Cartas a Verónica. III
Estoy, ciertamente, admirado por todo lo
que tú eres, y, es muy probable que esta admiración se sintetice en una
multiplicidad de pensamientos. Todos aquellos pensamientos que me han permitido
cincelarte, de alguna u otra manera. Aunque no lo creas, eres el prototipo
perfecto que navega por mis pensamientos. Me invades, me inundas; tú abarcas
abarca todo lo que siento, percibo y logro palpar.
Te darás cuenta, que el tiempo al
transcurrir de manera tan sigilosa e irrefrenable, le va colocando límites a
nuestras aspiraciones. Pero creo, que cada vez que puedo alcanzarte, poseo en
alguna medida una parte de tu eternidad. Así pues, mi querida Verónica,
comprenderás que, en el amplio espectro de mi mundo, tú sigues siendo lo único
permanente. No puedo sino reconocer esta realidad, aunque las livianas
evaporaciones de la realidad y de los sueños, destiñan verdades tan evidentes,
ya que, para conservar estos sentimientos a lo largo de tanto tiempo tuve que
haber amado con todo mi ser, todo lo que tú significabas.
No me juzgues por nada, en este caso, debe
prevalecer el amor que te profeso. Porque recuerda todas las mágicas
ondulaciones, las intensas palpitaciones que surgían de mi corazón, y sobre
todo recuerda, esas erráticas divagaciones de mi alma que siempre me llevaban a
ti.
Ante ti, tan delicada y tan sublime
permanecía absorto, alelado, hechizado. Cómo fluías a mi espíritu, cómo te
desvanecías en cada recoveco de mi mundo interior, y junto a ti, abrazado sólo
a ti, me trasplantaba al cielo. Tú eres, en mi opinión, lo más maravilloso que
ha tocado la puerta de mi rutina. Jamás volveré a experimentar aquellos
pequeños prodigios que salían de tus manos y de tus besos. ¡Claro!, podrías
haber sido un navío en mi alma, le diste curso, sentido y dirección.
Cuando deseaba escribir, llegaba a la
pantalla de mi mente la profundidad de tu mirada. El dulce timbre de tu voz,
llenaba y abarcaba todos mis sentidos. Tu pelo largo y fino, entremezclado
entre mis dedos, coronaba de una vez para siempre, toda la extensión de tu
belleza. Tus labios tan delgados, junto a tu dilatado cuello blanco y delicado;
investía finalmente la perfección de todo lo creado.
Quise tantas veces fusionarme contigo.
Anhelé, por lo demás, perderme en las profundidades de tus miradas. ¿No hubiese
sido mejor, haber reconocido que el amor tocaba algo en nosotros? Por lo que a
mí respecta, tomé muy en serio mis afectos. Los canalicé, permití que volarán
al sorprendente talante de tu hermosura.
Verónica, por encima de todo te amo, eres
lo más fabuloso que ha tocado mi vida. Te invito a no temer las complicaciones
del pasado, sino antes bien, a centrarnos absolutamente en el futuro. Entre tanto,
siempre estará mi corazón esperando, esperando cada uno de tus suspiros,
recibiendo el suave aletear de tu aliento, a permitir la suave resonancia de
tus palpitaciones. En mi pecho tienes un lugar, en mi alma un gran espacio, en
mi vida una gran oportunidad. Al fin, en el extremo de mis temores, puedo
definitivamente confesar que te amo. Tú cubres, desde tu silueta silenciosa y
absoluta, todas y cada una de las partículas que forman mi ser. Estás en mí,
permaneces en mi cuerpo, anidas en mi alma.
Vicente Alexander Bastías.