Entrada 84.
-Pero antes permítame decir algo más, -añadió Pollier, -y grábelo bien en su mente: No existe dinero suficiente que asegure la fidelidad de una mujer.
-Pero antes permítame decir algo más, -añadió Pollier, -y grábelo bien en su mente: No existe dinero suficiente que asegure la fidelidad de una mujer.
-¡Así es! –Contestó
un compungido Augusto, y clavó luego sus
ojos en el sombrío rostro del acongojado Pollier.
-Cuando la mujer
siente que su entorno es seguro…, busca ponerlo en peligro con alguna de sus
aventuras. Le puedo aseverar apreciado Augusto. En mi vida me he topado con una
mujer fiel. ¿Y sabe por qué? ¡Ah!, no lo sabe. –Sostuvo pronunciando con mayor claridad.
-Intente escrutar
el alma de una mujer. Llegará indefectiblemente a un punto negro que es
inaccesible al ojo masculino, por eso nunca llegamos a conocer su esencia. ¡O si no!, -sostuvo alzando el tono de voz.
-¿Qué más puede
desear una mujer? Cada cierto tiempo, las mujeres sueltan las aves que existen
en sus cabezas, y eso las hace impredecibles. Martín Pollier hizo una pausa.
Luego prosiguió.
-Entiéndalo de
esta forma Augusto. Afirmamos que un marinero tiene un amor en cada puerto, ¿es
verdad? Si las mujeres fuesen marineros tendrían cientos de amores en cada
puerto. ¿Por qué, por qué Augusto? Porque es su naturaleza. Augusto se apresuró
en preguntar.
-¿No está
exagerando señor? ¿No es su ira lo que distorsiona su raciocinio?
-¡Es probable, es
probable!, pero acabo de elaborar estas ideas, aunque parezcan descabelladas,
poseen una bella lógica.
Ahora caminaban disminuyendo la marcha.
Martín buscó quedarse pegado en la transparencia infinita de las aguas, después
dijo.
-Isabelle
planificó todo esto. Mientras me besaba ella también complotaba. Toda vez que
sonreía, me traicionaba, mientras celebraba conmigo se burlaba de mí. ¡Pero
falló! –exclamó entusiasta. Erró en sus apreciaciones. Por primera vez controlé
mis impulsos. De pronto creí que me hundía en su trampa. En lo sucesivo verá
quién es Martín Pollier. – Aseveró con firmeza. Después de estas palabras se
impuso un extenso silencio. Pollier abrazó otra vez a Augusto, y le murmuró al
oído.
-Mande a preparar
el bote. Regresamos al “tutinji-pacific”. Apresuré la marcha sin vacilar…, lo
espero en el pueblo.
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