miércoles, 12 de junio de 2019

Cartas a Verónica VII



Cartas a Verónica VII

A muy poca distancia escucho tu respirar, envueltos por una tarde tranquila que simula soñar. A lo lejos, una angosta explanada deshace nuestras huellas, ellas parecieran volar. Huellas que van al cielo, que se atreven a deambular entre un manto de nubes grises que a menudo pretenden jugar. Nubes de capa gruesa que a la primera llovizna fingen llorar.

Te descubro, acercándome unos metros más. Y pregunto - ¿No sabe usted que la amo?
- ¿Usted me ama?, ya lo sé, -respondes feliz recibiendo en mi atenta mirada una sosegada sonrisa. Recibo, además, el hechizo invisible de sus ojos, es un impetuoso fulgor del iris acuoso de sus pupilas, que, atraviesa indemne mis venas, - Insisto, - ¿Qué le has hecho a mi corazón? Verónica, sabes que no podré vivir sin ti.
Necesito que me mires. Es imprescindible que mis manos recorran la suave piel de tus mejillas. Que puedas aquietar mis temblores, y dosificar lentamente mis impulsos. Tus miradas queman las venas y afiebran mi corazón.
Qué dulces son las sensaciones de Dios cuando permite que tu verbo tome la vida. Qué dulce el amanecer cuando amaneces junto a mí, y puedo sentir aún la tibieza de tu cuerpo. Qué maravilloso es cerrar nuestra puerta y perdernos en los espacios infinitos de la alegría. Qué dulce eres tú cuando me miras, sonríes y me quieres. Cierro los ojos…, estoy ahora un poco más cerca de ti. Respiro hondo, suelto todo el aire de mi pecho, y te espero con mis brazos abiertos.

Me miras discretas, y te internas por los senderos invisibles y estrechos de mi alma. Me buscas y me amas; me invades y me exploras; te quedas y te vas, respiras y te rindes; apareces…, y, sutilmente desapareces. Te diluyes siempre desde tu encanto y tu gracia. Me recorres a mí tal, como las nubes acarician la delgada textura del cielo., mientras yo no me canso de rastrear los suaves pliegues de tus labios. ¿Tanto la amo a usted?, y resuena inquieto el incesante bombear de nuestros corazones. En medio de tus negros ojos que me auscultan con vivacidad…, sólo tiemblo, y murmuro a tu oído: -Verónica, eres en la vida, lo único que pretendo.

Por la tibia pendiente de tus robustos hombros, bajan mis dedos presurosos, de repente, suben y se alinean con la delicadeza de un pulcro cabello de esencias finas y perfectas, y surgen de tu boca aquellas sonrisas que despejan de las tristezas. Afloran tus risas, y se asoma tu vida para quedarse en la mía.

Avanza lentamente la tarde; estoy ahora a sólo un centímetro de ti. He construido un acercamiento repleto de novedades y sobresaltos, siempre en sintonía con tu alma, buscando, buscando siempre la naturalidad de tu sonrisa, aspiro imbuirme en los amplios márgenes de espontáneos embrujos, y encontrarme junto a ti…, amor encontrarme junto a ti, sintiendo el más poderoso de tus hechizos.
Precisamente, aquilatando aquellas tristezas de la vida. Justamente, recuperando evanescentes alegrías. Ya oscurece, atrás hemos dejado nuevas huellas, que tal vez, se las llevará la noche. En el claro cielo de esta noche que se acerca, una luna enorme y celeste toma forma, se posa sobre tus cabellos y te corona, se inclina frente a ti, y te proclama que eres la más bella.

Verónica, en algunas tardes, en algunas ocasiones, desearía abrir todas tus puertas.

Vicente Alexander Bastías