Entrada 73
-Hay piedrecillas en el camino. Camina con cuidado. No vayas a tropezar. -Comentó Antoine a la chica. Ella, en lugar de responder, acomodó su pelo, lo ajustó en un moño de estilo casual, algo desordenado; para afirmarlo le atravesó, con delicadeza, una varilla delgada. Luego se detuvo y echándose hacia adelante comenzó a trastrabillar hasta caer en el suelo. Abandonó su espalda dolorida en la verde maleza del lugar, y así permaneció descansando. Al mirar al cielo sintió repentinamente sumergirse en la oscura bóveda del cielo, miró ese cielo profundo.
-Oscura, -pensó, -pero de un oscuro
fascinante. Enseguida respiró hondo, tan hondo que se hinchó vigorosamente todo
su pecho. Aunque era una noche oscura todo parecía más tranquilo. Con esa calma
logró visualizar, con suma claridad, la constelación de Orión, se entretuvo
uniendo esos puntos luminosos. La luna se ocultaba detrás de unas espesas nubes
ennegrecidas que simulaban ser gigantes algodones de azúcar.
A veces el grito
de un rayador negro irrumpía en el
ambiente, pero en general se escuchaba con más claridad el incesante ruido del
mar, sin embargo, hubo un momento en el que sólo se dedicó a escuchar el latido
de su corazón. Cerró los ojos y sitió cómo la llovizna del amanecer mojaba su
juvenil rostro. Alcanzó a oler algunas
hierbas, al ingresar por su nariz despertaban gratas sensaciones. Y su
mente entró, de súbito, en el fresco cuerpo del mar. Lo escuchaba envuelta en
esa oscuridad que le gustaba tanto, le gustaba sentir, además, que todo ese
mundo gigante se depositara en ese corazón tan pequeño. Todo aquello cabía en
su corazón, y eso le parecía asombroso. Todo ese mundo maravilloso era sólo
para ella. Mientras oía el golpe de las olas en las rudimentarias rocas, su cuerpo sereno se
repletó de satisfacción. El canto interminable del mar llenaba su alma y ese
mar inmenso abría las amplias rutas para sus sueños.
-¿Qué
haces? –Preguntó el joven.
-Estoy
descansando. No sé si me agota mi cuerpo o me cansan mis anhelos, pero
continuaré…, espera un momento. –Respondió la chica en un tono muy bajo.
-¿Qué
dirás a Anne-Laura?
-¡Nada!...,
que se ella quien se juzgue, y pueda sopesar, en su conciencia, si la muerte de
su hijo valió la pena.
-¡Tienes
razón! A pesar de que la conciencia anula aquellos momentos, los disfraza…, eso indudablemente borra toda
capacidad de autocrítica. Esa conciencia que queda como bañada en gotas de
mercurio vuelve a experimentarse como inocente, se autodefine como limpia y
blanca. Nunca Anne - Laura aceptará su culpa.
Cuando terminó de hablar Antoine se quedó
meditando largamente, y al volver a reconsiderar aquellos argumentos ratificó
que esos rasgos los había visto, a lo largo de su vida, en muchas personas.
Al igual que Camila estaba cansado y
somnoliento, y se echó sobre los brazos abiertos de Camila, a su lado se dividió la hermosa visión que ella
contemplaba. Se acercó un poco más al lado de ella y dijo.
-¡Lo
siento! No pretendo molestar. Lo digo por mis palabras. Camila ahora estaba
saliendo se su somnolencia aunque le resultaba difícil resistir los embates del
sueño.
-¡Está
bien Antoine, está todo bien! Nadie más que uno sabe de qué arrepentirse,
porque supongo que todos tendrán algo de qué arrepentirse, y mi madre no es
ninguna excepción.
-No
me da confianza. –Respondió él. Porque además te ofreció a ti como señuelo para
realizar sus planes torcidos.
-¡Oye!
–Sostuvo ella, -déjame decir algo… Me gusta caminar descalza. Qué bien se
siente caminar sobre las rocas empapadas de agua. Me gusta tomar este aire
fresco. Me gusta este mar… Dime Antoine ¿Por qué el mar es azul? …
-No
lo había pensado querida Camila, pero puedo crear una respuesta para ti.
-¡Dime,
dime! ¿Cuál es?
-Supongo,
-afirmó sonriendo el joven. –que si el mar es azul es porque es reflejo del
cielo, y si el cielo es azul es porque es reflejo de tus ojos.
-¡Que
hermoso Antoine! Es hermoso lo que
dices.