Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Entrada 101 .Camila Angélica


Entrada 101 

En una sola  palabra, una vez que escuché lo que se dijo de tía Elena, se desprendió mi corazón, y pensé que  todo mi mundo se destruía.
-No te preocupes hombre. La vida desde cada rincón nos trae sorpresas, una vez develadas todo queda tan pasible. No te preocupes pequeño Antoine. ¡Vamos, vamos!, tienes un amor que conquistar, -después el hombre hizo un pausa y tosió, quería expulsar algo retenido en la garganta. 

-Tienes que continuar con el obligado peregrinar de todo hombre, -concluyó más reflexivo que antes.

-No me hable de esas cosas Maciel, porque yo…,  vivo en el presente. Ambos hombres continuaron caminando tranquilos, en busca del resto del grupo.

   El ambiente del mar y todo su entorno resultaba conmovedor. La versatilidad del viento le permitía tocar todos los rincones de la bahía, y al vestirse de azul marino, su forma silenciosa e irregular jugaba cada vez que una ola se levantaba y se iba con ella hasta reventar completamente en la playa. Ese viento, corpulento y limpio contrastaba con la figura esmirriada y pesimista de Antoine.  En otro extremo de la playa los hombres del alborean, formando un gran círculo, los hombres del alborean esperaban. En los rostros de los marineros se reflejaba un tono negro rojizo como resultado de una gran fogata que ardía en medio del grupo. Las caras de los hombres eran difusas, y sus líneas se desarmaban cada vez que las ondulaciones del fuego cambiaban su dirección.  

Antoine y Maciel se incorporaron al grupo de los robustos marineros. El joven se irguió inclinando, a su vez, la cabeza para escuchar lo que se discutía. Martín Pollier  estaba de pie en el centro del círculo, apenas podía mover las manos y los pies, debido a las fuertes amarras que lo inmovilizaban. Con los ojos muy abiertos, oteaba, cada cierto tiempo, la oscura boca del mar. Cuando divisó a Antoine, con dificultad, hizo un guiño con el ojo, e intentó expulsar de su boca el pañuelo que lo mantenía sin hablar. Martín Pollier examinaba, y esperaba que, desde las sombras del mar, llegaran los soldados republicanos para deshacer su cautiverio. Una carcajada, fue la única respuesta que obtuvo de los hombres, cuando descubrieron que Pollier intentaba comunicarse con el muchacho.

-Esto es lo que queda de Martín Pollier, otrora gobernador y señor de este pueblo olvidado, -exclamó con energía el capitán. Pollier al escuchar estas palabras intentó, con brusco movimiento,  deshacer las amarras, fue inútil el intento…, después quedó inmóvil.

- Lo entregaremos a las fuerzas republicanas, ellos sancionaran sus últimos crímenes. Nadie comentó, todos al mirarse, declinaron enjuiciar lo que habían acordado con antelación. Al mismo tiempo, una enorme figura de barco se asomaba silenciosa, desde las profundidades del mar. Los marineros comenzaron a moverse, y con disparos al aire señalaban su ubicación. Poco a poco comenzaban a verse las luces del barco, envueltas en una neblina tan tenue que gravitaba, destacando la poderosa luz de los focos.

  En breve tiempo, los soldados republicanos se instalaron la orilla de la playa. Fuertemente armados, se acercaron en duplas, marchando al mismo paso. Se lograba distinguir en su vestimenta, dos líneas de género de color rojizo, cruzadas a la altura del pecho, puestas sobre una chaqueta blanca, adornadas, además, por botones negros. Ellos parecían flotar sobre la oscuridad. En sus afilados sables, a medida que se acercaban, comenzaba a resplandecer el color amarillo rojo de la fogata que, a una ráfaga de viento,  de súbito revivía. Las sombras de muchos soldados rodearon a los marineros, y una fuerte voz golpeó la tranquilidad de la noche.

-¡Martín Pollier!

-¡Aquí está señor! Lo hemos retenido a la espera de que llegaran.

-¡Bien!..., ¿Con quién hablo?

-¡Maciel, capitán del alborean!

 Detrás de ellos se oía el rumor del mar. Las palabras, al ser pronunciadas, se perdían luego en la oscuridad de la noche. Arriba en los cerros ni un murmullo, ni una voz se dejaba oír.

-¡Capitán, nos llevaremos al prisionero! En la gobernación general tendrá que responder por la muerte de sus hijos. El viento a nivel de la arena se hacía más intenso y comenzaba a helar los pies.

  Nadie se extraño, cuando los soldados republicanos, tomaron a Martín Pollier y lo condujeron al bote. En el rostro de Pollier, había ausencia de luz, ni siquiera la luna  alcanzaba a tocar ese rostro agobiado y lleno de resignación. Antes de partir, miró a Antoine, recorrió con sus ojos la cara de ese muchacho endeble y torpe, a medida que se alejaba pareció, con singular intensidad, pedirle perdón.


Vicente Alexander Bastías

lunes, 12 de diciembre de 2016

Entrada 100, Camila Angélica.

Entrada 100.
 
Antoine continuó marcando sus pasos sobre un ripio inestable y húmedo. Adheridos a los zapatos, iban quedando pequeños granitos de esa roca amarilla y, persistentemente, pulverizada por la suma de los años. Algo de desprendió de su corazón, algo que apenas logró determinar, pero que dejaba un vacío en algún punto de su alma. Pensó que la noche se extendía triste sobre el mar, e imaginó que una lluvia de lágrimas la acompañaba. Llegó a creer, además, que los hombres de la playa lo observaban, y que en alguna medida también se hacían parte de su dolor. Caminaba tranquilo, retardando cada paso que daba, confiaba, a pesar de las incertidumbres, que sus pies aún podrían abrir caminos nuevos. Así continuó por largo rato, cercenado las ilusiones que lo habían acompañado hasta entonces. 

   ¿Qué castigo recibiría tía Elena? Se preguntó mientras los hombres en la playa parecían ahora más silenciosos. El obligado deambular por su mente, le llevaba a preguntarse una vez más, si la imprudencia de tía Elena recibiría alguna sanción. 

- ¡La soledad!, -respondió después de unos instantes. Todo parece posible, -continuó divagando, pero de improviso, un punto en sus reflexiones llegó a detener lo que tenía por certeza.

-En una palabra, ¿qué sentido puede tener un castigo que toca a todos los hombres? ¿No es la soledad una realidad diaria de todo ser humano? ¿Acaso no caminamos en la burbuja de la soledad?
Y qué hay de la soledad de Anne-Laure, de Martín Pollier, de Augusto, incluso esa extraña soledad de Camila Angélica. La soledad es una realidad verosímil, limpia, irrefutable. La soledad y el tiempo, en una palabra, es suficiente castigo para cualquier hombre. La soledad, -concluyó, - No es ningún castigo para tía Elena. 

  Después, se detuvo un momento y permaneció sumergido en el mundo de las realidades posibles, el  mundo de los silencios prolongados, en la maravilla de los pensamientos deslumbrantes. Quedose de pie, cruzando sus manos. Luego esbozó una sonrisa de conformidad, posteriormente caminó de puntillas evitando unas rocas puntiagudas. En la orilla de la playa los hombres comenzaron a caminar, se desplazaron en dirección norte, se alejaron confundiéndose con la tenue llovizna que lanzaba el mar, sumergidos en la oscuridad desaparecieron completamente. Antoine los observó hasta que le resultó imposible distinguirlos. 

   Entonces, el reflejo nítido de una estrella tocó sus pupilas, y desde la profundidad de esa clara mirada volvió a preguntar: ¿Y mi soledad? ¿Qué hay de mi propia soledad?

Vicente Alexander Bastías.

Entrada Nº 99.Camila Angélica.



Entrada 99.
 
Antoine prefirió ignorar los efectos que habían generado en el ánimo de tía Elena, y se aventuró caminado en dirección al mar. Cada cierto tramo se detenía y se disponía a revisar cada una de sus palabras. Al final pensó que había actuado en coherencia con lo que creía. Porque ¿quién pudo imaginar la capacidad instigadora de tía Elena? Los eventos sucedidos puestos en la tela de la luz mostraban de forma indubitable que tía Elena siempre operó desde las sombras. 

  A la distancia las aguas del mar seguían agitándose pausadas, constantes, por lo demás, no había indicios de tempestad,  el viento norte comenzaba a disminuir. Después, Antoine distinguió a lo largo de la playa, una gran cantidad de personas que se reunían en torno a una fogata. Con algo de dificultad logró visualizar la figura elegante del capitán Maciel, a su lado le acompañaba el desgarbado Gino, pero  al resto apenas lograba verlos. Lo cierto es que, al parecer, la tripulación en pleno se reunía en aquel lugar. El fondo en el que se desenvolvían eran las enormes olas que se elevaban por encima de ellos, dando la ingenua impresión de que, en algún momento, los envolvería a todos. 

Él seguía caminando, replegándose ocasionalmente en la levedad de sus pensamientos, intentando borrar de la memoria lo que, a esa altura, consideraba una de las peores desgracias. Frente a sus ojos se disipaba la fe, la honorabilidad  y, sobre todo, la generosidad. Todo aquello se diluía, se desarmaba, según tenía entendido, de manera irreversible. Comprendía, además, que recuperaba algo de esa memoria que había perdido. Ahora se enfrentaba con sus propios pensamientos, no obstante, aún le resultaba difícil saber qué había sido antes, y reconstruía la conciencia de su propia identidad, en cada estímulo, en cada escena, en cada uno de los paisajes que ingresaban a su mente. Las velas del pensamiento se desplegaban con absoluta libertad, y, cuando intentaba retroceder en ese lento proceso, se lanzaba con más ahínco y firmeza a la plena posesión de sus experiencias. Lentamente comprendía que el regresaba del oscuro viaje realizado a las profundidades de su alma, y ahora, renovado vislumbraba con mayor claridad lo que acontecía a su alrededor. Le asistía la idea que el alborean había navegado en las tormentosas olas de su propio espíritu, y que ahora conseguía navegar en un mundo que intentaba redescubrir.

Vicente Alexander Bastías

viernes, 9 de diciembre de 2016

Camila Angélica, entrada 98



Entrada 98
 
Permaneció  la mañana entera pintando el cielo a su gusto. Volvió a mirar los colores que iba desplegando en la finísima textura del cielo.  Recorrió maquinalmente la estrecha angostura de los pensamientos, y sopesó, sin preguntar, que la mente es capaz de las ideas más sorprendentes. Caía la tarde, y la luz también  se parapetaba en sus transparentes pliegues. Se puso de pie, y se encaminó musitando una canción, bajo la influencia de esa melodía inútil caminó un par de metros, hasta visualizar, desde lo alto de un montículo, la acogedora casa de tía Elena. De pronto oyó un estridente golpeteo de alas, muchas golondrinas alzaban el vuelo y se despedían. Una rama se resquebrajó y el árbol se estremeció antes de que esta cayera al suelo. Se escuchó el ruido característico del pueblo, muchas voces se extinguían a medida que se retiraba la tarde. Más aún, todas las voces parecían disminuir, todo se apagaba e iniciaba su reinado el silencio.

   Antoine se asomó por el antejardín, acompañado por una luna gris-celeste que reprimía, en alguna medida, la intensidad de sus colores. Sigiloso, buscando alguna luz en el interior ingresó sin hacer ruido.
Al caminar unos pasos, los ojos del muchacho brillaron, sin poder huir de la luz que provenía de la cocina. Reflejabase, en su rostro, una expresión apacible, caminaba cauteloso, observando todos los detalles de la casa. De vez en cuando su vista se detenía en algunas sombras que se formaban de la nada. Afuera un perro ladró, después de que un piño de cabras intentara romper las carcomidas cercas de madera que las contenían.


Al ingresar a la cocina vio a tía Elena tranquila, sentada y apoyando los codos en una mesa redonda. Se le veía serena, tan quieta que podría confundirse con una estatua. El joven se aproximó, y con suavidad golpeteó su espalda. Una ráfaga de viento se filtró por la hendidura de una ventana. Ambos, al respirar, tomaron una bocanada de ese aire limpio y fresco.

-No sé si estoy contigo tía Elena, -le dijo el muchacho. Ella no contestó.
-No sé si eres inocente, pero tengo que presumir que lo eres. ¿Ves ahora las cosas de modo distinto? Cuando tenemos momentos de lucidez, es más sencillo excusarse frente a los demás. Tía Elena, no se puede parchar el corazón, menos se puede parchar la conciencia. La única manera de aquietar los desasosiegos del alma, es reconocer con humildad nuestros errores. Y tú tía Elena, en todo momento negabas todo, lo negabas con el silencio, lo negabas culpando a los demás. Querida tía, en cuanto la vida haya amainado, el corazón se aquietará, y nuestros amores y odios, se apagaran con un breve suspiro.

 -¡No digas nada más muchacho! Por el momento me siento a fatigada.
El triste destino de tío Farfán me tiene acongojada, jamás imaginé que, los impredecibles peligros de las islas, tomaran su frágil vida. Fue incapaz de seguir el ritmo del resto de la tripulación. Por lo demás me impresiona la facilidad con la que aceptó acompañarte. 

-Tengo que dejarte tía Elena. Pensé que habías recapacitado. Ignoraba la dureza de tu corazón, ignoraba la suma de todas tus acciones. 

-¡Por favor Antoine! No me abandones. Eres lo único que tengo. No permitas que, mi corazón destrozado, te busque siempre.

-¡Tengo que hacerlo! En este punto de la vida puedo sostener que no te reconozco.

-Puedes irte si lo deseas, -exclamó tía Elena en voz baja. Antoine se alejó, se puso en marcha tan silencioso como había llegado. Atrás dejaba una atmosfera en la que comenzaba a imperar la desolación.  Tía Elena permaneció un momento más en la cocina, estaba inmóvil con la mente en blanco.

Vicente Alexander Bastías.