Entrada 23, Camila Angélica


CAMILO TAMBIÉN ES UN ÁNGEL ENTRADA 23
 
Tío Farfán golpeó suavemente la espalda del muchacho, ajustó el botón de la levita negra que acababa de tirarse encima, casi con desgano, agarró el sombrero de copas, guiñó un ojo y se retiró en silencio…, se sentía fresco.
 Antoine lo vio partir, después depositó toda su atención en el espumoso líquido del café con leche, notó que daba vueltas, así livianamente, tal como la vida; tal cómo su cabeza, que rotaba incesantemente. El café seguía en movimiento, como los recuerdos que le remitían a Camila. Una vez más le hablaron sus fantasmas que le vigilaban desde todos los puntos. Generalmente aceptaba ingresar a esos espacios inexplorados, misteriosos, encantados. Observó, distendido y largamente, a esos seres irreales que asomaban por la ventana de su memoria. ¡Sí, sí! , -confirmaba, -Todavía escuchaba  los pasos arrastrándose por la cerámica, ese caminar dificultoso que comenzaba a oír en los pasillos.  Era cuando su corazón se agitaba a medida que el sutil polvo de la memoria regaba el vidrio de sus pupilas.

De pronto, todas las puertas y todas las ventanas se abrieron empujadas por la fuerza de unos vientos alisios que irrumpía, y que traía desde el mar, vetustos secretos que nadie comprendía, junto a esa corriente de viento, una llovizna helada azotó su cuerpo joven, y ante su sorpresa, el mar se presentó tallado en el horizonte.

Flotando, en tétrica oscilación, el Alborean se abría paso entre la espesa bruma de la noche. Brillaba, en las tres ventanas de la timonera, una débil luz amarilla, como si fuese una vela extinguiéndose, la luz ayudaba a proyectar la sombra de un hombre, que con sus manos puestas en el guardamancebos,  no dejaba de mirar hacia la costa.

Antoine, abrió los ojos, esas imágenes no desaparecieron, por el contrario, adquirieron realismo y legitimidad. Cerca de la playa, el primer contacto con el mar fue el de sus pies que recibieron el frío toque de las olas.

Miró alrededor, acompañado de cierto estremecimiento, y le pareció a  él que todos los elementos inanimados cobraban vida propia. Las voces que provenían del exterior, le hablaban de forma muy clara: Tenía que llegar al barco, sin separarse de sus sueños.  El Alborean le esperaba. Con los dientes apretados, los cuellos rígidos, y con sus dos manos, protegiendo la cabeza, se lanzó al mar.

El compacto cúmulo de agua, se abrió fácilmente a su cuerpo. Comenzó a nadar, tranquilo, respirando cada cierto tramo, y sin quitar la vista del fabuloso barco. A penas se acercó, se abalanzó sobre una escalera de cuerdas. Esta al crujir un poco soportó todo el peso del muchacho en sus firmes amarres de tipo diagonal. Comenzó a subir sin dificultad, por el lado de la banda del barco, una vez que llegó a la cubierta, la figura que proyectara la luz, ya no se encontraba. Entonces se acercó a una de las ventanas, la que estaba más cerca del casillaje, al asomarse distinguió, sin lugar a equívocos, la imponente figura de Martín Pollier.


Vicente Alexander Bastías / Marzo 2016