Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Entrada 101 .Camila Angélica


Entrada 101 

En una sola  palabra, una vez que escuché lo que se dijo de tía Elena, se desprendió mi corazón, y pensé que  todo mi mundo se destruía.
-No te preocupes hombre. La vida desde cada rincón nos trae sorpresas, una vez develadas todo queda tan pasible. No te preocupes pequeño Antoine. ¡Vamos, vamos!, tienes un amor que conquistar, -después el hombre hizo un pausa y tosió, quería expulsar algo retenido en la garganta. 

-Tienes que continuar con el obligado peregrinar de todo hombre, -concluyó más reflexivo que antes.

-No me hable de esas cosas Maciel, porque yo…,  vivo en el presente. Ambos hombres continuaron caminando tranquilos, en busca del resto del grupo.

   El ambiente del mar y todo su entorno resultaba conmovedor. La versatilidad del viento le permitía tocar todos los rincones de la bahía, y al vestirse de azul marino, su forma silenciosa e irregular jugaba cada vez que una ola se levantaba y se iba con ella hasta reventar completamente en la playa. Ese viento, corpulento y limpio contrastaba con la figura esmirriada y pesimista de Antoine.  En otro extremo de la playa los hombres del alborean, formando un gran círculo, los hombres del alborean esperaban. En los rostros de los marineros se reflejaba un tono negro rojizo como resultado de una gran fogata que ardía en medio del grupo. Las caras de los hombres eran difusas, y sus líneas se desarmaban cada vez que las ondulaciones del fuego cambiaban su dirección.  

Antoine y Maciel se incorporaron al grupo de los robustos marineros. El joven se irguió inclinando, a su vez, la cabeza para escuchar lo que se discutía. Martín Pollier  estaba de pie en el centro del círculo, apenas podía mover las manos y los pies, debido a las fuertes amarras que lo inmovilizaban. Con los ojos muy abiertos, oteaba, cada cierto tiempo, la oscura boca del mar. Cuando divisó a Antoine, con dificultad, hizo un guiño con el ojo, e intentó expulsar de su boca el pañuelo que lo mantenía sin hablar. Martín Pollier examinaba, y esperaba que, desde las sombras del mar, llegaran los soldados republicanos para deshacer su cautiverio. Una carcajada, fue la única respuesta que obtuvo de los hombres, cuando descubrieron que Pollier intentaba comunicarse con el muchacho.

-Esto es lo que queda de Martín Pollier, otrora gobernador y señor de este pueblo olvidado, -exclamó con energía el capitán. Pollier al escuchar estas palabras intentó, con brusco movimiento,  deshacer las amarras, fue inútil el intento…, después quedó inmóvil.

- Lo entregaremos a las fuerzas republicanas, ellos sancionaran sus últimos crímenes. Nadie comentó, todos al mirarse, declinaron enjuiciar lo que habían acordado con antelación. Al mismo tiempo, una enorme figura de barco se asomaba silenciosa, desde las profundidades del mar. Los marineros comenzaron a moverse, y con disparos al aire señalaban su ubicación. Poco a poco comenzaban a verse las luces del barco, envueltas en una neblina tan tenue que gravitaba, destacando la poderosa luz de los focos.

  En breve tiempo, los soldados republicanos se instalaron la orilla de la playa. Fuertemente armados, se acercaron en duplas, marchando al mismo paso. Se lograba distinguir en su vestimenta, dos líneas de género de color rojizo, cruzadas a la altura del pecho, puestas sobre una chaqueta blanca, adornadas, además, por botones negros. Ellos parecían flotar sobre la oscuridad. En sus afilados sables, a medida que se acercaban, comenzaba a resplandecer el color amarillo rojo de la fogata que, a una ráfaga de viento,  de súbito revivía. Las sombras de muchos soldados rodearon a los marineros, y una fuerte voz golpeó la tranquilidad de la noche.

-¡Martín Pollier!

-¡Aquí está señor! Lo hemos retenido a la espera de que llegaran.

-¡Bien!..., ¿Con quién hablo?

-¡Maciel, capitán del alborean!

 Detrás de ellos se oía el rumor del mar. Las palabras, al ser pronunciadas, se perdían luego en la oscuridad de la noche. Arriba en los cerros ni un murmullo, ni una voz se dejaba oír.

-¡Capitán, nos llevaremos al prisionero! En la gobernación general tendrá que responder por la muerte de sus hijos. El viento a nivel de la arena se hacía más intenso y comenzaba a helar los pies.

  Nadie se extraño, cuando los soldados republicanos, tomaron a Martín Pollier y lo condujeron al bote. En el rostro de Pollier, había ausencia de luz, ni siquiera la luna  alcanzaba a tocar ese rostro agobiado y lleno de resignación. Antes de partir, miró a Antoine, recorrió con sus ojos la cara de ese muchacho endeble y torpe, a medida que se alejaba pareció, con singular intensidad, pedirle perdón.


Vicente Alexander Bastías

lunes, 12 de diciembre de 2016

Entrada 100, Camila Angélica.

Entrada 100.
 
Antoine continuó marcando sus pasos sobre un ripio inestable y húmedo. Adheridos a los zapatos, iban quedando pequeños granitos de esa roca amarilla y, persistentemente, pulverizada por la suma de los años. Algo de desprendió de su corazón, algo que apenas logró determinar, pero que dejaba un vacío en algún punto de su alma. Pensó que la noche se extendía triste sobre el mar, e imaginó que una lluvia de lágrimas la acompañaba. Llegó a creer, además, que los hombres de la playa lo observaban, y que en alguna medida también se hacían parte de su dolor. Caminaba tranquilo, retardando cada paso que daba, confiaba, a pesar de las incertidumbres, que sus pies aún podrían abrir caminos nuevos. Así continuó por largo rato, cercenado las ilusiones que lo habían acompañado hasta entonces. 

   ¿Qué castigo recibiría tía Elena? Se preguntó mientras los hombres en la playa parecían ahora más silenciosos. El obligado deambular por su mente, le llevaba a preguntarse una vez más, si la imprudencia de tía Elena recibiría alguna sanción. 

- ¡La soledad!, -respondió después de unos instantes. Todo parece posible, -continuó divagando, pero de improviso, un punto en sus reflexiones llegó a detener lo que tenía por certeza.

-En una palabra, ¿qué sentido puede tener un castigo que toca a todos los hombres? ¿No es la soledad una realidad diaria de todo ser humano? ¿Acaso no caminamos en la burbuja de la soledad?
Y qué hay de la soledad de Anne-Laure, de Martín Pollier, de Augusto, incluso esa extraña soledad de Camila Angélica. La soledad es una realidad verosímil, limpia, irrefutable. La soledad y el tiempo, en una palabra, es suficiente castigo para cualquier hombre. La soledad, -concluyó, - No es ningún castigo para tía Elena. 

  Después, se detuvo un momento y permaneció sumergido en el mundo de las realidades posibles, el  mundo de los silencios prolongados, en la maravilla de los pensamientos deslumbrantes. Quedose de pie, cruzando sus manos. Luego esbozó una sonrisa de conformidad, posteriormente caminó de puntillas evitando unas rocas puntiagudas. En la orilla de la playa los hombres comenzaron a caminar, se desplazaron en dirección norte, se alejaron confundiéndose con la tenue llovizna que lanzaba el mar, sumergidos en la oscuridad desaparecieron completamente. Antoine los observó hasta que le resultó imposible distinguirlos. 

   Entonces, el reflejo nítido de una estrella tocó sus pupilas, y desde la profundidad de esa clara mirada volvió a preguntar: ¿Y mi soledad? ¿Qué hay de mi propia soledad?

Vicente Alexander Bastías.

Entrada Nº 99.Camila Angélica.



Entrada 99.
 
Antoine prefirió ignorar los efectos que habían generado en el ánimo de tía Elena, y se aventuró caminado en dirección al mar. Cada cierto tramo se detenía y se disponía a revisar cada una de sus palabras. Al final pensó que había actuado en coherencia con lo que creía. Porque ¿quién pudo imaginar la capacidad instigadora de tía Elena? Los eventos sucedidos puestos en la tela de la luz mostraban de forma indubitable que tía Elena siempre operó desde las sombras. 

  A la distancia las aguas del mar seguían agitándose pausadas, constantes, por lo demás, no había indicios de tempestad,  el viento norte comenzaba a disminuir. Después, Antoine distinguió a lo largo de la playa, una gran cantidad de personas que se reunían en torno a una fogata. Con algo de dificultad logró visualizar la figura elegante del capitán Maciel, a su lado le acompañaba el desgarbado Gino, pero  al resto apenas lograba verlos. Lo cierto es que, al parecer, la tripulación en pleno se reunía en aquel lugar. El fondo en el que se desenvolvían eran las enormes olas que se elevaban por encima de ellos, dando la ingenua impresión de que, en algún momento, los envolvería a todos. 

Él seguía caminando, replegándose ocasionalmente en la levedad de sus pensamientos, intentando borrar de la memoria lo que, a esa altura, consideraba una de las peores desgracias. Frente a sus ojos se disipaba la fe, la honorabilidad  y, sobre todo, la generosidad. Todo aquello se diluía, se desarmaba, según tenía entendido, de manera irreversible. Comprendía, además, que recuperaba algo de esa memoria que había perdido. Ahora se enfrentaba con sus propios pensamientos, no obstante, aún le resultaba difícil saber qué había sido antes, y reconstruía la conciencia de su propia identidad, en cada estímulo, en cada escena, en cada uno de los paisajes que ingresaban a su mente. Las velas del pensamiento se desplegaban con absoluta libertad, y, cuando intentaba retroceder en ese lento proceso, se lanzaba con más ahínco y firmeza a la plena posesión de sus experiencias. Lentamente comprendía que el regresaba del oscuro viaje realizado a las profundidades de su alma, y ahora, renovado vislumbraba con mayor claridad lo que acontecía a su alrededor. Le asistía la idea que el alborean había navegado en las tormentosas olas de su propio espíritu, y que ahora conseguía navegar en un mundo que intentaba redescubrir.

Vicente Alexander Bastías

viernes, 9 de diciembre de 2016

Camila Angélica, entrada 98



Entrada 98
 
Permaneció  la mañana entera pintando el cielo a su gusto. Volvió a mirar los colores que iba desplegando en la finísima textura del cielo.  Recorrió maquinalmente la estrecha angostura de los pensamientos, y sopesó, sin preguntar, que la mente es capaz de las ideas más sorprendentes. Caía la tarde, y la luz también  se parapetaba en sus transparentes pliegues. Se puso de pie, y se encaminó musitando una canción, bajo la influencia de esa melodía inútil caminó un par de metros, hasta visualizar, desde lo alto de un montículo, la acogedora casa de tía Elena. De pronto oyó un estridente golpeteo de alas, muchas golondrinas alzaban el vuelo y se despedían. Una rama se resquebrajó y el árbol se estremeció antes de que esta cayera al suelo. Se escuchó el ruido característico del pueblo, muchas voces se extinguían a medida que se retiraba la tarde. Más aún, todas las voces parecían disminuir, todo se apagaba e iniciaba su reinado el silencio.

   Antoine se asomó por el antejardín, acompañado por una luna gris-celeste que reprimía, en alguna medida, la intensidad de sus colores. Sigiloso, buscando alguna luz en el interior ingresó sin hacer ruido.
Al caminar unos pasos, los ojos del muchacho brillaron, sin poder huir de la luz que provenía de la cocina. Reflejabase, en su rostro, una expresión apacible, caminaba cauteloso, observando todos los detalles de la casa. De vez en cuando su vista se detenía en algunas sombras que se formaban de la nada. Afuera un perro ladró, después de que un piño de cabras intentara romper las carcomidas cercas de madera que las contenían.


Al ingresar a la cocina vio a tía Elena tranquila, sentada y apoyando los codos en una mesa redonda. Se le veía serena, tan quieta que podría confundirse con una estatua. El joven se aproximó, y con suavidad golpeteó su espalda. Una ráfaga de viento se filtró por la hendidura de una ventana. Ambos, al respirar, tomaron una bocanada de ese aire limpio y fresco.

-No sé si estoy contigo tía Elena, -le dijo el muchacho. Ella no contestó.
-No sé si eres inocente, pero tengo que presumir que lo eres. ¿Ves ahora las cosas de modo distinto? Cuando tenemos momentos de lucidez, es más sencillo excusarse frente a los demás. Tía Elena, no se puede parchar el corazón, menos se puede parchar la conciencia. La única manera de aquietar los desasosiegos del alma, es reconocer con humildad nuestros errores. Y tú tía Elena, en todo momento negabas todo, lo negabas con el silencio, lo negabas culpando a los demás. Querida tía, en cuanto la vida haya amainado, el corazón se aquietará, y nuestros amores y odios, se apagaran con un breve suspiro.

 -¡No digas nada más muchacho! Por el momento me siento a fatigada.
El triste destino de tío Farfán me tiene acongojada, jamás imaginé que, los impredecibles peligros de las islas, tomaran su frágil vida. Fue incapaz de seguir el ritmo del resto de la tripulación. Por lo demás me impresiona la facilidad con la que aceptó acompañarte. 

-Tengo que dejarte tía Elena. Pensé que habías recapacitado. Ignoraba la dureza de tu corazón, ignoraba la suma de todas tus acciones. 

-¡Por favor Antoine! No me abandones. Eres lo único que tengo. No permitas que, mi corazón destrozado, te busque siempre.

-¡Tengo que hacerlo! En este punto de la vida puedo sostener que no te reconozco.

-Puedes irte si lo deseas, -exclamó tía Elena en voz baja. Antoine se alejó, se puso en marcha tan silencioso como había llegado. Atrás dejaba una atmosfera en la que comenzaba a imperar la desolación.  Tía Elena permaneció un momento más en la cocina, estaba inmóvil con la mente en blanco.

Vicente Alexander Bastías.




martes, 8 de noviembre de 2016

Camila Angélica, entrada 96


Entrada 96.

-¡Ay Dios mío!, se acerca  “El aventurero intrépido” -agarrado, en lo alto de un mástil, con un gran vozarrón  gritó Augusto.

-Se acercan capitán tres fragatas y una corbeta. Se puede ver,  a la distancia,  que están fuertemente artilladas...

-Si es “El aventurero intrépido”, debemos tener cuidado. Es un navío de guerra de gran porte y belleza. – Martín  Pollier, valiéndose  de un refinado catalejo, logró confirmar los detalles del barco. El enorme barco era llevado de un lugar a otro por la turbulencia de las olas. Todos quienes estaban en cubierta, miraron expectantes el avance irrefrenable del inmenso barco, al avanzar rasgaba suave,  la liquida superficie del mar.

-Si es “El aventurero intrépido”,  han de saber que posee una capacidad de fuego superior al nuestro. – comentó Maciel.

-Miren ustedes, hasta el velamen se ve firme y fuerte
-Así es capitán, es un barco de sólido armazón, -acotó tranquilo Pollier. Mientras los imponentes navíos franceses se acercaban, todos en el alborean tomaban sus puestos.

-Si el alborean tuviese ciento dieciocho cañones, no tendríamos que preocuparnos de nada.

-Tendré tiempo para erizar al alborean de decenas de cañones. Tenemos, por ahora, una sola plataforma artillera. –Agregó Martín siempre evaluando los posibles daños que podría recibir el magnífico alborean.
-El calibre francés de treinta y seis libras nos permite estar tranquilos. ¡Confirme marinero si están dispuestos en la cubierta y en el alcázar! –las palabras de Maciel, fue lo último que se escuchó.

Luego, nuevamente se rompió el silencio.

-Capitán, se divisa la bandera de la école navale, -observó el coreano, mientras limpiaba con una enorme cuchilla, una gruesa uña de color verde turquesa.

-¿Qué hacen las fragatas de la armada en este lugar? –preguntó Martín Pollier.

-Si no es algo oficial, es muy difícil que se aventuren por estas aguas.

-No es de extrañarse señor, quien tiene el dominio de las rutas marítimas controla el mundo.

   A consecuencia de la postura del sol, el alborean comenzó a proyectar una tenue sombra sobre las agitadas aguas del mar. En ese mar, que por momentos se transformaba en tormentoso, dos lanchas de avanzada comenzaron a despejarse de “La Santísima Trinidad” Se dirigieron directamente al alborean, aceleraron la marcha cuando las velas fueron impulsadas por un fuerte viento.

¡Vamos marineros!..., a conquistar el océano, vamos por las limpias aguas del mar… ¡adelante, sin vacilar!  -gritaba uno de los  tenientes de la armada que venía a cargo del grupo. Apenas se allegaron al alborean, subió un hombre de contextura gruesa, rostro colorado, de apariencia aristocrática, en consecuencia, de refinados modales. Llevaba unos  botines cubierto de piel, abrochados mediante pequeños botones. Vestía un pantalón bombacho hasta la media pierna, y una chaqueta corta azul marino, con tres botones dorados. Alrededor del cuello un paño del mismo color, ribeteado con varias filas de cordones.

-Después subió a bordo el teniente, que estaba a cargo de la lancha. Martín Pollier y los demás se miraron desconcertados.

-¿Qué  le trae por acá señor? –pregunto con fingida amabilidad  Pollier.

-Estábamos en Marruecos, en nuestro protectorado. –Respondió el joven teniente,

-Pero el motivo de este sorpresivo arribo tiene un carácter distinto. –señaló luego de pasear la mirada por el alborean.

-A  penas nos enteramos de los sucesos que se desarrollaban por estos lares, hemos venido con prisa, -ratificó estentóreamente. Entonces, Martín Pollier dio dos pasos y se acercó a los visitantes.

-Ustedes dirán en qué somos útiles.

-Escuchamos relatos sorprendentes. Nos han preocupado de sobremanera, -intervino el hombre de rostro grueso y de piel rojiza.

-Usted sabe que los rumores corren rápidos e invisibles, sobretodo, en la tranquilidad de  nuestras tertulias, en las que el rumor se agiganta cada dos segundos.  Supongo que usted es el famoso Martín Pollier…, dueño de todas estas tierras.

-¡Así es señor!…, perdone,  no me ha dicho su nombre.

-Soy Anicet  de Braumell, General del Mar.

-Mucho gusto, es un agrado tenerlo a bordo de mi barco.

-Comprenderá señor que el alejarnos de nuestra misión en Marruecos, tal como lo afirmó el teniente, es por un motivo muy poderoso.

-Explicite sus motivos, y junto a mis hombres le ayudaremos.

-No será necesario señor Pollier, el motivo es oficial, y por lo demás, muy sencillo, tenemos llevarlo a juicio por todos los crímenes que ha cometido. –Respondió pausadamente el  General.  Pues bien, -agregó sin más preámbulos - ha llegado el momento de partir.

        Marín Pollier retrocedió tres pasos sobre la misma cubierta, rozó con la mano, el áspero y oxidado fierro de la baranda, después se afirmó intentando poner término  a esos pasos acelerados.

    Unos poderosos chorros de agua surgieron muy cerca, varias ballenas navegando invisibles se acercaban al lugar, Pollier se distrajo unos segundos, mientras los hombres lo observaban esperando alguna orden.

.- ¡Vamos señor, no se resista!  El General del Mar manifestaba esto cuando en dirección a la  proa el barco topó con un elemento grueso y resistente, se escuchó un estruendoso ruido, y los marineros tambalearon sobre cubierta. Algunos no alcanzaron a afirmarse y rodaron por el suelo, otros cayeron y se hundieron entre tablas sueltas, que al moverse formaron un orificio. Se había generado una atmósfera extraña. Por un lado, el General que mandataba a Pollier, y por el otro, los enormes cetáceos que también parecían pedir cuentas al millonario de los mares. De todos modos, los únicos que no estaban preocupados por la arremetida de las ballenas eran justamente los hombres de “El aventurero intrépido”. El alborean había resistido de manera fantástica.

    Posteriormente la quilla del barco pareció rozar una roca, después de eso el alborean se estabilizó y comenzó a flotar con normalidad  sobre las olas. Martín Pollier pasó la mano sobre la frente, secó el sudor que corría suave por la amplia frente, secó algunas gotas de sudor. Él estaba tranquilo,  a pesar de que, había algo en el  todo que no le calzaba…, no sabía qué.  Se aproximó al General del Mar, estaba suspendido entre la realidad y los recuerdos que traía a su memoria con agrado.

   Rememoró a Juliet, y esa fascinante dedicación para construir barcos en miniatura. Siempre le habían gustado, consiguió trepar por otros lugares y otros recuerdos, y después de rebobinar todo constató, con más conciencia, la real dimensión de su fatalidad, más a pesar de esto, aquellos recuerdos le llenaron de felicidad. De pronto escuchó que alguien le hablaba.

-A ese respecto señor Pollier, le puedo aseverar que la justicia francesa es la mejor del mundo, eso se puede certificar, no así  sus resultados. El General atronó los oídos de los presentes con un vozarrón de mando. El teniente, y otro marinero, con mano firme, tomaron a Martín por los brazos. Lo hicieron descender a la lancha, no bien se habían sentado en las tablas, se acomodaron,  hasta que, en un segundo, la lancha emprendió la búsqueda de “El Aventurero intrépido”. A medida que se alejaban, la figura de Pollier se hacía cada vez más pequeña. El, como siempre iba con sus hombros muy rectos, se veía sólido, digno, y  en ningún momento, volteó el rostro para despedirse de sus hombres.

  Todos los marineros del alborean se quedaron como guardias en la cubierta, al rato se miraron, sin hablar, sumergidos en el más intenso de los silencios.
Hasta que el coreano decidió meter la lengua en el vacío.

-¡Eh, muchachos! Qué ha pasado. Es evidente que algo extraño nos sucedió.

-¡Naturalmente coreano!, -replicó enfático Augusto, luego adicionó.

-“El aventurero intrépido”,  famoso barco de la armada francesa, dejó de existir hace más de cien años.

-¿Y cómo nadie dijo nada? –preguntó alterado Antoine.

-Intenté advertir, pero no logré articular palabras, -barbotó Camila, algo  embotó  mis sentidos.

-¿Y qué pasó con Martín? ¿Acaso no se percató? –insistió Camila.

-¡Probablemente no! Pollier es muy buen comerciante, pero muy mal historiador.

-¿Qué sucederá con él? –preguntó uno de los más fieles marineros.

-No lo sabemos, nadie lo puede saber. –Respondió el capitán Maciel.

-Estas islas siempre nos sorprenden, es una zona en la que se entrecruzan las dimensiones.-Acotó Antoine, sin mayor convencimiento.


-¿El aventurero intrépido, no fue el barco que hundió al León de Hierro? Desde un rincón preguntó una voz masculina. 

Vicente Alexander Bastías

sábado, 5 de noviembre de 2016

Entrada 94, Camila Angélica.


Entrada 94.

Martín Pollier, por su parte, veía a los jóvenes a través de un vidrio salpicado de pequeñas gotas de agua. Las gotas escurrían livianas hasta el borde inferior de la ventana. Pollier observó varios segundos el  espectáculo alucinante.  El detalle de sus facciones se reflejaba tenues en el vidrio pulido, cada una de esas líneas, lograban determinar la robustez de su rostro, y el acento rojizo de sus mejillas. No era un rostro que le desagradara, muy por el contrario, asumía una especie de carisma profético, cada vez que, se experimentaba imprescindible para los destinos del pueblo.  Había dominado como amo y  señor, logrando, a través de solapadas artimañas, gobernar con la opresión, y con la descalificación entre unos y otros. Si tía Elena poseía, a esta altura, unos ojos vacíos, carentes de principios y valores, los ojos de Martín Pollier  parecían turbios y ennegrecidos por la maldad. Sin saber cómo, sus labios, se había transformado en  una plástica sonrisa, en la que solo se reflejaba la ironía y el sarcasmo. A pesar de lo macizo de su cuerpo, el atributo de un cuerpo inanimado se acentuaba, cuando se detenía a observar esos ojos vacíos de profundidad incierta. ¿Pero, era razonable el perdón a las mujeres?  El tono bondadoso y pausado, que había tomado en esos acontecimientos, le llamaba poderosamente la atención. Seguramente se convertirán en acciones inútiles, pues, de acuerdo a su criterio, se debía gobernar sin atisbos de sentimientos. Continuó observando, a través del vidrio, a los muchachos. Apoyados en la baranda, continuaban conversando amenamente. Reconocía que la muchacha era muy bella, y de pronto le pareció, que todo el encanto que irradiaba la chica, permitía el contraste perfecto entre el extenso mar, y el jardín de flores que se desprendía de sus cabellos. Pollier dirigió la última mirada y se decidió a salir.
      Camila, desde distintos ángulos  había hecho gala de su sano candor, y de sus inocentes miradas. Antoine, embelesado no cesaba de sorprenderse de ella, con ella, para ella.
 -¿Por qué me lo preguntas Camila? Sabes que te amo.

-Lo preguntaba porque…, todo esto parece un sueño.
-¿Interrumpo? Manifestó, en ceremonioso ademán,  Martín Pollier.

Ella se volvió a él, sin soltar la mano de Antoine.  La mirada clara de Camila, fue descubriendo gradualmente el rostro de un alegre Pollier. Él intentó tomarla del brazo, acto que ella rechazó de inmediato.

-¡Disculpa, disculpa!  No quise importunarte

-¡No haga usted eso, don Martín Pollier! Tres semanas atrás deseaba usted mi muerte, y ahora pretende abrazarme. ¿Quién lo entiende a usted?

-Perdone Camila, es que, todo se aclara. Parece que hubiese sido ayer cuando, Anne-Laure desencadenó toda esta locura. 

- Por lo que veo Martín usted no ha cambiado nada. Es el mismo de siempre, con los mismos gestos de arrogancia y vanidad que le hemos conocido en el pueblo.
-Aunque usted no lo crea, he cambiado. Cambios imperceptibles, pero profundos. Tengo la absoluta necesidad de confirmar mi paternidad.

-¿Para qué Pollier, para qué? Si en el minuto menos esperado pulverizas sus sueños y todos tus propósitos. 
     Acerca de la pregunta que usted me hace,  no puedo confirmar ni descartar nada, por lo demás, era muy pequeña. Martín Pollier,  escuchaba atento y sin sobresaltos a la chica. Necesitaba pedirle, con mayor claridad, la  información que permitieran dilucidar sus dudas.

-Lo que recuerdo, por si le interesa, es un gorro de marinero que colgaba en una de las paredes de  mi casa, me pareció haber visto, en más de alguna ocasión, el escudo de los Pollier.  ¿Extraño, no? Tiene que revisar esa vida aserendeada que ha tenido, para comenzara a hacerse cargo de sus actos.

-¿Cómo? –preguntó Martín histérico y asombrado.

-¿Usted sostiene que he tenido una vida desordenada?
-No sé don Martín Pollier, nadie que tenga una vida organizada, le pierde el rastro a sus hijos.

  Martín, incomodo, enderezó ambos hombros, y pareció perderse en el intenso azul del mar. Las facciones mefistofélicas que le caracterizaban, poco a poco, fueron desapareciendo, después inclinó la cabeza un instante, pasó una de las manos por el pómulo, después en actitud militar replicó con fuerza.


-¡No se hable más! Por el modo en que razonas, no cabe duda alguna,  ¡eres una Pollier! 

Camila Angélica. Entrada 93


  
Entrada 93.

Antoine,  vestía una camisa blanca, el albo resplandeciente de la tela, capturaba el intenso brillo del sol. Los cabellos, en su cabeza, se movían levemente, a medida que los tocaba la invisible brisa del mar. Él solía ajustar sus negros pantalones con un grueso cinturón de cuero, de color negro, y que cerraba con una notoria hebilla de dos espadas cruzadas. Enrollado, alrededor de su cuello, llevaba un pañuelo del mismo color, y sobre su cabeza un sombrero tricornio con la figura pirata del alborean. En su rostro se denotaba una clara tonalidad, casi pulimentada de gris, le confería cierto aspecto de acero. Estaba tranquilo, observando el inalcanzable horizonte del mar.

    Probablemente, ese aspecto severo, lo había generado el impresionante relato que, minutos antes, escuchara de Martín Pollier. Al principio sintió un profundo pesar, luego estalló en un grito incontrolable. Los ojos buenos de tía Elena, se desarmaban ante su propia conciencia, y eso todavía no lograba asimilarlo. No bien se separaba del convincente relato de Pollier, él se  alejaba mentalmente, y se perdía en la vastedad de sus pensamientos.

    Los recuerdos de tía Elena no eran vagos, sino claros y recientes. Viraba su memoria por vericuetos olvidados, impenetrables. Recordó con alegría, un día de lluvia en el que se encontró con ella. Bastó, siendo muy pequeño, que tocara el vestido de tía Elena para que ella, lo mirara dos veces, para luego tomarle la mano y llevarlo a vivir a su  casa. Al final, terminó acomodándose en ese hogar de ancianos, que destacaban por su enorme corazón. Eso es por lo menos, lo que todos pensaban. 

¡Ah!..., pero ella se mostraba tan distinta ahora. No sabía qué pensar. Y no se cansaba de preguntar.

-Tía Elena. ¿Mamá de Anne-Laure? Insólito, -se respondía, aún crédulo. Pero, lo que más le llamó la atención, fue lo acontecido con esa niña que no alcanzó a ver la luz del día. Un pequeño  bergantín que navegó unos días en el líquido amniótico, sin embargo, no alcanzó a navegar en las impredecibles olas de la vida. Antoine, después de unos momentos,  siguió escudriñando la clara línea del horizonte.

     El viento silbaba entre sus orejas, todo parecía tan bello, el mar se veía más cristalino, era como si la verdad provocara el surgimiento de un mundo más puro y sincero. Una repentina brisa hizo su aparición en su rostro, se experimentó reconfortado, abrió sus ojos, anhelando confundirse en la frescura del mar. En ese trancen permaneció tranquilo, sobre todo cuando, sintió que la figura de Camila se acercaba a su lado. Camila vestía, como siempre, un vestido blanco, de una tela tan delgada que, al caminar, sus orillas se  levantaban en una ondulación rítmica  y seductora, y esas orillas  se iban mezclando con el suave contorneo de sus piernas. Antoine la miró contento, se sentía atraído, y permitió que se fuera acercando. En un primer momento sintió su mano, y no supo cómo, avanzando hacia ella, la buscó en sus labios.

-No olvidaré Camila, no olvidaré, tu cara tan hermosa. Se besaron largos minutos, siempre tomados de la mano, luego comenzaron a caminar y se perdieron en dirección de babor.

-¿Qué comentaban de tía Elena? Preguntó la chica con curiosidad.

-No comentaban nada, solo que, revelaron la esencia de su corazón.



Vicente Alexander Bastías

domingo, 30 de octubre de 2016

ENTRADA 92, Camila Angélica


Entrada 92.
 
- ¡Ay de ti Elena!, - repetía porfiadamente Martín Pollier. Sentado en la base de una roca, miraba inquieto, pasando su mano por el cabello desgreñado.

-Por cuanto has reconocido, entiendo que son sucesos que transcurrieron hace mucho tiempo.

Una vez que Terminó estas palabras, se levantó de la roca, mientras se paraba iba recogiendo lentamente la manga de su camisa. No había actos involuntarios en sus movimientos, todo lo que ejecutaba obedecía a un cálculo premeditado. Se detuvo frente a Elena, a la que continuamente miraba con recelos.  Murmuró algo a Augusto, al que señaló un punto indeterminado en el horizonte. El marinero, después de acercar su oído a la boca de Martín, partió a pasos largos. 

  Anne-Laure, estaba, por el contrario, muy afligida. Fue en ese minuto cuando estimó que era necesario replicar, porque de lo contrario, todos pensarían que ella había permitido el velo de su desgracia. Movida a compunción, reflexionó breves segundos sus palabras, y al final, comentó con el sonsonete de la tristeza, pero una ráfaga de viento recortó sus palabras, y el ulular del viento las hizo inaudible. Entonces exclamó en voz alta.

- ¡Fue hace mucho tiempo! Su voz, cada vez más poderosa, se impuso al persistente sonido del viento, aunque parte de su cuerpo se manifestaba tembloroso. Entonces, dirigiéndose a Elena con voz áspera la interpeló.

- ¡Reconoce tu crimen madre! ¿Por qué me obligaste a realizar ese acto? ¡Mírate a ti misma! ¿Cuánto daño has realizado?

- ¡Basta de recriminaciones, son un par de diablas! Llenas de excentricidades y secretos. Exhiben sus debilidades, y las convierten en virtudes. ¡Quién puede comprender aquello! -Aclaró un ofuscado Pollier.  Ahora las obligaré a decir la verdad. ¡Qué pasó con la otra muchacha, en razón de qué, afirmaban que era mi hija!  Escuchen claramente, no quiero distorsiones, o de lo contrario, el dolor le hará rechinar los dientes. Un día me atreví a amarte Anne-Laure, sin embargo, nunca imaginé tanta maledicencia. ¡Qué sucedió con Camila Angélica!, y se abalanzó sobre la mujer con las pupilas extraviadas en un espeso color bermejo. Anne-Laure no se amilanó, más bien, se puso de pie, y le respondió.

-Cómo crees tú que iba a presentarte a mi hija, si la ecuación que haces de la vida es insustancial. ¿A quién quieres tú Martín Pollier? Lo único que amas de verdad son tus barcos. Si en realidad deseas saber, te aliento a investigarlo. Pollier, se limitaba a navegar en el amplio espacio de las dudas, y sin tener respuestas decidió retirarse junto a sus hombres.

-Con las mujeres, -sostuvo displicente, -siempre somos perdedores, en el plano argumentativo, siempre encuentran una respuesta para todo. A pesar de la rabia acumulada, Martín miró por última vez a las dos mujeres, esa mirada fue fría y despectiva. Ellas todavía continuaban de rodillas sobre las rocas, él entonces se dio vueltas, y se encaminó en dirección al mar. 

  Las costas apenas se visualizaban, el mar parecía tener un color verde petróleo. La brillante noche lo acompañaba en su caminar, y, entregó una mirada despectiva, sobre todo, en su profunda resignación. Se escuchaba todavía la vigorosa consistencia de las olas, Los hombres se acercaron más a Pollier, y caminaron despreocupados, pretendiendo olvidar todo lo que habían escuchado. A medida que avanzaban, otros ruidos aparecían, otros ruidos que no provenían del mar.

-Nótese, -comentó Pollier, mirando seriamente a sus marineros. – y adviértase, Anne-Laure, respondió a la pregunta que le formulé, la respondió con otra pregunta, se infiere de eso que la respuesta que pensaba dar era positiva. Camila Angélica es mi hija. -Y Continuó con una sonrisa de conformidad.

-Ahora que Isabelle y el maestro de los sofismas navegan en la barcaza de Caronte, puedo pensar, de un modo distinto, en aquella infortunada chiquilla; pues bien, corresponde a mis hijos Juliet y Dominique, también hijos del “incestus”, reunirse con Calígula y sus hermanas, por el contrario, a mí me corresponde continuar con el “do ut des” de los romanos, o expresado en términos claros: Doy para recibir.

-Usted nunca va a cambiar Señor, -respondió sonriendo Maciel. ¿Dígame, usted siempre fue tan malo?

-No siempre…, creo que ahora, debido al arte del cinismo que han desarrollado esas mujeres el corazón se me ha ablandado un poco.
- ¿Y qué sucederá con ellas?

-Hay que dejarlas, tienen suficiente castigo.
- ¿Pero si ni siquiera las tocamos?

-La línea transportadora de la existencia les recordará, en cada uno de sus tramos, todo el daño que han hecho, y eso es, a mi entender, morir en alguna medida,

-Siempre existe un amanecer, replicó sereno el capitán, siempre que lo anhelemos…, a propósito, ¿qué instrucciones dio al marinero?

-Lo envíe al alborean, allí espera Camila Angélica, debía comunicar que nos espera.

lunes, 24 de octubre de 2016

Entrada 91. Camila Angélica.

Entrada 91

Elena dejó caer su pesado cuerpo, y dobló las rodillas para ubicarla en la pedregosa superficie de la tierra. Permaneció cabizbaja un par de minutos. Mantuvo la cabeza inclinada, no pronunciaba palabras, tenía un respirar acelerado, su frágil corazón pretendía estallar. Quiso depositar su cabeza en uno de sus hombros, pero el intenso dolor se lo impidió.  Se tomaba la cabeza, y simplemente se dedicaba a llorar.

-Estas penas, -sostuvo, -están llenas de olvido.  Y su mente se fue, como un espiral, buscando el pasado que creía enterrado. Enseguida, recordó como algo lejano y confuso aquellas palabras que había aprendido en algún libro de ese esbozo de poeta nunca pintado, de apellido Pastillas o Bastillas, no recordaba bien, cuando en uno de sus peores libros dijo:

       “Te busqué pasado y solo vi un hombre anciano remendando tu tela. Y al final nadie vivió, sólo nos sumergimos en ilusiones que creíamos reales. El tiempo nos sorprendió entre cuatro paredes, siempre moviéndonos en el mismo lugar. Te busqué pasado y sólo vi a un anciano recogiendo una pesada tela. La tela de la vida, las telas de las esperanzas, las telas de los sueños y de los dolores. El pasado no se fuga, el pasado queda como una astilla en la yema de los dedos. El pasado no se va, ni sucede, ni transcurre, el pasado siempre está reconstruyéndose en nosotros. Te busqué pasado y solo encontré mi dolor adormecido”

- ¡Qué tipo más desgraciado al pensar así!, -replicaba sin conformidad tía Elena, sin embargo, esas palabras se hacían realidad en su propia vida, porque, aunque hubiese querido viajar a ese pasado, ese pasado regresaba a ella. La particularidad estaba en que, ella no regresaba al pasado, la anciana Elena lo vivía cada instante en todos y encada uno de los momentos de su vida, pues, no era de extrañar, que cada cierto tiempo volviese a su mente aquella antigua casa de adobe, de un color verde claro, de rectangulares pinceladas de un blanco desteñido.

Recordó que, por la tarde, había llegado Juliet, y se dedicaron a conversar de negocios. Ella se desplazaba ejecutando sus tareas, había que reconocer que era extremadamente cuidadosa con el aseo. Cada vez que alguien ingresaba a la casa, le exigía ponerse en los pies unos trapos para que al caminar no ensuciara el brillante piso. Juliet, en aquella oportunidad, la escuchaba, y compartía con ella esos deseos impetuosos de crecer y convertirse en una mujer de negocios.

- ¡Juliet, están golpeando la puerta! Ve, y cerciórate..., mejor pregúntale qué quiere.

-No es necesario tía Elena. Llega Anne- Laure, acaba de asomar su cabeza por la ventana. 

  La joven Anne-Laure, apareció en el hall de la entrada, se veía preocupada, los colores llamativos que la caracterizaban había desaparecido. Volvió a aparecer por otro de los pilares que sostenían el espacio, sonrió con esfuerzo, luego saludo tímidamente. Tía Elena comenzó a enrollar el paño de la limpieza, alcanzó a limpia la cubierta de la mesa, luego se dio vuelta y dijo:

- ¡Por qué regresas tan temprano? ¿Acaso no estaba la institutriz? -preguntó con apremio Elena.

- ¡Mamá!, no exageres, la fui a buscar, pero es imposible que venga hoy.

- ¡Desde luego, supongo que después, habrás ido a visitar a Luis! Te advertí, no deseo que lo veas.

- ¡Mamá, calla un momento!, tengo algo más importante que comunicarte.

-Recuerda chiquilla, sólo tienes trece años, y si algo te sucediera…, no sé, no me puedo imaginar qué sucedería. Tía Elena, alargó su mirada desmesuradamente, hasta el fijarlo en las pupilas de su hija, pretendiendo indagar el secreto de la chica. Buscó a Juliet para preguntar algo, cuando repentinamente Anne-Laure soltó la noticia.

- ¡Mamá, estoy embarazada! Tía Elena escuchó sin dar mayor atención a su hija, después de un rato dejó los útiles de aseo, se sentó en una frágil silla, y con el brazo tomando el respaldo se quedó con los ojos perdidos en la lejanía, cuyo horizonte era el vacío y la nada.

   Miró todo a su alrededor, descubrió que todo se iba pintando de color cenizas. Un prolongado silencio se interpuso entre ellas, Juliet, por su parte, sólo observaba, convirtiéndose en testigo involuntario de aquella escena. Le interesaba permanecer allí, pues Elena, desde hace algún tiempo atrás, se había enterado de su relación con su hermana Dominique. Lo había avalado, y se lo agradecía constantemente. 

 La mujer permaneció sentada, jugaba con el dedo índice sobre la mesa, lo hacía girar sin sentido. Se entretuvo también con sus cabellos, y comenzó a desenredar las trenzas que colgaban sobre sus hombros. De pronto se puso a gritar como una loca, gritaba desenfrenadamente. No soportó más, se puso de pie, y airada se acercó a Anne-Laure. La tomó del pelo, la sacudió varias veces, simultáneamente le iba propinando golpes con la palma de la mano, descargando, de esta forma, toda su furia sobre la muchacha. No bien había descargado esa seguidilla de golpes sobre Anne-Laure, prosiguió con golpes de pies. Cuando soltó la chica, comenzó a dar vueltas por la casa como una endemoniada.

- ¡Ven, Ven!, -decía como una loca, -tenemos que hacer algo. No puedes tener a esa criatura. Quiero otra cosa para ti. No, no es el momento de un bebe. ¡Salta, salta por favor! Tienes que eliminarlo. Mejor ven, toma algo, bebe algo que le ayude a eliminarlo. ¡Juliet acércate, acércate, ayúdame por favor! Trae las hierbas, no mejor trae un fierro, vamos a interrumpir el embarazo.

La pequeña Anne-Laure no decía nada. Su rostro tenía una marcada tonalidad amarillenta, se fragmentaba su rostro terso y limpio, se desdibujaban, además, sus finas líneas. Juliet y Elena unieron sus fuerzas para someter a la joven, después de una breve resistencia lograron recostarla en el suelo. La chica continuaba resistiéndose, no deseaba perder a su hijo, no lo deseaba, y la única respuesta posible, en ese instante, era oponer tenaz resistencia, pero con dos personas sobre ella inmovilizándola, le resultaba imposible. El hombre y la mujer pusieron en marcha sus oscuros deseos, hasta que, la chica no pudo seguir con su lucha y se entregó, así con un corazón inseguro, pensando que, en ese acto, ella también comenzaba a morir.


Camila Angélica. Entrada 89



Entrada 89.
 
 Una débil luz estalló en el algún punto de sus pupilas. Era, el reflejo de una antigua bombilla que, a duras penas, colgaba de un madero café. El palo redondo era posible verlo a tres metros de distancia, una gran parte estaba, carcomida por las termitas. Desde ese endeble y desgastado madero, colgaba el único farol que iluminaba el camino. No se escuchaba ruido alguno, y de vez en cuando, irrumpía el mar con un silencioso movimiento de olas. El camino estaba desnivelado, en ocasiones se hacía difícil su recorrido debido a las continuas y elevadas pendientes que se iban presentando. Pollier iba a decir algo, pero eligió el silencio. Luego se detuvo, permitiendo que el viento solicio, que deambulaba por todas partes, recorriera todo su cuerpo. El miró, atento, quizá esperando que apuraran el paso sus hombres. El coreano, junto a Maciel caminaba adelante. Gustavo y Antoine, en cambio, iban cerrando la fila. Al medio de la larga hilera, y protegida por un séquito de hombres, se encontraba Anne-Laura. Caminaba acongojada y confusa. El coreano se acercó a Martín Pollier y le comentó en voz baja.

- ¡Aquella pequeña casa es la de tía Elena!

- ¡Bien, saquen a esa vieja para que vaya entonando sus pecados, si por casualidad olvidó la melodía, la haremos cantar!  -Imputó un molesto Martín Pollier. Anne-Laura tembló un poco, sabiendo de lo que era capaz el hombre de los navíos. Ella intentaba concentrarse en ese instante y procuraba no perderse ningún detalle de lo que estaba aconteciendo a su alrededor. A pesar de las intensas y sucesivas reflexiones que realizaba, parecía ignorar el inminente peligro. 

   Tía Elena, al escuchar tanto barullo, decidió salir de la casa para ver qué sucedía. Al instante Martín Pollier tomó su mano y se la llevo a la fuerza, abriéndose paso entre el grupo de hombres que lo acompañaba. Avanzó unos metros, con ella hasta que la puso frente a Anne-Laura. A la anciana se le notaba desconcertada, su corazón respiraba con dificultad, y su voz apenas salía. Martín Pollier le golpeó la espalda y le dijo.

- Ustedes tiene mucho que contar..., espero que comience usted Elena. Pollier estaba acelerado, y tenía la urgencia de la verdad.

- ¡No sé de qué habla usted Martín, explíquese mejor!

- ¡Habla Anne-Laura, habla y explícale a esta vieja! Cuenta lo que sucedió. Anne-Laura no podía apartar de su memoria aquella triste tarde en la que, de forma involuntaria, había dado muerte al bebe que estaba por nacer. ¿Cuántos días tendría aquel inocente ser? -Se preguntó con dolor, y mucha agonía.

- ¡Qué horror!, -se lamentó desde lo más profundo de su conciencia, y no había palabras que justificaran esa canallada. Mientras pensaba, una suave llovizna caía sobre sus cabellos, caían esas pequeñas gotas como buscando un refugio. Sus facciones se iban humedeciendo, perdiendo el calor a medida que pasaba el tiempo. En fracción de segundos había pasado gran parte de su historia por sus recuerdos. Respiró hondo, y logró experimentar, en términos físicos, el gran dolor de su alma. Existen dolores, -pensó que jamás se olvidan, pesares que nos acompañarán el resto de nuestras vidas. Ni siquiera ofreciendo ese dolor a alguna divinidad. La culpa es la daga que lacera la vida, inmisericorde, en el tiempo, y en los recuerdos, -se decía sin consuelo, anhelando que alguno de los marineros clavara el brillante metal de sus espaldas en su corazón, y así, de esta forma, poner fin a sus desdichas. La voz de Martín Pollier la trajo de regreso a la realidad, una voz que la turbó aún más. Estaba acorralada, y su verdad, tan celosamente resguardada, expuesta, sin que ella mediara en los acontecimientos. Se abría a los oídos de los demás, y simplemente deseaba que, ese momento, se diluyera en una cristalina partícula de sus tibias lágrimas.

- ¿Qué nombre tendría su hija de haber vivido? ¡Sí!, -de haber sobrevivido sería una chica alegre y buena moza..., como ella, tal vez. Pero, ¿cómo podría saberlo?, si todo se reducía a unas pocas pinceladas de ilusión y deseos. Ahora, quizá, le inventaría una vida para ella, le crearía una sonrisa, probablemente, ahora, le daría su propia vida. 
    No había sido posible alcanzar la vida de su hija porque Elena, su madre, prácticamente la había obligado a abortar. Ella, Anne-Laure, tan pequeña en ese tiempo, le había resultado imposible desentenderse de las palabras de Elena, y en algún punto, conectó con ese afán, y ejecutó, sin miramientos ni miedos, los deseos de su madre.
 Tía Elena, se replegaba sobre sí, y aunque apenas lograba navegar hacía sus recuerdos, el pasado, en ella, cobraba una vida propia, conjugando los tiempos, en un instante efímero e inevitable. 

-En aquel tiempo, -dijo por fin a modo de confesión, -Tenía para mi hija expectativas muy elevadas. No sé, perspectivas de una vida mejor para ella. Esa niña no alcanzó a nacer porque, debo reconocerlo, intereses triviales llenaron mi cabeza. Todo eso se había borrado de mi memoria. No es bueno quedarse estancado en las desgracias que hemos vivido, por eso había olvidado.

-Aquella tarde estaba con nosotras Juliet, él pasó a saludarnos, y se quedó un par de horas con Anne-Laure. A los dos nos sorprendió la noticia que pronunció intempestivamente Anne-Laure, dando cuenta de su embarazo. Inmediatamente entendí que debía intervenir. Le exigí, en el mismo momento, que se practicara un aborto. Los hombres, dispuestos en un círculo, escuchaban atentos los pormenores, celosamente guardados por la anciana. Martín, sobre todo él, se mostraba atento, escuchando el sin sentido de una decisión que marcaría para siempre la historia ambas mujeres.

-Dígame Elena, -preguntó Martin Pollier, ¿Esa niña era mi hija?

-Ahora es niña es un espíritu Martín. Un espíritu que deambula intranquilo por nuestros mundos, y se encarga, cada cierto tiempo, de recordarnos lo que hicimos. Sólo Antoine puede conversar con ella, porque ellos se hacen visibles a las almas puras y nobles. El resto la puede ver, más no puede ingresar a su dimensión.  Esa niña, a quien negamos la vida, existe para atormentarnos y para recalcar siempre la índole miserable de nuestras acciones.
                                                                                        
-Responda Elena, ¿esa niña era mi hija?