Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

martes, 19 de abril de 2016

Entrada 41. Camila

Entrada 41
 
Juliet la acogió con la elegante plasticidad de un joven que se sabe  millonario, y con la enmarañada mirada que manifiestan, frecuentemente lo,  instigadores  profesionales.  Pasó veladamente  la mano por la boca so pretexto de disimular una sonrisa. Miraba con precaución, atento a todos los gestos y actitudes de Anne. En el transcurso, y sobre todo a lo largo de su vida, había aprendido a tratar a las personas con suma desconfianza, en eso se reflejaba, como  un calco perfecto de su padre. Inclinó la cabeza y pasó neurasténico la mano por el vestón buscando la caja metálica de los cigarrillos treasurer black. Estaba inquieto, y consideraba que la  mujer traía esas noticias que le devolverían la tranquilidad.
-¡No te asustes!, -le dijo extendiendo la mano abierta como un abanico, cuando ella reaccionó  confundida por la inusitada presencia de Gino.

-Es nuestro aliado en el Alborean, -manifestó, y después volvió a acomodarse en el suave sillón. Anne - Laure, soltó una carcajada de ribetes marcadamente nerviosos, poco a poco, fue diluyéndose el color amarillo que asaltara su rostro, en una conjunción inexplicable de bioquímicos de su cuerpo, volvieron a cambio de estos, los alegres colores rosados de esos pómulos brillantes, llenos de vida. Juliet henchido de curiosidad suplicó a la mujer que tomara asiento, invitándola además a que se sintiera cómoda, pues le resultaba imperioso escuchar de sus labios aquellos eventos tratados con antelación. En el negro iris de sus ojos él siempre lograba disfrazar sus verdaderas intenciones. El generoso pecho de Anne – Laure, jadeante minutos antes, comenzaba a normalizarse paulatinamente. Aceptó amable la invitación, imperando su vista por sobre los demás. De soslayo miró a Gino, que al estar hundido en el sillón, apenas se veía, parecía entretenido, sólo dejaba pasar el tiempo. Juliet, todavía ahogado,  preguntó a la mujer, que estaba más inmersa en sus recuerdos que viviendo ese momento. Una atmósfera estéril comenzaba a apoderarse de ese pequeño ambiente, todos se miraban sin atreverse a hablar, se descomponían con gestos vagaos e insustanciales, eso hasta que Juliet se puso de pie, acomodó, a la altura de la rodilla los pantalones negros llevaba. Comenzó a pasearse, de pronto, y sin aviso previo, se detuvo frente a Anne – Laure y preguntó.

-Relate Anne – Laure. ¿Cómo le fue con nuestro acuerdo? Ella cambió súbitamente de posición en el sillón, y volvió a empoderarse de la actitud altanera que le caracterizaba, y respondió con voz mohína.

-Mi criada habló con Martín. Por lo que comentó ella, él no dudó en ninguno de los minutos que conversaron. Respondiendo a sus impulsos realizó lo que todos esperábamos. La existencia de Camila lo desorganizó, y muy probablemente, el diablo entró en su cabeza. Porque acometió con ferocidad, la imprudencia que calculábamos. Quienes estaban en la sala se miraron en silencio, inmediatamente fue Dominique quien rasgó el silencio, apresurándose a comentar.

-¡Qué bien amiga! Gino confirmará tus palabras. El marino rápidamente separó sus laxos dedos entretejidos ociosamente. Se reacomodó en el sillón, conteniendo la respiración confesó abiertamente, sin quitar nunca la vista de los hermanos.

-Ciertamente, en un impulso de locura Pollier ordenó que dejáramos a la chica en las Islas, pero el estúpido de Antoine la liberó. Ahora,  ambos están en el mar. Por las condiciones del tiempo es difícil que la niña haya resistido los embates de la tormenta. Navegábamos ajustados a la carta de navegación, siempre con rumbo definido. Escasa era la visibilidad, no obstante de todos modos alcanzamos a ver la orilla de las islas. El barco y su tripulación esperaban que disminuyera la tormenta.

Juliet preguntó con un tonillo de perversidad.

-¿La chica ya no representa un problema?

-¡Así es señor!

-Vale mucho la confirmación de Gino. Estuvo en el barco, -ratificó satisfecho el joven Pollier. En consecuencia estimada Anne, usted y nosotros hemos ganados, cada uno a su modo y en sus formas, pero hemos ganado. Usted tendrá libertad para su proyecto inmobiliario, y nosotros, como bien sabe usted distinguidísima dama, sacamos a nuestro anciano padre de los negocios. Tendrá que responder por la suerte de la seráfica Camila. 
Tenía que ser así, ella, además codiciaba la herencia de nuestro padre. ¿O no, Anne Laure? ¿No la codiciaba también usted? Antes de proseguir el joven respiró satisfecho, golpeando dos veces su pecho con ambas manos, y antes de terminar insinuó  rebosante de sarcasmos.

-Apreciada Anne, ¿dolió matar a su hija?

-No aceptaré su arrogancia muchacho mal criado, cumplí con lo mío, ahora espero reciprocidad. La mujer, expresó estas últimas palabras, se levantó, y sin despedirse se retiró enfadada, Gino aprovechó el momento y se fue detrás de Mme. Anne – Laura.
Un vez que los hermanos Pollier quedaron solos, Juliet se acercó a Dominique y comentó contento.

-Ahora hermana, somos dueños de los capitales Pollier, pronto acercó sus labios a los de su hermana y los besó con desenfreno.

Vicente Alexander Bastías / Marzo 2016





lunes, 18 de abril de 2016

Entrada 40, Camila Angélica

Entrada 40
 
Anne – Laure, era a toda prueba una mujer perspicaz; poseía, a simple vista, intenciones no muy inocentes. Pretendía iniciar en el pueblo un  gran proyecto inmobiliario que transformaría, pensaba ella, la extensa cara visible del pueblo. Un proyecto ambicioso, sin lugar a dudas, que precisaba imperiosamente la concurrencia de capitales de los Pollier. El hombre, dueño de prácticamente todo el pueblo, sus recovecos y sus esquinas, no accedió a prestarle los cuantiosos recursos, aduciendo que sus ingenieros trabajaban desde hace tiempo en una iniciativa similar.

Aquella tarde, en la que se conversó sobre el tema, fue triste para ella, pues se percató con suma claridad de los ambiciosos desbordes que tenía Martín. En aquella oportunidad, por primera vez en su vida, se quedó sin habla, y cada vez que osó agregar un punto, una coma o bien un punto suspensivo, era apagado por el vozarrón firme de Pollier, se quedaba ella sin voz, es más, sentía que temblaba, se  desilusionada. Infructuosos era sus intentos por mirarlo a los ojos, para confirmar, si ese largo y grueso esqueleto cubierto de carne poseía algún grado de humanidad. El dueño de los barcos, no obstante, esquivaba la mirada  cada vez que podía. Sin perder la serenidad un Pollier implacable remarcaba con esos labios lentos y mecánicos, que esa idea le pertenecía.

-¡Impracticable cariño! Esa aspiración no se puede realizar, -luego le tomaba ambas manos con suavidad, y ella se las entregaba como dopada por aquellas palabras, besaba su frente y mascullaba sin frenos.

-Las mujeres mi amor no están diseñadas para esos propósitos. Me gustaría más bien verla preparar una buena cena para esta noche. ¿Le parece bien?
Palabras ignominiosas, -consideraba ella que merecían una disculpa, o algo distinto, como una súplica de perdón; Anne _ Laure apretaba los puños férreamente, oprimía los dietes y ser retiraba iracunda, pero ¿era lógico proseguir con un hombre tan retrogrado? No valía la pena discutir más, con el transcurso de los días siguió su camino, hasta que esa experiencia se diluyó en la memoria.

Exceptuando que, de esa esporádica relación había nacido la pequeña Camila Angélica Pollier. Fingió candor al verla nacer, ciertamente esa noche de estrellas pálidas, lejanas, parpadeantes. Sus labios, al verla nacer, subrayaron una sonrisa vacía, carente de todo afecto, sucinta del enraizado desprecio que profesaba por todos. Nunca más quiso saber de esa niña por lo que consideró pertinente enviarla a vivir con sus progenitores. En el esquema mecanicista de su mente Camila era un gran estorbo.

-¿Usted es la madre de la niña?

-¡Así es, es mi hija!, -respondió descompuesta Anne.

-No lo parece, -habría respondido la profesional de la salud  muy encolerizada.

La ilación de recuerdos se fue vaporizando a medida que llegaba al encuentro con los hermanos Pollier.  Domique fue  la primera en recibirla denotando excesiva complacencia. Segundos después la abrazó tibiamente, como retractándose de la cordialidad inicial, la tomó del brazo y la condujo, a través de un jardín interior, a un lugar apartado y escondido en el patio. Desde una de las ventanas del despacho Juliet Pollier observaba ansioso la llegada de la mujer.


Vicente Alexander Bastías Marzo / 2016

sábado, 16 de abril de 2016

Entradas 38, 39. Camila Angélica

Entrada 38, Camila Angélica.

Se escuchó, en el fondo del patio, la débil voz de tío farfán, curioso miró a la puerta de entrada y preguntó apesumbrado.

-¿Quién llegó?, -luego inclinando su blanca cabellera de rizos plateados, se asomó por un costado de uno de los cilíndricos pilares del parrón. Tía Elena miró, a su vez, en dirección a la pared divisoria, y respondió complaciente.

-Trajeron a Antoine, sólo  en el momento en el que se encontró con los ojos del anciano, volvió a mirar al pescador, que en sus brazos aún sostenía firmemente al joven. La piel del muchacho estaba húmeda, se esparcían reducidas mezclas de arena y barro en la zona del ombligo. Entonces ella se despojó de su abrigo con el solo propósito de dar calor al adolescente. Apenas le cubrió hizo señas al pescador para que lo  llevara  a su habitación. Antes, tía Elena tiró suavemente con su mano derecha  la pitilla que abría la chapa de la puerta. Ambos atravesaron el pequeño y bien cuidado comedor, se dirigieron a la pieza. Antoine siempre respiraba, cada vez con menos dificultad. El hombre del mar, con asistencia de tía  Elena, recostó al chico en la cama. Ella estaba contenta, a pesar de lo malogrado que estaba el joven, enseguida levantó mecánicamente la cabeza y con repetidos movimientos,  agradeció el gesto del hombre.

-La vida es insistente y sus argumentos poderosos, -comentó con humildad el pescador. El estará bien,  -concluyó el hombre. Tía Elena y el hombre de manos y cuerpo salado estaban muy cerca uno al lado del otro, por lo que ella no demoró mucho en abrazarlo y agradecerle nuevamente.

-Ahora, -sostuvo feliz lo dejaré descansar. Despidió al buen Samaritano de barba roja, con una finísima sonrisa. Dos minutos después caminó en busca de tío Farfán, sorteó  unos pequeños montículos de tierra, se detuvo  para mirar el último pilar donde se ubicaba tío Farfán cortando algunas malezas que rodeaban la raíz de las parras. Se encendieron de fuego sus ojos, siguió avanzando hasta llegar a su lado. Tomó el hombro del anciano, buscó sus labios y depositó un fugaz y atrevido beso. De pronto musitó,

-Por extraño que parezca Antoine regresó…, anda a verlo.

-¡Sí, vamos! Y sucedió que marcharon con el primer impulso del viento. La brisa transparente y tibia acarició, de repente, sus caras ahuyentando momentáneamente las angustias.
Antoine todavía estaba desparramado sobre las sábanas, el cuarto oscuro se encendió con la llegada de los ancianos protectores, la luz blanca de la lámpara delimitó enseguida un espacio circular que mostró plenamente al muchacho. Tía Elena, observada por su leal compañero, se dispuso a limpiar las heridas de Antoine, ejecutó  la tarea con tanto cuidado que parecía estar trabajando sobre una pieza de museo.  Llegó a pensar que sus atenciones resultaban inútiles cuando los dolores surgen en lo recóndito del ser. De pronto Antoine balbuceó algunas incoherencias. Ellos escucharon con atención, después de varios minutos de escuchar, llegaron a la conclusión de que el joven estaba in albis, posteriormente miraron por la ventana a un patio que estaba lleno de luz.

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Entrada 39, Camila Angélica.

Al caminar Anne-Laure llenaba todos los espacios con su presencia, a pesar de que habitualmente vestía de un riguroso negro monástico. Se etiquetaba, así misma, como una mujer de avanzada, que iba sembrando en quienes la escucharan. De tez blanca, siempre reluciente; le interesaba armarse en los ojos de quienes la descubrían, como una mujer esbelta y elegante. Determinaba, en cada uno de sus gestos, seguridad y determinación. Una flor maravilla, de intenso color amarillo adornaba su pelo, y una chasquillas que parecían pintadas en su frente, daban chispazos de frescura a su rostro. El labio superior, cada cierto tiempo, se recogía como gesto de menosprecio hacía quien consideraba como inferior. Miraba una vez, y enseguida volteaba la cabeza en dirección opuesta, para manifestar que aquella persona no era digna de ser considerada en su círculo de amigos, más aún cuando una de estas personas resultaba ser sujeto de sus envidias. Cuando no le agradaba alguien cortaba en segundos el cruce de miradas, optaba por continuar con su camino, y en su marcha le daba por silbar, de tal manera que ese silbido catapultara en el olvido a la persona ignorada.

Por este motivo no fue extraño que, ignorando a la mayoría de los hombres del pueblo, se fuese a fijar en el más poderoso: Martín Pollier. Fue en un encuentro casual donde surgió, un subrepticio enamoramiento entre ellos, y  se enteró porque se filtró, sin posibilidad de controlarlo, la secreta admiración que sentía por el dueño del Alborean.

Aceleró el tranco, pasaba la hora, la reunión con Domique y Juliet,  había sido fijada a las seis, el reloj marcaba seis diez minutos.

Vicente Alexander Bastías


martes, 12 de abril de 2016

Entrada 37, Camila Angélica

Entrada 37
 
Ese día tía Elena fue alertada sobre infaustas señales que llegaban del  Alborean. Fue, más bien, esa intuición natural que acompaña, de vez en vez, a las madres. Fue capaz, el ajado corazón de la anciana, alertar con impulsos muy precisos  que algo sucedía con su hijo Antoine.

Justamente, un pescador de barba hirsuta y largos cabellos rojizos, comunicaba a los ancianos que el joven yacía tendido, desarropado,  desamparado e inconsciente en la orilla de la playa. (…)

Mientras el sol se escondía en el horizonte pudo distinguir, en el estático cielo, una luna inscipiente que se asomaba transparente y temerosa. Conjuntamente, un sol rojizo, menos intenso que lo habitual, se escondía, y al hacerlo desparramaba un reflejo color naranja a lo largo de toda la delgada línea del horizonte. 

El pescador regresaba fatigado a su hogar, después de una larga jornada de trabajo. Cuando llegó a la denominada Punta de los Lobos, logró divisar, estirado en la arena, un alargado cuerpo. Al acercarse cauteloso se percató, no sin asombro, que se trataba de Antoine Alonso. Estaba aturdido, su débil cuerpo desnudo acusaba notorias laceraciones provocadas, presumiblemente,  por el látigo de los  marineros.

Intentó preguntar, primero sobre los  eventos que le habían originado esas heridas, no tuvo más respuesta que la simple exposición de un rostro pálido y demacrado. Parecía ser que, toda la redondez del mar, comenzaba en ese cuerpo de aspecto enfermizo. Desde otra perspectiva daba la impresión de que el mar intentaba abrazar aquella escuálida debilidad, o por el contrario, depositar cerca de él la única y gran lágrima de la que era poseedora. Y, además, sobre ese cuerpo alegres colores, en el cielo rojo naranja le insinuaban la oculta esperanza de la vida.

Algunas aves de rapiña revoloteaban alteradas e infatigables por el lugar, y alguna u otra brisa traía el olor fresco de la tarde. El hombre colorín volvió sobre el joven, ahora de rodillas, intentando con leves golpes en el pecho activar eses dinamismo apagado. 

Anhelando, con la fuerza de su propio espíritu, sacarlo del sueño en el que se había quedado. Levantó, del joven, el pliegue delgado de sus parpados, y sólo vio  dos puntos fijos que parecían cromados.

-¡Qué raro! ¿Cómo llegó aquí? –Reflexionó reposado. Decidió entonces tomarlo sobre sus brazos, el cuerpo flaqueante de Antoine se dobló en dos. El pescador caminó, tres, o quizá, cuatro pasos con él en andas. Oyó el ruido de las olas, volvió la cabeza, se quedó pensando en silencio en las salidas irregulares del mar. Enseguida miró al cielo, oscurecía y no había forma de que el sol se volviese a levantar, por lo menos, hasta ese momento. Oyó otra vez el ruido del mar, entonces sonrió tras percatarse que, en los ojos del muchacho se asomaba en ciernes el intenso resplandor de la vida.


Vicente Alexander Bastías Marzo / 2016

domingo, 10 de abril de 2016

Entrada 36, Camila Angélica

Entrada 36

La  larga cabellera de la mujer era de pelos finos y brillantes, en un primer tramo este cabello era liso hasta el inicio de los pómulos, luego comenzaba a doblarse en refrescantes ondulaciones  que, terminaban al final,  rozando gran parte de la perfecta simetría de sus delicados  hombros. Llevaba, sobre su cabeza, un gran sombrero blanco de corte inglés, la flexible forma de sus orillas permitía ver, desde cualquier punto, una elegante “s” que caía siempre a sus hombros, en la parte superior, anudada había, una cinta roja que caía sobre su frente. En el aspecto de la mujer había algo de enigmático, las circunferencias de sus ojos reflejaban, en un contexto oscuro y lóbrego,  el enmarañado misterio de su alma. Tomaba su rostro, para quien la viera por primera vez, la perfecta forma de un diamante, y sus cejas simulaban ser dos pequeños montes puestos sobre sus ojos. Se lograba ver, además, las hermosas facciones de su rostro, que en improvisados destellos, se apropiaba del color azul gris de la luna. Mientras esperaba su larga mirada se perdía en un cielo casi cercano que, a esa hora de la noche, estaba perforado por la intensa luz de las estrellas. Usaba, un ajustado traje de dos piezas el que animaba,  inevitablemente,  el intruso movimiento en los ojos de los hombres. Escuchó pasos avanzando sobre el asfalto, al ver la robusta figura de un hombre se arrinconó  en una aleta del largo muro para evitar ser descubierta. Detuvo el temblequeó de sus piernas, y suavizó, sin saber cómo, el descontrolado agitar de sus pulmones.  Contempló algunos segundos al hombre, él se había detenido en el medio de la plaza, y desde allí  reconocía el lugar. Ella sin mostrarse, se atrevió a preguntar refugiada en la semioscuridad de la noche.

-¿Usted es Martín Pollier?

-¿Cómo ser otro?, si es Usted quien me ha llamado, -respondió con un marcado sesgo de superioridad. 

-Le esperaba, tengo que darle una información, -replicó más tranquila la desconocida.
-¿Quién sois?, -preguntó pollier apartándose de la zona iluminaba por una intrascendente bombilla de luz que, a mal traer, colgaba de un ajado poste. Martín Intentaba adivinar el lugar en el que se escondía la mujer, sin embargo, la escasa luz, le impedía ver con claridad. Al volver  la cabeza y los hombros atrás, de nuevo se topó con los fríos bloques de cemento que muchos usaban como asientos, un poco más atrás frondosos arbustos se adherían, en una relación única, con los lindes de la noche. 

-¿Acaso no la veré?, -interrogó irónico Martín Pollier. ¿Tendré que conformare con escuchar sólo su voz?

-No importa  en este minuto mi persona, interesa Señor Pollier, que me escuche, -replicó tajante la mujer, después de esto amplió la idea.

-Me envía  Mme. Anne laure, es como bien sabe, una conocida de ambos. El nombre mencionado, de inmediato,  resultó conocido para Pollier, por lo que sin demora volvió a preguntar. 

-¿Qué desea ella?

-¡Nada!, -barbotó impávida ella, -más bien la necesita su hija…, que cumple hoy los quince años. Ella desea verlo. 

-¡Fanfarronadas!, -gritó molesto el millonario, -eso es absurdo. Dudo que sea mi hija. No la levanté en la comunidad, en consecuencia, no la reconozco.
-Es verdad Señor, ella anhela verlo. 

-¡Al diablo!, -ladró Pollier y añadió.

-Permítame señalarle a su Señora que poseo nulo interés en estos asuntos, y le rogaría, comunicar a ella, no incomodar más con este tema, por consiguiente, que no me busque más. Al finalizar estas palabras tan lapidarias Martín miró con inquietud la negrura de la noche, y sus  facciones fatigadas perdieron, indefectiblemente, la energía  que mostraban. Abrumado, por el incomodo momento, decidió  retirarse, sin antes, hundirse en las coordenadas de las dudas. 

Finalmente el diálogo se rompió y la mujer que parecía invisible, no habló más. Su figura, junto a su voz desapareció en la noche. 

-¡Heriberto, andando! Te das cuenta cómo se tejen las enredaderas de la infamia. Imagina Heriberto si se llega a enterar mi  amadísima esposa, o por el contrario, mis adorables hijos, peor que todo, mis leales accionistas. 

-¿Y si fuese verdad?, -preguntó inocentemente el  dócil administrador.
-Aunque fuese verdad Heriberto, se debe negar


Vicente Alexander Bastías / Marzo 2016


 

martes, 5 de abril de 2016

Entrada 34. Camila Angélica


Entrada 34
 
Augusto, oxigenaba insistentemente sus bronquios de manera exagerada, hinchaba el pecho como si estuviera inflando un globo. Una y otra vez ese respirar se hacía más intenso y repetitivo. Junto con aquello parecía que sus brazos se abrían más a cada minuto que pasaba. Daba la impresión, de que su propósito era, justamente, agrandarse a través de esos movimientos para propinar  un golpe contundente y definitivo. La mirada firme todavía estaba pegada en el decaído rostro de Antoine.  Le hervía la sangre por dentro, ésta mezclada en el remolino interior, se convertía en el brebaje ideal que necesitaba la rabia para dispararse. Salía también,  del volcán de sus ojos, el incómodo enojo de tener que tratar con un tonto. Logró tomarlo con firmeza de las dos solapas de muesca, de ese  vestón largo que le regalara tía Elena. Lo cazó entre sus manos duras como el fierro, y así se quedó tirándolo contra uno de los postes del barco, después lo, lanzó contra las barandas, enseguida lo tiró a tierra para golpearlo en reiteradas ocasiones, no conforme con esto lo revolcó en el suelo a punta de patadas. Se quedó tranquilo sólo cuando vio la sangre correr por la madera. 

Antoine, en un intento desesperado por reaccionar, se puso de pie, no estaba dispuesta a que lo siguiera humillando. Tomó un pedazo de bastón que vio cerca suyo, con él descargó dos golpes violentos sobre el rostro de Augusto. Entre tanto ruido aparecieron dos marineros, uno en especial, el de facciones orientales, proporcionó certeros golpes de puño en la cabeza del muchacho. Antoine, no resistió el castañeo interminable de la cadena de golpes que, casi reventaban su cuerpo. Semi-inconsciente, y con mucha dificultad, tanteó en la ovalada órbita de su oído, la sangre tibia escurría lenta hasta su cuello. Rememoró, entonces y de forma muy vaga, instantáneas de su infancia, esos recuerdos luminosos de su niñez, esos momentos  tiernos a los que se viaja cuando se pretende renacer. 

Dentro de todo ese dolor, sintió paz, experimentó una reconfortante tranquilidad; y le pareció ver un crepúsculo amarillo naranja sobre su cabeza, allá en el límite inimaginable de sus infinitos horizontes. Sobre el pecho jadeante, sus manos volaron como pájaros ingrávidos, un poco ahogado por la sangre que brotaba de sus labios. Se fue apagando lentamente, hasta abandonarse a una conciencia oscura e inexplorada. Los marinos, sin prestar ningún tipo de auxilio, parados a su alrededor, se mofaban y se reían.

Vicente Alexander Bastías / Abril 2016


lunes, 4 de abril de 2016

Entrada 33, Camila Angélica



Entrada 33
Le tomó la mano intentando consolarla, posteriormente solicitó que le hiciera un espacio para sentarse a su a su lado. Ella brillaba parcialmente, a la luz de unos focos tapados por la niebla, más bien  se atrevía a brillar su rostro, algo sonrosado, algo agitado por los últimos acontecimientos que  le resultaba complejo clarificar. El tema daba vueltas en su cabeza sin lograr entender absolutamente nada. Abrió una vez más los parpados para mirar con más detención las características del barco. Cuando se cruzaron las miradas apenas sonrieron, más bien fue el desaliento que afloró en sus labios, más bien, en los labios de ambos. 

En algún momento, Antoine se quedó solo, le solía ocurrir, cuando se producían los silencios más prolongados de lo acostumbrado. Y su mente se iba, se iba lejos, más allá de los instantes, más allá de los momentos que trataban infructuosamente amarrarlo a la realidad. Había tanto goce en aquello, tanto gusto compartido en la intimidad de su alma, que reía secreta, disimuladamente. Él se comprendía, cada vez que alguien lo sorprendía trabajando esa sonrisa en el grueso de sus labios. A los ojos de los demás siempre sería un loco, pensaba, excepto que, en lo recóndito de su espíritu, esa locura para él no significaba otra cosa que la felicidad absoluta, plena, repleta…, limitando, contorneándose con la dicha, y ahí se introducía nuevamente en el silencio para que nadie más lo volviese a sorprender. 

Así fue, en algún momento se quedó solo, y estando con ella, sólo para pensar: A quien pertenezca este corazón ruego encarecidamente venir a buscarlo. Luego un liviano suspiro dio alivio a sus entrecortados delirios. Cuando la miró sin hablar, se creó en ellos un extenso espacio de silencios, un silencio tan profundo que los contuvo a los dos, y otros espacios invisibles asomaron enseguida porque también deseaban absorberlos, y tomar esos impulsos de espera, de inalterable impaciencia, que como vaho se desprendía de esos corazones. El sentía, sentía que el tamaño desmedido del corazón salía a su encuentro. La miró atentamente esperando que las representaciones de su imaginación armaran definitivamente su figura.

Su mano, la mano de Antoine, aún presionaba con suavidad la de la chica, enseguida, sin pensarlo siquiera, abrazó sus rodillas con sus brazos. Se balanceó un par de veces, poco después, sentado más cerca de ella por fin comentó.

-Escuché tus gritos, -realizó una pausa necesaria, pronto continuó.

-No estaba muy lejos de aquí. El alborean esa grande, generalmente todos los ruidos se pierden, en nuestras memorias obviamente, en nuestras memorias quedan enterrados esos ruidos externos, -pero, -añadió mirándola, -tus gritos se impusieron a los de la tempestad. Volvió a fijar sus ojos en las rodillas, a continuación elevó el mentón, y aprovechó el mismo movimiento para estirar la espalda, le dolía un poco, no sabía cómo aliviar ese dolor. Se percató de que ella estaba más triste, y se apresuró a animarla, enseguida interrogó disminuyendo el tono de voz.
-¿Cómo te llamas?
-Camila
-Bello nombre. Antes, sin parecer indiscreto necesito preguntar. ¿Por qué te retiene Martin Pollier?
-No los sé. Aun no comprendo sus razones, luego se acercó al joven para susurrar cerca de su oído.

-Descúbrelo por mí. Al sentir que la chica respiraba tan cerca de su cuello Antoine se estremeció y sólo sugirió, por medio de sus ojos, que le gustaba. Le agradaron esos labios dulces rozando las palabras con tanta suavidad, y se hundió, se hundió en su mirada, y en todos los vacíos que le llamaban a ella. Tembló, inestable su mirada se perdió en el todo absoluto de su hermosura.

-Bien Camila, encontraremos solución.

-¿Cómo es eso? –Interrogó interesada la muchacha, después se concentró en sus brazos cansados,  y experimentado cómo la fatiga desmantelaba su musculatura.

-Estoy cansada, -añadió con dificultad.

Antoine se quedó petrificado largos minutos, luego miró a la puerta, oyó unos pasos, alguien se acercaban a ellos.

-¡Levántate, tienes que huir! ¡Vamos, vamos!

Ella, temblorosa y con las piernas débiles logró ponerse de pie, avanzó con dificultad hasta llegar a una pequeña puerta que le indicaba Antoine con gestos desesperados.

-¡Apúrate por favor! Pronto entraran.

-¡No, no, no! No puedo, no siento las piernas. El joven la cargó en sus hombros y le ayudó a traspasar la puerta, acceso necesario a la ansiada libertad. Como era delgada, le basto caminar a gatas para desplazarse al exterior. Una vez que la joven puso sus manos en la madera de la mojada cubierta, a consecuencia de la neblina, apenas logró distinguir el punto exacto en el que se encontraba. La neblina se había hecho más densa.

-¡Vamos de prisa!, -insistió el joven. Ella vaciló unos momentos.
-Está bien, -contestó Camila con un gesto de asentimiento.
-¡Ya vienen apresúrate!

-Sí, sí, entiendo, ¿vendrás conmigo?

-No puedo, -respondió febril Antoine Alonso.
-Bueno, -manifestó desencantada, -supongo que dejaré de esperar, -acotó rápida e impaciente la chica. ¡Qué horror!, están detrás de nosotros.

-Baja, los detendré lo que más pueda, -observó Antoine con acerada determinación
-¡Imposible baja!, la cuerda no tiene nudos.

-¡Salta Camila, salta!, -exigía el joven casi mordiéndose los labios.
-Preparé un bote, tienes que bajar ahora, por favor te lo suplico, no hables más. ¡Vete, vete!
En el ineludible momento en el que la muchacha  saltaba a las aguas del mar, Augusto asomaba la nariz por la parte de atrás de la cabina.

-¡Antoine, detente!, -grito desesperado al ver que ya no podría retener a la chica. Entonces la mirada iracunda del marinero se clavó magnética en los ojos de Antoine, sin dejar de amenazar.

-¡Imbécil, pedazo de tonto! ¿Porque la liberas?

Vicente Alexander Bastías