Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

martes, 30 de agosto de 2016

Entrada 73. Camila Angélica



Entrada 73

-Hay piedrecillas en el camino. Camina con cuidado. No vayas a tropezar. -Comentó Antoine a la chica. Ella, en lugar de responder, acomodó su pelo, lo ajustó en un moño de estilo casual, algo desordenado; para afirmarlo le atravesó, con delicadeza,  una varilla delgada.  Luego se detuvo y echándose hacia adelante comenzó a trastrabillar hasta caer en el suelo. Abandonó su espalda dolorida en la verde maleza del lugar, y así permaneció descansando. Al mirar al cielo sintió repentinamente sumergirse en la oscura bóveda del cielo, miró ese cielo profundo.

 -Oscura, -pensó, -pero de un oscuro fascinante. Enseguida respiró hondo, tan hondo que se hinchó vigorosamente todo su pecho. Aunque era una noche oscura todo parecía más tranquilo. Con esa calma logró visualizar, con suma claridad, la constelación de Orión, se entretuvo uniendo esos puntos luminosos. La luna se ocultaba detrás de unas espesas nubes ennegrecidas que simulaban ser gigantes algodones de azúcar. 

   A veces el grito de  un rayador negro irrumpía en el ambiente, pero en general se escuchaba con más claridad el incesante ruido del mar, sin embargo, hubo un momento en el que sólo se dedicó a escuchar el latido de su corazón. Cerró los ojos y sitió cómo la llovizna del amanecer mojaba su juvenil rostro. Alcanzó a oler algunas  hierbas, al ingresar por su nariz despertaban gratas sensaciones. Y su mente entró, de súbito, en el fresco cuerpo del mar. Lo escuchaba envuelta en esa oscuridad que le gustaba tanto, le gustaba sentir, además, que todo ese mundo gigante se depositara en ese corazón tan pequeño. Todo aquello cabía en su corazón, y eso le parecía asombroso. Todo ese mundo maravilloso era sólo para ella. Mientras oía el golpe de las olas en las  rudimentarias rocas, su cuerpo sereno se repletó de satisfacción. El canto interminable del mar llenaba su alma y ese mar inmenso abría las amplias rutas para sus sueños.

-¿Qué haces? –Preguntó el joven.

-Estoy descansando. No sé si me agota mi cuerpo o me cansan mis anhelos, pero continuaré…, espera un momento. –Respondió la chica en un tono muy bajo.

-¿Qué dirás a Anne-Laura?

-¡Nada!..., que se ella quien se juzgue, y pueda sopesar, en su conciencia, si la muerte de su hijo valió la pena.

-¡Tienes razón! A pesar de que la conciencia anula aquellos momentos,  los disfraza…, eso indudablemente borra toda capacidad de autocrítica. Esa conciencia que queda como bañada en gotas de mercurio vuelve a experimentarse como inocente, se autodefine como limpia y blanca. Nunca Anne - Laura aceptará su culpa.

   Cuando terminó de hablar Antoine se quedó meditando largamente, y al volver a reconsiderar aquellos argumentos ratificó que esos rasgos los había visto, a lo largo de su vida, en muchas personas.

  Al igual que Camila estaba cansado y somnoliento, y se echó sobre los brazos abiertos de Camila, a su lado se  dividió la hermosa visión que ella contemplaba. Se acercó un poco más al lado de ella y dijo.

-¡Lo siento! No pretendo molestar. Lo digo por mis palabras. Camila ahora estaba saliendo se su somnolencia aunque le resultaba difícil resistir los embates del sueño.

-¡Está bien Antoine, está todo bien! Nadie más que uno sabe de qué arrepentirse, porque supongo que todos tendrán algo de qué arrepentirse, y mi madre no es ninguna excepción.  
-No me da confianza. –Respondió él. Porque además te ofreció a ti como señuelo para realizar sus planes torcidos.

-¡Oye! –Sostuvo ella, -déjame decir algo… Me gusta caminar descalza. Qué bien se siente caminar sobre las rocas empapadas de agua. Me gusta tomar este aire fresco. Me gusta este mar… Dime Antoine ¿Por qué el mar es azul? …

-No lo había pensado querida Camila, pero puedo crear una respuesta para ti.

-¡Dime, dime! ¿Cuál es?

-Supongo, -afirmó sonriendo el joven. –que si el mar es azul es porque es reflejo del cielo, y si el cielo es azul es porque es reflejo de tus ojos.

-¡Que hermoso Antoine!  Es hermoso lo que dices.


lunes, 29 de agosto de 2016

Entrada 72. Camila Angélica.


Entrada 72.
 
Una cristalina gota de agua se desparramó de forma sorpresiva en la nariz. La sensación helada del agua le tocó las fibras de su conciencia y le despertó. Cuando inclinó la cabeza pudo ver con suma claridad que, a su izquierda, su mano yacía sumergida en el fango. Por el estrecho ovalo de los ojos, alcanzó a visualizar el cuerpo delgado y laxo de Camila. Estaba extendida, serpenteando por la espesa cadena de cinco negritos que se extendían con sus hojas dobladas y su pequeña flor de copa roja. Cayeron otras gotas más frescas y suaves que le permitió evocar otras sensaciones ancladas en tiempos imprecisos e indeterminados. No recordaba con exactitud. Intentó levantarse, no sin ofrecer su cuerpo cierta resistencia, balanceándose entre muchas gotas de agua que copiosas comenzaban a caer.

  Caminó unos pasos con el único propósito de asistir a la chica. Apenas logró verla encontró que era ella un oasis de luminosa primavera en aquella tarde, que vencida, daba paso a una oscura noche. Impulsado por la curiosidad caminó con cierta regularidad hasta que se posesiono muy  cerca de la muchacha.

-Y bien Camila… ¡Cómo estás!

Ella no respondió, sin embargo, Antoine permaneció contemplando aquel rostro tan suave regado por la lluvia que incesante caía. Lluvia, además, al contacto con la sangre de la mano formaba una tinta roja que persistente irrigaba el suelo. La joven abrió los ojos, y al acto, él apareció apoderándose de sus pupilas.

-Estoy bien, -respondió ella con medrosas palabras. Y otra vez sintió la figura de Antoine en sus pupilas, después les siguió un silencio, hasta que germinó en ambos una mirada más tierna. Sonrieron, ella ofreció su mano. Antoine le prestó asistencia para que se pusiera de pie.

-Todo esto fue tan horrible. ¡Qué espanto! –Añadió desconcertada. En medio del devastado lugar sólo el silencio predominaba. Era como se todos las piezas de la naturaleza callaran por esa fuerza arrolladora e incontrolable, de la que nadie conocía su origen. Una vez que  lograron observar con más tranquilidad los efectos devastadores del tornado.  Ambos coincidieron que, junto a la espesa tranquilidad del lugar, todo se presentaba tan lúgubre.

  Continuaba la lluvia. Pronto, cerca de unas rocas, encontraron el cuerpo de tío Farfán. Tenía profundas heridas a lo largo de todo su pecho. Agonizaba. Cuando se acercaron a lo primero que atinaron fue a tocar su corazón. Se había detenido.

-No permitas que muera. En esta vida podemos llegar a ser algo, en la otra no sabemos.  –Afirmó Camila con acentuada tristeza en el tono de su voz.

-Siento en mis manos la rigidez de sus mejillas, no obstante esto, veo relucir el brillo de su serena paz. –Una vez que dijo esto Antoine se alejó buscando la línea delgada de la playa. Mirando en dirección al mar cerró sus ojos. Sintió de inmediato una lágrimas que cuidadosas comenzaron un descenso lento y tranquilo por su blanco rostro. -No es malo llorar, -pensó, y liberó otras lágrimas que pujaban por salir. –No es malo llorar, -insistió sumergido en un  enorme dolor.

-A estas horas, qué diré a tía Angélica. Con la yema de los dedos cortó el recorrido de las  lágrimas. Alcanzó a escuchar al mar que resonaba persistente en sonidos lentos y cadenciosos. La dureza de sus manos entretejidas catalizaron los estertores de ese inmenso dolor.

      Cuando volteó  medio cuerpo se percató que junto a Camila estaban los hombres del  león de hierro. Parados en semicírculo se elevaban impenetrables como estatuas de piedra. Antoine echó a caminar conteniendo la respiración, afirmó la pistola, deteniéndose frente a ellos osó  preguntar

-¿Quiénes son?

-No preguntes, -respondió Camila.

-No pertenecen a nuestro mundo. Confórmate con verlos…, y si puedes disfrútalos. A continuación agregó.

-Ellos se encargaran de tío Farfán. No debes preocuparte.

-¡En ese caso pues, vamos caminando!

    Juntaron sus manos y se introdujeron en una zona de tamariscos que antes no habían visto. Se alejaron buscando el mar. Antes de continuar se pararon en una gran roca desde la cual miraron el cielo, una estrella que explotó iluminó la totalidad del cielo azul marino, y ellos pensaron que también iluminaba  parte de sus vidas.

-¿Estará aún el alborean por ahí? –Preguntó el chico sonriendo.

-¡Sí creo que sí!, -respondió feliz ella.

-Caminemos…el viaje es largo y dificultoso. –Sostuvo él acelerando el paso.

Vicente Alexander Bastías Agosto / 2016

    

lunes, 22 de agosto de 2016

Entrada 71. Camila Angélica.


Entrada 71
 
La lenta tarde transcurría sin contratiempos. El cielo estaba incoloro, y  un poco translúcido, a ese tono, que parecía tan claro a esa hora  se iba sumando, silenciosa y paulatinamente, gruesas nubes que se iban formado y que apenas tocaban  sus manos para unirse. De esta manera se cerraba el cielo hasta constituirse en una sólida y compacta platina de aluminio. 

     El azul intenso que acompañó gran parte del día ya no quedaba nada, por otra parte, se lograba visualizar que en la parte baja de las nubes se presentaba una sombra atenuada, debido a la  escasa luz que las rozaba.

Todos los allí presente se sobresaltaron al ver que en el mar se armaba repentina y tímidamente el embudo de una tromba marina. Nadie, absolutamente nadie, fue indiferente al hecho. Captaron cómo se armaba un delgado embudo de aire y agua, la corriente ascendente las llevaba al cielo. Cuando comenzó a girar movida por aires opuestos el trompo giratorio tomó una dirección vertical. Invisible, en su etapa inicial, la delgada soga de aire inició un crecimiento descontrolado, con efectos destructivos inimaginables.

-Apenas toque tierra será un tornado poderoso. – Resopló el capitán. Por primera vez temeroso ante la catastrófica imagen.

-Me recuerda a la tromba marina que nos sorprendió en las Islas Vírgenes, -comentó el más antiguo de la tripulación. Nadie daba crédito a lo que observaban.

-¡Sí!, -confirmó el capitán, -pero recuerdo que nos sorprendió en el mar. En aquella ocasión nos vimos obligados a navegar perpendicularmente.

-¡Qué haremos señor; todo oscurece!

-¡Nada se puede hacer marinero!  Es el lugar donde nos sorprende la muerte.

-En el mar había alguna probabilidad…, de hecho no nos alcanzó. En tierra, leal compañero, es difícil visualizar alternativas. Pronto todo este lugar desaparecerá. La capacidad destructiva de esa energía de vientos es inmensa. –Afirmó Maciel con excelsa dignidad.

-¡Miré capitán! Dirija la vista al franco descendente de la tromba. Vea cómo surge la endeble figura de una chica.  

-¡Así es! Se puede ver con claridad, aun cuando destaca por ese tono amarillo que la envuelve

-¡Ella es señor! La chica que abandonamos herida.  Parece difusa, pero creo que ella es el látigo del embudo. Observe, la nube de la tormenta se desparrama justo a la altura de sus cabellos, bastaría agregar que la enérgica rotación de los vientos es la furia de su alma. –Agregó acongojado el marinero.

-¿Qué haremos capitán?

-¡Escapar, dispersarse, escapar!

-¿Es una broma señor? –Se atrevió a preguntar el hombre aterido.

-No es broma, tenemos escapar. Porque mire usted al oriente, se acercan a todo trote los marineros del león de hierro.

-Se refiere capitán a esos espectros que encontramos, los horribles espíritus del león de hierro.

-Sea lo que sea, vienen y se acercan. –Dijo el capitán más preocupado todavía.
-¡Escapen, escapen! –Gritó también el coreano desesperado.

Los hombres, junto a Camila, Antoine, Gino y el tío Farfán contemplaron nerviosos la tromba que tocaba tierra, antes que pudiesen volver a abrir sus ojos ya estaba sobre ellos, envolviéndolos, tomándolos, con esas poderosas manos de aires que se convertían ahora la forma de un perfecto cilindro. Todos, sin excepción, fueron abrazados por la fuerza del fenómeno y los hizo volar,  hasta perderse en la grisácea cabeza del tornado.


Vicente Alexander Bastías.  Agosto 2016

jueves, 18 de agosto de 2016

Entrada 70, Camila Angélica.


Entrada 70.
 
Detrás del capitán,  impacientes se arremolinaban los hombres. Alzaban  el cuello para ver a la chica, taponeando la entrada con esos malolientes cuerpos. Algunos con ojos turbios, otros en cambio  dejaban pasar la luz del sol en ojos de vidrios que se volvían esplendentes. Cada uno de ellos realizaba distintos tipos de muecas; y rascaban, con sus largos dedos, los sucios cabellos que colgaban de su cabeza. Todos, conjuntamente, esbozaban  notorias sonrisas que los asemejaban a verdaderas hienas. Sonrisas nerviosas, predecesoras de los violentos impulsos que abrigaban en su alma.

  Mientras, Camila y su compañero observaban, como elementos inanimados, la triste suerte de tío Farfán. De repente, uno de los hombres se adelantó, levantó la espada con el claro propósito de pegarle con el canto a Antoine. El afilado silbido del metal pasó muy cerca de los oídos del muchacho. Había logrado esquivar el descomunal y artero golpe.
-Parece que usted quiere bailar sin enviar invitación, -arguyó el joven sacando de entre sus ropas una daga negra de abordaje, tenía cazoleta con reborde y cruz de gavilanes apuntando hacia la punta. Una maravillosa arma con puño de acero y  un delgado filo cóncavo. A ver que el marinero vacilaba asestó un duro punta pie en la rodilla lo que permitió que se desestabilizara y cayera de espaldas. 

-¡Recoja su arma señor…, y que continué el baile!. –Dijo un Antoine que, entusiasmado entraba en calor. Pero no fue el marinero quine respondió sino otro de los hombres que apareció de la nada. Con el puño cerrado asestó un duro golpe en la mandíbula del muchacho. Antoine miró a su alrededor, vio que lo superaban en número. Contrajo la mandíbula aún afectada por el dolor del golpe. Con la mano en la boca, pensó que no tenía muchas ventajas, aunque empuñara el cuchillo con todo el valor que poseía.

-¡Ríndanse! -Espetó con seguridad el joven de los mandados, sin embargo, todos se largaron a reír, y aprovecharon las risas para lanzarse sobre él. Antoine, no lo dudó un minuto, tomó la mano de la muchacha y se abrió espacio entre las caderas, las manos, y las cinturas de los hombres. Apenas llegaron a la escalera derribaron, con el hombro, a dos de los hombres que estaban en los primeros peldaños. Ellos intentaron cerrarles el paso pero se escabulleron como el agua. En esa reacción simultánea los marineros chocaron entre sí, perdiendo el equilibrio algunos, y otros, lisa y llanamente cayendo al suelo.  
  Sorprendido el capitán permaneció un momento en la escalera para ver a dónde huían los chicos. Todavía no lograba comprender la ineptitud de sus hombres.

-¡Capitán, capitán!..., ¿no sería mejor disparar? Apenas se extinguieron esas palabras un potente estruendo se desencadenó uno detrás del otro. Un número indeterminado marineros disparaban.

Antoine y Camila entendieron el mensaje. Estaban cansados, decidieron rendirse. Él se detuvo, levantó los brazos, abrió un poco más sus piernas y esperó. Ella repitió el mismo ademán; de súbito cayeron en la cuenta que todo había concluido.
  Maciel se anticipó, con exacta precisión clavó sus ojos en la muchacha. Comenzó a caminar en círculos alrededor de ella, muy, pero muy cerca ella, preguntó a su oído.

-¿Y usted quién es señorita? 

     Ella, en lugar de responder, tomó la punta de su vestido y lo enarboló como bandera de paz. La clara esencia de sus ojos, liviana como mariposa, se anticipó al mirar escudriñador del capitán Maciel. Acomodándose el vestido, respondió, sin ambages.
-¡Soy todo, menos quién usted piensa!

El capitán, el único distinguido y elegante de ese grupo, acomodó su sombrero a la altura de su corazón. Hasta el en desenfundar de la espada dejaba de manifiesto su preocupación por los pequeños detalles.  Pudo mostrar, que a pesar de todos los contratiempos, las blandas de las mangas seguían limpias como la nieve. Después sacó del bolsillo una pipa, en la parte del caño se podían distinguir con claridad tres letras: M.C.A: Maciel capitán del alborean.

Examinó detenidamente a la atractiva muchacha, y simplemente pudo advertir que como ella, no existía mujer más hermosa. Al desviar la vista, el capitán dio con el estúpido rostro de Antoine, que tenía a esa hora de la tarde cara de “Pulgón Ruso”,  motivado por esto le dedicó dos miradas de profundo desprecio. El reflexionó un largo rato…, esperaba la respuesta de la chica.

-¡Capitán!, –dijo ella, -todo ha sido resultado de un lamentable mal entendido. La hija de Martín Pollier no existe. ¡Créame, ha muerto antes de nacer! Sus ojos no alcanzaron a recibir el sol de la vida. Pollier no tiene por qué preocuparse.

-¡No mienta señorita! Ares, Hermes, Men, mitra os miran desde el cielo…, bueno no seamos tan presuntuosos, digamos que la miran desde la cofa del alborean.

-Todo fue inventado por Anne-Laura,  gradualmente le proporcionaré los detalles. Sólo  si usted me quiere escuchar. –Prosiguió la chica imprimiendo a su tibio rostro una extra-ordinaria belleza.

-Usted confunde señorita. Habla con claridad, y no me lleve a pensar que es usted una suave playa en la que se ansía descansar, -el capitán esperó con curiosidad la respuesta de la joven.

-¡Lo ratifico con franqueza, es la verdad! 

     El capitán prestaba atención a la mujer, contemplaba su cara e iba descubriendo una oculta sinonimia entre los que afirmaba y lo que decía sentir. Ella alzó la mirada como agradeciendo al cielo.  Maciel, con el entrecejo levantado, respondió moviendo la cabeza afirmativamente.

-Es mejor, -comentó él, - todo tiene que estar sujeto a confirmación, que como usted sabe, tiene que proporcionarla nuestro comodoro. Estas palabras las pronunció el hombre en tono bondadoso y sereno, en el compacto grupo de marineros, estas palabras llamaron poderosamente la atención.

-Resolvamos esto en el pueblo, y espero de verdad que no llamemos en vano a la primavera. –Concluyó el capitán enfundando la espada.

Vicente Alexander Bastías agosto / 2016



martes, 16 de agosto de 2016

Entrada 69. Camila Angélica


Entrada 69.
 
-Es curioso, -sostuvo pensativo Antoine. 

-Los pájaros,  poseen  esta tarde, un canto más alegre y melodioso. -Acto seguido dirigió la vista por sobre el hombro de la chica y pudo ver cómo caían las hojas de los árboles. La ligera brisa las llevaba en ondulaciones erráticas que se resistían a descender. En el horizonte, muro que  tapaba la vista, se oía el constante murmullo del mar. Había buen tiempo; una hermosa tarde que ayudaba a aliviar algunas penas infinitas. Invitaba a salir de sí mismo, a sonreír y a experimentar las esporádicas alegrías de la vida. A pesar de ello, no lograba escapar a la atmósfera melancólica  con que el amor cubre los corazones. Y ciertamente, ya  podría evitar la serena felicidad de las cosas.    

       Encontraba, en cambio, a Camila, y poco a poco comenzaba a tomar conciencias de esos afectos. Además, -agregaba, -jamás en toda su vida había visto un cielo azul turquesa. Las blancas nubes pasaban en pequeños grupos, se paseaban por el cielo a gran altura, y sin embargo, Antoine lograba descifrar sus mágicas formas. Le resultaba imposible sustraerse de ese cielo rústico, pintado por una brocha gruesa y tosca. Tocado, del mismo modo, por un aire fresco  que daban ganas de salir a su encuentro y atraparlo con brazos ligeros y amables.

   Pasaba el tiempo y aún no sabía con exactitud qué  pasaría con la chica. El esperaba, y hubo un momento, en el que surgieron los deseos más intensos para amarla. Desplegó las alas de la mente…, confirmó amarla. Se elevó en el aire y su corazón hendió con subterránea sutileza la transparencia del cielo. Después se acercó a Camila, ella echó los brazos al cuello de Antoine tan volátil y suave que llegó  a creer que se trataba de un verdadero ángel…, bueno en realidad era un ángel, su propio ángel.

     Ambos reunieron los cuerpos, apretándose un poco. Los corazones estaban desbandados. Él quería decirle que perdonara  sus estupideces, que deploraba ser tan díscolo, y sobre todo que le disculpara por ser feróstico y mal humorado. Al son de esa meditación, no alcanzó a tocar las siguientes palabras, porque vio que asomaba la blanca cabellera de tío Farfán. Percibió cuando subió el último peldaño de la escalera. Desde el lugar en el que se encontraba, se dirigió a buscarlo. Allí frente a él pudo constatar que, a sus espaldas, estaba el capitán y sus hombres. Lo apuntaban peligrosamente con arcabuces.

-¡Sorpresa Antoine! No es costumbre de los mortales esconderse de la tripulación del alborean. –Dijo el capitán en tono mordaz. Después hizo un ademán a sus hombres para que ingresaran, junto con aquello soltó violentamente a tío Farfán y lo mantuvo encuclilla,  inmovilizado con la pistola en la cabeza.

-Y Usted señorita. ¿Quién es? –preguntó a la muchacha con excesiva curiosidad.



Vicente Alexander Bastías. Agosto. 2016

*Feróstico: Ser feo en alto grado. ( como yo)

lunes, 15 de agosto de 2016

Entrada 68. Camila Angélica


Entrada 68.
 
-El alborean se transformará en un carcamán, -murmuró Gino tratando de deshacer los nudos de la soga con el que habían amarrado sus manos, más el capitán y el coreano ya estaban muy alterados con él por lo que le conminaron a guardar silencio. Ellos no negaban que fuese verdad, porque si aterrizaba la desgracia en sus vidas, buscarían el modo de enfrentarse a ella.

  El coreano guardó el espiote, agarró férreamente de la cintura al prisionero y lo condujo, sin demasiada delicadeza, al resto del grupo. Mientras caminaban, intentaban mantener el equilibrio entre tanta roca que había en el suelo. Escucharon a su alrededor un aberrajeo de insectos, y sintieron a sus pies cómo, a medida que avanzaban, se iba quebrando las secas cardinas del lugar.

    En otro lugar, y muy cerca de ellos, la chica inmóvil en el suelo vio cómo se alejaban, al llegar arriba de un cerro, los perdió de vista. Ella aprovechó para ponerse de pie, con mucha suavidad, pues sus heridas laceraban aún su cuerpo. Al levantarse adquirió una dimensiones impresionantes, pareció ser de repente un personaje que emergía de los más intrincados misterios. A medida que se recuperaba mejoraba su aspecto; sanaba ostensiblemente esas heridas tibias que todavía estaban presente.

 Con mucho de dificultad logró avanzar deslizándose por una empinada pendiente. Quedó tendida en el suelo con los brazos abiertos, contemplando el cielo más limpio nunca antes visto. Suspiró y sus ojos siguieron desfilando por el cautivante embrujo de esos parajes. Al descubrir sus piernas más firmes, intentó palpar, con la yema de sus dedos, una lívida corriente de sangre que salía de su estómago. Toda esta preocupación daba a su rostro un aspecto tostado, distinto al rostro luminoso con el que había enfrentado a los marineros. Comenzó a ver con más claridad cómo se alejaba la tripulación del alborean.

    Hilando los acontecimientos, y discurriendo con extrema sutileza, muchas veces se sintió guarecida en el cobil de la muerte, escuchaba cómo refunfuñaba el capitán. Hasta que en un momento perdió la conciencia, y algo muy sobrenatural comenzó a repararla, comenzó a darle movilidad y le permitió despertar.

  Por el  momento sanaba su herida y lograba ascender desde la tumba. Fue entonces cuando, un impulso irrefrenable la puso en el destino de cada uno de esos hombres.

Vicente Alexander Bastías Agosto 2016



67. Entrada Camila Angélica.

Entrada 67.
 
El capitán, entretanto, miraba a cada uno de sus hombres. Como esperando que esos rostros avejentados y magullados pudiesen confirmar las palabras de Gino. En esas miradas Maciel recordaba también la invisible y poderosa influencia que ejercía sobre ellos. Gino separado por dos metros del grupo de marineros seguía repitiendo.

-¡No es la chica!

   A los oídos del capitán sólo llegaba el insistente ulular del viento, un viento fino que se mezclaba entre las hojas de los árboles. Por un segundo el capitán permaneció tranquilo, esperando la explicación de Gino. Después desenfundó la espada y se dirigió al que consideraba un traidor. Al caminar pisaba rápido y firme sobre el suelo, cuando avanzó aprovechó de cortar con furia la maleza que le impedía el paso. Se acercó al hombre, como un relámpago le tomó el cuello con una de sus manos, lo sujetó con firmeza clavando los dedos en la piel del marinero. Este último intentó desesperadamente  liberarse de esa garra acerada, primero golpeando los brazos del capitán, luego pegando puntapiés a la altura de la rodilla.

-¡Habla miserable! –Exclamó en voz alta el capitán, mientras su robusta mano lo ahorcaba con más fuerza.

-Capitán, si la mata caerá la desgracia sobre el alborean y su tripulación. Esa criatura es de otro mundo. Maciel lo soltó bruscamente y empezó a caminar en círculos, intranquilo, irascible, furibundo. Luego agachó la cabeza y se puso a pensar en todos los últimos acontecimientos vividos: La fortaleza, los hombres que vivían en ella, Augusto desaparecido, los enormes contrastes de la naturaleza, la vegetación cambiante. Enseguida se instaló la cuadrada idea de que, efectivamente, esa chica fuese una curiosa e inteligible aparición. A la luz de los acontecimientos parecía una figura tan enigmática y silenciosa.  No había ningún hombre de los allí presente que no se sintiese atraído por ella. Esa belleza tan clara y lúgubre abría un espacio inabordable. Quizá al matarla abriría una puerta hasta entonces desconocida. Pensó también que las mismas escaleras del infierno bajarían para llevárselos a todos.

-¡Parece espectro! –Concluyó levantando la vista. ¡Pero qué da! Los hijos del alborean no se amedrentan con nada. ¡Ni el fuego del infierno los hacer retroceder!

    La muchacha escuchaba todo. Tenía ahora un rostro enjuto, desaliñado, pálido como el cielo sin nubes que les acompañaba. Con los ojos llorosos agachó la cabeza conmovida por el dolor que le producía el filo del sable que frío entraba a sus carnes.
-Los días de navegación han terminado para ti Camila. ¡Y  a ti traidor!, te espera el mismo destino. –Farfulló el capitán lanzando dagas de fuego por los ojos.

   De pronto un grito espeluznante se escuchó en parte de la isla. La chica arqueó su cuerpo y cayó pesadamente al suelo. Los largos cabellos se abrieron como un abanico para quedar repartidos entre la tierra y la maleza; de inmediato, contraída dejó de respirar. Una vez que se extinguió aquel espantoso ruido, de repente un oscuro presentimiento llenó de negro la mente de los marineros.


Vicente Alexander Bastías  Agosto 2016.

sábado, 13 de agosto de 2016

Entrada 66, Camila Angélica.


Entrada 66.
 
Había en la habitación una atmósfera clarísima, una liviana luz flotaba en el aire…, lo dominaba todo. La mirada de la muchacha se paseó  a lo largo de las pupilas de Antoine. En ese caminar se transformaba en una viajera que exploraba su rostro y exploraba también su alma. Antoine se dejaba sorprender por ese perfecto cuerpo juvenil, de líneas gráciles y de ondulaciones mágicas. Antes de ingresar al lugar donde estaba la chica, pensó que resultaría muy difícil avanzar por las suaves líneas de ese cuerpo, que asomaban por sus ojos, como perlífero tesoro. Sólo imaginó tocar la suave piel de la joven, una piel fresca, tersa, embriagadora. Efectivamente, su belleza era indescriptible.
  Al separarse comenzaron a buscar un lugar donde sentarse, de inmediato y sin titubear, eligieron como asiento un antiguo mueble de muchas puerta.

-¿Cómo lograste sobrevivir? –Preguntó curioso el chico.

-Las olas me arrastraron a la blanca orilla de la playa; llegué inconsciente. –Se expresó con tristeza, y ese encantador rostro iba mutando a medida que los recuerdos llegaban a ella.

-Todo ha sido muy desafortunado. Malos entendidos que nadie se esmeró en desenredar.

-Bueno… ¿pero cómo llegaste aquí?

-Simplemente busqué refugio, un lugar en el cual podría protegerme.

-¡Cuéntame! ¿Cómo te involucraste en esto?

-Por una lamentable confusión. Te explico. No soy la hija de Martín Pollier. El me confunde, o bien, alguien lo indujo al error.

-¿Qué interés habría en aquello?,… perdona que te interrumpa.  

-Existen muchos intereses cruzados. Está con la idea de que soy ese pequeño bebe que mandó eliminar. Ese bebe que estuvo en relación simbiótica con mi madre…, Anne-laura. ¡Es verdad que murió!

-Dime, ¿qué ganaría ella?

-Casi nada y mucho a la vez. Quien más ganó fue la instigadora. –Contestó reflexiva la chica como permitiendo un paréntesis en el río de ideas que cruzaban por su mente.

-¿Quién? –Preguntó más intrigado aún el joven Antoine.

-Isabelle, su esposa. Había dejado de amar a Martín Pollier y deseaba dejarlo fuera de todo.

-Camila. ¿Cómo sabes todo esto?

-Un día Isabelle y Anne-Laure nos visitaron en la aldea, vivía yo con una de mis tías. Una noche, cuando entraba la noche más profunda conversaron el tema a los pies de mi cama…, pensando que yo dormía.

-Entonces cuéntame. ¿Quién es tu padre?

-Nadie lo sabe, -adujo con más pesar la muchacha.

-Seré hija de algunos de los innumerables hombres que ha tenido en su vida mi insensible madre, hombre que desconozco yo.

-¿Cómo se llamaba, en consecuencia, la niña que murió?

-Nunca tuvo un nombre, nunca alcanzó a ver la luz del día. La autora de todo lo que ha sucedido es la obra maestra de la señora Isabelle de Pollier. Al regresar debía estar todo concluido, y si no me equivoco regresaba uno de estos días.

-Camila, ¿regresarás al pueblo?

-No lo sé…, a no ser que tú…, me des un beso y lo conversemos.

-Oye dime algo más Camila. ¿Sabes quién es el amante de Isabelle?

-¡Sí, por supuesto que sé! Su amante es don…, don Heriberto. Has de saber…, se pasea por la vida comportándose como un idiota, algo así como tú, pero más sofisticado. ¡Sí, es verdad!, se muestra como un hábil retrasado, algo así como tu, pero más astuto. Recuerda que es un filósofo.

-¡Entonces él ideó todo esto!

-Es muy probable que así sea… -Agregó la chica, al mismo tiempo que el sonido de estas palabras iban devolviendo en Antoine el sentido de la memoria perdida.

Vicente Alexander Bastías  Agosto 2016


miércoles, 10 de agosto de 2016

Camila Angélica, entrada 65


Entrada 65.
 
Mientras caminaba por el rustico sendero de piedras, Antoine pudo escuchar el agitado respirar de su corazón. Cuando se detuvo se dedicó a mirar a tío Farfán; le invitó a acelerar el paso. Apenas el anciano se le acercó el muchacho se atrevió a preguntar.

-¿Qué serán aquella ruinas? ¡Mire usted, aquellas que sobresalen de los montículos! 

     Tío Farfán alzó la vista, frunció el ceño, no pudo más que sonreír, sabía igualmente que, en esas islas no existían, o por lo menos, no debería existir nada. Cualquier persona del pueblo sabía esto. El muchacho tomó de la cintura al viejo y siguieron caminando. Al acercarse, efectivamente, se encontraron con una enorme fortaleza abandonada. Tanto los muros como las ajadas banderillas verde gris estaban descoloridas; estaban izadas, pero no flameaban.

-Estas islas son de otro mundo. –Exclamó el joven. Háblame tío Farfán, diga algo por favor. El anciano se quedó paralizado, absorto, experimentando la curiosa y profunda quietud del lugar.

-Te recuerdo Antoine que todo esto puede ser parte de un embrujo engañador, un sueño, o quizá un espejismo que nos envuelve a ambos.

-A veces, - Continuó, dando cierta  severidad a su rostro, -nuestros sueños plateados, en lugar de ser simples siluetas, pasan a la esfera de la realidad. Por lo que entiendo, todo esto ya estaba en la esencia de tus sueños. El anciano, antes de continuar jadeó un poco fruto del esfuerzo realizado.

-Pero lógicamente todo esto tenemos que descifrarlo juntos, aunque nos sorprendan estas inusitadas realidades coexisten en nosotros, o de algún modo, cohabitan en nuestras mentes. Finalizadas estas palabras se quedaron un momento en silencio. Cuando Antoine subió un poco más la vista descubrió la fascinante figura de una chica. Ella los observaba. Al verla, ambos temblaron simultáneamente, y confundidos se quedaron sin palabras. El muchacho bisbiseó al oído del viejo.

-¡No intentes disuadirme, iré tras ella! Y se fue caminando calmadamente. Atraído por la bella aparición de la mujer. Y ahí estaba él, sorprendido de todo lo que vivía. La chica, a su vez, lo esperaba con el brazo extendido, esperando que él tomara su mano. La clara mirada de la muchacha se filtraba por las finas paredes de su corazón. Rápidamente Antoine apresuró el paso. Gradualmente empezó a sentirse impresionado, pues el sonreír de la chica mostraba lo más hermoso de sus labios.

Al reunirse los dedos instantáneamente  se rozaron las manos. Al final la muchacha lo tomó con firmeza, y caminaron un poco más. Ella más adelante, él algo más atrás, siguiéndola con estricta devoción. Y aconteció que la joven lo condujo por una larga escalera enmohecida por el paso del tiempo.

  La muchacha vestía una delgada túnica blanca. Sus hermosos ojos peregrinos daban permanente calma a los esporádicos afanes del muchacho. Era tal como la había soñado, excepto que, ahora al verla de tan cerca le resultaba más preciosa. Ella caminaba descalza y subía los peldaños y subía esos frios peldaños con cautela y sigilo. Antoine estaba feliz, incluso se acercaba a ella para aferrarse a su brazo. La mujer lo miraba y al mirarlo le pedía, a modo de súplica, que no dejara de acompañarla. El tiempo, en torno a ellos permanecía laxo y distendido, olvidaba por instantes su alocada e irrefrenable velocidad.

 Muy pronto llegaron a un segundo piso. Una enorme habitación de tintes gris se instaló en las pupilas de Antoine. Avanzaron tomados de la mano, ella siempre caminando con delicadeza y extrema gracia. La chica se adelantó para ubicarse, de espaldas, a uno de los grandes ventanales. Por momentos toda la luz del exterior llegó a ella para tomarla en todas sus formas, transparentando su cuerpo y resaltando todo su encanto.

De pronto, e inesperadamente, irrumpió un fuerte viento y se pudo vislumbrar a lo lejos que el mar se agitaba. Apenas Antoine se acercó a ella, sin dudarlo un minuto besó esos labios con el único propósito de reconocerla. Al sentir que la besaba ella se alegró y le susurró al oído.

-Te advierto…, mi corazón también te ama. Luego se abrazaron con entusiasmo, ahogados por las palabras que prorrumpían desenfrenadamente, sin pausas, sin comas, sin puntos aparte. La impaciencia del alma se desbordaba, y al desbocarse se perdían en amores que surgían de esos nobles y juveniles corazones.

A cada beso de él, desaparecía la bruma de la indecisión, en cada una de las caricias germinaba irreversiblemente la semilla de esa pasión. Esa muchacha hermosa, fresca, lúdica, alegre, feliz, ahora amaba y regresaba a la vida. Acariciaba el rostro del muchacho y pasaba la suavidad de los dedos por las mejillas sonrojadas y tibias. Una y otra vez, como si despertara en ella la seca apariencia de un amor conservado por mucho tiempo.

-¡Antoine, Antoine! –Añadía a cada caricia que entregaba.

-¡Camila, Camila Angélica! Contestaba embelesado el enamorado joven.

-Cierto día pensé que estaría a tu lado. Sólo los amores que se buscan pueden resucitar. ¡Camila, Camila! Resucita en mi alma, resucita en mi vida. No sabes tú cuánto esperé. No puedes imaginar cuántos sueños me llevaban a ti. Camila resucita conmigo.

Vicente Alexander Bastías  Agosto / 2016


lunes, 8 de agosto de 2016

Entrada 64. Camila Angélica.


Entrada 64.
 
Al llegar la mañana el aspecto de Pollier era impresionante. Cuando se escapó el vaso de sus manos, al contacto con la cerámica, el cristal se desintegró dejando una gran mancha de vino en el suelo. Fue un sonido seco, único que le permitió salir de un sueño siniestro. De inmediato consultó su reloj, marcaba ahora las siete veinte de la mañana. La oscuridad del salón se disipaba paulatinamente, pronto los objetos y los accesorios del salón, recobraban su color original. Experimentó los pies pesados, a pesar de esto, se encaminó a la entrada principal, al dar dos pasos, la vibración de los vidrios quebrados bajo sus pies, le hizo retroceder. Decidió entonces regresar al lugar en el que se habían desvanecido sus hijos. Al mirar aquella escena dantesca comenzó a pensar, casi sin entusiasmo, que sus hijos merecían aquello, e intentó  Infructuosamente justificarlo, en ello se quedó largos minutos. Un minuto después ingresó al baño. Una vez adentro, apartó los brazos y puso ambas palmas en la blanca y fría loza del lavamanos. En esa postura, adquirió conciencia de su rostro, y creyó por instantes reconocerse. Agachó la cabeza, se enjuagó las manos, luego se secó con una pequeña toalla de color marfil, la toalla estaba fabricada de algodón egipcio, y recibía en el centro un estampado con sus iniciales.

El viento soplaba, se arremolinaba, subía, bajaba y golpeaba con fuerza  los ventanales. El ruido parecía estremecer la mansión. Todo aquello anunciaba el inicio de un buen tiempo, pues, la ferocidad del viento refrescaba todas las experiencias de la vida, era como si las limpiara desde sus raíces. Eliminaba la escarcha, la nieve, la humedad, el intenso  frío del invierno que apretaba los cuerpos y oprimía los corazones. Al otro lado de la propiedad, donde comenzaba el bosque, los árboles plantados aleatoriamente, se alzaban vigorosos al cielo, y recibían en los ángulos más elevados de las ramas, los pequeños nidos del herrerillo. Resultaba admirable, que a esa hora de la mañana, los colores y los tonos se distribuían armónicos y serenos en una cantidad incalculable de grandes y diminutas hojas. Y ellas  en una inagotable actitud de espera deseaban, que en cualquier minuto, algún rayo de luz tocara sus delicadas  y transparentes fibras. Otros arbustos, otras flores también alzaban el cuello al cielo en busca de la insipiente y escurridiza tibieza de la mañana. La jacinthe, l’ceillet, le géranium, et le noyer, hermosas se alzaban a la copa abierta del infinito. Todo aquello se presentaba realmente hermoso, salvo, los últimos sucesos acaecidos en la mansión de los Pollier. Lo afirmaba inequívocamente, acontecimientos terribles se habían gatillado a la sombra de una noche profunda, una noche que iba en tránsito de lo desconocido.
Carencia de luz  el rostro de Martín Pollier; se había extraviado el intenso reflejo de sus ojos, y ni su alma sabía dónde se había ocultado.

-No los veo moverse.  –Se dijo así mismo.
-Aún más, creo que sólo me pueden escuchar. ¿Cómo pudieron confabular, alimentar intrigas, y creer que nadie se enteraría? Confiaba en ustedes. –Insistió acongojado.

-En otro tiempo los hubiera perdonado, sin embargo he aprendido de la vida, y sé que los actos de nobleza son imágenes desvaídas que las borra el tiempo. Pero ustedes creían sentirse muy seguros, demasiados confiados. Ahora, cada vez que los visite, será únicamente para darles un beso en la frente, y para que se sientan menos solos. En lugar de obtener todos mis bienes tendrán sólo un resto de blanquette de ternera…, tenemos que ver, si alguna de mis empleadas se compadece y descubre si tiene la suficiente paciencia para darles de comer en la boca. Desde luego, el veneno no los matara, sólo quitará de ustedes el movimiento.

     Desde hoy tendrán un lugar en este salón, justamente al lado de la ventana, para que puedan ver cómo transcurre la vida, y cómo se sucede la vida de los demás…, porque es probable que sólo logren mover los ojos. Así se quedó mirándolos un largo tiempo. Después abrió la puerta y se alejó acompañado del ruido de sus tacones. Caminó en dirección al jardín, y el  vehemente viento de esa mañana le permitió revivir. Apretó los dientes y se alejó del lugar. Justo cuando estaba por cruzar el pórtico principal se encontró con don Heriberto. Se detuvo de golpe y dijo.

-¡Llegas tarde! Encárgate de todo.

Vicente Alexander Bastías. El hermoso invierno del 2016 / agosto.