Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

sábado, 30 de julio de 2016

60, entrada. Camila Angélica


Entrada 60
 
El más dócil de los marineros, abrió sus ojos y preguntó:

-¿Qué hacemos capitán?

-Aten a la muchacha, -contestó él.

-Ahora, por favor, déjenme pasar. Hablaré con ella. Maciel bajó de las rocas en las que se encontraba. Una vez que llegó a la parte lisa, sacudió varias veces sus dos botas, pasó ambas manos por su pantalón, y sacó restos de barro seco que habían quedado a la altura de la rodilla.

-¡Capitán!, -gritó uno de ellos llamado el náufrago. – ¿Qué hacemos con la chica?

-¡Atenla,  he dicho!

-Está amordazada y atada sus manos.

-Traigan un barril de pólvora… ¡no, no! Sería  una muerte muy explosiva, además necesitamos mostrar evidencias a Martín Pollier, -murmuró sonriendo el  capitán.

La muchacha tenía el pelo largo, eran rizos negros y brillantes que, como estelas de diamantes caían límpidos sobre sus hombros y su espalda. Una mujer de unos veinte años, sus ojos azul intenso buscaban, en cada una de sus miradas, el pálido celeste del cielo, y al reunirse ambos conceptos de la belleza, parecían que daban vidas a esos espacios sin límites.

 El capitán se lanzó al fondo de esos ojos, de pronto se estremeció, luego esquivó la mirada, y con determinación se alejó de ella. La joven efectivamente estaba de rodillas, sin vendas en los ojos. Sentía dolor en sus rodillas. La humedad del barro le dejaba un insoportable y desmesurado hielo. El vestido blanco que tenía, dejaba entrever, parte de unas piernas macizas y muy bien diseñadas.

Maciel, se fue empuñando la espada. Se detuvo frente a sus hombres, automáticamente se quitó el sombrero. Con la diestra sacó la espada, la alzó al cielo y exclamó:

-Somos hombres sin corazón. ¡Arcabuceros en fila, prepárense a disparar!

Varios marineros, que escuchaban sentados y dispersos, se levantaron al instante. Cinco de ellos formaron una fila. En aquel preciso momento resonó, en todas las partes a las que tocaba el ojo humano, una voz que parecía de terror. Un grito de espanto que dejó intimidados a los vigorosos hombres de mar.

El capitán movió la espada en tres ocasiones, valiéndose exclusivamente de la muñeca, realizando el movimiento una y otra vez gritó.

-¡Atención! ¡Prepárense! ¡Apunten!..., ¡Fue…! Iba a terminar esta última palabra, y antes de que sonaran las descargas de los arcabuces una poderosa voz, semejante a la de un trueno, bramó descontrolada.

-¡Ella no es Camila!, -y sin más explicaciones se volvió a la chica, le apuntó con el dedo y terminó de bramar.

-¡Ella no es Camila! La mujer se había desvanecido. Tendida en un charco de agua sucia el blanco vestido lentamente se empapaba de un oscuro color marrón.

-¡Gino! ¿Gino? Exclamaron todos atónitos y fuera de sí.

El más sorprendido era el capitán. Permaneció varios segundos contemplando el todo el cuadro. Posteriormente se puso el sombrero de plumas, extrajo del cinto su pistola. Se acercó sigiloso a Gino y le contestó.

-¿Cómo te atreves? Enseguida se volvió a sus hombres y aulló descontrolado.

-¡Fila de fusileros para este traidor! ¡Anda coreano, átalo con firmeza! Te vamos a mandar al infierno y no volverás. 

-No me defenderé, - mesurado replicó Gino, mientras tranquilo soltaba la empuñadura de su pistola.

-…, Pero tengo algo que decirles. Los hombres se quedaron quietos, atentos, prestos a escuchar las palabras de quien les había abandonado. Bajaron los arcabuces y dirigieron las miradas al capitán.

-¡Habla traidor! Te escuchamos.

Vicente Alexander Bastías Junio / 2016.  Invierno. 

miércoles, 27 de julio de 2016

Entrada 59. Camila Angélica.



Entrada 59.

Poco después tío Farfán y Antoine lograron traspasar una valla de alambres. Comenzaban a reponerse y la energía regresaba a sus cuerpos. Muy ufanos se lanzaron en dirección a la cabaña.

-¡Ea, muchacho! El cuerpo se repone con algo de reposo. Antoine escuchó con agrado las animadas palabras de tío Farfán, y le siguió encantado, encantado de que estuviese con él.

 Apresurados se habían lanzado en busca de la ladera, y a medida que descendían se encontraban cada vez con menos rocas. Había más arbustos, mucha  maleza, floreados espinos, cosa curiosa, a medida que se acercaban a la cabaña, todo era más verde. Sólo se sintieron intimidados cuando, frente a ellos, una señora alta,  robusta, de anchas espaldas, extraía agua de un pozo. Ella se dio vuelta, y al encontrarse de frente con ellos, consideró que eran unos tipos raros. Bastó un gesto con su mano para que ellos la siguieran.

-Descansen un momento, -dijo sosegada, y además,  preocupada de que el agua del balde no se fuera a caer. Algo en el ambiente había cambiado; de la alegría inicial que les invadía antes, ahora les recorría una extraña  preocupación. Sus rostros se habían desencajado…., y sólo esperaban que la señora agregara algo más. Afuera llegaba silenciosa la borrasca y gradualmente todo en el aire se hacía más gris. Ladrillos ribeteados recibían en sus cantos el agua de la humedad que se deshacía sobre ellos. 

   Cuando la mujer abrió la ventana para ver el exterior todo se había vestido de negro, no se podía discriminar si comenzaba una tormenta o por el contrario, la noche había cambiado de aspecto. Inesperadamente se abrió la puerta empujada por los fuertes vientos, y entró un aire helado que parecía sepulcral, tocó todos los rincones hasta que se posó finalmente en los cuerpos de los recién llegados. El frio trepó por sus cuerpos y ellos perdieron movilidad.

-Esta es la casa del tiempo, -señaló enigmática la mujer.

-Aquí flotan, se conjugan, conviven y toman forma todos nuestros sueños. Cualquiera que fuese, -sostuvo impertérrita, sin mover ni uno solo de los músculos de la cara, -cualquiera que fuese debe preguntarse dónde y cómo levanta sus realidades, -mirándoles fijamente por varios segundos comentó.

-Debemos apartarnos de lo que no es. Poseer ciertas certezas de lo que hemos creado, y sobre todo, lo que nos parecer creado por nosotros. Es una lectura muy aguda señores, pero necesaria al fin. Consideren. Al despertar cada día, inevitablemente nos enfrentamos a este dilema: Vivir en lo que es y co-existir con lo que no es. Probablemente, flotando nuestros ojos, una y otra vez, podamos transparentar las miradas, no obstante no debe tratarse de miradas, debe consistir en un  ver más diáfano. Un hombre, -sostenía la mujer capturando, cada vez más, la atención de ellos, -con sombrero de plumas y espada al cinto construye su realidad, no obstante con otras vestimentas, otros símbolos, otras maneras de entenderse, puede fabricar para él otras realidades…, tantas como las que él pueda concebir. Podemos lavarnos la cara cada mañana, dar vueltas sobre nosotros mismos y buscar derroteros desconocidos…, pero, pero no podemos torcer el destino último de nuestro camino. Nos movemos en el rígido camino de la vida, en algún momento, y es deseable, podemos buscar bifurcaciones que nos ofrecen los caminos, sin embargo cualquiera que sea el camino elegido, el final es el mismo.

             Y cada vez que nos enjabonamos la cara para iniciar una nueva jornada, la curiosidad de la meta irrumpe cada vez que nos miramos al espejo. Usted Antoine, al igual que este anciano, deben tocar sus pechos, levantar los brazos, entrecruzar las manos…, eso es lo que son, nada más. Simplemente nos resta disfrutar y transformarnos en quienes deseamos, y tal vez, escuchar el graznar de las aves salvajes para saber que estamos vivos. La señora hizo una pausa, respiró cerrando los ojos, luego continuó.

-Las palabras afirman lo que el pensamiento visualiza. El destino, es al parecer, sello inequívoco del hombre. Paradojas, paradojas que debemos clarificar. Persistencia en el vivir, negación en el morir, permiten el surgimiento de un nuevo espíritu. Un nuevo espíritu que traspasa el tiempo, la vida y la muerte. La instantánea y burbujeante realidad nos atrapa, tampoco de ella deseamos escapar, y sólo nos aferramos a la esperanza de la vida, a los hermosos deleites que nos ofrecer nuestro caminar. Recordar que buscamos el efecto totalizador de nuestras vidas que pueda dar sentido a nuestras vidas, buscar infatigable el amor inalcanzable y cercano.

Tus sueños Antoine, tus sueños quizá sean sencillamente suspiros y escasa realidad. Estas islas son el reverso de todo, aquí puedes encontrar ese amor onírico, pero sin antes comprender que estás inmerso en el ciclo incesante de otra realidad. Razón, vida, presencia, ausencias pueden tener otros sabores y contener mejores aderezos… ¿o quizá no?

Vicente Alexander Bastías Junio / 2016




martes, 26 de julio de 2016

58, Camila Angélica.


Entrada 58.
 
El grupo de marineros decidió retirarse cuando la llama de la tela amenazaba con extinguirse. Antes de girar el cuerpo en busca de la salida, alcanzaron a ver unos huesos de mano delgados y secos que irrumpieron de la losa. Se movieron lentamente por la orilla,  raspando el mármol, y produciendo un chirrido escalofriante. Los hombres quedaron atemorizados, en silencio, con los ojos desorbitados.

Apenas se acercaron a la puerta por la que habían ingresado, una enigmática anciana se asomó por uno de los tantos túneles que conectaban con la vetusta bóveda a la que habían llegado. Y se asomó para gozarse del miedo que se entretejía y se armaba en los cuerpos de esos hombres de mar. En el ovalado y negro orificio, de los que algún día habían sido sus ojos, oscilaban interminables las delgadas patas de una araña. Se movía invisible, e invisible les invitaba a  ingresar a una oscuridad desconocida para todos. La placa de sus albinos y brillantes dientes parecía, de vez en cuando, reír. Pronto ella también desaparecería.

Un enorme charco de agua actúo como espejo. Al acercarse, o mejor dicho, al mirarse en ella, se descubrieron en pedazos estrafalarios, desconocidos, pero sobre todo, desfigurados, como anómalos seres de otras dimensiones. Tal como antes se había transformado el capitán.  
            A esa altura las prendas que habían inventado eran inservibles y ridículas pues, las disimuladas fuerzas que operaban en el lugar, desconocían la existencia de cualquier dios.
Por fin iban saliendo de ese lugar. Temerosos, recordando los comentarios que existían sobre las islas. Todavía no se veía luz, caminaban a tientas, escuchando en sus oídos fuertes pisadas que llegaban a ellos como un raro y lejano eco.

  Un rayo de luz se escurrió por las gelatinosas pupilas de los hombres. Sin mirar directamente al sol permitieron que sus cálidos rayos tocaran ampliamente sus rostros. De pronto de la luz, como en otras ocasiones, apareció la misma chica…, en esta ocasión no huyó, más bien esperó a que vinieran por ella.

El capitán siguió hurgando incómodo y preocupado, el ramillete de luz que invadía sus ojos le impedía ver con claridad, mientras tanto la chica esperaba rendida a su destino.
Un agradable y limpio aire sopló de repente. Los marineros creyeron revivir. Ellos no detuvieron la marcha, había tanta ansiedad en sus corazones, que apuraron el tranco para atrapar a la muchacha, en el avance lanzaban iracundas bocanadas de aire que les permitía sentirse fuertes.

    Saltaron sobre la chica, sin poder retener el grito de alegría que les produjo su captura, otros en cambio, lanzaron gruñidos de rabia al inmovilizar a la mujer. Todos los temores se habían disipado.

Ella permaneció tranquila, balbuceando palabras inteligibles.


Vicente Alexander Bastías Junio / 2016

Entrada 57, Camila Angélica


Entrada 57
 
La imagen de la chica no pasó desapercibida para el capitán. Esa figura resbaladiza se quedó suspendida largo rato en el fondo de sus pupilas marrones. Deseaba interpretar aquellas señales confusas, que desde el arribo a las Islas se habían hecho tan patentes. El capitán poseía experiencia, y de vez en cuando,  la fina redondez de sus dedos acariciaba la protuberancia de unas cicatrices que cruzaban parte de sus pómulos. Al tocarlas, cada cierto tiempo, le ayudaba a recordar los momentos en los que se habían producido. Maciel lanzó un suspiro, luego miró a su alrededor, y sin darse cuenta volvió a recibir en sus pupilas las sombras de esa muchacha que aún  pululaba en su memoria.
-Todo es inexplicable, -reflexionó en voz alta, -ahora tengo dudas… ¿es la misma chica que buscamos? Lo que hemos visto, es más penumbra que realidad. Nuevamente repitió el acto de mirar a su alrededor. Miró a sus hombres, y por primera vez se preguntó qué hacían en ese lugar. Todos les habían advertido de los peligros, nadie se había atrevido a ingresar a esas islas. Cerró los ojos e inclinó la cabeza con lentitud, después permaneció en silencio.

-¿Me escucha capitán?

-¡Sí, sí!, por supuesto dígame usted.

-Hemos encontrado un cuarto…, tiene que verlo, -añadió uno de los marineros.

Al avanzar el capitán sintió el cansancio de las piernas, se dio un  tiempo para ver que las botas se mojaban con la humedad del lugar. Encogió los dedos…, y después de esto decidió dar dos pasos. Se detuvo ante una desvencijada puerta, apenas sostenida por un apolillado pilar. Antes de ingresar, dirigió la mirada por una hendidura. Había muy poca luz, pese a ello, divisó unas antiguas lápidas cubiertas de finísimo polvo, un tupido colchón de telas de araña impedían ver el color original de las tapas. El mohín crecía por sus bordes, inclusive en aquellas zonas en las que estas tapas se habían desplazado.

 Alguien encendió un paño con aceite de ballena. El cuarto, en algunas partes se iluminó, la oscuridad y, algunas sombras, acechaban desde todas las esquinas.  Al cercarse con el fuego del retal, pudieron ver las inscripciones en el frío mármol. Estaba escrito, en una de ellas, un nombre casi ilegible. El desgaste de la piedra y el irreversible paso del tiempo habían borrado gran parte de la inscripción. Con dificultad se lograba leer:

“…Alfrez, marinero del león de hierro. +1677”

-¡Lo sabía! Son los marineros del león de hierro.


Vicente Alexander Bastías Junio 2016

jueves, 21 de julio de 2016

56, entrada Camila Angélica


Entrada 56
 
Pasaban las horas. Todos comenzaron a preocuparse. Surgía, en cada uno de los corazones, el subterráneo deseo de regresar al mar.

El capitán, junto al coreano, buscaban infructuosamente, espantar al aburrimiento. El resto de los marineros tampoco se divertían demasiado, los que, además, visualizaban en la densa atmósfera un conflicto inevitable.
Augusto cavilaba, y cada cierto tiempo, palpaba el grosor de los barrotes, luego giraba la vista lentamente y la paseaba por la lúgubre celda. De pronto echó a caminar en dirección al capitán, cerca de él le comentó.

-Los barrotes están algo derruidos…, con dedicación podrían ceder en algunos ángulos. Una vez que sus palabras terminaron, una luz muy  débil acarició parcialmente el rostro de Marcel. Algo se pintó en él, algo que parecía vagamente el rostro de un ser deformado. Aquel rostro desfigurado de repente asustó a los hombres, los que, en movimientos sucesivos y reiterativos retrocedieron hasta quedar pegados a la pared. Ese aspecto, que más bien, parecía una burda máscara, sólo se desmontó del rostro del capitán una vez que salió de esa luz que tocaba tan sutilmente su rostro. 

Plantados en medio de esa lóbrega cárcel, surgió de entre los hombres una gran signo de interrogación. De las mortecinas sombras que envolvían sus cuerpos buscaban afanosamente  que, de entre ellos, surgiera la solución.

-¡Qué cómodas habitaciones!..., Olvidó decirnos que  eran cinco estrellas, -dijo el capitán con mucha ironía.

Examinando una de las carcomidas murallas, y en su trabajo ocioso, uno de los marineros paseando su vista por ellas, reparó de pronto en un detalle. Al pasar a llevar uno de los gruesos y pesados ladrillos de piedra, al instante,  desde uno de sus esquinas se inclinó produciendo inesperadamente una significativa abertura. Después de golpearlo dos veces, y hasta tres veces, se abrió un poco más. El marinero tuvo que tomarlo con sus dos manos, antes de aplicar más fuerza, y ver cómo este salía totalmente.

-¡Capitán, capitán! –Arremetió impulsivo el marinero. –Tenemos una abertura en la pared.

-¿Qué?... ¡Repita eso marinero!

-Tenemos un forado en la pared…, veamos a dónde nos conduce, -añadió ansioso el hombre.

-En un espacio como este cabe un hombre, en realidad tenemos que probar, -barbotó entusiasta el coreano.

-Agache la cabeza, inclínese un poco más…, así, como de rodillas. ¡Avance, avance!, -ordenó el capitán.

El coreano se tendió en el suelo y valiéndose de la dureza de los codos, comenzó a avanzar al interior de un socavón que era de tierra y de piedras. Logró avanzar metro y medio, cuando llegó al final se detuvo, y ante sus ojos, se abrió la magnífica panorámica de una bóveda muy bien estructurada.

-¿Qué encuentras marinero? –Consultó curioso el capitán.

-Una gran bóveda señor. El piso está sólo a un metro de altura. Podemos bajar sin dificultad.

-Entonces hazlo…, nosotros te seguiremos.

-¡Enseguida capitán! En estas situaciones no se debe esperar, -respondió el coreano  pasándose una de sus manos por la mejilla.  

-¡Descienda marinero, comience a descender! Por fin, uno a uno, fueron bajando los felices hombres.

-¡Viva marineros!..., recobramos nuestra libertad. Esperen, esperen, -exclamó Marcel, -¿dónde está Augusto?

-Se quedó en el túnel, -respondió de inmediato el coreano, luego se miraron unos a otros, y se abstuvieron de agregar comentarios.

-¡Suba marinero! Regrese,  y vea qué sucedió con él. No tardó el aludido en apoyarse en la palanca de manos que armaron sus compañeros, le bastó un pequeño impulso para subir y volver a mirar el interior de la abertura.

-No se ve nada capitán. No está, desapareció…, es como si se lo hubiese tragado la tierra. El hombre volvió a bajar. Permaneció en silencio. Los demás comenzaron a caminar sin decir nada, después de todo, era uno más que se perdía en los fragores las batallas.  A medida que avanzaban un inesperado aire movió los gruesos cabellos, las negras y desordenadas barbas de los marineros.

Al final de la bóveda, detrás de una luz tenue y amarillenta, se alzó la estilizada y negra figura de una muchacha. Desconcertados miraron a su alrededor. Una profunda tranquilidad se apoderó de ellos. En esas raras percepciones que, bombardearon sus pupilas, pretendieron capturar con más atención aquella figura. Aquella silueta femenina se escabulló…, y no volvió a aparecer.

Vicente Alexander Bastías   Invierno. Junio / 2016


jueves, 14 de julio de 2016

55, Camila Angélica II


Entrada 55
 
A veces, retornamos a la vida sólo cuando descubrimos el milagro que tenemos en nuestras manos,- pensó Antoine sin sacar,  un minuto, la vista de unas aves que trazaban líneas invisibles en el cielo. El golpeteo de una incesante gota que caía sobre la mejilla del joven le había llevado a despertar. Comenzaba a creer que permanecer largo tiempo recostado en esas frías rocas era concentrarse sensiblemente en lo fundamental de la vida. Iba pensando, y junto con eso, escuchaba el maravilloso resonar de cada una de las gotas lluvias que caían a su alrededor. A cada gota en contacto con su cuerpo, él se estremecía, y sentía que algo de vida se iba apoderando de sus poros y de su gélido corazón.

Y él, no hacía más que, lanzar los pensamientos al infinito para perderlos entre nubes entrelazadas que, silentes, avanzaban observando el regular bullir de la vida. Su mente, por sus características, le permitía realizar maniobras que le facilitaban volar con más libertad.

Una vez en las alturas ya no oía, ya no veía, sólo respiraba, contemplando la vida extasiado, y era como si todos los elementos del universo aterrizaban en su corazón, y podía sentir las suaves palpitaciones de una vida regalada.

En silencio musitaba el nombre de Camila, igual a como ir desprendiendo de los labios un secreto muy bien guardado. Luego al cerrar nuevamente sus ojos ella desaparecía y se limitaba a bisbisear tan dulcemente:

-Si es posible…, sólo si es posible, quédate conmigo.

-¡Antoine, Antoine! Avancemos, ya es muy tarde, -comenzó a quejarse tío Farfán al ver que el muchacho se quedaba largo rato detenido y divagando.

Entonces Antoine se frotó los ojos como si se lavara con las dos manos y enseguida miró al anciano con curiosidad.

-Divisé, a lo lejos a un grupo de personas, pueden ser los marineros de Martín Pollier, -sostuvo con argumento firme tío Farfán.

- Vi unos destellos de luz que aparecían y desaparecían entre las hojas de los arbustos. Tenemos que acercarnos con sumo cuidado. Necesito que estés atento…, y deja las distracciones a un lado. Las palabras del anciano contenían sin duda, la observación de un tipo avezado y experimentado, pese a ello el joven las recibió sin mucho interés. Y sólo se quedó con los ojos cerrados permitiendo que la brisa tocara su rostro, y en sus pensamientos permitiendo que Camila le donara las fragancias y las sensaciones que lanzaba a sus labios.

 Mientras tío Farfán no cesaba de mirar, con gran inquietud,  al grupo de hombres que se movían a lo lejos.


Vicente Bastías Junio / 2016

54, entrada Camila Angélica II


Entrada 54
 
Después de atravesar la desolada calle tía Elena, antes de ingresar, miró para ambos lados y sólo vio dos jóvenes que jugaban entre los matorrales. Sigilosa, imprimiendo delicadeza en cada paso que daba, sacudió sus pies y decidió finalmente ingresar. Meneó la cabeza despreocupada; soltando, ágilmente, los delgados cabellos que aún, quedaban en su blanca cabellera. En el acto se dirigió a la cocina, abrió el caño del agua, introdujo sus delgadas y pecosas manos al flujo  de agua que incesante comenzó a caer en el  lavaplatos.

La luz del día apenas ingresaba por los visillos de la ventana. Tía Elena completó, sin mayores dificultades, la rutina de ingreso que le resultaba más familiar. Luego miró a todos lados, y registró cada uno de los rincones del comedor buscando un lugar impreciso. Desde hace algunos meses atrás, al caminar, experimentaba que sus pies decrecían en impulso y en energía, a consecuencia de aquello sentía que se agitaba demasiado, en aquella oportunidad  todo hacía pensar que sus vueltas eran un sinsentido. Ella escuchó tocar la puerta. Siempre con dificultad se acercó a la puerta principal, la madera de la puerta volvió a sonar…, alguien llamaba, debido a esto se esmeró un poco más en llegar.

-¡Espere, espere!...vea, ya abriré.

Cuando se asomó por la ventana le pareció que alguien se había equivocado de lugar, porque no esperaba a nadie.

Don Heriberto, al constatar que la señora Elena asomaba la nariz tímidamente, primero lanzó una mirada indiferente, luego lanzó un conjunto de miradas impacientes. La anciana no se movía de la ventana, y pensó él que no deseaba abrir la puerta. Apenas el administrador vio la puerta entreabierta, no lo dudó un segundo  e ingresó apresurado, con la cabeza gacha casi disculpándose.

Alrededor del mediodía, la mañana se retiraba con desgano, sin dejar ruidos en el ambiente, dejando en el aire un color azul plateado que invitaba a descansar.

-Disculpe señora Elena…, sé que es tarde, pero me resulta imperioso hablar con usted. –Explicó jadeante el funcionario de Pollier.

-Explique qué le trae a mi casa don Heriberto. Debo confesar, su llegada es sorpresiva, inusual, inusitada, -después tía Elena soltó una carcajada e invitó al ‘almidonado’ administrador a sentarse. Don Heriberto, como llevado, sin realizar movimiento alguno, se lanzó al sillón impaciente. De pronto el gracioso semblante de la anciana se transformó, y ahora estaba severo, desaliñado. Ella se atrevió a preguntar.

-¿Qué sabe del alborean?

-Nada señora Elena, aún no tengo noticias.

-¿Qué habrá sucedido en las Islas?, -insistió la anciana.

-Es lo mismo que deseo saber, mi apreciada señora. Me preocupa Antoine…, usted sabe del aprecio que le tengo. Pero qué locura, ¿no le parece?

-Anne - Laure desató toda esta locura. Todo es fruto de su oscura maquinación. ¿Qué iba a lograr con todo esto? Nadie sabe…, ni ella se entiende…, creo.  Recuerde don Heriberto generar un conflicto siempre posee un fin subrepticio, siempre conlleva el furtivo impulso de la ambición y de la codicia.

- Tiene mucha razón usted señora. Además de todo lo anterior, esa niña tiene un origen desconocido. ¿Por qué hablar de ella ahora? ¿Qué sentido tenía sacarla a colación ahora?...,  más aún cuando  nadie la ha visto.

-¿Recuerda usted don Heriberto cuándo apareció en el pueblo?

-Nadie tiene registro de que alguna vez haya puesto un pie en este lugar. Es probable que ella exista, pero nuestra indiferencia y nuestros oportunismos  le han negado  a ella la propiedad del existir.

Vicente Bastías Junio / 2016


jueves, 7 de julio de 2016

Entrada 53, II. Camila Angélica.


Entrada 53
 
Era el poseedor de una amplia frente; esta tenía la forma de una media circunferencia brillante y aceitosa. En la superficie recibía finísimas e innumerables líneas que, de inmediato llevaban a  pensar, en los reiterados azotes de la vida. Unos ojos, profundamente negros, salían a buscar la luz en sobresaltos de terror y espanto. Los grandes orificios de la nariz se dilataban notoriamente cada vez que trataba de tomar el limpio aire del lugar. Respiraba con desesperación y dificultad, como si ese aire le resultara impropio y ajeno. Se lograba ver, a ambos lados de esos orificios, dos líneas que se deslizaban derrotadas y extenuadas, eran más gruesas que las de la frente y terminaban su triste recorrido al frente del ángulo de su boca. El trabajo de un cincel, que de tanto gastar, había hecho dos canales en la fina textura de su piel. El hombre se paró frente al capitán, como si saliera de la vitrina inútil del tiempo. Enseguida, paseo sus ojos oscuros en derredor, y ahí se quedó esperando que algún rayo de la vida le tocase sólo por un segundo. El hombre callaba, no había ruido en el lugar, en aquel silencio todos se miraban sumergidos en un sueño singular. Por fin se dirigió a Marcel y al resto de sus hombres, pausada y gravemente comentó.

-Ya nos conocemos… ¿es verdad?

La voz áspera del sujeto estremeció al capitán, el que logro tragar saliva con bastante dificultad. El capitán apretó las mandíbulas y el hueco de sus pupilas pareció mucho más profundo; mientras intentaba regularizar su respiración sus pies se mostraron vacilantes. Afuera se escuchó un ruido estridente y tétrico, nació de repente y se perdió tempranamente en la bruma de la noche. Después volvió  el silencio. Cuando el capitán iba a responder, el cielo y los ojos del hombre se pusieron más brunos. La luz de los faroles, que colgaban en cada uno de los pilares, intentó esconderse debido a que, un atrevido viento,  se abalanzó sobre ella para abrazarla. Del mirar oscuro del hombre surgió de súbito, en cada marinero,  el deseo de escapar tal como lo había propuesto el coreano.

-Podría mimarlos, -dijo seriamente el hombre, -… pero no es la  misión que tengo, pese a que los acompaño desde el primer día de vida. A ustedes no les preocupa encontrarse a sí mismos, y es muy probable que primero me encuentren a mí.

Marcel escuchaba, y no sabía si debía permanecer en ese lugar o escapar. Las palabras de ese hombre, inexplicablemente, lo atrapaban.

-He visto muchos acontecimientos extraños, -sostuvo pensativo el capitán, - quizá, veré otros, pero nunca he visto algo parecido. Mientras todo se cuerpo se estremecía levemente, miraba a sus hombres para saber a qué atenerse.

A veces, las luces de los faroles dejaban el lugar a oscuras y surgían de las paredes otras sombras que se proyectaban en ellos. Todos aquellos inusuales distractores, habían permitido que el grupo olvidara por momentos la misión, sin embargo el capitán no lo olvidaba por lo que decidió preguntar con las pupilas tan inmóviles como las del hombre que los recibía en aquella fortaleza.

-Buscamos a una muchacha…, Camila.

-Está con nosotros, -respondió con mesura el hombre, y continuó.

-Primero llegó a nosotros ella, luego Gino, y curiosamente ahora ustedes… Pronto va a amanecer…, mañana continuaremos esta conversación de dos. Los van a llevar a unas habitaciones, espero verlos apenas se insinué el amanecer.


Vicente Alexander Bastías Junio / 2016