Entrada 52
Antes de cruzar el umbral de la segunda puerta, el coreano se acercó. Tenía la frente sudada y sus manos comenzaban a mojarse. Un inesperado nerviosismo se había apoderado de todo su cuerpo, y lo recorría como olas frecuentes y sucesivas. La humedad en su cuerpo comenzaba a concentrarse, después, casi imperceptiblemente, caían pequeñas gotas de una tibia agua. Se acercó al Capitán para advertir en voz baja.
Antes de cruzar el umbral de la segunda puerta, el coreano se acercó. Tenía la frente sudada y sus manos comenzaban a mojarse. Un inesperado nerviosismo se había apoderado de todo su cuerpo, y lo recorría como olas frecuentes y sucesivas. La humedad en su cuerpo comenzaba a concentrarse, después, casi imperceptiblemente, caían pequeñas gotas de una tibia agua. Se acercó al Capitán para advertir en voz baja.
-¡Capitán Marcel!...,
algo extraño acontece.
Antes de responder el Capitán acomodó la capucha que
tendía abrirse por el lado derecho de su oreja. Durante todo el corto trayecto
la había incomodado. Al arreglarla se
sintió más aliviado. Marcel se detuvo, y
buscó la voz del coreano. Hasta ese instante nada permitía pensar que surgirían
inconvenientes. El capitán poseía un muy buen olfato y un excelente instinto para anticiparse a
las situaciones de riesgo. Espero un minuto, y decidió contra interrogar al
coreano. Las expresiones de este último mostraban un rostro demasiado turbado.
-¡Qué le sucede al
marinero más valiente del Alborean!, -barbotó molesto. Habla luego coreano…,
que no se escuche tu voz.
-¡Son las
banderas señor!... Las banderas de las torres.
-¿Qué sucede con
ellas?
-Los colores
verde gris pertenecieron al barco de guerra “Tigre de hierro”.
-Marcel abrió los
ojos y apretó los labios, mientras nuevamente reacomodaba la capucha que caía sobre su frente y le impedía ver. El coreano ya no hablaba. Perdía la voz
gradualmente. Intentaba ahuyentar sus malos augurios. Con el semblante calcado
de pavor insistió.
-¡Capitán! Es la
bandera del Tigre de hierro.
-¿Qué hay con
eso?
-No lo va a
creer Capitán, pero el barco de la
bandera verde gris se hundió en las costas de la Isla Barbuda en el siglo diecisiete.
Le explico, -comentó nervioso y enfático el marinero, -lo hundió un barco francés.
Después de la batalla ambos barcos tuvieron pérdida total. Naufragó junto a sus
cuatrocientos tripulantes, entre los que había marineros y esclavos. Una vez
concluida la contienda el Tigre de hierro desapareció, nadie volvió a verlo. La
posesión de la isla Barbuda resultaba estratégica para los colones holandeses y
franceses. Buscaban su valor estratégico.
-¿Estás seguro
coreano?
-¡Sí, señor!,
-decía el coreano más convincente. El
Capitán no contestó nada. Sólo después de un instante expresó.
-¡No lo puedo
creer!
-Así es, son los
marineros del barco holandés Tigre de hierro. Podemos escapar.
-¿Escapar?,
-preguntó airado el Capitán.
-Nunca, marinero.
Los hombres del alborean se enfrentan a todos los peligros. Sean estos reales,
ficticios, o sobrenaturales. Siempre miraremos con furia a nuestros enemigos.
Clavaremos nuestras espadas una y otra vez. A medida que el Capitán hablaba se creaba, en el fondo de sus pupilas una roja circunferencia de aguerridas
convicciones.
-¡Pelearemos,
lucharemos coreano!
-Pero señor si
están todos muertos.
-Entonces, -afirmó
el Capitán, - entonces morirán de nuevo.
Vicente Alexander
Bastías