Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

martes, 28 de junio de 2016

Entrada 52. II, Camila Angélica.


Entrada 52
 
Antes de cruzar el umbral de la segunda puerta, el coreano se acercó.  Tenía la frente sudada y sus manos comenzaban a mojarse. Un  inesperado nerviosismo se había apoderado de todo su cuerpo, y lo recorría como olas frecuentes y sucesivas. La humedad en su cuerpo comenzaba a concentrarse, después, casi imperceptiblemente, caían pequeñas gotas de una tibia agua. Se acercó al Capitán para advertir en voz baja.

-¡Capitán Marcel!..., algo extraño acontece. 

Antes de responder el Capitán acomodó la capucha que tendía abrirse por el lado derecho de su oreja. Durante todo el corto trayecto la había incomodado. Al arreglarla  se sintió más aliviado. Marcel se detuvo,  y buscó la voz del coreano. Hasta ese instante nada permitía pensar que surgirían inconvenientes. El capitán poseía un muy buen olfato  y un excelente instinto para anticiparse a las situaciones de riesgo. Espero un minuto, y decidió contra interrogar al coreano. Las expresiones de este último mostraban un rostro demasiado turbado.

-¡Qué le sucede al marinero más valiente del Alborean!, -barbotó molesto. Habla luego coreano…, que no se escuche tu voz.

-¡Son las banderas señor!... Las banderas de las torres.

-¿Qué sucede con ellas?

-Los colores verde gris pertenecieron al barco de guerra “Tigre de hierro”.
-Marcel abrió los ojos y apretó los labios, mientras nuevamente reacomodaba la capucha que caía sobre su frente y le impedía ver. El coreano ya no hablaba. Perdía la voz gradualmente. Intentaba ahuyentar sus malos augurios. Con el semblante calcado de pavor insistió.

-¡Capitán! Es la bandera del Tigre de hierro.

-¿Qué hay con eso?

-No lo va a creer  Capitán, pero el barco de la bandera verde gris se hundió en las costas de la Isla Barbuda en el siglo diecisiete. Le explico, -comentó nervioso y enfático el marinero, -lo hundió un barco francés. Después de la batalla ambos barcos tuvieron pérdida total. Naufragó junto a sus cuatrocientos tripulantes, entre los que había marineros y esclavos. Una vez concluida la contienda el Tigre de hierro desapareció, nadie volvió a verlo. La posesión de la isla Barbuda resultaba estratégica para los colones holandeses y franceses. Buscaban su valor estratégico.

-¿Estás seguro coreano?

-¡Sí, señor!, -decía el coreano más convincente. El  Capitán no contestó nada. Sólo después de un instante expresó.

-¡No lo puedo creer!

-Así es, son los marineros del barco holandés Tigre de hierro. Podemos escapar.
-¿Escapar?, -preguntó airado el Capitán.

-Nunca, marinero. Los hombres del alborean se enfrentan a todos los peligros. Sean estos reales, ficticios, o sobrenaturales. Siempre miraremos con furia a nuestros enemigos. Clavaremos nuestras espadas una y otra vez. A medida que el Capitán hablaba se  creaba, en el fondo de sus pupilas una  roja circunferencia de aguerridas convicciones.

-¡Pelearemos, lucharemos coreano!

-Pero señor si están todos muertos.

-Entonces, -afirmó el Capitán, - entonces morirán de nuevo.


Vicente Alexander Bastías

domingo, 26 de junio de 2016

Entrada 51, II. Camila Angélica.


Entrada 51
 
Antoine notó el cansancio de tío Farfán. Las nubes se asomaban por la cima de las mesetas tan cerca de ellos que parecía tocarlos. –Después del amarillo viene el dorado, -reflexionó en voz alta el muchacho si dar mucha atención al sentido de sus palabras,  –eso me indican las hojas del otoño. Ahora si recorro con la vista la copa de los árboles veo que también algunas se tiñen de café, y el sol se introduce en ellas transparentándolas de luz.

El silencio apareció y dejó muda la boca de ambos. Se miraron y siguieron explorando la inmensidad del hermoso lugar. El aire se atrevía a alzar, con extrema suavidad, los finos bellos de los brazos. Antoine cerró sus párpados, al hacerlo, dejó prisionero un efímero sueño. El viento se hacía notar y subía por las mesetas rosando, tallando tal vez, con exquisito formón, la irregularidad de las rocas. En ese propósito se quejaba con un sonido cósmico, trascendente, doloroso.

-Huele a vida, -comentó tío Farfán. El movía la cabeza en círculos y suspiraba.

-Mira todo lo que puedas, -aclaró el anciano, -estas bellezas ocultas y guardadas no las volveremos a ver. Después tío Farfán juntó las cejas, sonrió e intentó avanzar con cierta altivez.

-La causalidad de la vida nos tiene plantados en este paisaje divino.

-Aquí no vive ningún hombre, -agregó Antoine. – Quizá encontremos animales sin domesticar, pueden ser animales del antiguo mundo.

-Sí, es verdad, -confirmó pensativo tío Farfán, -aquí  tenemos los cuatro mil años de evolución.

-Es claro. Se puede ver cómo las nubes rodean totalmente las mesetas. Se confunden, se convierten en un solo elemento, -graficó entusiasta Antoine. –Además, deben estar las rocas más antiguas de la tierra. Esta isla es una fortaleza natural. Tío Farfán tomó del brazo al joven. Mientras se acercaba bajaba la voz, se acercaba a su oído para murmurar.

-Me parece Antoine que estamos perdidos. Equivocamos el desembarco. Descansaremos un poco y pronto re-emprenderemos la marcha. Antoine obedeció sin poner mayores reparos; también sentía el cansancio de la infatigable búsqueda.

Se acomodó como pudo,  apegado a la dureza de la roca. Dentro de la envolvente humedad intentó descansar.

Así permaneció, mirando de reojo el paisaje que no terminaban de confundirse con la espesa neblina. A medida que cerraba los ojos, todo a su alrededor, más y más, se convertía en un pálido espectro. Después comenzó a cabecear produciendo un cierto sonido entre el aire de su respirar y sus labios. En ese estado de somnolencia va pensó, sin sacudir mayormente las ideas, y una voz interna que surgió desde su alma repitió:
Cuántas veces he realizado la misma acción. Cuántas veces hemos ejecutado las mismas acciones. Al mirar, al oler, o al caminar. Cuántas veces he mirada a Camila sin verla. He perdido la cuenta. ¿Cuántas veces he suspirado? ¿Por ti?..., Infinitas veces. Quien a ti te idolatre Angélica, tendrá siempre un mundo de esperanzas. Porque… ¿sabes? Tu recuerdo como bruma pasa flotando por mi mente. Por eso te sigo con afecto. Y no se escucha en mi corazón otra cosa que no sea tu nombre.  Junto a ti camino feliz, y nos vamos serpenteando por los delgados anillos que rodean júpiter. Espero verte, anhelo sentirte. Qué gratos sonidos trae tu boca. Siempre te ves fantástica y bella, aunque tus colores sean simplemente los de la ausencia.

-¡Antoine!, -llamó la voz rezongona de tío Farfán.

-¡Antoine despierta! Tenemos que continuar.


Vicente Alexander Bastías. Junio / 2016

viernes, 17 de junio de 2016

Entrada 50, II, Camila Angélica.


Entrada 50.
 
-Hermano, -dijo Augusto al guardia, sin separar sus manos entrelazadas cómodamente entre los largos puños del alba. –Buscamos a esa chica…, si no la habéis visto seguiremos nuestro camino en paz. Los demás hombres, con un leve movimiento de cabeza, solidarizaron con las palabras de Augusto. El guardia dudó algunos minutos, tiempo en el que, todos los presentes se miraban unos a otros, esperando que alguna respuesta saliera de su distorsionada boca. Al fin exclamó no muy convencido.
-Veré que puedo hacer.

-Ojalá que sea pronto antes que se extinga el aceite que estimula la luz de nuestras lámparas, -afirmó, por primera y única vez, un  humilde el coreano. Después el guardia desapareció tras las elevadas y gruesas puertas de la entrada. Transcurrieron algunos minutos, los hombres esperaban impacientes, cambiaron sus semblantes cuando nuevamente lo vieron aparecer. El guardia de mayor jerarquía, de manos gigantes y  de macizo pecho miró al Capitán y le dijo.

-Nobles monjes…, los esperan, pueden pasar.

En efecto, después de la venia de los hombres, en fila y devotamente pensativos siguieron sin más al guardia. Una vez adentro del cuartel todos los hombres del Alborean experimentaron una extraña sensación en cada una de las  moléculas de sus cuerpos. Una sensación que les indicaba que sus cuerpos se lignificaban y que ingresaban a un espacio de latencia inverna. Muestra de aquella potente percepción fue la embriaguez momentánea que les recorrió a todos. Al principio el Capitán sospechó de algo extraño, pero al levantar la cabeza, para volver a respirar y recuperar la lucidez, sólo llegó a sus narices un fuerte olor a pólvora, después de ese ejercicio se despreocupó y siguió avanzando.
Ingresaron a un patio amplio y despejado. Los hombres del Alborean descubrieron que en cada esquina, y en la inalcanzable altura de las torres, se agazapaba atento un guardia bien armado. Del mismo modo, en cada una de las torres asomaba ondeando una bandera verde gris. A modo de dibujo, en su centro,  destacaba un león que afirmaba entre sus garras dos espadas cruzadas.

Un viento rápido, muy fresco, que en sucesivas y largas ráfagas levantaba con facilidad algunas hojas, y también pequeñas ramas, comenzaba a apoderarse del lugar.  El viento, tocaba también el rostro de los hombres que, en fila y preocupados avanzaban lentamente. El cielo, de manera invariable estaba curvado, y sólo venía a alterar su serenidad unas deformes nubes oscuras, en su caminar dejaban ver algunas estrellas que se esforzaban inútilmente en  mantener su disminuido brillo.

El resto de los guardias tomaban distancia.  Únicamente la expresión de sus rostros podía clarificar lo que les sucedía por dentro. Eran rostros graves, con miradas que no dejaban de ser enérgicas y beligerantes. Cada uno de sus pasos resultaban ser sigilosos y ligeros como esperando el momento más oportuno para atrapar a su presa. Cubiertos por la desconfianza dejaban avanzar a los invitados. El Capitán y sus hombres se sentían aislados, por lo demás preocupados, la sensación de abandono les hacía intuir una suerte invisible e incierta.



Vicente Alexander Bastías Junio / 2016

lunes, 13 de junio de 2016

Entrada 49, II. Camila Angélica

Entrada 49.

El Capitán vestía un delgado pantalón negro ajustado y afirmado por un grueso cinturón; en su centro, y como hebilla, destacaba una grotesca calavera blanca. Llevaba una casaca de cuero toda de ámbar que permitía un elegante contraste. Calzaba unas largas botas negras que cubrían parte de su rodilla. Un tricornio cubría su cabeza,  por detrás de su nuca sobresalía un pañuelo que registraba en su centro dos espadas delgadas. El Capitán, en esta ocasión, se presentaba sin su barba habitual, lo que permitía apreciar de mejor modo su suave piel blanca. Sus mejillas siempre estaban encendidas, como si su cuerpo, estuviese constantemente tocado por el calor. 

El Capitán había sido compañero de aventuras de Martín Pollier, además de compartir su amor por el mar, compartían los secretos de la infancia. Ambos tenían claras diferencias, no obstante aquello, no era motivo para disgustarse, o separarse, por el contrario, estaban unidos de por larga vida en el Alborean. Eso sí, le resultaba difícil comprender la obsesión de Pollier por esa muchacha. Había llegado  a pensar que su amigo Martín estaba enfermo y que todos aquellos delirios abotargaban el buen juicio, y al final eligió obedecer sin realizar mayores cuestionamientos.  Concluía, como una justificación necesaria, atribuir a la misteriosa belleza del alborean todas las fantasías a las que daba rienda suelta Martín Pollier.

Una vez que llegó la luz de la luna, el Capitán dio la orden de descender. Los hombres, en un número no mayor a doce, se cubrían hábilmente con una tela de cretona gruesa, descolorida y maloliente. Bajaban en silencio, procurando tantear cada una de las piedras antes de pisarlas. La misma luz de la luna pintó de azul los hirsutos cabellos de los marineros, y sus semblantes al recibir los reflejos de rebote adquirieron un aspecto tétrico y distorsionado.

-Caminen con extremo cuidado, -advirtió a sus hombres. –No quiero sorpresas, ni desprendimientos que acusen nuestra posición.

Comenzaron a bajar, uno a uno, acomodando, de vez en cuando, las grotescas telas que intentaban simular un alba conventual, por lo menos la tela cubría gran parte de sus cuerpos y de su rostro, e ingeniosamente con delgados cueros se había fabricado el cíngulo que partía el traje  al nivel de su cintura.  Con las manos entrecruzadas y con la capucha, tapando parte de su cara, llegaron hasta la entrada del campamento.

-¡Alto, alto! ¿Quiénes son ustedes? -Preguntó uno de los guardias con marmórea expresión, e impidiéndoles el paso. El capitán se mantuvo en estricto silencio, y al intentar dar un paso más,  el hombre loa garró del brazo y lo lanzó contra la pared.

-¡Monjes!, -señaló suspicaz el Capitán.

-¿De qué orden?, -volvió a preguntar el mismo guardia con su enorme cabeza cuadrada y con sus cejas profusamente negras y desordenadas. Habló con rudeza, más aún cuando, su boca chueca y sus labios torcidos le daban a él un feroz aspecto. Así quedó, esperando una respuesta.

-Somos de la orden mendicante del calix. Buscamos a una muchacha. ¿La habéis visto?


Vicente Alexander Bastías Junio 2016

domingo, 12 de junio de 2016

Entrada 48, II, Camila Angélica.


Abrió los brazos esperando que sus hombres lo vieran. Había llegado a lo alto de una colina después de haber caminado por una playa llana y despejada. Atrás había quedado la estrecha pero violenta corriente de agua que alimentaba un inmenso ojo de mar. Estaba en la zona más alta esperando que los marineros, al verlo, avanzaran hacia él.  Desde esa considerable altura logró divisar un horizonte que se abría de punta a punta a medida que sus ojos seguían su inicio y su final. Detrás de esa colina se distinguía, bien a lo lejos, un campamento fuertemente fortificado. Al descubrir dicho emplazamiento, más que temor. experimentó una lacerante curiosidad. Volvió a mirar a los rezagados marineros. A sus brazos abiertos, que todavía aleteaban, agregó un grito fuerte y ronco que vino a perturbar el absoluto silencio del lugar.

Entrada 48 

-¡Aquí, aquí! ¡Vengan, vengan! Mirad lo que he hallado.

Los hombres se miraron entre sí con tintes de duda…, y de pronto se abrió ante ellos la lúdica perspectiva de una gran aventura. Todos pensaron, que en ese llamado, podría producirse un cambio de fortuna.

-¿Qué verá el capitán?, -preguntó curioso Augusto.

-¡Qué sé yo!, -respondió enojado el Coreano. ¡Vamos, vamos! Tenemos que subir.
Mientras esperaba Marcel, el bravo capitán del alborean, extrajo de su bolsillo un catalejo negro dividido por tres anillos de cobre; corto y cilíndrico poseía una capacidad de resolución asombrosa. Uno de sus ojos, muy dentro del cilindro, se dedicó a observar el campamento. Se trataba de unas construcciones en piedra, más o menos consistentes. Rodeadas por una muralla de aproximadamente unos cinco metros de altura. Cerca del muro, y más bien cerca de la puerta principal, unos hombres con trajes de cueros y aplicaciones de metal realizaban una atenta vigilancia. Todos sujetaban con firmeza unos livianos pero mortíferos mosquetes. Un poco más arriba, en una de las atalayas un hombre sostenía una trompa metálica que era, ante todo, la efectiva alarma del fortín.

El primero en llegar fue el cosaco, apenas  logró el equilibró se ubicó a espaldas del Capitán.

-Dígame usted, - consultó el Capitán, -¿Habrá algún punto vulnerable en aquel campamento?

-En principio, resguardan la entrada cinco sujetos bien armados, luego la pared tiene una altura considerable…, un asalto a ese lugar se ve difícil, a no ser que, se disparen unos dardos a cada hombre de manera veloz y simultánea, o de lo contrario seguir nuestro estilo y asaltar primero con sable, y después con espada corta. Ahora bien, un error  resultaría mortal.

-Buena respuesta, -barbotó el Capitán Marcel, y enseguida añadió.

-O utilizar el recurso más antiguo que nos ofrece nuestra raza: El disfraz, el disimulo, el engaño. Un recurso que sin entelequias nos permite ingresar generando la confianza de la guardia. No puedo permitir que ninguno de mis hombres muera, por lo menos, no en esta oportunidad. Tenemos que disfrazarnos, -afirmó el Capitán atravesado por la luz de una idea que navegó en   la profundidad de sus ojos negros, después miró a cada uno de sus hombres y ordenó:

-Saquen de los baúles lo que necesitamos para disfrazarnos de monjes.

Vicente Alexander Bastías.  Junio / 2016


martes, 7 de junio de 2016

II, entrada 47. Camila Angélica


Entrada 47
 
Durante la cena Martín Pollier se mostró entusiasta.  Durante la conversación,  y a lo largo de todo su relato, iba jugando con los cambios en el tono de voz. Intentaba, de manera brillante, presentar a su  invitado las escenas, que de acuerdo a él, resultaban ser las más entretenidas. A veces se quedaba un largo  momento con su boca abierta para acrecentar el suspenso de la narración. Pollier se encantaba con cada uno de los recuerdos que poblaban  su mente, sobre todo, cuando rescataba su pasado aventurero en el Alborean. Y recuperaba con tanto interés ese tiempo de hazañas infinitas.

-¡Qué apasionados días don Heriberto, qué atrevidos en la aventura! Navegábamos por el mar gigante e inabarcable. Esas enormes extensiones de agua que incesantes elevaban sus brazos azules al cielo. Era tan ancho el mar, tan profundo, y en contraste, tan diminuto y delgado el Alborean que no había forma de comparar fuerzas tan opuestas. Al mar abierto zarpábamos, apretados los dientes, arrugada la frente, inflando nuestros pechos de acero. Creyendo, cada uno de nosotros, ser los poseedores de la fuerza y de los destinos del mundo. Capaces conquistar un mar de tormentas, de doblegar el ímpetu y ferocidad de las olas, de esas olas que surgían, y se levantaban de la nada, azuzadas por la oscuridad de la noche.
Es seguro don Heriberto que si hubiese estado ahí, amaría al océano. Y es probable que no lo amaría por ser dulce y tranquilo, por el contrario, lo amaría por lo devastador y horrible que puede llegar a ser. Sí don Heriberto, ese mar que contemplamos día a día desde nuestras playas, tiene algo de angelical y también posee algo de demoníaco. A pesar de esto alcanzamos a explorarlo completamente. Lo enfrentamos, justamente, por todos los peligros…, no obstante eso, nunca nos atrevimos a desembarcar en las Islas. Cada vez que lo intentamos había algo en el aire que siempre lo impedía.  Se escucharon tantas historias fantásticas que todo el mundo, de un momento a otro,  las tuvo por verdaderas.

A cada insinuación de recorrerlas siempre había una sonrisa torcida, un pie nervioso, o lo que era más frecuente, ritmos cardíacos acelerados.  Cuando se insistía en la invitación la boca de algunos hombres se resecaban, aumentaba la respiración, y uno que otro, se desentendía rascándose la nariz.

Y ahora don Heriberto, involuntariamente, hemos puesto a nuestros hombres en el lugar que más le temían. No es para menos, todo lo extraño y misterioso que pueda haber en el mundo, allí encuentra su residencia y su sentido. El caso es que nadie imaginó nunca poner un pie en esas Islas malditas. En lo que a mí respecta Camila, para bien o para mal, ha sido una frenética ruptura en mí caminar. Por lo menos está usted conmigo, y juntos recibiremos las novedades que se presenten. En caso que sea estrictamente necesario tendremos que ir. ¿Está de acuerdo?

-¡Por supuesto don Martín Pollier!  Estoy de acuerdo. -Respondió interesado don Heriberto.

Vicente Alexander Bastías. Junio / 2016


domingo, 5 de junio de 2016

II, Camila Angélica Entrada 46


Entrada 46
 
 La casa de San Antonio carecía de los lujos que eran tan comunes en la mansión de los Pollier, no obstante aquello, se buscaba la comodidad disfrutando, por lo menos una vez al año, de la simplicidad de los elementos que la estructuraban y que le daban forma. Todo el aspecto de la casa tenía un sello marcadamente rústico, quizá porque se ubicaba en un lugar remoto, casi inaccesible. Estaba rodeada por una serie de cerros que se alzaban al cielo. A medida que se alejaban, se  perdían en el oriente  y se mezclaban con la neblina de las sierras hasta hacerse invisible para  el ojo humano. 

Cerros repletos de plantas que felices vestían sus colores vivos, una zona compuesta de pequeños y grandes arbustos que repartían sus sabores y sus intensos olores por todo el campo abierto. En esos mismos cerros, y dando testimonio de la fuerza de la vida, reptaban, caminaban y volaban una multiplicidad de pequeños insectos que hacían de la húmeda tierra y de la dureza de las rocas su hábitat natural. 

Cuando irrumpía el invierno, tan anunciado por el cielo, todo se cubría de nieve y ese mundo, de un instante a otro, se tornaba monocromo, pero en verdad era la necesaria ruptura de la naturaleza que invitaba a vivir con más tranquilidad. Todo su blanco aspecto conminaba a detenerse, a llevar la vida con más sabiduría y paciencia, porque todo ese espectáculo natural inundaba los sentidos sin que nadie pudiese resistirse. 

En cambio, en el verano, la localidad de San Antonio descomponía rayos de luz sulfurados, dispersos, sembrados finalmente en las fértiles tierras. A nadie resultaba ajeno quedarse contemplando las tormentas de verano en el mes de febrero, en ese mes, y de modo especial, se desencadenaban las lluvias  acompañadas de potentes relámpagos que iluminaban el cielo en su totalidad. La efusiva lluvia de gotas gruesas, voluminosas, autosuficientes, que se dejaban caer tardes enteras para luego desaparecer una vez que las nubes se dispersaban, huían,  y descomprimiendo la atmósfera de la intensa carga eléctrica. Enseguida el sol aparecía para emitir su calor constante, y permitir que los colores, enraizados en las flores, permitieran nuevamente una pequeña revolución de todos los coloridos y todos los movimientos. Las constantes tormentas y el sofocante calor eran en San Antonio aliados sospechosos.

-El retorno al pasado, -certificaba inalterable Juliet, cuando tenía que reunir la madera  para alimentar una antigua cocina de leña, o considerar el tiempo suspendido cuando se quedaba al borde del al lago contemplando la fina red de filamentos de los hongos.

Anne –Laure, llegó a San Antonio invitada por los hermanos Pollier, y lo hizo estirando, con una de sus manos, una media negra mate con algo de brillo que, se caía sin presentar mayor resistencia. Cada cierto tiempo se detenía para evitar que ellas cayeran definitivamente. 

Realizó los indispensables retoques femeninos antes de ingresar al salón.
-Donde sea colocaré el pie para ajustar mi media, -pensó rápidamente mirando, simultáneamente, a todos lados e ignorando la presencia de los jóvenes.

-... ¡Oh!, -exclamó por fin, -perdón por el atraso, -aclaró toda confundida. Después sus livianos dedos cogieron el elástico de la media y preguntó.

-¿Elástico porfiado o vencido?, -antes de responderse  sonrió, posteriormente se sumergió en el ambiente de formalidad que cubría el salón y se sintió acorralada por la ensombrecida mirada de los Pollier.

-Bueno, qué importa si igual se cayó este elástico desgraciado, -concluyó molesta.

-Al parecer esas copas de más comienzan a hacer su efecto. -Veamos…, -y se pellizcó el antebrazo varias veces.

 -¿Por qué me ha llamado? 

Cuando Anne – Laure decidió ponerse seria, Juliet la tomó de los hombros y la obligó a sentarse.

-Mantenga la boca cerrada Mme. Etílica. Charlaremos sobre lo que nos interesa.

-¿Realizó lo que solicitamos?

-¡Sí!, obviamente, obedezco…, Perdón, ¿Había obedecido o hubiera obedecido?, -luego tragó saliva, sin quitar la mirada del joven Juliet, con dificultad se puso de pie, sacó un pequeño espejo de la cartera, se miró, desconociéndose a ratos, después sonrió otra vez, bajó los parpados y explicó

-Conversé con Gino. Logré convencerlo, no fue fácil, recuerden que es el contramaestre del Alborean. En estos momentos  desembarca  en la playa de las Islas.

-¿Explicó con claridad lo que pedimos?, -preguntaron al unísono los muchachos.

-Sí, manteneos serenos. Solicité a Gino confirmar la muerte de Camila.

-¡Gracias  Anne – Laure! Ahora, por favor,  baje las escaleras y regrese, procure que nadie la vea salir de la Villa.

Vicente Alexander Bastías  Junio / 2016



miércoles, 1 de junio de 2016

Entrada 45, Camila Angélica

Entrada 45
 
-¿Has visto el cielo hoy Juliet?, -pregunto sonriendo Dominique. Estaba contenta ese día. Sus mejillas rosadas transmitían con naturalidad la viva tonicidad de su liso rostro.  Las transparentes pupilas parecían suspendidas y totalmente tomadas por la diáfana claridad del día. Juliet la miró por breves minutos, permaneció observando y pensando a la vez. Al final no pudo evitar sentirse intensamente sacudido por la peculiar belleza de su hermana.
-Sí, he notado el color ceniza de algunas nubes; pero fijaos, el cielo está cubierto de un manto blanco, el cielo en su totalidad es blanco, no obstante debajo del están suspendidas esas nubes, simulan tener una forma sólida y maciza.

-¡Espera, espera Juliet! ¿Puedes ver cómo cambian, casi imperceptiblemente, a un tono más azul?

-Sí, sí, claro. Tienes razón, lo puede ver, no creo tener los ojos bizcos, -añadió aún más feliz el joven. Sin darse cuenta, y de tanto observar el cielo se percató de repente que su cuerpo casi rosaba la delgada cintura de Dominique. Seseo algo a sus oídos, algo casi inteligible, luego besó sus labios, con tanta habitualidad que esos labios parecían imantados, pronto los retiró suavemente permitiendo que su aliento refrescara brevemente la pequeña nariz de la muchacha.

-¡No, no me bese!, -lúdica y espontánea exclamó Dominique.

 –Tú sabes que está prohibido. Sabes por qué.

-Qué importa, si estamos destinados el uno para el otro, de todos modos, gracias a la habitualidad de nuestra relación podemos considerarla licita. ¿O no querida hermana?

-Para nosotros… ¿y para los demás?, -contestó Ella clavando una tierna mirada en el rostro de Juliet.

-Quienes nos han descubierto, no lo olvides, nos han validado. Para ellos serán peores los pecados del gato que el de nosotros. Y para quienes han callado, al igual que nosotros, se han puesto el anillo de la omisión, -contestó con algo de  lógica el joven, después de un momento dijo: -Nada impide que te vuelva a besar, -y tomó entre sus manos el rostro de la chica y la besó, la besó cientos de veces. Después de cada beso susurraba como un loco,

 -eres la última pincelada en el todo de una belleza sublime.

-¡Cuidado hermano! Se acerca Anne-Laure, viene subiendo las escaleras.

-Anne – Laure?, -replicó tranquilo Juliet. Nada puede decir, fui testigo de cómo intentó matar a Camila cuando estaba en su vientre, junto a su madre, Anne -Laure  saltaba para que esa niña muriera, pero Dios quiso algo distinto.

-Pero de todas formas, la pasión, en esta oportunidad, llama a la cordura. ¿Y cómo no me habías contado esa historia?

-¿Cordura hermana? ¿Cordura? Si solo pienso en ti, si cada día me envuelve el rojo de tu pasión. Qué cordura hermana si todo esto es una locura.

-¡De todas formas, de todas formas! Tienes que soltarme, debemos parecer cuerdos aún, aunque no lo seamos del todo. ¡Calla! Pronto entrará. Limpia de tus labios el rouge. 

¡Rápido, rápido hermano!


Vicente Alexander Bastías