martes, 4 de junio de 2019

Cartas a Verónica. Entrada III


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Cartas a Verónica. III

Estoy, ciertamente, admirado por todo lo que tú eres, y, es muy probable que esta admiración se sintetice en una multiplicidad de pensamientos. Todos aquellos pensamientos que me han permitido cincelarte, de alguna u otra manera. Aunque no lo creas, eres el prototipo perfecto que navega por mis pensamientos. Me invades, me inundas; tú abarcas abarca todo lo que siento, percibo y logro palpar.

Te darás cuenta, que el tiempo al transcurrir de manera tan sigilosa e irrefrenable, le va colocando límites a nuestras aspiraciones. Pero creo, que cada vez que puedo alcanzarte, poseo en alguna medida una parte de tu eternidad. Así pues, mi querida Verónica, comprenderás que, en el amplio espectro de mi mundo, tú sigues siendo lo único permanente. No puedo sino reconocer esta realidad, aunque las livianas evaporaciones de la realidad y de los sueños, destiñan verdades tan evidentes, ya que, para conservar estos sentimientos a lo largo de tanto tiempo tuve que haber amado con todo mi ser, todo lo que tú significabas.
No me juzgues por nada, en este caso, debe prevalecer el amor que te profeso. Porque recuerda todas las mágicas ondulaciones, las intensas palpitaciones que surgían de mi corazón, y sobre todo recuerda, esas erráticas divagaciones de mi alma que siempre me llevaban a ti.

Ante ti, tan delicada y tan sublime permanecía absorto, alelado, hechizado. Cómo fluías a mi espíritu, cómo te desvanecías en cada recoveco de mi mundo interior, y junto a ti, abrazado sólo a ti, me trasplantaba al cielo. Tú eres, en mi opinión, lo más maravilloso que ha tocado la puerta de mi rutina. Jamás volveré a experimentar aquellos pequeños prodigios que salían de tus manos y de tus besos. ¡Claro!, podrías haber sido un navío en mi alma, le diste curso, sentido y dirección.
Cuando deseaba escribir, llegaba a la pantalla de mi mente la profundidad de tu mirada. El dulce timbre de tu voz, llenaba y abarcaba todos mis sentidos. Tu pelo largo y fino, entremezclado entre mis dedos, coronaba de una vez para siempre, toda la extensión de tu belleza. Tus labios tan delgados, junto a tu dilatado cuello blanco y delicado; investía finalmente la perfección de todo lo creado.
Quise tantas veces fusionarme contigo. Anhelé, por lo demás, perderme en las profundidades de tus miradas. ¿No hubiese sido mejor, haber reconocido que el amor tocaba algo en nosotros? Por lo que a mí respecta, tomé muy en serio mis afectos. Los canalicé, permití que volarán al sorprendente talante de tu hermosura.

Verónica, por encima de todo te amo, eres lo más fabuloso que ha tocado mi vida. Te invito a no temer las complicaciones del pasado, sino antes bien, a centrarnos absolutamente en el futuro. Entre tanto, siempre estará mi corazón esperando, esperando cada uno de tus suspiros, recibiendo el suave aletear de tu aliento, a permitir la suave resonancia de tus palpitaciones. En mi pecho tienes un lugar, en mi alma un gran espacio, en mi vida una gran oportunidad. Al fin, en el extremo de mis temores, puedo definitivamente confesar que te amo. Tú cubres, desde tu silueta silenciosa y absoluta, todas y cada una de las partículas que forman mi ser. Estás en mí, permaneces en mi cuerpo, anidas en mi alma.

Vicente Alexander Bastías.