Entrada 107
-Existen pupilas tan cristalinas, de una luminosidad fragmentada, que oscilan en leves movimientos, lentos e imperceptibles para los demás, sin embargo, esos movimientos permiten la consistencia de las palabras que se pronuncian..., el movimiento de sus ojos señorita Camila, han vacilado.
-Existen pupilas tan cristalinas, de una luminosidad fragmentada, que oscilan en leves movimientos, lentos e imperceptibles para los demás, sin embargo, esos movimientos permiten la consistencia de las palabras que se pronuncian..., el movimiento de sus ojos señorita Camila, han vacilado.
-No pretendo exacerbar mis argumentos
capitán, ni tampoco expandir mis deseos de venganza, -después de estas palabras
se produjo el silencio. Ella se sentó, y de inmediato, abrazó sus rodillas con
sus manos. Agachó la cabeza, y permaneció sosegada, esperando que el capitán la
acompañase. El capitán escarbó, con la punta del zapato, un poco la tierra para
desplazar pequeñas piedrecillas. Antes de sentarse, se dedicó tiempo a
siluetear en la figura de la muchacha. Recorrió con lentitud los suaves
contornos de su rostro. La belleza de la joven contrastaba con las marchitas y lánguidas
plantas que había en el lugar. Era ella, un bello dardo lanzado en la pedriza y
árida apariencia del sector.
-No se puede caminar a tentarujas
señorita, menos si se es responsable de un grupo de personas. No puedo hacer lo
que usted me pide. -Camila callaba, y se dedicaba a desmenuzar, con la mano derecha,
algunos terrones que tomaba de la tierra. Espumeo el mar, comenzaba a
visualizarse con mayor claridad a medida que el sol se iba levantando. El
capitán había escuchado, sin prestar mayor atención, los rumores que rodeaban a
la chica, nunca les prestó mayor atención. De repente, arrugó la frente,
mostrando extrañeza por todo lo que se comentaba sobre ella, y al mirarla, una
vez más, comprendió que era una chica más bien triste, con atisbos de una
extraña melancolía, y vio embelesado cómo el sol se regocijaba artizando en una
piel delicada y blanca.
El revoleo de una hoja les distrajo un instante, esta se elevó hasta
perderse liviana en algunos ribazos que estaban muy cerca de ellos, mientras el
mar y sus revezas se visualizaban ahora con mucha más claridad. El capitán tomó
la mano de la muchacha, y ejerció una suave presión sobre ella, después se
quedó observándola, descubriendo, en la transparencia de sus pupilas una
claridad que deseaba escapar, y él no logró escapar a esa indescriptible belleza.
Se acercó un poco más a ella, cuando inclinó la cabeza bisbiseó a su oído.
-En todo caso señorita, siempre se puede
hacer algo, después la observó de pies a cabeza.
-Porque ese beso, fue verdadero, y
estuvo muy cerca de mi alma. Entonces, tengo que pensarlo, -manifestó él
claramente, y le imploro.
-Me perdone si fui descortés con usted,
pero vuestra merced me ha estremecido profundamente, -suspiró como si en eso se
le fuera la vida. El capitán permaneció sentado largo rato esperando que le
chica manifestara algo, sin embargo, Camila resbalaba el pie por encima de la
tierra, y abría una delgada hendidura en la que luego dejaba descansar el
tobillo. Ella cerraba los ojos, y aún sentía la mano del capitán en la suya,
ella ofreció sus labios y el capitán, antes de besarla, pensó que se reavivaban
sus esperanzas.
-Le advierto capitán, promesas, son
promesas. -agregó ella.
-Tal como sostuve señorita, tengo que
pensarlo. Ella se levantó, al hacerlo, su vestido se enarboló tomado por una
brisa ligera. Partió tranquila, jugando siempre con los pies. Esquivó algunas
rocas que se presentaban en su camino, miraba hacia atrás, sonriendo al
capitán. Al caminar recibía la fresca brisa del mar. Volvió la cabeza por
última vez, lucía hermosa, su pelo se alzaba y se desenredaba al contacto con
el viento. Ella llevaba una alegría que estaba muy lejos de lo que reflejaban
sus ojos, porque el verde azul de sus pupilas desaparecía.
El capitán se rascó la cabeza y realizó, simultáneamente, una mueca de
disgusto con los labios, finalmente se resignó, y regresó al grupo.
- ¡Capitán!, -se escuchó decir, -venga a
comer algo.
- ¡Ya, ya! Replicó él. El capitán avanzó
unos pasos, antes de integrarse al grupo de los marineros, permaneció en
silencio y fue inevitable, buscar con la mirada, a la chica que se marchaba. No
la encontró, había desaparecido entre la escasa maleza del lugar. Al sentarse
el capitán, apoyó involuntariamente, una de sus manos en el hombro de otro
marinero, después de un momento recibió en sus manos un plato de comida, lo devoró
al instante.
- ¡Extraña muchacha!, -comentó un
hombrecillo menudo, vestido con ropas desgastadas y llena de tizne. Era uno de
los armeros, -luego calló durante unos momentos, finalizado ese lapsus de
tiempo, respiró y repuso.
-De vez en cuando se le puede ver, no obstante,
nadie sabe a dónde va. Aparece como el crepúsculo, pero pronto la toma la
oscuridad. A mí me parece tan ajena a todo, y esos ojos febridos se apagan de súbito,
luego bajó la cabeza y se quedó mirando el plato de frejoles que le habían
servido.
-No pienso lo mismo señor, -replicó
Antoine observando al sujeto con cierta incredulidad.
- ¡Por supuesto Antoine!, concedo el
derecho a discrepar. Pero no puedes negar nada, todo lo que se dice confirma
las aprehensiones que tenemos. Es una chica que inspira desconfianza.
-Difiero de usted apreciado amigo,
-manifestó Maciel. -Sus labios en los míos no parecían demasiado misteriosos,
por el contrario, resultaron tan reales que quise quedarme en ellos.
-Es comentario obligado que esta mujer,
junto a la otra pequeña, son fantasmas que rondan por mucho tiempo en el
pueblo.
- ¿Otra muchacha?, -preguntó el capitán.
¿Qué muchacha?, -al terminar sus palabras se escuchó, cerca de ellos, el crujir
de unas ramas secas. Todos miraron al lugar, no había nada.
-Pero de todos modos capitán, esa
pequeña aparece menos, y se le ve ocasionalmente en los bosques del pueblo.
Nadie sabe qué sucedió con ella. En cierta ocasión, -continuó el armero,
-estaba en uno de los baños de la casa de Martín, era tarde, me miraba al
espejo lavando mi rostro cansado, cuando de repente, al volver la mirada al
espejo, apareció el rostro deformado de esa pequeña. Sí capitán, dije deformado
porque ese rostro había cambiado, no parecía un ser humano.
- Estos espíritus nos inquietan con
relativa frecuencia.
- ¡No se hable más estupideces, ni
jangadas, gritó el capitán!
-Esa muchacha a la que aluden, es hija
de Anne -Laure, y tendrá poderosos motivos para no estar con ella, a mi modo de
entender, sus besos poseen la más telúrica de las emociones.
- ¿Usted, usted la besó capitán?
-Preguntó Antoine sorprendido.
- ¡Así es muchacho, así es! De inmediato
las mejillas de Antoine se pintaron de rojo.