Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

domingo, 27 de marzo de 2016

Entrada 32, Camila Angélica




Camila Angélica, entrada 32

Las voces de los hombres, en ocasiones, se perdían entre el persistente azote de las enormes olas; voces que también se mezclaban con las ráfagas del viento que furioso, danzaba en esa curiosa conjunción de los elementos. Cada vez que alguien daba alguna instrucción, esas sonoridades disminuían hasta perderse completamente. Se multiplicaban, asimismo,  las rítmicas ondulaciones del oleaje, llevando al alborean a balancearse peligrosamente. En una de esas arremetidas se levantaba toda la popa quedando expuesta la proa a las atrevidas oleadas del mar. En otras oportunidades el movimiento iba de estribor a babor reproduciendo el mismo efecto, que tenía a todos atentos a los eventos que se sucedían a una velocidad vertiginosa. La niebla,  a esa altura, ocultaba los objetos, la tranquilidad de unos minutos atrás desaparecía, inequívocamente, en la fosca tarde.

La cabina del Capitán estaba ubicada  casi al medio del barco, detrás de ella, justamente por el lado de la popa se instalaba la sala de máquinas, desde ahí, resultaba fácil ver, cómo salían los cables que daban la luz a todos los focos del  babilónico  alborean. Debajo de uno de esos focos asomó la cabeza el Capitán, puso un pie en la escalera metálica que permitía el único acceso a la cabina.  Una vez asentado con firmeza el pie derecho miró a lo largo y ancho de estribor, desde allí gritó. 

-¡Gino! ¡Todos a la bodega…, ahora! –el contramaestre, que obedecía a tal nombre, esperaba desde hace largos minutos esa orden. Ahora el Capitán al que llamaban Leonardo, y al  que todos conocían por el apodo del Cosaco, miraba ahora a través de los vidrios empañados. Gino se acercó por detrás, puso su mano en su hombro, después de carraspear adicionó. 

-Los hombres lo esperan, -acto seguido agachó la cabeza y salió de la  estrecha cabina, apenas se retiró, el Capitán le siguió los pasos. 

-¡Se debilita el viento!, -comentó el contramaestre, sin quitar la cabeza del suelo que estaba lleno de cables cruzados. 

-¡Sí!, pero la lluvia aumenta. Hay que reconocerlo, hemos tenido mala suerte. Espero que esa chica salga luego del barco, nos trae mala suerte. 

Por fin, al llegar a la bodega, Gino y Leonardo, uno detrás del otro, bajaron la escalera y se ubicaron al medio de los marineros. El capitán sacó un poco más de pecho, como si marcara territorio, respiró hondo y su mirada, automáticamente, fluyó por el rostro de cada uno de los presentes. Unos restaron la vista, otros desentendidos, jugaban con las manos, en cambio los más cercanos mostraban inquietud. 

-Ahora tenemos una orden, -prontamente aclaró el Capitán, con voz sólida y bien armada, De repente todos lo miraban expectantes, luego volteó la cabeza para preguntar al contramaestre. 

-¿Están todos?

-¡Un minuto!, -respondió acelerado Gino, -paseó la vista por el círculo, cuando terminó chispeó los dedos y exclamó, 

-Falta Antoine…,nadie más.  

-¿Y dónde está él?

-Debe estar en la sala de máquinas, puntualizó el contramaestre.

-¡Vayan  a buscarlo!, -ordenó el Capitán.


-¡Usted!, señaló con el dedo a Augusto, el más disciplinado de los marineros.

-¡Vaya a buscarlo! El aludido se incorporó rápido y salió de la bodega. 

Afuera le esperaba la lluvia, muy pronto, y sin siquiera prestarle atención,  mojó toda su espalda. Al caminar consideró que el piso estaba húmedo y resbaladizo. La lluvia no cesaba, el día iba de  gris a oscuro. Apenas vieron salir a Augusto, el Capitán sin titubeos continuó.

-Martín Pollier quiere que esa chica fuera de su vida. 

Antes de continuar se quedó mirando la ampolleta que, colgada de un débil cable, se movía como un péndulo,  continuamente, sin pausas, tomando para sí el movimiento del mar. Momentáneamente  permaneció varios segundos sin palabras, observando en derredor, y no reparó en ningún detalle, como si su mente se hubiese quedado en blanco. Suspiró resignado,  la oscilación de la ampolleta, le mostró en un solo pantallazo, lo que estaba sucediendo afuera de la bodega. Sabía que la tormenta continuaría, y les castigaría inmisericorde, hasta que la muchacha abandonara el barco.
Los marineros comenzaron a impacientarse, toda vez que, no aclaraba el tema de la reunión. Sebastián, el más antiguo del grupo, se atrevió a preguntar. 

-¿A dónde vamos?

-Hacia allá, -apuntó con frialdad el Capitán.

-Vamos a las islas de los Cepioneses, allá dejaremos a la mujer.

-Pero en ese lugar no existen indicios de vida, nadie ha llegado, nadie sabe qué pasa allá, 

- aclaró Sebastián pensando que el Cosaco le enojaría, por el contrario, recibió la respuesta..., fue más amable de lo que esperaba.

-Esa es la idea, -acotó el Capitán, -la dejaremos allí, mientras hablaba su mano asia un tubo de fierro oxidado y sucio, con la prometedora idea de golpear a quien se opusiera. Los ojos de todos los hombres se abrieron temerosos y expectantes, salvo el marinero coreano de aspecto de karateca que adhería plenamente a las ideas de su jefe. 

-Lo haremos y será el secreto de nuestras vidas.

De pronto toda la atención se centró en Augusto que volvía a ingresar a la bodega, apresurado y con los ojos a punto de salir de sus  madrigueras, gritó fuera de sí.

-¡Antoine, liberó a la chica!


Vicente Alexander Bastías Marzo / 2016

sábado, 26 de marzo de 2016

Entradas 30, 31. Camila Angélica




Entrada 30, Camila Angélica

Don Heriberto entró apresurado y sorpresivamente, antes se había asomado al salón, para luego buscar a Martín Pollier, estaba en eso cuando, algo en su mente le llevó a  tantearse a sí mismo, con los dedos en forma de martillo buscaba, insistentemente, un papel importante.

-Lo traje o no lo traje, -comentó casi murmurando, en los bolsillos, del pantalón, de la leva, -puntualizó confundido. La bella Dominique le miró de reojo, ella subió una ceja tratando de entender los alterados gestos del administrador, enseguida se dio cuenta y apuntó con un dedo el papel blanco que reposaba inerte en el suelo.

-¡Oh, oh!, pensé que lo había extraviado, -remarcó don Heriberto. Echó los hombros atrás, miró a los presentes, se agachó y recogió el papel, siempre con la idea de que  había hecho el ridículo. Nuevamente enderezó las espaldas, y avanzó al centro en busca de Pollier. Martín no tenía muchas moléculas de ánimo activadas, quizá por eso, al encontrar al administrador en su casa, más bien le miró con desgano. La ausencia de expresiones en el rostro de Martín Pollier, inhibió, por momentos, al encargado del pueblo, pero pronto se le pasó, y entró decidido a comentar las últimas novedades. Pollier, adelantándose a los propósitos del visitante, le hizo señas con la mano para que le siguiera a la pequeña biblioteca. Cuando intentaron ingresar captaron los ojos curiosos de los muchachos que, atentos, escudriñaban los pasos de ambos, luego ingresaron restando importancia al hecho.

Una vez adentro el administrador informó sobre la conversación con Antoine.

-En esta situación, -dijo, barnizando su rostro de seriedad, -ya no tiene de qué preocuparse.

-Espero que no sea este uno de aquellos discursos metafóricos, y que de verdad ese loco deje de comentar estupideces.
-¿Algo más?, -preguntó solemne el hombre de negocios.

-¡Sí! - a eso precisamente venía. Llegó esta nota, -expuso el administrador esbozando una nerviosa sonrisa.

-¿Quién envía la nota?

-Desconozco quién pueda ser…, sin embargo solicita verlo esta noche en el parque de je t’aime, precisamente en el muro, contestó don Heriberto.

                                                   _______ º ______
                 

Entrada 31, Camila Angélica

Las olas se agitaban entre fuertes corrientes que se entrecruzaban si dirección alguna, pequeña crestas se armaban de la nada para chocar las aceradas formas del alborean, después ellas siguen un tambaleo robusto, permanente. Desde la playa se ve al mar en su enredadera de movimientos, en ocasiones parece un cartón corrugado, pintado toscamente de un azul verde. En la única línea del horizonte surgen, claras primero, oscuras después, una nubes insustanciales que no poseen ningún tipo de forma, sólo la que cabe en la cabeza de quién las mira. Algunas de tintes plomizos, otras en cambio, blancas como la nieve. 

Irrumpe,  en el ilimitado mar, un punto negro extremadamente pequeño, que se hace visible, desde lejos, por una esmirriada luz. Es el apasionante alborean, que instala en el mar su propia y única belleza. Se introduce decidido, aunque solitario, en el  mar del norte, a su paso va dejando burbujeantes espumas blancas, que a modo de estelas van quedando atrás.

-¡Contramaestre!, -se acerca un banco de niebla, -alcanzó a informar uno de los marineros.

-¡Bien!, que el técnico vaya a la sala de máquinas, deseo todo en orden, -respondió haciendo un gesto de desagrado el interpelado jefe. Después miró por las ventanas de la cabina, desde esa posición logró, aunque con algo de dificultad, ver cómo la niebla ingresaba silenciosamente por la proa,  -la experiencia, -pensó él, -señala que la niebla demora nada en cubrir todo, y se escurre por todos los lugares visibles. 

En el mesón estaban los equipos electrónicos que alimentaban el rumbo del barco, había también una botella de ron, un cenicero negro con tres colillas de cigarros brutalmente aplastadas contra su base, al centro el timón, una especie de olla con dos palancas a cada uno de los costados, y dos bolines de acero respectivamente que permitían afirmar dicho rumbo. Desde ahí también vio cómo flameaban las tres banderas triangulares con los colores del alborean. Levantó un poco más la cabeza para captar el cambio de tonos que se sucedían en las nubes, en eso estaba cuando escuchó el repentino estallido de tres a cuatro relámpagos que iluminaron breves el cielo, justamente el elemento que elevó sus preocupaciones.

Cuando por fin se inició la lluvia, la tripulación estaba afuera, parados, conversaban sobre lo que vendría para ellos después que la neblina y la lluvia llegara sin aviso previo. Estaban preparados, qué duda cabía, no obstante, siempre se abría en su mente un espacio para los temores supersticiosos. Estaban muy cerca de la cabina de mando, y desde allí vieron cómo las olas hacían su primera demostración majándolos a todos. Cada vez que una ola reventaba en el barco llegaba a mojar gran parte de la cubierta, considerando además que cada una de ellas llegaba a medir dos metros de altura, pese a aquello permanecieron en ese lugar, llegando a encontrar cierto gusto y fascinación por el espectáculo del mar.

-¡Capitán!, -estamos en medio del banco de niebla, aún nos golpean las olas. Además, el viento Capitán, también parece confabular contra nosotros, ojalá que no perdamos estabilidad…, de hecho señor ya perdimos visibilidad, -advirtió un locuaz contramaestre, zarandeado por el violento movimiento de las olas.

-¡Todos a la bodega!, -hasta que pase el mal tiempo. Comunique, además, que hablaré con ellos, -respondió el Capitán de manera cortante y categórica.

-Deduzco que la chica todavía está en la escotilla…, así debería ser contramaestre, ¿o no?
-Sí Capitán tal como lo ordenó.

Vicente Alexander Bastías Marzo /  2016



martes, 22 de marzo de 2016

Entrada 29, Camila Angélica




Entrada 29
 
Aquella tarde trajo consigo una luminosidad agradable. Los enormes ventanales filtraban a través de sus cortinas, sembrada de adornos hexagonales,  las formas suaves y lineales de  la luz. En  la sala de estar, en un espacio muy amplio, se distribuían armoniosamente una mesa de centro baja, a lo largo de ella un vidrio rectangular grueso  sostenida por cuatro elefantes café; en el centro del vidrio un macetero con hojas exóticas verde claro; en dos de sus ángulos, y muy cerca de las orillas dos budas  puestos de espaldas uno del otro. 

Alrededor de la mesa, específicamente en su lado oriente donde se ubicaban los dos ventanales, un sillón de tres partes color de  amarillo dejaba reposar tres cojines color vino; en la pared opuesta dos sillones individuales de color verde oliva, sostenida hermosamente por una estructura de madera de color negro, colgaban en la pared norte, a mediana altura, tres cuatros del  pintor impresionista Pierre Auguste Renoir, debajo de los cuatros y sin tocar la pared, había un sillón largo del mismo color del anterior, a excepción de sus cojines que eran de color naranjo. En el cielo raso tres ampolletas embutidas, formando un triángulo, acentuaban claramente la elegancia del lugar, todo sostenido en una maravillosa alfombra de fibras marinas de tintes blanco rojizo. 

En ese enorme espacio Martín Pollier manoseaba  sus grandes ideas de negocios. Le acompañaba, sentada en uno de los sillones individuales la niña cabellera rubia, ella, complacida miraba a su padre. En el lado opuesto, y cerca de los ventanales,  su hermano Julien Pollier abandonaba su delgado cuerpo a las suaves texturas de los cojines. Un joven alto, vestido siempre de estricto negro, con pantalones y chaquetas ajustadas de telas brillantes como las que usan los artistitas. Parecía, a los ojos de la gente, un personaje extraño que disfrutaba de las banalidades de la moda. Era, este joven, consentido y apático, llegaba a ser de verdad desagradable con los demás. Con lo único que le entusiasmaba era la abultada cuenta corriente de su padre. Esperaba, descansando y disfrutando, que su padre le heredara sus bienes. Poseía un registro visual de todos los bienes de la familia, y sabía con exactitud, el destino de las cosas que ambicionaba. 

Tomó de la mesa de centro un vaso de cognac, sonriendo alzó el brazo e hizo un brindis con su hermana. Al ver el gesto de Julien respondió con el mismo modo. El hallazgo repentino de esas miradas cómplices rebalsó sus espíritus de entusiasmo. Dominique Pollier, compartía en secreto, las azarosas ambiciones de su querido hermano, dejó de leer y se fue a sentar a su lado, enseguida puso la cabeza muy cerca de él, y de vez en cuando le mirada fascinada, exigiendo a la vez que pusiese terminó a la zozobra de la larga espera. 

-Me sorprende, -le dijo a él  cerca del oído, -cómo los sueños pueden mostrar verdades. Probablemente, ese estúpido loco, desnudará cada uno de los miembros de esta familia. 

-¡Sí!, -respondió breve él, -las escaramuzas entre los sueños y la realidad son permanentes, y sobre todo eternos. 

Ambos se habían sentido muy contrariados con las fuertes acusaciones que realizaba el joven desde hace algún  tiempo, cada día esas palabras retumbaban en sus oídos y también en sus memorias. 

-Pero él, -adujo Martin Pollier, -atento a la conversación de los muchachos.

-El sostiene que sus sueños son verdaderos. Y es curioso, -dijo palpándose el mentón, - me involucra… ¡y no sé con qué argumentos!, -gritó finalmente con voz rasposa. 

-¿Y qué dice usted mismo?, -agregó Julien, -esa niña ha desaparecido…, según ese despreciable marmitón, usted sería el responsable. 

Pasaron algunos minutos, da la nada se levantó un silencio sepulcral, mientras pensaba en alguna respuesta su mirada se quedó detenido en algún punto indefinida del salón. Entonces se limitó  a precisar. 

-No conozco a nadie con el nombre de Camila. 

Y ellos, sus hijos, de inmediato recordaron aquella noche de tormenta. Difusos recuerdos que aparecieron desde el agua, el frío y la espesa bruma de ese día. 

Vicente Alexander Bastías

domingo, 20 de marzo de 2016

Entrada 28, Camila Angélica



Entrada 28
 
Su expresión quedó plasmada en la anticuada vitrina del comedor, cuando las gesticulaciones de su sorpresa quedaron retenidas en su derruido espejo. 

Después vino la voz que exclamó estridente y que dejó, por momentos, petrificado el cuerpo de Antoine. El viento que exhaló tía Elena llegó a mover dos suaves cabellos en la cabeza de él. Según afirmó el joven, parafraseando varias veces, ella debía relatar todo lo que sabía de Camila. Enseguida dedicó a esperar unos segundos, expectante a sus palabras. Parado,  inmóvil, allí, carca del umbral de la puerta, después de que, retara a la anciana a contar lo que conocía. 

Habían transcurrido ya tres meses desde su último arrebato, pocas veces le sucedía, pero ahora sus ojos aniquelados solidificaban toda su rabia. Llevaba, como siempre, la pequeña espada de oro en su mano, y el recuerdo de lo vivido, o bien, de lo soñado en el alborean. Conservaba bajo su brazo un delgado chaleco de artesanal adiposidad. Había deseado irrumpir abruptamente, sin embargo, no alcanzó a desenfundar las palabras de grueso calibre que había reservado para la tía. Con los nudillos de su mano, rascaba nervioso la cabeza. 

Tía Elena, estaba parada frente a la mesa; embelesada, con cara de desconcierto. Ella captó las veces en que el joven frunció las cejas en señal de molestia.

Cuando la señora por fin reconoció que había conocido a Camila, el rostro del muchacho pasó del enojo al pleno deslumbramiento. Cada línea, cada gesto de su cara se iluminó, y sus ojos condensaron pequeños puntitos de luz que poseían el brillo de la ilusión. 

Tía Elena, trajinando en la cocina, llegó a  rememorar la suma de recuerdos y añoranzas que estaban pegadas en su larga vida. Efectivamente, en una clara noche de abril,  se enteró de que Antoine Alonso flirteaba  con la chica.

-¡Imposible!, -murmuró de inmediato, con la puerilidad que proporcionan los celos de  una “madre”. Desde ese momento, volvió todos sus esfuerzos, a que esa relación se abortara. Otro día, también en el mes de abril, pero esta vez en una noche más oscura, se sintió con el deber de hablar con la chica, y le exigió, con excelsa claridad, que no buscara a su niño. En realidad le pidió que se fuera, que buscara ternezas en otros lugares…, en ese hogar no había lugar para ella. Ellos estaban bien así. Después de ser explicita en su petición, pretendió mantenerse serena, a pesar de los titubeos a los que le llevaba su angustiado corazón, así y todo, brilló en sus ojos la satisfacción del objetivo cumplido. 

El joven, su pequeño, como le gustaba llamarlo a ella, nunca se enteró de aquella conversación, por el contrario, cada vez que ingresaba a su cuarto tenía forzosamente que preguntarse porqué Camila no regresaba. La continua falta de respuestas, le fue deteriorando los sesos hasta que la memoria se agujereó de igual manera. A partir de ese momento, permaneció en sus ojos tristes la figura delgada y estilizada de la muchacha. La primera vez que se perdió en su desvarío, casi no lo recordaba, sólo experimentó que en su conciencia se fueron acumulando recuerdos que estaban abandonados y llenos de polvo en alguna esquina de su memoria, con el transcurso del tiempo estos llegaron a ser muchos. Esos recuerdos, posteriormente, comenzaron a lanzar figuras oblongas, oscuras, sumamente tétricas. Hasta que se habituó a esos espacios íntimos, desconocidos, y acompañados de escuetos retazos de lucidez.

Tía Elena, antes de continuar hablando, abrió la puerta para cerciorarse de que no hubiese nadie escuchando. Enseguida acotó.

-Pero le dije que se fuera…, no que desapareciera. ¡Hijo!, tenía miedo de que te alejara de nosotros. Antoine miró a la tía sin rabia, comprendió, sin justificar, el amor sobre-protector de la mujer, sin embargo, consideró que había sido una petición disparatada. Había pasada tanto tiempo desde la desaparición de Camila que resultaba difícil rearmar esos comienzos. La mente, aseguraba, se pone rígida a medida que pasa el tiempo, es menos permeable al recuerdo y al olvido, y es más propensa a entregar sólo pantallazos de lo que hemos vivido. 

Ella seguía hablando con voz entrecortada, y le pareció ver, de repente, a esa chica de ojos especiales, emuló ese cuerpo de mujer envuelto en fulgores angelicales. Volvió a descubrir el cambio  brusco en los rasgos de Camila, logró recrear esa tristeza infinita que le acompañó al marcharse. Ese día la chica se dio la vuelta, salió de prisa y su escueta figura desapareció en la complaciente oscuridad de la noche. 

Todo en Camila era extraño, pensó ella,  tal como apareció se esfumó. A tía Elena le resultó imperioso ratificar su versión a punta de argumentos, e insistía que su miedo venía del pensar que perdería a su joven Antoine. Las mujeres, decía ella, siempre alejan a los hombres de sus familias, no sólo eso, les alejan de la firmeza de sus determinaciones, y sobre todo, y esto lo consideraba más grave aún, los obligan a cambiar el derrotero de sus sueños.

-Por eso le pedí que se marchara, -concluyó medianamente afligida.

- ¡ummmm!, comienzo a reconstruir parte de mi memoria, -añadió Antoine Alonso antes de salir de la casa.

Vicente Alexander Bastías / Marzo 2016

jueves, 17 de marzo de 2016

Entrada 27, Camila Angélica


Entrada 27
 
Antoine Alonso avanzó por el camino de arena, acomodaba sus pasos sorteando las piedras grandes del lugar. El día estaba tibio, el cielo había adquirido un intenso color azul, mientras el mar tenía, a esa hora, un verde tenue. Las rocas de volúmenes abundantes y superficies húmedas, eran azotadas por enormes olas, que al contacto con su dureza estallaban por el aire. Él se desplazaba por los senderos de siempre, a medida que avanzaba, iba comprobando que todo seguía igual, que inclusive el follaje perenne, conservaba en sus hojas olivas el mismo polvo de los días anteriores.
 Allí se detuvo un instante para repasar las palabras de don Heriberto, no lo había considerado así. El primer eslabón que facilitaba focalizar sus dudas, se orientaban a Martín Pollier. La pequeña espada de oro le pertenecía, la había usado en las camisas de puño doble como gancho. Tomó un tiempo para recordar el día en que lo enfrentó, y había notado, justamente, que faltaba el de la mano derecha. Le llamó la atención porque habitualmente los usaba. La pequeña espada que misteriosamente había llegado a sus manos podía ser un camino de solución. Antoine cruzó los brazos, respiró, miró al mar siempre novedoso, y fue inevitable apelar a los momentos vividos con Camila. Ese recuerdo le llenó de felicidad, y creyó, que de repente, estaba delante de ella.

-¿Qué buscas? – Le preguntaba la chica hundida en ese día  lindo y vaporoso.

-Busco la luz fugitiva que escapó de tus ojos, -respondió tranquilo y sonriendo.
-¿Y qué me darás?  -Las instantáneas de las miradas dulces que salieron a tu encuentro.

-¿Por qué Antoine querido, por qué?

 – Porque todas mis ambiciones están puesta en ti, tú eres el camino final de mi vida. Llegas a mí como el pensamiento alegre que calibra mi espíritu, y deshaces la oquedad de la vida.

-Antoine no logro olvidarte, -sostuvo la chica, cerrando los ojos y enviando sus besos, desde la palma de la mano, a los labios del muchacho.

 - ¿Recuerdas aquella mañana? –Prosiguió ella más preciosa que antes.

-¡Sí! Te recuerdo compenetrada en aquella mañana repleta de esperanzas. Escuchando en los oídos el rítmico movimiento de tus pasos. Te encontré a ti…, eso me hizo feliz. Aprecié, como ahora, las comisuras de tu boca…, tan hermosa. No vale ni la razón ni la vida si no te tengo, si tú no estás. En un día cualquiera salgo a tu encuentro en estos caminos azarosos que nos presenta el existir. Amable Camila, tú vives en mí. Mi suspiro, como saeta, me lleva a tu tierno corazón. Ahora que tu mirada me interroga, mi rostro es lívido. Déjame besarte, escucha el ruido del mar, mezcla nuestros espíritus. Necesito abrazarte, mientras la mañana cálida da calor nuestros labios.

-Qué buscas Antoine?

-Te busco a ti mi amor.


Vicente Alexander Bastías / Marzo 2016

martes, 15 de marzo de 2016

Entrada 26, Camila Angélica



Entrada 26
 
-¡Antoine! ¡Antoine! ¡Ven, ven por favor!, -gritaba el administrador al ver que el adolescente pasaba cerca de las oficinas. Se acercó sonriendo, como si le diese un gusto enorme verlo. 
Caminemos, -invitó al excéntrico muchacho. ¿Cómo estás? Necesito hablar contigo. Hay mucha neblina, de seguro que hoy no llueve,

 -añadió alegre don Heriberto. Estos días, mi querido amigo, invitan a crear nuevas aventuras aunque sea en los sueños. ¡Así es!, estos días nos ponen reflexivos y nos conducen a analizar nuestros sentimientos. ¿Será el tono gris que toman las cosas? ¿O el color verde turquesa que adquiere el mar cuando no le vemos?

 A propósito, la mayor parte del tiempo la mente del hombre está nublada, pero sus tonos son más bien grises. Parecemos embriagados de nostalgia, para ser más agudo, siempre estamos inyectados de algunas dosis de alcohol…, probablemente sea para olvidar. Vemos las cosas distorsionadas, o sea, no vemos las cosas como son, sino como parecen ser. 

En fin, espero no aburrirte Antoine. Eres un buen discípulo, en efecto, no quiero que sucumbas. Necesito confesarte algo, no sin antes, mencionar una costumbre de la edad media.

¿Sabes qué? Cada vez que nos reunimos, llueve, está nublado o bien nos tapa la neblina. Pareciera ser que es la tónica de nuestros diálogos, entre filósofos tú entiendes. Fíjate, cómo cambia el mar a medida que conversamos. 

Bien, como sostenía, en la edad media, en grupos muy reducidos de filósofos,  cada vez que dos de ellos tenían un problema, o diferencias de opinión insalvables, era costumbre, que uno de ellos, tomando la iniciativa invitaba a caminar al otro, en ese caminar conversaban. Primero hablaban de ellos mismos, de cómo estaban; luego se centraban en las diferencias que les separaba, y en última instancia se reconciliaban…, se perdonaban. 

Todo empezaba de nuevo. Las diferencias anteriores quedaban atrás, a partir de aquel instante comenzaba para ellos una nueva manera de relacionarse. Esto podía repetirse una infinidad de veces, porque siempre estamos expuestos a las diferencias, pues bien, cada vez que se repetía esta costumbre, cada uno de ellos era un poco mejor como persona.

 ¿Me entiendes? Al final de todo el proceso las diferencias se diluían. Antoine, mi pequeño amigo, hasta el día de hoy se repite esta costumbre. Entonces ser filósofo es más que racionalizar las teorías sobre lo que somos, es en concreto una forma de ser, por consiguiente, te invito a caminar porque tengo que reconciliarme contigo, no he sido honesto. Oculto información sobre lo que te aqueja. 

En muchas cosas tienes razón, es decir, no totalmente, pero has acertado en algunas. No sé cómo lograste rehacer la historia de esa joven. Efectivamente existe. Ella estuvo con nosotros, evidentemente que las explicaciones sobres su desaparición las tiene que proporcionar la tía Elena, ella sabe más de lo que reconoce, incluso merece una conversación aparte el tío Farfán.  ¿Oyes?, escucha el ruido del mar, es tan bello. ¡Ah! Esta conversación no existió, en último término creo que deberías invitar a caminar a tía Elena…


Vicente Alexander  Bastías / Marzo 2016