Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Entrada 84. Camila Angélica.


Entrada 84.
 
-Pero antes permítame decir algo más, -añadió Pollier, -y grábelo bien en su mente: No existe dinero suficiente que asegure la fidelidad de una mujer.

-¡Así es! –Contestó un compungido Augusto,  y clavó luego sus ojos en el sombrío rostro del acongojado Pollier.

-Cuando la mujer siente que su entorno es seguro…, busca ponerlo en peligro con alguna de sus aventuras. Le puedo aseverar apreciado Augusto. En mi vida me he topado con una mujer fiel. ¿Y sabe por qué? ¡Ah!, no lo sabe. –Sostuvo pronunciando con mayor claridad.

-Intente escrutar el alma de una mujer. Llegará indefectiblemente a un punto negro que es inaccesible al ojo masculino, por eso nunca llegamos a conocer su esencia.  ¡O si no!, -sostuvo alzando el tono de voz.

-¿Qué más puede desear una mujer? Cada cierto tiempo, las mujeres sueltan las aves que existen en sus cabezas, y eso las hace impredecibles. Martín Pollier hizo una pausa. Luego prosiguió.

-Entiéndalo de esta forma Augusto. Afirmamos que un marinero tiene un amor en cada puerto, ¿es verdad? Si las mujeres fuesen marineros tendrían cientos de amores en cada puerto. ¿Por qué, por qué Augusto? Porque es su naturaleza. Augusto se apresuró en preguntar.

-¿No está exagerando señor? ¿No es su ira lo que distorsiona su raciocinio?

-¡Es probable, es probable!, pero acabo de elaborar estas ideas, aunque parezcan descabelladas, poseen una bella lógica.

    Ahora caminaban disminuyendo la marcha. Martín buscó quedarse pegado en la transparencia infinita de las aguas, después dijo.

-Isabelle planificó todo esto. Mientras me besaba ella también complotaba. Toda vez que sonreía, me traicionaba, mientras celebraba conmigo se burlaba de mí. ¡Pero falló! –exclamó entusiasta. Erró en sus apreciaciones. Por primera vez controlé mis impulsos. De pronto creí que me hundía en su trampa. En lo sucesivo verá quién es Martín Pollier. – Aseveró con firmeza. Después de estas palabras se impuso un extenso silencio. Pollier abrazó otra vez a Augusto, y le murmuró al oído.

-Mande a preparar el bote. Regresamos al “tutinji-pacific”. Apresuré la marcha sin vacilar…, lo espero en el pueblo.

                                                      _________°________

Entrada 83. Camila Angélica


Entrada 83.
 
ecciones, buscando las irregularidades que debía corregir. Simultáneamente, miraba a lo largo del barco sin perderse  pormenores. Y antes de que su vista volviera a caer en el sorprendido rostro de Augusto preguntó.

-¿Quién está al mando? Los ojos de Augusto se alumbraron para responder con absoluta seguridad.

-¡Yo señor! Asumí el mando una vez que desapareció el grueso de la tripulación.

  Martín Pollier tomó a Augusto del hombro. Comenzaron a caminar, sin desviar la atención, de cada una de las palabras que salían de los labios. El andar después de hizo lento. En medio de la conversación oían el golpeteo de las olas sobre el casco del alborean. Permanecieron estáticos buscando un lugar donde sentarse. Martín estiró el brazo y buscó inseguro la baranda, luego logró sentarse en un par de tablas cruzadas. Frunció en entrecejo pensando, intentando rearmar una meditación. Enseguida pestañeó al mirar el  acrobático vuelo de una gaviota. Sus ojos brillaron cuando los tocó la luminosidad del sol. Abalanzó los brazos para entrecruzarlos con la baranda metálica. Efectuó, desde el súbito relampagueo de sus pupilas un recorrido por todos los rincones del barco. Empezó a comentar, sin quitar la curiosa mirada sobre el alborean.

-Augusto, -dijo al fin.

-Resuma lo relevante del cuaderno de bitácora. Enseguida respiró hondo el aire salino del mar.

-Navegamos parcialmente escorados al salir de las islas. Lo lamentable, -explicó Augusto experimentando una profunda congoja.

-Lo lamentable fue la pérdida del capitán Maciel y parte de la tripulación…, creo que todos murieron.

-¿Qué sucedió? –Inquirió Martín Pollier.

-Una tromba marina, entre otros eventos. Una tromba vigorosa, alta, potente, destructiva. Augusto se quedó unos minutos mirando el conjunto desordenado de las olas que se movían. Apretó los dientes, sintió un vacío en el estómago. Tembloroso recordó ese momento triste y sombrío. Sus ojos, al evocar la realidad de lo vivido, se llenaron de miedo.

-Fueron muchas cosas, -dijo con voz débil.

-Esos fenómenos que se sucedían uno tras otro, incontrolables, gigantes. –Después de una breve pausa continuó.

-¡Horroroso!

Mientras hablaba, el sol comenzó a ubicarse sobre sus cabezas. En el cielo no había indicios de nubes. El viento soplaba de sur a norte. El alborean se alejaba en aguas más reposadas. La vastedad del mar abría de par en par sus brazos al mítico alborean. Unos hombres, en el entrepuente observaban sin jubilo el lento transcurrir de la mañana. Otros, sentados en cuclillas, comentaban alegremente la notoria claridad que presentaba el agua del mar. Dos hombres, sosteniendo todavía sus arcabuces, se esforzaban en escuchar la conversación.

-Debemos alejarnos y no regresar más a estas islas. –Advirtió preocupado Augusto.

-Aquí, -sostuvo Pollier. -No existen tales misterios. Sólo el miedo de asustados marineros. Terminó acotando Martín sonriendo con sarcasmo.

-Escuche señor Augusto, -dijo Martín con tranquilo acento.

-Aunque pueda ser, efectivamente, lo que usted afirma, le contaré, pero sobre todo, le demostraré, que todo esto es  un manifiesto absurdo. Martín Pollier miró al horizonte. Abrió su brazo izquierdo formando con su cuerpo una ele. Apuntó al navío en el que había llegado. Siempre con el brazo extendido agregó.

-¡Mire ese barco, Mírelo bien! Es el “Tutinji-pacific” Una de mis más importantes adquisiciones. Allí arrebujados en sus miedos se encuentra el capitán Maciel y sus marineros. Los rescatamos de las islas antes de ayer. Augusto. Tenemos, en estos instantes, a la tripulación del alborean. ¿Qué me dice de eso? Los encontramos algo azorado, pero vivos. Estaban magullados, semidesnudos…, como dije vivos.
  
 Ahora tenemos que recuperarlos para ir en busca de ese sofista traidor…, ese tal Heriberto. 
  
Vicente Alexander Bastías. Septiembre / 28

lunes, 26 de septiembre de 2016

Entrada 82. Camila Angélica.

Entrada 82.
 
Un frío moderado comenzó a tocar cada una de las partes del alborean. La mañana despertaba más vigorosa. Habiendo renovado, en lento y silencioso proceso, la oculta energía de todas las cosas. Sorprendía, después de tantas vicisitudes, la imperturbable calma que se extendía a lo ancho y largo del vasto mar. La brisa ahuyentaba al tímido calor que sigiloso se apoderaba de la reluciente mañana. El aire refrescaba los rostros de los hombres, y así  al tocarlos, de esa manera tan tenue, les llenaba de vitalidad. El inmenso mar se balanceaba cauto, pausado como esperando, agazapado, levantarse en cualquier minuto. El sol toscano lentamente avanzaba tiñendo de amarillo al alborean. Era, el de ese día, un despertar hermoso. Todas las miradas observaban hipnotizados el brillo del mar, nítido y transparente. Una vez más el océano mostraba su aspecto más gentil.

  Augusto sonrió. Colgaba de sus labios una delgada pipa. Lanzó dos bocanadas de humo, luego respiró sin agobios. El alborean, -pensó, -es una  excelente máquina de guerra. Entonces, después de unos segundos, ordenó acelerar la marcha. Deseaba llegar pronto a puerto seguro y desembarcar, si era posible,  a los pocos hombres que habían sobrevivido.
   A bordo se lograba visualizar a tres hombres realizando maniobras tendientes a estabilizar los foques porque tendría que navegar de bolina, por el momento navegaban con el viento por el costado de estribor. El alborean contaba con poderosos motores pero todos los oficiales, que lo habían dirigido, preferían el romántico estilo de la navegación a vela. A estos mismos hombres que movían infatigables los gruesos cordeles de cubierta, y que revisaban las enormes velas, Augusto les había solicitado que fueran oteando el horizonte. Que alertaran si había alguna novedad.

  Habían escapado de todos los peligros, ahora surcaban tranquilos las aguas del mar. El alborean avanzaba dejando tras de sí una línea burbujeante de agua. Augusto saltó a cubierta, después tomó la actitud severa de un capitán. Caminó un par de metros, en el  camino llevó la boquilla de la pipa a su boca, y soltó dos bocanadas más de humo. Uno de los hombres, apoyado en el palo de bauprés, miró la línea borrosa del horizonte y fijó sus ojos en una embarcación que se aproximaba a ellos. Volteó el rostro al castillo de proa y mirando a Augusto gritó.

-¡Barco al norte, barco al norte! Después de ese potente grito su voz se apaciguó. Reinó el silencio. Los que estaban de guardia en el pasillo prepararon sus arcabuces. Augusto agregó con ímpetu.

-¡Preparar los cañones! La bandera pirata del alborean se izó en el palo mayor. Las troneras se abrían para dejar espacio a las baterías que expulsarían su fuego destructivo. El alborean lentificó la marcha, comenzó a orzar, acercando aceleradamente las velas al viento. El alborean,  al buscar la posición en barlovento buscaba despejar las baterías para que sus tiros fueran más directos. El catalejo de Augusto le permitió confirmar la distancia del barco intruso, y sobre todo, ratificar que la posición elegida resultaba ser la más conveniente. Palpó, de modo casi mecánico, la pistola que llevaba en la cintura. Rápidamente dejó la pipa y se dispuso a dirigir la batalla.

-Apenas indique señores disparamos…-La expresión relajada de Augusto transmitió seguridad a sus hombres.

-¡Silencio! –Gritó Augusto.

Todos estaban atentos a los movimientos del barco desconocido. En lo alto, y a lo a lo largo de las barandas, se habían ubicado varios marineros con sus arcabuces. De igual modo se preparaban los artilleros del alborean que no pasaban de cinco hombres.

  Al cabo de una hora, el desconocido barco estaba más cerca del imponente alborean. Vieron los marineros, todavía a lo lejos, que una barcaza era lanzada al mar. En efecto, el bote había sido  bajado al mar. Después pudieron observar que cuatro tripulantes descendían por añejas escaleras de cordel. A medida que bajaban se fueron ubicando en los precarios asientos de la pequeña barcaza. Apareció de pronto, izada al viento, una delgada vara sosteniendo una bandera blanca, de este modo, y con tres de esos hombres sentados, ellos avanzaron al alborean.

  Poco tiempo después, y cuando se hizo visible el rostro de esos hombres, Augusto y sus hombres se sorprendieron de sobremanera. Parado, con soberbia actitud. Apoyando, además, el pie derecho en la baranda de la endeble barcaza y balanceándose al movimiento regular de las olas,  llegaba Martín Pollier. 

    El agua comenzó a cubrir parcialmente el barco. Los hombres se movieron en vaivén. La masa impenetrable del agua dificultó, por momentos, el avance de la barcaza. Augusto mandató a sus hombres que prepararan todo para recibir a Martín Pollier.

Vicente Alexander Bastías


viernes, 23 de septiembre de 2016

Camila Angélica. Entrada 81.


Entrada 81
 
Una sombra, que apareció de repente, al caminar parecía impaciente. Cada cierto tramo se detenía y observaba. Caminaba  siguiendo la línea de crujía. Subía hacía la popa y luego, después de unos minutos, bajaba en dirección a la proa. Retomaba la misma dirección una y otra vez. Oculto en las sombras de la noche, había estado observando, un par de horas, el diálogo que establecía Antoine, al parecer, con alguien invisible. Hablaba, primero, consigo mismo, y quizá, lo más peculiar, le dirigía la palabra a alguien que no se podía ver. El joven realizaba gestos e indicaba, con el dedo índice, el cúmulo de estrellas apenas visibles desde cubierta. Era una verdad irrefutable que el muchacho hablaba con alguien, alguien que sólo él lograba ver. Augusto permaneció largos momentos mirando esa particular escena. Al final, decidió acercarse al muchacho para conversar con él. Augusto estaba tan conmovido que no pudo más que hablarle desde el corazón.

-¿Siempre hablas solo Antoine? – Y luego agregó.

No la sigas esperando Antoine, deja de soñar al fin. Te contaré. Todos poseemos un amor ideal que jamás llegará. Esa idea que abrigamos tan porfiadamente, como si fuese un axioma filosófico, es sólo un suspiro, es simplemente un loco anhelo que deambula por el desierto de nuestra mente.

  Jamás llegará amigo. Tendrás que aceptarlo. Evita esa idea que continua perturbando tu corazón. Ella no puede estar porque es el resultado de una mente que está delirando. Es una vulgar idea que germina en tus pensamientos. Es el esquivo propósito que busca tu alma. 
    Antoine, regresa, vuelve a la realidad. Puedo dar fe que la chica murió. O por el contrario, dime ¿quién puede soportar el frío de estas aguas?  Ella, es decir, ese cuerpo débil, no pudo soportar la dureza de ese temporal. Pero si vamos a hablar de situaciones misteriosas podemos preguntar. ¿Quién dio forma a su lápida? Si en esa isla endemoniada no existe ninguna alma. Nadie vive allí. ¿Cómo se puede entender eso? Es un misterio, que, creo yo, no alcanzamos a develar.

   Antoine, querido joven. En muchas ocasiones creemos tener en nuestras manos el amor que repleta nuestras vidas, sin embargo, y es como una verdad universal, ese amor nunca es el que esperamos. Siempre vamos a creer que ese amor, algún día, se asomará por alguna esquina de nuestras vidas. Es una idea tan estéril como creer en otra vida. Despéjate y comienza a olvidar. Es mejor sostener, como muy bien escribió ese poetilla folletinesco de apellido Bastías:

   “¿No te decía yo angelical princesa, que el modo de amar de un soñador no tiene puerto en esta realidad? Pero has de saber mi pequeño trozo de luna que, tanto mis besos, como mis suspiros, fueron a lo sumo, muy, pero muy sinceros.

  Te he besado con toda mi alma. Te recordaré mi pequeño ángel en cada una de tus miradas, en  cada uno de tus suspiros, en todos tus besos.

  Olvídala Antoine. Olvida esas ilusiones antojadizas a las que nos conduce el corazón. Camila existe sólo en tu mente. No llores amigo, no llores. Todos esperamos un amor que nunca llegará.
 Amigo, buscamos a la muchacha por todo el barco y no está en ninguna parte. 


Vicente Alexander Bastías. Septiembre / 2016

jueves, 22 de septiembre de 2016

Entrada 80. Camila Angélica.


Entrada 80.
 
Alrededor desaparecieron todos los ruidos. El bramido incesante del mar, también se extinguía, haciéndose  imperceptible a los oídos. El murmullo suave del viento, que recorría la quieta noche, ya no se escuchaba.

   Entrada la noche, Camila y Antoine se tendieron en la cubierta. Abrieron los ojos e ingresaron a los pasillos luminosos del vasto cielo. Buscando, quizá, un recuerdo. La vorágine perpetua de la mente, no hizo más que aterrizarlos en el efímero presente. El cielo impenetrable de constelaciones los observaba. Permanecieron un largo rato esperando una estrella fugaz, en esa espera cayeron en la cuenta que esa, la que observaban, era una de las noches más hermosas, nunca antes habían visto una similar.

  Estaban en silencio, simplemente contemplando. Después se miraron un momento, sonrieron. Él se embarcó en el cristalino líquido de sus pupilas…, creyendo, por momentos,  navegar. Estaba tan feliz, había tanta esperanza en su inquieta alma, que no cabía en sí.

  Acercó su mano y tomó la de Camila. Ella respondió con un beso. En la cubierta, y en el puente de mando, no se veía ni un alma. Dos peces espada interrumpieron, con su salto repentino, la absoluta tranquilidad del mar. La luna apenas iluminaba, a pesar de esto, el cuerpo resbaloso de los peces adquirió el color celeste gris de la luna. La luna se esforzaba en llegar al alborean rompiendo la espesura de las nubes. Ellos de pronto se levantaron, corrieron a la baranda, desde allí pudieron ver el hermoso espectáculo de un cardumen de pargos, el mar se llenó de un color amarillo.  Miraron extasiados ese regalo  que ahora ofrecía la naturaleza.

  Camila y Antoine nuevamente se miraron. Él caminó lentamente por los deliciosos senderillos que mostraba el rostro de Camila. Algunos delgados cabellos de la muchacha, bailaron al movimiento suave del viento que volvía a recorrer el alborean. Los dedos del joven, recorrieron esos atractivos senderillos desde la que surgía una cara excepcionalmente angelical. Los dedos llegaban hasta el límite invisible de su cuello, luego volvían a subir, hasta llegar a sus labios, y allí se estacionaban esperando sellarlos con el aire profundo de un suspiro. Avanzó entonces por sus hombros, y recorrió la delicadeza de esas ondulaciones. Avanzó silenciosamente y, pudo despertar en ellos, un claro brillo en el fondo de sus ojos. Sintió de pronto que, esos dedos traviesos se hundían en una bien modelada cintura. Escuchó el irreconocible bisbiseó de Camila, sonido tierno que rozó tranquilamente su oído. Logró sentir, además, el resoplido caliente de su boca.

-¿Qué le atrae a mis labios señor Antoine?

-Bueno…, ya ves. Creo que todo señorita Camila.

-Comprendo…, entonces puede besarme.

-¡En fin!, ya que lo ordena señorita, resulta obvio que pensaba hacerlo. Confieso, que era mi verdadera intención. –respondió carraspeando, y con su mano en forma de tambor cerca de su boca. Hace rato que venía paseando por la orilla de sus labios, y sin querer importunarla, ahora sí que la besaré.

-Es un placer recibir tus labios en los míos, sobre todo, si los humedece la llovizna del aire. –Afirmó alegre la muchacha.

-Usted es admirable señorita. Es admirable. Antoine no alcanzó a responder, más bien, tomó entre sus manos el rostro de la chica y él la besó con una desenfrenada pasión, pasión que de verdad, parecía de otro mundo.

-Por la mañana, probablemente muy temprano, llegaremos al pueblo. -Sostuvo con gravedad el muchacho.

-Es una lástima, -contestó la chica, -pero puedo ser importante, pues, podemos desenmascarar a quienes nos han dañado.

-En cuanto a Augusto. ¿Qué te comentó? –interrogó meditabunda la chica.

-¡Tonterías! Afirma que estás muerta…, de todos modos, en algún minuto teníamos que conversarlo, -dijo Antoine.

-¡Oye, oye! , -alcanzó a replicar Antoine.

-¿Tú me llamabas?

-¡Por supuesto Antoine! Te llamaba a través de tus sueños. Esa respuesta quedó dando vueltas en su cabeza…, después no quiso preguntar más sobre el tema.
-Tú tendrás algo que decir, -replicó al fin el muchacho.

-¡No, no! No mucho en verdad. Para mí es un tema anacrónico, a esta altura, ya no sé ni qué pensar. –Contestó ella divagando en la levedad de sus ideas.

-Pienso igual, creo que no tenemos que confundirnos. Ya no puedo pensar nada. Soy, en alguna medida, como el salmón que, en algunos tramos del río, va a nadar contra la corriente. Si eres un espíritu, un espectro, un alma del más allá, tendré que aceptarlo, aceptar que eres  tan real y concreta...,  como lo has sido esta noche.


Vicente Alexander Bastías Septiembre / 2016


lunes, 19 de septiembre de 2016

Entrada 79. Camila Angélica.


Entrada 79.
 
El estallido del volcán había sido ensordecedor. Gran parte de la orilla de la Isla se había llenado de una ceniza gris ocre que flotaba en el mar. Resultaba ser tan liviana que se levantaba a cada ondulación de las olas. Antoine restregó su cara un par de veces; movió los hombros y enderezó largamente la espalda. Luego puso los ojos en los altos mástiles y pudo visualizar que la vela de mesana estaba rota. Se afirmó  a la borda. Alcanzó a ver, además, que dejaban atrás la desembocadura principal. Respiró tranquilo,  y dirigió toda su atención a su caótico corazón.  Llegó a creer de súbito, que toda su vida podía estar sostenida en delgadas gotas de tinta. , o bien, ser armadas en un interminable tren de palabras. Temía que esas palabras, al ser desarmadas, le quitarán algo de protagonismo en su propia existencia. Algo muy subrepticio le indicaba que la fuerza o voluntad de alguien, a quien no veía, determinaba la cantidad de movimientos en los que debía desenvolverse, por lo demás su respirar dependía del uso que se hiciera de esa tinta, pero le costaba llegar a creer que era el simple personaje de alguna historia mal relatada.

  El alborean  proseguía su segura  marcha. Limpio y ligero se dirigía a altamar.

Camila se acercó a él con ese aire misterioso tan propio de su personalidad. Al encontrarse frente a frente con Antoine se miraron un rato fijamente. Ella le tendió una mano. Estaba esplendida. Todo en ella señalaba perfección. Su figura larga destacaba en un fondo marino más quieto. Recuperaba de súbito su innegable belleza. Esa belleza con la que Antoine estaba tan familiarizado. Él, al verla cerca, tan próxima y tangible, recuperaba el sentido de la realidad.

-Adivino,  -sostuvo ella, -que estás preocupado.

-¡Sí, es verdad! –Respondió el muchacho.

-¡Ya lo sabía! Tu cara es como un espejo. Dejas ver todo lo que sucede en tu interior.

Más allá,  lejos de ellos, en el borde extenso de la gruta, seguían cayendo enormes rocas al mar. A pesar de la relativa tranquilidad, en la mente supersticiosa de los marineros, algunos de sus pensamientos alzaban el vuelo perturbado, más aún cuando, veían que el cúmulo de lava y rocas desprendidas, arrasaban con el follaje de la isla. Antoine, al ver aquellas imágenes, siempre parecía despertar de un profundo sueño. Una vez que se deshizo de esas ideas, sin pensarlo dos veces, se acercó precipitadamente a Camila. La observó largos minutos, después quiso asomarse al vidrio de sus claras pupilas. Ella se inclinó, apoyó la frente en el hombro del  apuesto joven…, y le comentó.

-¿Qué está pasando? 

   Entonces, él parsimoniosamente tomó, entre sus dos manos, la cabeza  de la chica, sin siquiera pensarlo, besó sus cabellos. Las innumerables interrogantes surgían de entre las ideas pasajeras y confusas que Antoine  abrigaba. Esas incesantes divagaciones iban y venían, en un circuito que no tenía fin. Él terminó su beso y logró, enseguida, oler la rica fragancia que desprendía el cuerpo de la muchacha. Se experimentó completamente poseído por su piel. Tomó su cintura, le miró una vez más, posteriormente decidió que sus labios recorrieran suavemente los de ella. El inquieto corazón que le movía no daba instrucciones, se dejaba llevar, se abandonaba, saltaba decidido al hondo abismo del amor.

 Los delicados dedos del joven trepaban sigilosamente por los largos cabellos de Camila, a la vez, y casi simultáneamente, su boca salía de los labios de la mujer y se posaban magnetizados en su cuello. Posteriormente, esa misma boca, casi rozando el oído de la chica, le preguntaba con una voz que se extinguía.

-¿Qué debemos creer mi amor? ¿Qué debemos creer? 

   Si en toda ocasión tú me acompañas. Si abro mis ojos te puedo ver, y si los cierro te puedo imaginar. Camila te paseas por mi mente, todo me conduce a ti. Qué importa si eres real o eres una bella fantasía. Qué importa si vives o mueres. Si con sorpresa descubro que en algún punto de mi vida estás tú y no otra. Qué importa si la noche fenece cada día, llegará otra más luminosa y mágica como tú. Qué importa mi amor si ahora estás conmigo, cuando lo estás te puedo besar y puedo experimentar la suavidad de tu cuerpo. Camila, si eres un fino invento de mi mente, poseo la oculta certeza que al fin tú llegaras a mi vida. Sé, que en algún minuto tú llegarás, tú llegarás mi amor, quizá después deje de preguntar:

-¿Qué debemos creer mi amor? ¿Qué debemos creer?


Vicente Alexander Bastías Septiembre / 2016

sábado, 17 de septiembre de 2016

Entrada 78. Camila Angélica.



Entrada 78.

Augusto se aproximó a Antoine, tocó su cabeza con suavidad y le dijo:
-Hay que sacar el barco de aquí. A los pocos hombres que quedaban en el barco les ordenó.

-¡Levanten anclas! ¡Allá, arriba, puente de mando! Popa a estribor. Aprovechemos las ráfagas de viento. ¡Corran, corran! Más rápido. Antes que una roca destruya  el castillo de proa. El alborean, que tan tranquilo había estado, comenzó a moverse.
-¡Todas las velas desplegadas! Tenemos que alejarnos de la costa.

-No se preocupe Augusto, -resopló uno de los marineros de mantención. El viento se intensificaba y llevaba al navío mar afuera. Augusto daba instrucciones remarcando en cada palabra su gran vozarrón. Por otro lado las olas se agitaban a medida que la expulsión de material incandescente se acrecentaba. Nadie podía jurar que el peligro había pasado. Todos los hombres se esforzaban en ocupar sus puestos y cumplir bien con su tarea.

  Augusto respiró más tranquilo cuando vio que el alborean se alejaba de la enorme gruta.
-¡Señor, señor! Es una zona de arrecifes, -advirtió nervioso otro hombre que se acomodaba como podía en uno de los palos de trinquete.
-No se preocupe marinero. Al parecer navegamos libres de obstáculos. –Respondió un controlado Augusto.

-El mar disipa desasosiegos marinero. Navegue confiado. Un navío como este no tiene parangón. El viento, porfiado seguía empujando al alborean, que a la sombra de una luz que se extinguía,   se veía más hermoso. Soplaba el viento de nororiente a sur poniente. El barco se introdujo rápido entre las fuerzas de vientos contrarios, las velas parecían reventar. Después de  quince minutos de navegación miraron por última vez esa cadena de volcanes poderoso, con sus laderas cubiertas de un intenso rojo ámbar.  La lava volcánica sintetizaba la fuerza de la naturaleza, resumía un despertar de cien años, que por poco había puesto en peligro los caminos del alborean. Ninguno de los tripulantes descartaba posibles contratiempos en el viaje de regreso.

  La mar estaba muy inquieta  y sus gruesas olas golpeaban con ferocidad el casco del alborean. La proa y su castillo se hundían con frecuencia, produciendo un constante balanceo que despegaba a todos los pies de la cubierta. A cada momento en barco se hundía peligrosamente por la proa,  o bien por la popa.  Las olas violentaban al alborean. Su estruendoso choque emulaba certeras explosiones de agua. De todos modos no había, hasta ese momento,  indicios de temporal, y sobre todo, veían que lo más terrible quedaba atrás. Felices se alejaban de esas inhóspitas islas. Debido a esto en los rostros de cada uno se comenzaba a dibujar una sonrisa amplia y esperanzadora. Los hombres del alborean no se amedrentaban con los enojos de la naturaleza, por lo menos, eso pensaban ahora que se alejaban del peligro. 

   Las gigantes manos de agua que chocaban contra el alborean estremecía los mástiles, y amenazaba con romperlos. Por un instante el alborean se manejó a la deriva. Levantado, una y otra vez, por la cresta de esas enormes  montañas de agua. Era el impulso, el poderoso impulso que los llevaba a altamar.

-Este es compañeros, -dijo alegre Augusto. –este es nuestro mejor combate. Salir airosos del mar que se empecina en echarnos a pique.

-¡Marinero! –Ordenó Augusto.

-Vaya a la bodega y libere carga. Todos pensaron, que ante esa orden, el barco sucumbiría ante la desigual batalla contra el mar.

-Disponga de los botes por si se destroza el alborean, -agregó Augusto empoderándose cada vez más de su función.

-¿A dónde vamos Augusto? Preguntó Antoine, sin despegar la mirada de los palos de trinquete.

-Iremos a otro muelle. Buscaremos,  quizá, un puerto más seguro.

-¡Antoine! ¿Qué sucedió con la chica? –Interrogó curioso Augusto.

-A mí me da miedo. –Agregó él inmóvil como una roca.

Antoine realizó una pausa. Ensimismado se puso a pensar. Antes de elaborar una respuesta logró ver a la chica. A un  costado de babor la vio ponerse de pie. Cuando alzó todo su cuerpo al cielo, el brillo de una luna muy plateada la iluminó. Ese brillo tan tenue, resaltó las facciones de un rostro tan amarillo como pálido. En las delgadas  mejillas de la muchacha pareció esbozarse una misteriosa  sonrisa. Antoine se quedó helado de espanto.

 Cuando volvió a mirar ella había desaparecido. Mientras el mar regresaba paulatinamente a la calma.

Vicente Alexander Bastías.  Septiembre /  2016




martes, 13 de septiembre de 2016

Entrada 77 Camila Angélica.


Entrada 77.
 
Un potente estruendo distrajo la atención de todos. Con cierto automatismo levantaron la vista hacia las alturas de una cadena de montañas. Consiguieron observar cómo se abría un gran forado en el ángulo de la cúspide, y además, pudieron contemplar una bola de fuego, gases, cenizas y humo que reventaba como un solo cuerpo. En la cúspide pequeña, en su parte más elevada, se había originado la portentosa explosión, y de un instante a otro, todo ese bloque de grandes rocas comenzaba a teñirse de rojo amarillo. Poco a poco, además, comenzaba a nublarse el cielo de ceniza volcánica. Ellos estaban, hasta ese momento, con los pies bien firmes en la cubierta del alborean. Desde esa posición, anticiparon el peligro que significaba aquel estornudo de la naturaleza. Como envuelta en las ondas de un enorme sismo, la gruta retumbó ostensiblemente, también se tambaleó el alborean.

    Experimentaron mucho temor. Ante tal muestra de poder de la naturaleza ellos se sintieron pequeños. Comenzaron a inyectar, en sus pensamientos, la inevitable perdida del alborean, y con ello, la perdida de sus propias vidas. Cómo, -se preguntaron, se podría sobrevivir ante tal catástrofe, en realidad, -concluyeron, era muy poco lo que se podía hacer.

  Decidieron correr a la cocina del barco. Una vez adentro, se sentaron, y entregaron  confiados sus espaldas a la dureza del latón de acero. Antoine, Augusto, Camila y cuatro marineros de mantención se refugiaron en la estrecha cocina. Cruzaron miradas de preocupación. Un nuevo estallido de cenizas y fuego  había estremecido sus cuerpos.

   Y ahí fue, en esa posición incómoda, cuando Antoine repasó las palabras de Augusto. En las sucesivas capas de la memoria, comenzaron a re-armarse  aquellos recuerdos trizados que se volvían a juntar. 

  Evocó, primero, esa mano fría que tomó sus dedos. Esas apariciones repentinas, ora en su mente, ora en la realidad. Rememoró la casa de la señora Maritza, cuando, al abrir las cortinas la vio por primera vez. Después sintió su presencia, al sentarse a su lado, y sobre todo, rememoró aquella oportunidad en que Camila lo visitó en el parque de los almendros. Revivió esa despedida tan peculiar. Cómo olvidar. Ella se despedía y a medida que bajaba los escalones su figura se reducía hasta desaparecer completamente. 

    Al recapitular, concluyó que, Camila había estado tan presente en su vida, y como nunca antes, sentía que esas presencias gravitaban, inmisericorde,  en largos tramos de ausencia. Así, uno tras otro, los recuerdos se hicieron evidentes, se actualizaron y se iban sucediendo en las instantáneas de la mente. Antoine, reconstruía, ayudado por las asociaciones que iba sumando. La evocación le permitía estacionarse en un recuerdo, y desde allí aparecían los olores, las fragancias. La figura de Camila aparecía de forma extraordinaria. Las memorias remotas le permitían deducir que Augusto no estaba tan equivocado. 

   Al comprender esto se sintió más libre, y entendió que debía estar atento a la Camila que le acompañaba ahora. La Chica de sus pensamientos, ¿era tan distinta a la de la realidad? Antoine se asió a la esperanza de recuperar esa imagen que abrigaba en su corazón. 

  Una nueva detonación, le llevó a pensar que tenía que sacar al alborean a un lugar más seguro.

   

jueves, 8 de septiembre de 2016

Entrada 76. Camila Angélica.


Entrada 76.

El amplio arco de sus ojos cristalinos fue atravesado por una recta línea de luz; mientras su boca tomaba el gusto amargo de una ciruela. Todo su rostro brillaba, como resultado del sudor que brotaba por los minúsculos poros de la cara. Había ansiedad, y su musculatura se contraía de vez en cuando, le apretaba el cuerpo como lazos que se iban apretando cada vez más. Asediado por ideas disparatadas esperaba el momento propicio para hablar con Antoine. A propósito de esto e intentando liberar la presión sobre su espalda lanzó su cuerpo hacía adelante y se limitó a contestar.

-Regresé. Me perdí.  ¡Ah! ¿Qué pasó con el capitán?

Augusto actuaba de modo inhabitual y sentía, desde una parte atrás, que detestaba todo lo que realizaba en ese lugar.

-¡Tienes que escucharme!, -sostenía.

-Estas cosas son difíciles de comprender, -agregaba inmerso en sus más profundas reflexiones. ¡Sí! Antoine está engañado. Se sumerge en los hechos falsos que le proporciona la ilusión de sus ensoñaciones…, pero ¿cómo no se percata? Augusto se apretaba el pecho paseando nervioso de un lugar a  otro. Inclinaba la cabeza. Miraba al cielo, golpeaba la rigidez de la baranda con las dos manos. La voz de la chica llegaba a aumentar la fuerte presión de su cabeza.

-¿Sabes dónde puedo recostarme? –Preguntó Camila mirando en el cajón oscuro en el que se habían convertido los ojos de Augusto. 

  El la miró confundido, escapando silencioso de esos ojos enigmáticos de claras tonalidades amarronadas. Unos tintes rojizos, en el semblante del marinero manifestaron una leve subida de presión…, se inquietó aún más.  Al final miró a Antoine y en el dejó caer la responsabilidad de la respuesta, pues ambos conocían todos los rincones del alborean.

-¡Sí! Baja y descansa en la cámara del capitán, o por último busca un lugar en la camareta. Ella alzó los hombros sonriendo exponiéndose como si toda la mañana la adulara, y con su fascinante femineidad, volvió la mirada a los hombres y los dejó junto a la baranda. Antoine respondió con afecto, en cambio Augusto lo inundó un irracional temor. Cuando ella se dirigía a la cámara el alborean se balanceó unos segundos en el arco de la enorme gruta; el movimiento lo desplazó levemente. El espolón de proa pasó a llevar unas rocas de la orilla y se quebró en un ángulo.

   Antoine y Augusto se menearon sobre la cubierta. El alborean luego de unos instantes se reacomodó, hasta lograr su estabilidad dentro de la gruta. Ese movimiento facilitó que el reflejo de la mañana destacara, con suma claridad, toda la hermosa estructura del alborean. El palo trinquete, el palo mayor, e inclusive el palo mesana tomaron vida al henchirse las velas.

   Después de la impresión repentina Augusto se acercó a Antoine, y con el rostro de barniz amarillo, tal como si saliese de un funeral, le dijo.

-¡Esa muchacha…, esa muchacha! Enseguida llevó su mano derecha su mano derecha a una descuidada barba recortada burdamente. Al observarlo con más atención, su rostro era la de un hombre cansado, embestido por las irregularidades de los acontecimientos. El iris de sus ojos eran tan oscuros que ni el sol, que intentaba tomar posesión de ellos, lograba iluminarlos. Antoine se estremeció y agarró bruscamente a Augusto del hombro. Le exigió con firmeza que continuara hablando.

-¿Qué sucede Augusto? –preguntó el joven para luego entrar al compartimento sereno de su conciencia. Se llenó de incertidumbre. Un grito desesperado y espantoso salió de la garganta del marinero.

-¡Habla por favor!

-¡Muy bien, muy bien! Permíteme explicarte: Después que me separé del grupo me sorprendí al ver que existían otras salidas; mis compañeros no las consideraron, o creo yo no las vieron. Elegí la salida más expedita, en cambio ellos optaron por la más intrincada. Reconocí, desde la oscuridad del lugar, un túnel que parecía muy poco explorado. Después de recorrerlo unos metros pude atisbar una salida. Al llegar al umbral, y esto es lo sorprendente, encontré un enorme lago rodeado de maravillosos árboles, y una flora que nunca había visto antes. Permanecer en ese lugar  trajo a mi alma sublime quietud, y me regocije de todo aquello. –Augusto realizó una pausa, pronto continuó.

-Llegaba la noche;  todas las sensaciones experimentadas me llenaron de inmensa felicidad, salvo que cuando recorrí el lugar descubrí, y sin creer que estaba soñando, hallé algo que me causó otro tipo de sorpresa. En medio de la espesura, y rodeada por el brillo azul verde del parque, se podía ver una tumba. Al acercarme, para leer su epitafio escrito en la lápida, logré leer:

 “Aquí duerme Camila Angélica. Su alma yace en el alborean” 

La lápida de mármol bañada por la luz de la luna parecía tomar el sólido color del metal. No lograba entender, por lo que nuevamente me acerqué a esa cruz levantada en tan apartado lugar.

    ¡Antoine! permíteme añadir: Esa chica no sobrevivió a la primera tormenta. Su cuerpo queda repartida en estas islas, ha queda en la frescura de estas hierbas.

Vicente Alexander Bastías  Septiembre 2016



martes, 6 de septiembre de 2016

Entrada 75. Camila Angélica.


Apenas floreció el amanecer, ellos se asomaron por el rocoso borde de un acantilado. Se miraron subrepticiamente, casi de soslayo…, y  sin decir nada. Luego fijaron la vista en dos grandes farallones que cortaban abruptamente la regularidad del acantilado. A lo largo de su ovalada base se lograba ver una enorme gruta de rocas angulosas. En su interior, quieto se balanceaba el alborean rodeado en la calidez luminosa de esa mañana. 

   Antoine y Camila decidieron descender. Bajaron por un camino rocoso y  abundante en piedrecillas blancas. No habían descansado lo suficiente, por lo que el sol en sus cuerpos parecía acentuar la sensación de cansancio. Pasaron, con algo de dificultad, por un estrecho grupo de enormes rocas verde negro, en la que había adherido una cantidad considerable de musgo verde claro. A medida que caminaban se iban anticipando a las zonas en las que era seguro poner los pies, de este modo, al sentirse seguros pisaban más confiados y con firmeza.  De súbito Camila retrocedió instintivamente cuando advirtió que, en su camino, una peligrosa serpiente alzaba su cuello y la amenazaba. Levantó las piernas y las reubicó entre ambas rocas. Antoine lanzó una piedra para ahuyentarla, la serpiente desapareció por una pequeña abertura que se daba entre la base de la roca y la arena. Después de asimilar el susto continuaron bajando.

    Antoine, desde  luego, estaba ansioso por llegar al alborean, debido a esto se había esculpido en su rostro una máscara mate que contenía toda su ansiedad. Estaba feliz y sereno, por esta poderosa razón intentaba tener conciencia de todos los pequeños detalles que le tocaba vivir. Iba detrás de Camila como imantado y profesaba a ella una obediencia absoluta.

  Pronto, Camila asomó su hermoso rostro por las ásperas hojas de un pino. Se alegró al ver el mar muy cerca de ellos. Al reiniciar su  camino intentó aferrarse a unas elásticas y endebles hojas de color verde grisáceas, las separó para tener una visión más panorámica.
     En la orilla de la playa una de las chalupas, inclinada, entregaba su vientre al sol. En el borde de la húmeda madera, unas gaviotas de cuello amarillo esperaban tranquilas que cayera su alimento, cada cierto tiempo alzaban el vuelo e iban en busca de la frescura del mar.

   El mar, ese día, estaba tranquilo iluminado por los fuertes rayos de luz que se deslizaban suaves sobre la clara superficie de las aguas. La reflexión de la luz en la atmósfera facilitaba que esa mañana el cielo fuese más azul, y otros rayos de tonos más rojizos se dispersaban como delgadas hebras por todo el cielo.
  Mientras el agua arremetía, aunque sin tanta violencia  sobre el casco del alborean, ellos esperaban abordarlo lo antes posible.

  La pequeña chalupa les llevó al enorme barco, y subieron por una raída escalera fabricada de una gruesa soga. Una vez que pisaron la cubierta; una rotunda voz, que provenía de babor,  les llamó por sus nombres.

-¡Camila, Antoine!  -Ellos, detenidos por el asombro, respondieron con incredulidad.

-¡Augusto! ¿Qué haces aquí?


Vicente Alexander Bastías. Septiembre / 2016

jueves, 1 de septiembre de 2016

Entrada 74.Camila angélica


Entrada 74.
 
Siempre había en mis sueños la figura de una hermosa mujer. Desde siempre me asistió la idea de que ella llegaría a mi vida. Es largo el tiempo; con paciencia he esperado reconocerla. Nunca logré desprenderme de aquella mágica imagen. Es la mujer que caminaba en mis sueños; ella transitaba por los inestables suspiros de mi corazón.

  Al principio se presentaba como figura imprecisa en la enrarecida atmósfera de mis ensoñaciones. Cada vez que intentaba aprehenderla…se escapaba de mis manos. Cada vez un sueño agradable me traía la delicia de sus formas, cada vez, y generalmente todas las veces, la suavidad de ella me llevaba a delirar. Innumerables sueños, todos gestados en ese intento frenético por tenerla. Sabía, a pesar de mis dudas, que llegarías. Algo, gestado en lo más profundo de mi alma, me aseguraba que te encontraría.

   Después descendí de la nebulosa de esos sueños y me dirigí al centro de su corazón.  Y puse, con la emoción de un beso, mi alma en sus labios. Sucedió que el infinito se abrió ante mis ojos, y tu figura tan cálida se acercó a mí con sigilosa delicadeza. Vestías la misma túnica blanca, esta que llevas ahora, parecías flotar sobre la órbita de mis ensoñaciones.

   Siempre supe de tu cara tan hermosa, esa cara que me acompañará por siempre, me acompañará por toda la eternidad. Tomaba tu brazo y me iba caminando contigo, siempre tú luminosa;  caminábamos por la orilla de un gran hoyo negro y todo el cosmos nos observaba embelesado. Tú, simplemente bella. Primero te seguí en mis sueños , luego en la oscuridad atenuada por el azul plateado de la luna. Yo te besaba. Tu figura en mis sueños, hacía de mí un hombre enamorado.

-¿Así te enterabas de mi existencia? –Preguntó reflexiva la chica.


-¡Sí, Camila! He soñado contigo.