Se
detuvo un momento, y se dispuso a observar el horizonte. Unas nubes azules
rosáceas flotaban suspendidas en el aire, a su vez, con gracia, agitaban su
brillo en los vaivenes del mar. El sol se ocultaba lentamente, se despedía con
tranquilidad.
De
súbito su rostro se tornó pensativo. Recordó a Verónica, a quien deseaba con
ternura, y a quien amaba con todos los sentidos de su corazón. Evocó los labios
suaves de ella, sus ojos cafés, sus tímidas miradas. Su rostro contenía la
definición de la belleza en palabras perfectamente hiladas. Su alegría, esa
infinita alegría, conmovía profundamente su alma.
Cuando
descubrió los encantos de Verónica, la noche era tan límpida, fresca, oscura, y
romántica, que el amor surgió casi de forma automática. Al verla, (en los ojos
de su espíritu), aprendió por primera vez, cómo surgía el amor. La vio hermosa
y viva, misteriosamente seductora. Verónica, apareció bella, sumamente encantadora,
ella no conocía aún el amor.
Ocasionalmente
se cruzaban en medio de tanta gente que, distraída y alegre, se sumergía en la
fiesta del bautizo. Cuando él ingresaba a la casa, Verónica se dirigía al
patio, ambos se habían cruzado un poco antes, pasaron uno al lado del otro. En
ese casual cruce, se miraron y, además, enseñaron sus ojos dejando al
descubierto esas almas melancólicas y apasionadas.
Un
amor desconocido se despertó en ambos. Se buscaron, para coincidir junto a ella.
Esa noche, que parecía tan dulce, amplia y secreta, pudo contemplarla en toda
su hermosa dimensión. La atrajo sobre él, y, le habló enseguida. Besó sus
labios dulces y deliciosos, las palomas de sus pensamientos volaron hacía su
esencia, comenzó a percibir que en sus ojos viajaban tranquilas, pequeñas estelas
de amor que se perdían en el mismo horizonte de sus pupilas. Ahora, oía el latir de su corazón, ambos
quedaron suspendidos en las coordenadas del tiempo, la luz del amor nubló
completamente sus sentidos. El materializó una idea.
-Verónica,
abrázame, no quisiera perder el hábito de tus caricias, en ti comienzo a vivir
por segunda vez. Viviré para amarte. La existencia está hecha para ti. Aquel
día, en un encuentro fortuito, se enamoraron, cada uno fue, durante mucho
tiempo, el objeto de sus pensamientos. Después de ese encuentro, el deseo de
volver a verla condicionó su pensamiento.
Volvió
a pensar con calidez en Verónica, con tristeza también, porque no sabía con
certeza si volvería a verla. Miró por última vez el mar, y se dispuso a volver
a la cabaña. Caminó pensativo y cabizbajo, las estrellas lo conducían a ella. Trataba
de contener su apretado pecho, para que las dosis de su pena no se desbordaran
aquella noche.
Vicente
Alexander Bastías