Entrada 101
En una sola palabra, una vez que escuché lo que se dijo de tía Elena, se desprendió mi corazón, y pensé que todo mi mundo se destruía.
En una sola palabra, una vez que escuché lo que se dijo de tía Elena, se desprendió mi corazón, y pensé que todo mi mundo se destruía.
-No te
preocupes hombre. La vida desde cada rincón nos trae sorpresas, una vez
develadas todo queda tan pasible. No te preocupes pequeño Antoine. ¡Vamos,
vamos!, tienes un amor que conquistar, -después el hombre hizo un pausa y
tosió, quería expulsar algo retenido en la garganta.
-Tienes que
continuar con el obligado peregrinar de todo hombre, -concluyó más reflexivo
que antes.
-No me hable
de esas cosas Maciel, porque yo…, vivo
en el presente. Ambos hombres continuaron caminando tranquilos, en busca del
resto del grupo.
El ambiente del mar y todo su entorno
resultaba conmovedor. La versatilidad del viento le permitía tocar todos los
rincones de la bahía, y al vestirse de azul marino, su forma silenciosa e
irregular jugaba cada vez que una ola se levantaba y se iba con ella hasta
reventar completamente en la playa. Ese viento, corpulento y limpio contrastaba
con la figura esmirriada y pesimista de Antoine. En otro extremo de la playa los hombres del
alborean, formando un gran círculo, los hombres del alborean esperaban. En los
rostros de los marineros se reflejaba un tono negro rojizo como resultado de
una gran fogata que ardía en medio del grupo. Las caras de los hombres eran
difusas, y sus líneas se desarmaban cada vez que las ondulaciones del fuego
cambiaban su dirección.
Antoine y
Maciel se incorporaron al grupo de los robustos marineros. El joven se irguió
inclinando, a su vez, la cabeza para escuchar lo que se discutía. Martín
Pollier estaba de pie en el centro del
círculo, apenas podía mover las manos y los pies, debido a las fuertes amarras
que lo inmovilizaban. Con los ojos muy abiertos, oteaba, cada cierto tiempo, la
oscura boca del mar. Cuando divisó a Antoine, con dificultad, hizo un guiño con
el ojo, e intentó expulsar de su boca el pañuelo que lo mantenía sin hablar.
Martín Pollier examinaba, y esperaba que, desde las sombras del mar, llegaran
los soldados republicanos para deshacer su cautiverio. Una carcajada, fue la
única respuesta que obtuvo de los hombres, cuando descubrieron que Pollier
intentaba comunicarse con el muchacho.
-Esto es lo
que queda de Martín Pollier, otrora gobernador y señor de este pueblo olvidado,
-exclamó con energía el capitán. Pollier al escuchar estas palabras intentó,
con brusco movimiento, deshacer las
amarras, fue inútil el intento…, después quedó inmóvil.
- Lo
entregaremos a las fuerzas republicanas, ellos sancionaran sus últimos
crímenes. Nadie comentó, todos al mirarse, declinaron enjuiciar lo que habían
acordado con antelación. Al mismo tiempo, una enorme figura de barco se asomaba
silenciosa, desde las profundidades del mar. Los marineros comenzaron a
moverse, y con disparos al aire señalaban su ubicación. Poco a poco comenzaban
a verse las luces del barco, envueltas en una neblina tan tenue que gravitaba,
destacando la poderosa luz de los focos.
En breve tiempo, los soldados republicanos se
instalaron la orilla de la playa. Fuertemente armados, se acercaron en duplas,
marchando al mismo paso. Se lograba distinguir en su vestimenta, dos líneas de
género de color rojizo, cruzadas a la altura del pecho, puestas sobre una
chaqueta blanca, adornadas, además, por botones negros. Ellos parecían flotar
sobre la oscuridad. En sus afilados sables, a medida que se acercaban,
comenzaba a resplandecer el color amarillo rojo de la fogata que, a una ráfaga
de viento, de súbito revivía. Las
sombras de muchos soldados rodearon a los marineros, y una fuerte voz golpeó la
tranquilidad de la noche.
-¡Martín
Pollier!
-¡Aquí está
señor! Lo hemos retenido a la espera de que llegaran.
-¡Bien!...,
¿Con quién hablo?
-¡Maciel,
capitán del alborean!
Detrás de ellos se oía el rumor del mar. Las
palabras, al ser pronunciadas, se perdían luego en la oscuridad de la noche. Arriba
en los cerros ni un murmullo, ni una voz se dejaba oír.
-¡Capitán, nos
llevaremos al prisionero! En la gobernación general tendrá que responder por la
muerte de sus hijos. El viento a nivel de la arena se hacía más intenso y
comenzaba a helar los pies.
Nadie se extraño, cuando los soldados
republicanos, tomaron a Martín Pollier y lo condujeron al bote. En el rostro de
Pollier, había ausencia de luz, ni siquiera la luna alcanzaba a tocar ese rostro agobiado y lleno
de resignación. Antes de partir, miró a Antoine, recorrió con sus ojos la cara
de ese muchacho endeble y torpe, a medida que se alejaba pareció, con singular
intensidad, pedirle perdón.
Vicente
Alexander Bastías