Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

viernes, 27 de enero de 2017

Camila Angélica, 107

Entrada 107
 
 -Existen pupilas tan cristalinas, de una luminosidad fragmentada, que oscilan en leves movimientos, lentos e imperceptibles para los demás, sin embargo, esos movimientos permiten la consistencia de las palabras que se pronuncian..., el movimiento de sus ojos señorita Camila, han vacilado.

-No pretendo exacerbar mis argumentos capitán, ni tampoco expandir mis deseos de venganza, -después de estas palabras se produjo el silencio. Ella se sentó, y de inmediato, abrazó sus rodillas con sus manos. Agachó la cabeza, y permaneció sosegada, esperando que el capitán la acompañase. El capitán escarbó, con la punta del zapato, un poco la tierra para desplazar pequeñas piedrecillas. Antes de sentarse, se dedicó tiempo a siluetear en la figura de la muchacha. Recorrió con lentitud los suaves contornos de su rostro. La belleza de la joven contrastaba con las marchitas y lánguidas plantas que había en el lugar. Era ella, un bello dardo lanzado en la pedriza y árida apariencia del sector.

-No se puede caminar a tentarujas señorita, menos si se es responsable de un grupo de personas. No puedo hacer lo que usted me pide. -Camila callaba, y se dedicaba a desmenuzar, con la mano derecha, algunos terrones que tomaba de la tierra. Espumeo el mar, comenzaba a visualizarse con mayor claridad a medida que el sol se iba levantando. El capitán había escuchado, sin prestar mayor atención, los rumores que rodeaban a la chica, nunca les prestó mayor atención. De repente, arrugó la frente, mostrando extrañeza por todo lo que se comentaba sobre ella, y al mirarla, una vez más, comprendió que era una chica más bien triste, con atisbos de una extraña melancolía, y vio embelesado cómo el sol se regocijaba artizando en una piel delicada y blanca.

   El revoleo de una hoja les distrajo un instante, esta se elevó hasta perderse liviana en algunos ribazos que estaban muy cerca de ellos, mientras el mar y sus revezas se visualizaban ahora con mucha más claridad. El capitán tomó la mano de la muchacha, y ejerció una suave presión sobre ella, después se quedó observándola, descubriendo, en la transparencia de sus pupilas una claridad que deseaba escapar, y él no logró escapar a esa indescriptible belleza. Se acercó un poco más a ella, cuando inclinó la cabeza bisbiseó a su oído.

-En todo caso señorita, siempre se puede hacer algo, después la observó de pies a cabeza.

-Porque ese beso, fue verdadero, y estuvo muy cerca de mi alma. Entonces, tengo que pensarlo, -manifestó él claramente, y le imploro.

-Me perdone si fui descortés con usted, pero vuestra merced me ha estremecido profundamente, -suspiró como si en eso se le fuera la vida. El capitán permaneció sentado largo rato esperando que le chica manifestara algo, sin embargo, Camila resbalaba el pie por encima de la tierra, y abría una delgada hendidura en la que luego dejaba descansar el tobillo. Ella cerraba los ojos, y aún sentía la mano del capitán en la suya, ella ofreció sus labios y el capitán, antes de besarla, pensó que se reavivaban sus esperanzas.

-Le advierto capitán, promesas, son promesas. -agregó ella.

-Tal como sostuve señorita, tengo que pensarlo. Ella se levantó, al hacerlo, su vestido se enarboló tomado por una brisa ligera. Partió tranquila, jugando siempre con los pies. Esquivó algunas rocas que se presentaban en su camino, miraba hacia atrás, sonriendo al capitán. Al caminar recibía la fresca brisa del mar. Volvió la cabeza por última vez, lucía hermosa, su pelo se alzaba y se desenredaba al contacto con el viento. Ella llevaba una alegría que estaba muy lejos de lo que reflejaban sus ojos, porque el verde azul de sus pupilas desaparecía.

     El capitán se rascó la cabeza y realizó, simultáneamente, una mueca de disgusto con los labios, finalmente se resignó, y regresó al grupo.

- ¡Capitán!, -se escuchó decir, -venga a comer algo.

- ¡Ya, ya! Replicó él. El capitán avanzó unos pasos, antes de integrarse al grupo de los marineros, permaneció en silencio y fue inevitable, buscar con la mirada, a la chica que se marchaba. No la encontró, había desaparecido entre la escasa maleza del lugar. Al sentarse el capitán, apoyó involuntariamente, una de sus manos en el hombro de otro marinero, después de un momento recibió en sus manos un plato de comida, lo devoró al instante.

- ¡Extraña muchacha!, -comentó un hombrecillo menudo, vestido con ropas desgastadas y llena de tizne. Era uno de los armeros, -luego calló durante unos momentos, finalizado ese lapsus de tiempo, respiró y repuso.

-De vez en cuando se le puede ver, no obstante, nadie sabe a dónde va. Aparece como el crepúsculo, pero pronto la toma la oscuridad. A mí me parece tan ajena a todo, y esos ojos febridos se apagan de súbito, luego bajó la cabeza y se quedó mirando el plato de frejoles que le habían servido.

-No pienso lo mismo señor, -replicó Antoine observando al sujeto con cierta incredulidad.

- ¡Por supuesto Antoine!, concedo el derecho a discrepar. Pero no puedes negar nada, todo lo que se dice confirma las aprehensiones que tenemos. Es una chica que inspira desconfianza.

-Difiero de usted apreciado amigo, -manifestó Maciel. -Sus labios en los míos no parecían demasiado misteriosos, por el contrario, resultaron tan reales que quise quedarme en ellos.

-Es comentario obligado que esta mujer, junto a la otra pequeña, son fantasmas que rondan por mucho tiempo en el pueblo.

- ¿Otra muchacha?, -preguntó el capitán. ¿Qué muchacha?, -al terminar sus palabras se escuchó, cerca de ellos, el crujir de unas ramas secas. Todos miraron al lugar, no había nada.

-Pero de todos modos capitán, esa pequeña aparece menos, y se le ve ocasionalmente en los bosques del pueblo. Nadie sabe qué sucedió con ella. En cierta ocasión, -continuó el armero, -estaba en uno de los baños de la casa de Martín, era tarde, me miraba al espejo lavando mi rostro cansado, cuando de repente, al volver la mirada al espejo, apareció el rostro deformado de esa pequeña. Sí capitán, dije deformado porque ese rostro había cambiado, no parecía un ser humano.

- Estos espíritus nos inquietan con relativa frecuencia.

- ¡No se hable más estupideces, ni jangadas, gritó el capitán!

-Esa muchacha a la que aluden, es hija de Anne -Laure, y tendrá poderosos motivos para no estar con ella, a mi modo de entender, sus besos poseen la más telúrica de las emociones.

- ¿Usted, usted la besó capitán? -Preguntó Antoine sorprendido.


- ¡Así es muchacho, así es! De inmediato las mejillas de Antoine se pintaron de rojo.

lunes, 23 de enero de 2017

Entrada 106. Camila Angélica


Entrada 106.  
 El oleaje del mar ya no se escuchaba. Las rocas comenzaban a iluminarse tenues, los primeros rayos del sol, insipientes, tímidos, resultaban suficientemente débiles como para permitir que las flores tomaran los colores vivos con los que entregaban sus sabores. De la costumbre de mirar los mismos paisajes, el capitán se había habituado a ver todo en gris, y de vez en cuando, se dejaba sorprender por algún colibrí. Veía cómo, suspendido, a costa de las pulsaciones incesantes de las alas, se alimentaba del néctar de las flores, y le sorprendía todavía más que, en un árbol alto y estilizado, se anidara, en parte de sus ramas, un ramillete de flores rojas en las que danzaba acelerado el colibrí. La petición de Camila abrió en la mente del capitán infinitas dudas, y de repente la consideró aliada sospechosa, sospechosa de pedir imposibles.

 Una vez más el capitán tocó la piel de Camila a la altura del hombro. La miraba gratamente, al mismo tiempo, no restaba su interés en el colibrí que pasaba de una flor a otra dándose un coctel de proteínas. Amanecía, y las partículas claras del nuevo día que llegaba, tocaban livianas hasta las realidades más pequeñas.

- ¡Acompáñeme señorita Camila! Necesito que me repita eso que dijo. Miré el día, contemple cómo despierta, y usted, dentro de un paisaje tan maravilloso me habla de matar a Martín Pollier, entonces, si me solicita esa cuestión no podré ayudarla. Supuse, que en vista de lo que hicimos, usted abrigaba en su pecho sinceridad. Ahora, dígame que sólo bromeaba. Ese hombre, créame usted, está completamente desmantelado, de vigoroso y ágil como lo reconocíamos, en manos de los soldados, parecía un hombre ordinario. Pero no nos gozamos de esta situación, Pollier saldrá airoso, cuando eso suceda, saltaremos a nuestra cubierta con todos nuestros hombres, y buscaremos el combate que nos ha sido tan esquivo. No existe en sus palabras dicha alguna señorita.

-Es que no sé si de verdad es lo que deseo, -contestó la chica, después calló un momento.

-Tiene que saberlo capitán. Martín Pollier es más despiadado de lo que usted imagina. Cierto día íbamos con Anne-Laure, tomadas de la mano, sin prisa, avanzábamos por un camino solitario y polvoriento. 

En ese lugar no existía indicios de vida, todo estaba seco, un color café amarillo se extendía más allá de nuestra mirada. Una rama rota, en la que se sostenía una lagartija, acentuaba la aridez y la dureza de aquel lugar. A mitad de la mañana empezamos a ascender por un cerro, subíamos con sumo cuidado, adaptando los zapatos a los irregulares relieves del lugar, temíamos caer. A medida que caminábamos, subiendo por el faldeo, todo lo que habíamos vivido antes quedaba a nuestras espaldas, ninguna de las dos tenía la más mínima intención de volver a mirar los pinos y el mar que tanto amábamos. Abajo quedaba el pueblo, e iba quedando también parte de nuestras vidas. Mi madre me dijo que iríamos de paseo, sin embargo, al llegar a la cima, algo me indicaba que no se trataba de un simple paseo. Anne-Laure parecía herida de muerte, y al parecer, en lo alto de ese cerro, ella buscaba un lugar donde quedarse y descansar. 

   Era en ese tiempo muy pequeña, pero no puedo olvidar los suspiros agonizantes que exhalaba mi madre cada vez que regresaba un pie al seco polvillo del cerro. Mi madre caminaba en direcciones absurdas, sólo un resto de lucidez me permitió adivinar lo que ella perseguía. En un momento sonrió tristemente, en aquel minuto me enteré que ella deseaba quitarse la vida. Con la poca fuerza que me permitía mi edad, logré tomarla del brazo, y tirarla para que bajara de la cima. Realicé vehementes esfuerzos, al final cedió y decidimos retomar el camino de regreso. Ella lloraba con tanto dolor, que creí conveniente dejarla tranquila. Tan volátil ella llegaba a mi corazón, que decidí llorar con ella. En el transcurso del camino me relató que Pollier le había robado todos sus bienes. Sólo un mes antes tía Elena, en presencia de Juliet, la obligaba dolorosamente a abortar

miércoles, 18 de enero de 2017

ENTRADA 105, Camila Angélica

Entrada 105 

Después se dirigió al sector de las aulagas, y con el dedo índice intentaba demostrar que él era invencible, sostenía que ni las espinas lograban hacerle daño, era la forma de aturullar que tenía, y a medida que realizaba esos actos sin sentido, iba ganado en sagacidad y en astucia. Resultaba muy poco probable, dudoso, por menos decirlo, que esas espinas no traspasara la delgada piel del dedo. Desde entonces todas las cosas las redujo a una simple mirruña.

-Algo recuerdo las estupideces de Pollier, y creo que fue en el mismo tiempo, -confirmó uno de los marineros, encogiendo algunos de sus dedos que ya se quebraban por efecto del frio. Las llamas lentamente se extinguían.  

- ¡Sí!, viene a mi mente con tal claridad, fue en esos días cuando llegó vestido de Pirata y nos obligó a todos a vestir el mismo ropaje. Comenzar a deslizar, subrepticiamente, las ideas de aventuras que llegaban a su mente…, ¡y felizmente, -sonrió el hombre, - nos envolvió a todos en esas intrépidas ideas! El Martín que aparecía, era mejor que el anterior. A pesar de esas pequeñas locuras, la pasamos muy bien explorando parte de la península. En esos días todavía no se casaba con Isabelle, prácticamente ella se le impuso como novia, semejantes situaciones no las olvidaré pronto. Ese cambio de Pollier logró modificar las realidades y, sobre todo, la determinaron inexorablemente.

-Nadie puede negar que con Martín y el alborean saboreamos el peligro, -confirmó pensativo el coreano, -y que el misterio de esas islas inexplicables, nos parecieron vastos espacios donde conocimos las aventuras y los desconocidos. Navegamos, sin titubear hacia el horizonte luminoso. Soportando, en muchas ocasiones, el viento que arreciaba, y esas enormes olas que pretendían despedazarnos con sus ganchos de agua, a poco rato nos deshacíamos de las turbulencias y respirábamos emocionados. Ofrecíamos a Martín nuestros saludos y toda la tripulación lanzó tres hurras por el alborean. Quien no conoce el mar, desconoce el valor de la espada, del amor y la vida.

- ¡Señor! ¡Veo venir a una persona en posición dudosa por sureste!, -se escuchó exclamar a Augusto visiblemente alterado.

Antoine, se levantó con rapidez, se asomó cauteloso. Cuando logró distinguir la figura que se acercaba, reconoció de inmediato de quien se trataba, también reconoció aquellas piernas que tanto deseaba. Al nivel de la cintura la chica llevaba un cinturón de genero rojo, caía suave, confundiéndose en los pliegues del vestido blanco. Ella se aproximó al grupo de marineros, todos la miraban con expectación, al cabo de dos minutos la chica se sentó en la arena. El capitán lanzó gruesos troncos para avivar el fuego, otros ayudaron a soplar.

- ¿A qué se debe su valiosa presencia entre nosotros?, -preguntó sereno el capitán.

- ¡Paseaba por aquí capitán! Recorría la playa.

- ¿Señorita? Perdone, ¿cuál es su nombre?

- ¡Camila! Camila Angélica, de acuerdo a mi partida de nacimiento.

-Es dado suponer que tiene como habitualidad pasear muy entrada la madrugada.

- ¡Así es capitán!

- ¿Y se puede saber de dónde viene? Porque en kilómetros no se levanta una casa por estos lugares, estamos en el lugar más extremo del pueblo.

- ¡Si lo desea usted capitán, puede pensar que simplemente aparecí! En cuanto hubo obscurecido me lancé por los caminos de los cerros…, y aquí estoy con ustedes. ¡Antoine, qué felicidad verte!, -expresó saltando de alegría. -Me dan ganas de besarte…, si no te acercas no lo podré hacer. Después la muchacha quitó la vista del joven, y lo puso de nuevo en el capitán para preguntar.

-Y usted capitán, ¿de dónde viene? ¿El viento favorable del azar le trajo hasta acá? ¿Usted puede decir de dónde viene? Es hermosa la madrugada capitán, si usted lo desea venga a mis dominios y le mostraré. El capitán sonrió y cambio de posición. Como pudo se introdujo en el pequeño espacio que había entre ella y Antoine.

-Dígame señorita, ¿se puede navegar en ese mar de palabras que tan dulce salen de su boca?

-Si no puede navegar capitán, por lo menos, se bañará en estas intranquilas aguas. - ¿Me puede acompañar? Necesito dar un paseo más largo.

- ¡Por supuesto señorita Camila! Ahora que recuerdo usted estuvo con nosotros en el alborean…, creo que en varias oportunidades.

- ¡Así es capitán! Conozco ese barco más que cualquier tripulante. Aunque usted no lo crea estuve en las velas, el timón y en la proa. Salieron del grupo, y comenzaron a caminar, muy cerca el uno del otro, como si el magnetismo del mar los atrajera. He fingido distanciamiento, pero en realidad, siempre estuve presente. Los hombres, sin manifestar expresión alguna, vieron cómo el capitán se alejaba junto a la hermosa muchacha. Antoine observaba, estaba más preocupado de la boca reseca y del estómago que comenzaba a sonar.

- ¡Acérquese capitán! -prorrumpió la chica, enseguida preguntó.

- ¿Qué hace un hombre valiente y bien parecido perdido en este pueblo? El capitán pestañeó, sintió que un elemento extraño quería ingresar a sus ojos, entrecerró los ojos y limpio, con su mano derecha, la partícula desconocida. A medida que el capitán se alejaba, los hombres comenzaron a sentirse huérfanos. Volvieron resignados la vista al fuego que se reactivaba, y ahí se quedaron a la espera del amanecer.

-Escuché que hablaban de Martín Pollier, -puntualizó la chica después de inclinarse para recoger algo de la arena.

- ¡Sí! Nos preocupa Pollier, es un buen hombre.

-¿En razón de qué afirma usted que es un buen hombre capitán?

- Nos permite soñar, y nos da la posibilidad de la aventura. Eso creo.

- ¡Pollier es un desgraciado capitán! Usted no reconoce su alma. Me alegré cuando se lo llevaron los republicanos, pero también sé que los va sobornar. La mentira es su forma de adquirir ventajas, lo más horrible es que se goza de aquello.

-Si no creyéramos nuestras propias historias no podríamos caminar en la vida señorita, en alguna medida todos nos contamos historias para persuadirnos de que la vida es grata, y lo que hace Pollier es mentir de forma coherente, eso lo hace grande entre los villanos que enfrentamos. Él se anticipa a sus estrategias y eso le permite vencer.

-Capitán, descubrí que al acercarme al grupo usted me miró de un modo especial, eso me produjo mucha felicidad, usted sabe, tocó algo de mi sensible alma femenina.

-Nadie puede obviar, o, negarse a ver su refinada belleza. Su figura puede enfermar hasta el más indiferente de los marineros.

-Capitán, está amaneciendo. Usted me permite sentirme feliz en esta noche mágica, el hechizo de sus ojos me estremece.

-Usted señorita, tiene un poderoso poder en sus labios, y a mí, me gustaría besarlos, sin inquietud lógicamente.

-Puede ver capitán que, sin desearlo, lo atraje a mis dominios, ahora se encuentra expresando esas cosas que encienden mis mejillas. Caminemos capitán, y si lo desea me puede besar. El capitán asintió con la cabeza, la miró largo rato, sonrió y después llevado por la suavidad de esos labios, acercó los suyos y en silencio la besó. Después se tomaron de la mano, y sonriendo, continuaron caminando.

- ¡Capitán, gracias por acompañarme!, -comentó la chica.

-Le agradezco a usted el permitirme estar a su lado. La delicada puerta de sus ojos no tendría sustento sin su sonrisa. Confieso que me experimento atrapado.

-Usted es muy cortés al decir eso capitán. Se lo agradezco.

-Si pudiese hacer algo por usted, encantado lo haría.

- ¡Sí!, existe algo capitán, -después de mirarlo, respondió efusiva la muchacha.

- ¡Dígalo!, en qué le puedo servir.

-Necesito que mate a Martín Pollier, -aunque la chica hablaba con naturalidad el capitán, al escucharla, no pudo evitar que lo recorriera un desconocido estremecimiento que lo paralizó por breves segundos.

Vicente Alexander Bastías








domingo, 15 de enero de 2017

Camila Angélica, 104


Camila Angélica, 104

-La mirada del contramaestre permaneció suspendida unos segundos. El mar se escuchaba muy cerca, lo percibía sin lograr verlo. Los compañeros esperaron que dijera algo más. El capitán escarbaba una uña con un afilado cuchillo, otros se estiraban de espaldas sobre la arena. Un aire de tristeza recorrió a todos, al advertir, que el bandido de Pollier no compartió ninguna de sus monedas con el contramaestre. El cansancio comenzó a apoderarse de los hombres, el agotamiento cruzó sus cuerpos como el viento de la noche. Desde la oscuridad, un marinero de ropas desteñidas, cruzó la fogata de un extremo a otro. Colgaba el puño de la camisa por falta de un botón. Al pasar una parte de su cuerpo se iluminó, y se pudo ver, con parcial claridad, un cíngulo oscuro afirmando sus pantalones. Se sentó al costado izquierdo del contramaestre, de repente indicó una estrella que caía desde el cielo, apenas quitó la mirada del astro, escarbó con los pies en la arena y finalmente se reacomodó. De sus ojos desapareció el color amarillo que capturaba del fuego, por momentos se convirtieron en dos bolones negros, pero una vez que reapareció el reflejo de luz en sus pupilas, comentó.

-Comprendo amigo, Martín Pollier es un verdadero bandido. Después de ese evento, en el que el padre se despidió de todos. Pollier se quedó mucho tiempo en la casa abandonada. Una madrugada, lo vi asomarse desde la puerta de la cabina del alborean. Sus palabras deseaban transmitir serenidad, pero, por el contrario, se veía muy afligido. Esperaba que esa mañana fuese distinta, sin embargo, la llegada de Pollier cambió mis expectativas. Martín murmuró en voz baja.

- ¡Despierta Anselmo!, -el modo en el que lo expresó, me llevó a deshacer con dificultad un enorme nudo en la garganta. Me levanté silencioso, ligero, quizá, intentando no contradecirlo. Martín Pollier me miró por largos minutos, hasta que removió sus cabellos con una de las manos, y con la otra me indicó que lo siguiera. Al momento de salir, dio un fuerte portazo a la pequeña puerta de la cabina.

-Me acompañaras Anselmo a las islas, buscaré algo que me falta. ¡Lo harás, sí lo harás! ¡Ay de ti si te niegas! Venciendo los miedos que me provocaba llegar a esas islas del demonio, me anime y por fin partimos.

  Llegamos el día domingo, arribamos temprano, recién despertaban las aves, el suave trino se esparcía por alrededor, y el color rubio de sus alas se confundían con tenues rayos de sol que comenzaban a caer. Al igual que usted contramaestre, me llamó poderosamente la atención aquella enorme casa. Nadie quiso comprarla, en un lugar tan extraño, quién haría esa inversión. Durante los primeros días me dejé llevar por la curiosidad. Me excitaba saber qué secretos se escondían detrás de aquellas añejas paredes. Me correspondió atender a Pollier, soportaba el día descubriendo senderos nuevos, y contemplando la flora del lugar. El día lunes entregó nuevos colores a la mañana. El inicio resultó fresco, y comenzó a entibiarse una vez que el reloj marcó las once de la mañana. Me dediqué a cortar leña para la cocina, y el fogón de la sala principal. Los trozos de troncos se partían en dos antes que los tocase la afilada hacha. Después de cada golpe, me inclinaba para recoger las partes y apiñarlas en un lugar distinto. De esa manera transcurrió el día. Mi ropa estaba estropeada, y mis manos partidas. Esperé un momento para descansar, cuando miraba mis zapatos llenos de barro, recordé que Martín no apareció en todo el día. Comenzaba a oscurecer por lo que decidí buscarlo.
Cuando logré encontrarlo, sólo la observé, me quedé a cierta distancia y me quedé parado detrás de un árbol. Con mucha desazón logré ver lo que realizaba Pollier. Con una pala entre las dos manos, extraía tierra con gran presteza de un espacio que parecía una tumba. Al acercarme un poco más, pude confirmar con espanto que Martín Pollier desenterraba, de ese lugar el cuerpo de su anciano padre…, noté en sus ojos cierta satisfacción. Me mostré aterrorizado, y me abalancé sobre él para que desistiera de esos oscuros propósitos. Junto con increparlo, me esforcé en quitarle el metal con el que había cavado. Su respirar agitado, que sentí muy cerca de mis oídos, me llevó a comprender que Martín estaba perturbado.

- ¡Qué pretende Pollier! ¡Qué busca usted!, -le pregunté sumamente enfadado. Declinó responder, y un descuido de mi parte, permitió que se lanzara a la tumba y siguiera escarbando, ahora con las manos. Mi interpelación la recibió con odio, un odio nunca antes visto en su rostro. Le pregunté por segunda vez.

- ¡Qué buscar Martín, ¡qué buscas en ese lugar!

- ¡Mis monedas de oro!, las monedas que me faltan. Ataba y unía ideas sin lógica alguna.

-Mi padre las debe tener en su bolsillo. Es necesario desenterrarlo para recuperarlas. Me costaba salir del asombro, la descabellada situación me estaba sobrepasando, y por momentos, no supe a qué atenerme. No sabía cómo lidiar con eso. Entonces le pegué con mucha fuerza con un palo, se doblaron sus piernas y cayó al suelo, no se levantó, estuvo inconsciente varias horas. Cuando despertó, se aproximó muy cerca de mi rostro y me preguntaba con insistencia.

- ¿Qué pasó, ¿qué pasó con mis monedas de oro?

Ofrecí a Martín Pollier un vaso de agua, después lo dejé descansar.

sábado, 14 de enero de 2017

Camila Angélica, 103

                                           
Entrada 103

Don Heriberto se alejó velozmente. Una ráfaga, expulsada del mar, levantó una punta de su levita negra. La misma ráfaga de viento hacía rugir, en lo alto, la frondosa copa de algunos árboles. Gracias a una luna que comenzó a blanquear, una insipiente claridad comenzó a insinuarse en la cresta de las olas, el mar no se divisaba por ninguna parte. De vez en cuando el administrador volteaba la cabeza, e intentaba divisar la posición de Maciel y sus hombres.  Cuando determinó detenerse se puso a cavilar, y pensó en la banalidad de los actos humanos y en la refinada vileza con que se visten. Después se volvió súbitamente y se perdió entre una serie de arbustos.

    Abajo, los marineros descubrieron que a amplia playa les ofrecía un cálido espacio en el que decidieron quedarse. Pronto apareció el fuego de una fogata, y los hombres se apiñaron alrededor de ella. Los ojos de algunos de ellos parecieron encenderse a contacto del fuego que iluminó el lugar. Durante un largo rato predominó el silencio entre ellos, y sólo se escuchaba el viento que seguía ululando. Augusto inclinó la cabeza, se acercó a Maciel y algo le susurró al oído, deslizó una frase, o, una palabra que nadie más pudo escuchar. El coreano prorrumpió con un chillido estridente, alzó una botella de agua ardiente y llamó a celebrar.

- ¡Marineros del alborean!, - manifestó, mientras el gollete de la botella rozaba sus labios partidos. Brindaremos anticipadamente por el rescate de Pollier, pero antes hagamos un brindis por esta tripulación. 

- ¡De acuerdo!, -enfatizó animado el coreano. Los marineros, uno a uno, comenzaron a sentarse alrededor de la fogata, y gradualmente el calor de las llamas se apoderaron de algunas frías mejillas. Algunos miraron fijamente las irregulares ondulaciones del fuego, otros permanecieron largamente observando el color amarillo de la fogata. Los menos estaba encantados con el visible y feroz crepitar que se producía en el rojo negro de los troncos amontonados. El tiempo se detuvo, las llamas intentaban articularse de alguna manera, al elevarse buscaban el cielo. Todos sentíase arrebatados por el hermoso espectáculo que ofrecía el fuego.

-Brindemos, -reiteró el coreano. Sentados en círculo, elevaron las botellas y bebieron sin medirse.
- ¡Antoine, Antoine!, toma una botella, y brinda con nosotros. Antoine se quedó pensando. Espetó con una excusa incomprensible, calló durante varios segundos, luego lanzó una breve sonrisa. Se levantó, tomó una de las botellas, y bebió junto a los marineros.  Marcel interrumpió después de un rato.

-Isabelle es el problema, -explicó, -Si urdió todo esto para afectar a Martín Pollier, eso habla de una mujer que no posee límites precisos en las formas que desarrolla su maldad. Tiene mucha imaginación..., y eso debemos considerarlo.
  
- ¿Y qué sucede con tía Elena?, -preguntó el pescador de pelo rojizo.

-Esa pobre vieja está enferma y eso puede, al fin, servirle de excusa. Está enferma de avaricia, de egoísmo, y si decidió matar al nieto que estaba en el vientre de Anne-Laure, es porque la valoración que hace de las cosas es ciegamente incorrecta. Una persona así, comienza con el tiempo a faltarle los colores de la vida, se vuelve triste, hasta que finalmente, se sume en la amargura. A propósito: ¿Alguien sabe qué sucedió con tía Elena?

-Estuve con ella hace muy poco, -respondió algo distraído Antoine. La divisé limpiando unas hojas de gomero en el jardín. Estaba concentrada, no se percató de mi presencia. Unas pisadas llamaron su atención, fue cuando, alzó la cabeza y miró a la puerta de la reja, era el cartero. Eran aproximadamente las once de la mañana, desde luego, no me atreví a hablarle. Desde el día que le hablé de sus acciones, no me había topada con ella. Nuestros caminos se han separado, no porque la condene, sino porque resonó en mi interior la verdadera naturaleza de su espíritu. Son vagas las ideas que tengo sobre ella. Son más bien ideas antojadizas, sobre todo al pensar en la vida de Anne-Laure, ella, una pobre victima. Me gustaría saber cómo resolvió esa perdida.

-¿Por qué necesitas saber? ¿A quién le interesa?, -manifestó, inclinándose sobre sus rodillas, un embriagado marinero.  ¿Por qué hablar de cosas tristes si existen las alegres?

-Respondí a lo que preguntaron. Tía Elena está bien.

-Mejor les contaré cómo Martín Pollier se hizo de una fortuna, -agregó el contramaestre. Lo acompañé   hace mucho tiempo, y ocurrió en el lugar menos imaginado: Las islas Sénecas. Apenas terminó de pronunciar estas palabras los rodeó un aire de expectación y misterio. La fogata seguía ardiendo, e iba entibiando los cuerpos y los rostros de los marineros. Todos fueron abrazados por un profundo silencio, el contramaestre continuó. No sé por qué motivo me llevó a una de las tres islas. Al llegar, recorrimos un camino largo, pisando un suelo barroso, lleno de las hojas verdes que se habían desprendido de los árboles. Cruzamos un pequeño bosque, después del cual, divisamos una casa de madera antigua y enorme. Los marcos de las innumerables ventanas tenían un color blanco, al observarlas desde nuestra posición parecían sucias. Tres pilares redondos sostenían parte de la entrada, cerca de ella se  balanceaba una solitaria hamaca. Al primer contacto visual con la casa, surgió de mí un extraño  deseo, quería llegar pronto, aceleré el paso. Martín me acompañaba en silencio. El sol de la mañana nos iba iluminando gradualmente, y se reflejaba parcialmente en los ventanales de la casona.

Desconocía el motivo por el que Martin me llevaba a ese lugar, había expresado que su padre estaba grave, y que solicitaba su presencia. Efectivamente, el anciano padre estaba en cama, y en ese minuto estaba rodeado de sus cuatro hijos. Al ver que estaba débil y que apenas articulaba movimientos, pensé que eran esos momentos en los que nos replanteábamos el amor a nuestros seres queridos..., podríamos haberlo hecho mejor.

- ¡Por fin llegas!, -protestó el anciano con mucha dificultad.

-Necesitaba llamarlos. Me resulta imposible mantener la casa, todos los sirvientes se han marchado, desde que falleció mi amada Lina, todo aquí cambió. Necesito que me ayuden un corto tiempo, a realizar los quehaceres de la casa, hasta que contrate a otras personas. Todos los hermanos estaban llenos de inquietud, y para entregar algo de dicha a su vulnerable padre, aceptaron colaborar.
    El padre comenzó a enumera las tareas: Motores y luz, cuidado y alimentación del ganado, plantaciones y hortalizas, limpieza de la laguna, cocina y aseo de la casa. Pueden elegir concluyó. El menor de los hijos pensó en cada una de las labores, consideró todas menos la limpieza de la laguna por ser muy tediosa. Eligió, de acuerdo a él la más simple: Motores y luz, pues consistía en colocar petróleo a una máquina que transformaba la fuerza mecánica en eléctrica, -sencillo -se dijo, y se quedó con esa responsabilidad. El siguiente hermano sopesó las alternativas, y al igual que el anterior, buscó lo que más le gustaba: La cocina y el aseo, de ninguna manera pensó en la laguna porque le resultaba aburrida esa tarea. Por gustar de la siembra el otro hermano eligió el cuidado de las plantaciones y la hortaliza, y descartó la laguna porque entre ellos ya había comentarios de que era una tarea compleja. Teniendo que elegir entre las dos alternativas que quedaban el siguiente hermano optó por quedarse con el cuidado del ganado, por el gran amor que profesaba a los animales. Al igual que el resto, la limpieza de la laguna le desagradaba.

   Cuando le correspondió elegir a Martín Pollier, no tenía mayores opciones, y con cierta resignación aceptó hacerse cargo del lago. 
  Al cabo de quince días, todos evaluaron positivamente su experiencia, menos Martín que de verdad estaba agotado, y comenzaba a fastidiarse de la tarea. Todos los días, todos los días, subía a una pequeña barcaza y con una malla, comenzaba a recoger las hojas que se desprendían de los árboles, eran tantas las hojas que caían en la laguna, que habitualmente se convertía en una inagotable tarea.  El padre de Martín Pollier, viendo el sacrificio que realizaba, sugirió al resto de los hermanos cambiar las actividades para que se turnaran en la limpieza de la laguna. Lógicamente nadie aceptó, y siguió, por un par de meses más, todo como se había planteado al principio.

    Cierto día, el anciano los volvió a llamar.  Una vez en su habitación, él les explicó sin ninguna prisa.

-Como saben hijos, me queda poco tiempo de vida. Mis riquezas son escasas, no puedo dejarles mucho. Cada uno tomará el bien al cual han dirigido su servicio, y ese debe ser la parte de la herencia que les corresponda. El hijo que se ocupó de las maquinarias saltó de jubiló porque las maquinas tenían un gran valor monetario; lo mismo sucedió con el que cuidó del ganado, estaba evaluado en cientos de dólares; el de las plantaciones se alegró también, la venta de la cosecha le significaría una gran ganancia; y al que le correspondió la cocina y el aseo, no pudo menos que sonreír, pues se quedaba con la casa. Martín Pollier, aparte de todo el sacrificio realizado, no descubrió ganancia, la laguna carecía de valor, por lo que no expresó nada.
  Después que el padre falleció todos los hijos se marcharon felices con sus respectivas ganancias, menos Pollier que decidió quedarse más tiempo en el lugar, por lo menos, hasta que se vendiera la casa. Pero, había algo que le llamaba la atención, conociendo muy bien a su padre, no lograba entender lo sucedido. La laguna, ¿para qué sirve una laguna en medio de unas islas que nadie visita?  Martín Pollier necesitaba pensar, y como la limpieza de la laguna se había convertido en una terapia, comenzó a dedicarle algunos tiempos en la mañana y en la tarde. Así lo vi acostumbrándose a ese trabajo que, a mi modo de ver, comenzaba a gustarle. Pasó algún tiempo, y llegué a creer que Pollier perdía la cabeza. Todos los días al amanecer, después de un desayuno muy frugal, se metía en la barcaza y se introducía en las verdes aguas de la laguna. Limpiaba con tanta dedicación y alegría, que comentó lo feliz que se sentía.

-Mi padre, -afirmó, -me enseñó, a través de esta labor rutinaria, que el trabajo nos puede hacer felices.
   
   Un día, el sol transparentó un poco más las aguas, por primera vez, Pollier lograba ver el fondo. Era tal la nitidez, que se entretuvo descubriendo objetos que descansaban en el fondo fangoso. De repente, se quedó largo tiempo auscultando un objeto que le llamó la atención. Una moneda amarilla descansaba semi hundida en el barro. Levantó la malla, luego la hundió en el agua y realizó infructuosos esfuerzos para sacarlas. Cuando la tuvo, la subió la malla con extremo cuidado. Después la tomó entre sus dedos, se alegró de sobre manera porque entre sus dedos tenía una moneda de oro. Cuando regresó la mirada al fondo, descubrió que estaba regado de estas monedas, eran tantas que su vista no alcanzaba a verlas todas, y, por más que se esforzaba, no encontraba el final, las monedas se multiplicaban por cientos.

- ¡Contramaestre!, -me gritó desde el medio de la laguna.

- ¡Contramaestre, contramaestre!  ¡Mi padre me ha dejado una gran fortuna! ¡Soy millonario!

-No me diga nada señor. No me interesa la riqueza, -respondí a su descubrimiento.

-No se trata de eso contramaestre, el oro es un elemento, lo importante está en las cosas que nos resultan difícil realizar, esa es la verdadera riqueza. -No respondí nada, y sólo me limité a mirar cómo Martín Pollier sacaba sus monedad de oro del lago.

Una vez que el contramaestre terminó el relato, dirigió la vista al grupo. Nadie hablaba, todos estaban contemplando, estaban admirados de los hitos de una historia que desconocían.


Vicente Alexander Bastías.

miércoles, 11 de enero de 2017

Camila Angélica, 102

Entrada 102.

Finalmente los marineros comenzaron a retirarse del lugar. Un mar negro verde petróleo les despedía, y sus figuras imperfectas, comenzaron a deslizarse  monótonas en la tela sensible de la noche. Algunos de ellos voltearon los rostros para mirar, por última vez, a Martín Pollier.
El dueño del ocean-pacific y del  famoso alborean, estaba perplejo y cansado. Por primera vez, vestía un traje arrugado, desteñido. El impecable  color blanco de la camisa se había  teñido, a lo largo del día, de un color amarillo café. Los hombros irregulares de la chaqueta daban cuenta de un cuerpo que se desplazaba quebrado, y unas piernas que se articulaban con dificultad.
   Un mendrugo crocante se partió entre los dientes de Augusto, luego lanzó una mirada a Maciel y al coreano que caminaban detrás de él. Lanzó una rápida sonrisa, éste se detuvo y los esperó. Cauteloso comenzó a caminar con ellos, pasaron breves segundos cuando comentó:

- No olvidaré los mares que surcamos con Martin Pollier. Me parecía un buen hombre. Nuestros caminos se separan, pero algo me dice que será por poco tiempo. Atrás se escuchaban las inmensas olas que se lanzaban sobre la cómoda oscuridad de la noche. Pequeños gránulos de agua viajaban por el aire después de estrecharse contra las rocas, al primer golpe quedaban suspendidas, luego el viento las impulsaban y parecían viajar felices.

-Tiene que responder por la muerte de Dominique y Juliett.-respondió con celeridad el capitán

-¡Sí!, -Agregó  el coreano, -los republicanos se encargaran de darle la pena que merece.

-¿Qué pasará con todos sus bienes?, sobre todo, con el alborean, -preguntó el cosaco.

-Preguntas necesarias, -intervino Antoine, que caminaba un poco más alejado del grupo, pero que siempre permaneció  atento a lo que se conversaban los marineros.

-El alborean se queda con nosotros, lo demás..., ¡Qué interesa! - replicó apasionado el capitán. Una vez que terminó su comentario se largó a reír, y su risa resonó en la vastedad de una noche que se jactaba de toda su serenidad.
   Se produjo un largo silencio, continuaron caminando. El viento inflaba, de vez en cuando, las delgadas camisas de los hombres, y la suave llovizna que expulsaba el mar, regaba con suavidad sus largos cabellos. A medida que avanzaban, se introducían con más determinación en una noche grávida de esperanza e ilusión. Caminaban en la creencia de que la justicia por fin había llegado al pueblo, y despertaba en ellos el dogma cierto de un tiempo nuevo en el que, las soterradas intrigas, dejaran paso al  amor.

-¿Y qué pasará con los bienes de Pollier? -insistió el cosaco.

-Todo permanecerá en su lugar, hasta que Pollier retorne, al fin de cuentas, él es el dueño del pueblo, y los republicanos también se benefician de sus regalías
.
-¡Eso no sucederá!, -respondió desde la oscuridad, un hombre que bajaba con dificultad, casi tropezando enredado en la arena de una duna.

-Eso no puede suceder, -reiteró, al  mismo tiempo que, una linterna  iluminó parte de su rostro. 

-¿Don Heriberto? , -espantados preguntaron todos al unísono.

El viento comenzaba a golpear con ímpetu inusitado, y el cuerpo del hombre apenas avanzaba. Todo resultaba extraño. Los marineros, y el recién, llegado estaban solos en la inmensidad de ese paisaje marino. Algunos intentaron gritar, pero las manos en la boca anularon ese intento.

-¿Don Heriberto?

-¡Así es! El mismo. Los hombres lo contemplaban con cierto escepticismo. Recorrieron con su vista cada uno de sus gestos, había asombro y duda en ellos.

-Como en la guerra, -exclamó don Heriberto, -camuflaje, trampa y engaño, las mismas técnicas que utilizó Pollier. Todo fue planeado de manera ordenada y creativa. Nuestro único temor – añadió,  -siempre fue ser superados.

-¡Perdón!, pero todos lo dieron por muerto en el incendio.

-¡No!  Estoy aquí. Salimos airosos, estábamos preparados para la arremetida de Martín Pollier. Si conoces a tu enemigo, puedes anticipar su siguiente paso. Preparamos, a propósito, una cortina de fuego y humo en el pórtico de la entrada principal. A ustedes les resultó difícil traspasarla, lo que vieron en el salón fueron unos muñecos, perfectamente elaborados, ustedes se pusieron contentos, nosotros felices porque mordieron en anzuelo. Durante la espera todo parecía sencillo, y de verdad no nos equivocamos. En ocasiones señores, es más efectiva la afilada espada del raciocinio que el bruto metal que ustedes portan. A pesar de la calma con la que escuchaban los marineros no lograban salir del asombro. Al poco  rato, y después de un prolongado silencio, don Heriberto remarcó:

-Lo que les queda a ustedes es unirse a nosotros. Dominique, Juliett y la señora esperan contar con su compañía.

-Por fortuna lo conocemos señor Heriberto, y para nosotros los asuntos de familia no nos interesan. -Afirmó con seguridad el capitán. Recibimos órdenes, y en base a ellas actuamos, a pesar de que, comprendimos la vileza que ellas implicaban. Ahora no nos pida que pongamos ojos de buenos, porque no lo somos, y en realidad, nunca lo seremos. Este grupo de hombres tiene que decidir. -Y continuó, -No espere que nos rebosemos de júbilo, ustedes pusieron en aprietos al señor Pollier. El administrador ahora escuchaba callado, con los dedos tamborileando una de sus rodillas, con los ojos fijos en los labios del capitán, y fijándose en cada una de las frases que entrelazaba. Alzando los hombros, enseguida manifestó.

-¡Capitán!, tiene una oportunidad, no la desperdicie.

-Don Heriberto, las pequeñas traiciones se devuelven con ferocidad al que las comete, permítame recordarle ese acto de traición, -y al afirmar estas palabras el capitán fijó con firmeza los pies sobre una roca, y acarició con los dedos el duro metal de la culata. Don Heriberto contestó arrogante, simultáneamente una repentina luz comenzó a desplazarse en el centro de sus pupilas, luego manifestó.

-Las traiciones a veces son tan...tan necesarias capitán.

-De vez en cuando usted me sorprende don Heriberto, -inquirió con gravedad el capitán.
-Nada tenemos que hacer con esos hermanos incestuosos…, y dígales que nosotros profesamos lealtad a Martin Pollier. El capitán cogió al administrador de las muñecas apretándolas con ferocidad, abrió un poco más los ojos y le observó.

-Ahonde algo más en lo que le digo Heriberto, porque le advierto, las trampas que ponemos a los demás, son las que nos hacen tropezar.

Vicente Alexander Bastías