Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Entrada 121. Camilo también es un ángel.


Entrada 121 

 Martín Pollier se aferró con las dos manos de la barandilla, y con el cuerpo puesto verticalmente, se dedicó a experimentar cómo el tutinji - argentino surcaba las gruesas y cristalinas aguas del mar. Puso sus manos alrededor de su cuello, y de inmediato lanzó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, y aprovechó de deshacer los nudos que se formaban en su nuca. Tosió en tres oportunidades, intentando desprenderse de cierta mucosidad adherida en sus bronquios. Después armó con sus dedos una tenaza con la cual tomó con firmeza la punta de su nariz, y volvió a respirar, ahora, con más fluidez, y luego apoderándose de una gran cantidad de aires, dijo.

-Mis hijos señores..., perdieron la decencia. Hubo un gran silencio.

   Alguien se acercó y le entregó el sombrero que le había quitado el viento, de inmediato Martín se lo encasquetó con suma elegancia, también lo inclinó hacia el lado derecho, y armó casi instintivamente, las desparramadas plumas. Con el sombrero puesto su rostro volvió a brillar, y cierta picardía se apoderó de muchas de sus suaves facciones. Estornudó otra vez sumamente tranquilo y reposado. El viento que corría, a esa hora, en el tutinji-argentino, abría levemente las alas del sombrero, como si quisiera volar una vez más. Algunos marineros se dedicaban a limpiar la cubierta, otros en cambio, se afanaban en amarrar las velas, y a revisar los nudos. El ruido del mar, producido por el constante choque del mar no daba tregua, y el tutinji se balanceaba cada vez en olas más grandes. Rugía la estructura del barco, soportando la violencia y el poderoso embate de las olas, a pesar de esto, los hombres no se descuidaban de sus tareas, como si esas fuerzas, por la suma de los años, ya le fueran indiferentes. El viento se transformaba gradualmente en impertinentes ráfagas, tan frías como tibias, que, en ocasiones, dificultaba el respirar de los hombres. El mar gritaba como si desconociera a los hombres del alborean; ellos exhalaban el aire que les llegaba, apenas cerrando los ojos, soportaban esperanzados las aventuras que le ofrecía el mar. Aventuras de sueños que disfrutaban con el corazón henchido de felicidad, y con la mirada siempre orientada a los recovecos y espacios del mar.
  A medida que avanzaban, se veían las pozas de agua en cubierta, los marineros provechaban de pasar los trapos sobre ellas para remover el aceite negro pegado entre las aberturas de las gruesas maderas. Los oídos, los olfatos se iban agitando a medida que el mar modificaba su apariencia.

-Tenemos que entrar señor, parece que el mar se sale de libreto.

-No -contestó Martín, tirándose sobre la baranda, y aferrándose a ella con firmeza, se atrevió a seguir el movimiento de las aguas. Lébregas, el capitán, Antoine, le observaban. Lébregas no se desprendía de su uniforme de policía marítima, y se atrevió a preguntar.

- ¿Qué le sucede señor?

-Nada Lébregas,  tengo derecho a recrearme -contestó Pollier, posteriormente dio una mirada a la cubierta, y fijó la mirada en el joven que le había solicitado enrolarse en sus filas.

 -También necesito hablar con él, -pensó.

- ¡Capitán!, -continuó – que los cocineros preparen la cena; que todos se resguarden de las olas. Esperemos que el sol nos acompañe mañana.

- ¿Quiere que le lleven la cena a la cabina de mando?

- ¡Sí, gracias!, -respondió con voz cordial. Enseguida, levantó los ojos hacia Antoine y con un rápido movimiento del dedo índice, le señaló que lo acompañara. Estiró un brazo y luego, tomó por el hombro al muchacho. Antoine entreabrió los párpados, y antes de ingresar miró, una vez más, la electrificante atmósfera del océano.


La ventolina, en lo alto del mástil, tocaba aún las banderolas, al tocarlas las mecía con transgresora suavidad. Había desaparecido la ventola de la tarde, y la noche que llegaba se anunciaba más sosegada y tranquila; el mar oscilaba entre el choque de las olas, el tutinji – argentino avanzaba besando suavemente la superficie del mar, ingresaba a la garganta oscura del océano pretendiendo alcanzar una luna en creciente. Ya no se escuchaban los pitos de otros barcos, ni el cotidiano vocear de los pescadores; sencillamente se lograba distinguir, en notorio contraste, un barco blanco que ingresaba a la oscuridad de la noche. Curioseaba, el tutinji en una noche fresca y mágica, llena de enigmas que se debían recoger.

- ¿Quiere un mate Antoine?, -preguntó Pollier, y quedó inmóvil esperando una respuesta.

-Sí, gracias, señor. Algo conocía a ese muchacho, sabía de sus rarezas y extravagancias. Era la primera vez que lo trataba con cierta familiaridad, pues, hasta ese minuto, lo consideraba un tipo solitario y le producía más rechazo que cercanía.
Martín, con del mate en la mano, miraba seriamente al joven, extrañado de que no se hubiese ido. Después se sentó, acomodó las piernas, y continuó hablando con una voz reposada.

-Es una cabina pequeña, pero eso permite que sea acogedora, ¿verdad?

-Creo que sí. -respondió Antoine acurrucándose en la endeble silla.

-Siempre te ves hablando con alguien invisible. ¿Por qué lo haces? Quienes te observamos, estamos sorprendidos, sobre todo cuando, intentamos comprenderte. No vemos lógica. ¿Por qué? ¿Acaso deseas llamar la atención? Porque, te contaré. Cuando era niño, mi modo de llamar la atención consistía en desestimar el llamado de mi madre a almorzar, casi por veinte minutos lograba que mis padres y mis hermanos me buscaran por la casa. Lograba hacerme patente, y vencía cierta invisibilidad impuesta.

-No, no se trata de eso señor..., sólo es mi modo retraído de ser.

- ¿Pero, con quién hablas niño? Sin duda, ese modo de ser te hace extraño ante los ojos de los demás.

-Es probable, pero me agradan mis cosas, y mis descubrimientos, me entretengo en aquello.  No sé..., pienso que usted se equivoca.

- ¿Por qué Antoine?

-Porque, le falta fascinarse con las cosas que observa, no es algo que requiera mucho esfuerzo. Verlas, gozarse, contemplarlas. Esa es la honda diferencia entre usted y yo.

-Eres raro muchacho, a pesar de que no eres una mala persona. Lo tienes que saber, soy un entusiasta de la vida, y todos esos hombres aburridos, con cara de pejerrey que me siguen, buscan lo que les ofrezco: Vivir la vida con pasión.

-Nos sé, señor. Considero que la mejor aventura de un hombre es vivir la vida misma.  ¿Para qué inventarse aventuras?

-Puedes que tengas razón, lo que va quedando en uno son las callejuelas polvorientas, los cerros desforestados por los que caminamos, ostentando valor, aquellos árboles que entregaban generosa sombra a nuestros cuerpos, los pasos que nos permitieron alcanzar las azucenas que llevaríamos a nuestras queridas. Puede que tengas razón muchacha. ¿Todo eso te enseñó tía Elena?

-Una bella persona, que al final, no tenía ninguna relación conmigo. -Contestó el joven llevando la bombilla de mate a la boca.

- ¿Cómo la conociste? Consultó intrigado Martín.

-No recuerdo, sólo llegué, no sé cómo.

-De verdad que eres extraño muchacho. Es como si dijese que yo aparecí del mar, pero bueno, no es lo que nos convoca. Quizá, tengas tú que ayudarme a recuperar algo de mi memoria. Lébregas me comentó al oído que tú estabas con Dominique y Juliet en la casa de retiro.

-Sí, así fue. Viví con ellos ese tiempo. Me dediqué a las labores domésticas.

- ¿Sabías algo, de ese niño Camilo?
-Sabía todo, estuve, acompañándolos. -Argumentó con claridad el joven, a l vez que pasaba el mate cebado a Pollier.

-Está lavado el mate, cambia la hierba Antoine.

- ¡Sí, por supuesto señor!

-Preciso saber lo que viste en aquella oportunidad..., si se puede comentar. Antoine mezcló la hierba mate con peperina, y se la devolvió a Pollier con celeridad.


-Ahora entiendes por qué este barco es el tutinji -argentino, aquí se toma puro mate. Hábitos que me quedaron de mi estadía en ese país. Argentina me regaló el mate y también a Borges, y de pasadita, me entregó este maravilloso barco.

sábado, 25 de marzo de 2017

Entrada 120. Camilo también es un ángel.

Entrada 120.
 
El brillo del sol refulgía en las revueltas aguas del mar, y su resplandor se proyectaba más allá del horizonte. Se escuchaba incesante el ruido que originaba el habitual ajetreo en el muelle, sobre todo se escuchaba el característico sonido de los buques que iniciaban su travesía, y se iban mar adentro, hasta hacerse pequeñitos a la distancia.

   Martín Pollier logró dar tres pasos más, hasta que, la humedad de la madera, le llevó a caminar con más precaución. Las sombras de las cosas se visualizaban con dificultad en las ondulaciones que formaban las olas. Los traviesos impulsos del viento, permitían que las banderolas se mantuvieran en el aire, siempre flameando. La mañana resultaba ser limpia y clara; todo se presentaba lleno de color y encanto.

   Dos hombres acompañaban al capitán. Apenas Martín se acercó, extendió la mano para saludarlo. Pollier miraba sobre el hombro de Maciel, y veía, disfrutando, el lento movimiento que realizaba un vapor al zarpar. Al hombre de los navíos le acompañaba, a su derecha el joven teniente, y a su izquierda, el sargento Lébregas, muy atrás, otros hombres de la guarnición. Después de saludar, Pollier se volvió al teniente, y tasándole con exhaustivo mirar, entregó al teniente una bolsa de monedas de oro, y le indicó.

-Entrega esta bolsa de oro al general de puerto y transmítale, lógicamente, mis agradecimientos. Una orden para él, que no intervenga en los asuntos de mis hijos, exprésele que lo resolveré.

-Así lo haré señor, no debe preocuparse. Después, giró su cuerpo para ponerlo frente a frente al capitán, y exclamó.

- ¡Es bueno volver a verlo, apreciado capitán! La voz de Pollier denotaba una profunda satisfacción, y pretendía con ese tono, transmitir la importancia que tenían sus hombres para él. Actuaban como cuerpo, como una cofradía de hombres que se dispersaban y siempre se volvían a reunir.  No había mujeres, sólo hombres; creían que la presencia femenina, traería infortunios a sus barcos, y desastres en sus aventuras. Poseían internalizada la idea de una gran misión, la que buscaban infatigablemente. Los hombres del alborean se cuidaban entre ellos, se protegían paternalmente, y al reencontrarse, generalmente, se alegraban entre ellos. Sólo escuchaban la palabra de Pollier, ninguna otra voz era válida, y lo dejaban, en consecuencia, libre para elegir las locuras que les propusiera.

   Martín estaba animado, una desconocida fuerza interna afloraba fluidamente hacía el exterior, robustecía el pecho y se experimentaba poderoso.

- ¡Oiga capitán!, tenemos que viajar a las islas, para tal propósito utilizaremos el tutinji -argentino. Le cuento, no recordaba nada de este barco, ni tampoco donde atracaba, pero, coincidencias de la vida, pasaba por este lugar, y de inmediato determiné abordarlo.

-Señor, a mí también me alegra verlo, pero dígame, -interrumpió el capitán.

- ¿Es seguro viajar en él?

-No lo he mirado capitán, entiendo que sí, de hecho, ordené que subieran víveres y combustible. Rozaremos, espero, la suavidad del mar, con la quilla del tutinji-argentino, es un barco excepcional y maravilloso, sortearemos las boyas, ya verá, que es un barco pesado, pero liviano como pluma en el mar.

-Es hermoso este lugar señor..., podríamos quedarnos unos días acá.

- ¡No Maciel, ni lo piense! En un par de horas más zarparemos. Sólo esperamos que..., ¿qué esperamos teniente?

-Que carguen los últimos sacos de harina jefe, falta muy poco -comentó en voz baja el teniente.

-Lo decía, porque es gratificante ver la vida que se desarrolla en el muelle. Los pescadores, los botes, las lanchas, los barcos, aquellos enormes vapores en el puerto. Todo este espacio se abre en pleno a la vida del mar, y a la diversidad de sus colores.

El capitán hablaba entusiasta y sin parar, mientras el resto de los hombres de pie, y con los brazos cruzados, escuchaban expectantes y silenciosos; entre rostros adustos, graves, rostros apretados y pensativos, rostros desencajados y reflexivos. Los rostros con los que se enfrentan la vida, permeables, alegres, risueños, de miedo, o de asombro.

- ¡Oye, Antoine!  Pareces avecilla mojada, di algo por favor. Por mi parte, declaro superada nuestras diferencias..., pero necesito preguntarte algunas cosas, después conversaremos. Antoine permaneció mudo, como si no escuchara el requerimiento de Pollier, con la cabeza hundida entre los hombros, permanecía callado, sin mayor animo que el de contemplar la majestuosidad del mar, y en esa inmensidad deseaba descubrir y, sobre todo, rearmar la imagen de Camila.
  Varias carcajadas interrumpieron los pensamientos de Antoine, y alcanzó a mirar la superficie del mar que le refrescó gratamente. Luego volvió a sumergirse en su mundo de ensoñaciones y emergieron, al instante, las inaprensibles sensaciones de Camila Angélica. El dueño del alborean se deshizo de un profundo respiro, enseguida echó una mirada a su alrededor, buscando la cara de Lébregas, al redescubrirlo gritó.

- ¡Sargento Lébregas, usted nos acompaña!


Gino fue el primero en subir las gradas del tutinji-argentino, se aferró la barandilla y con dificultad comenzó a ascender con el cuerpo inclinado, subía como si le pesaran los pies. Le siguió el capitán, Lébregas, Martín y el resto de los marineros.

lunes, 20 de marzo de 2017

Entrada 119. Camilo también es un Ángel



Entrada 119.
 
-¡Capitán!, -sostuvo Antoine, -la chica no le pidió nada. -Lo dijo usted mismo. Lo que acaba de afirmar es una apariencia muy bien armada..., cómo decirlo, es un engaño de su mente cansada. Tal vez, simplemente, afloró su enemistad con Pollier. Ninguno de los marineros, a excepción de nosotros, pudo descubrir a la chica.

-No es baladí lo que afirmas Antoine, aunque la memoria, debidamente aquilatada, no debiera conducirnos a errores, pero al menor atisbo de irrealidad, lo demás se debe disipar cuanto antes. El capitán se inclinaba para limpiar la arena adherida a los pantalones, miraba con detención, cerciorándose de que no hubiese quedado ninguna piedrecilla a la altura de la rodilla. Luego se levantaba, miraba indistintamente las rocas, o, al mar,  esquivando de repente la mirada del muchacho. Pronto dos hombres se acercaron, esperando unos segundos dijeron.

-Capitán, los botes están desatracados, prontos a zarpar. El que hablaba, un joven delgado, de muy buen aspecto, de un rostro pulcro y delicado, con aspectos y ademanes aristocráticos; sostenía en sus manos un sombrero blanco cruzado por una cinta marrón, y por uno de sus costados, sobresalía elegante una enorme pluma verde blanca. La voz del joven era grave y reposada. Permaneció esperando la respuesta del capitán.

-Vaya usted joven, le seguiré de inmediato, -respondió tajante Maciel, y con dos pasos vigorosos se encaminó en dirección a los botes. Le secundaba Antoine, que apresuró el paso para comentarle.

-Ese joven señor...

-¿Qué hay Antoine?

-Ese joven trabajó con Heriberto. No sé si usted estaba al tanto de aquello.

-¿Cómo sucedió Antoine?

-Logró que sus motivos fuesen exaudibles ante los oídos de Martín Pollier, él lo acepto,  a pesar de los riesgos.

-¡Oiga capitán! Estamos todos, listos para partir, -interrumpió otro de los marineros.

-¡Bien, bien! Subimos de inmediato.

-Capitán, dígame. Entretanto, ¿qué pasará con Martín Pollier?

-Martín Pollier mi estimado joven, es un bandido. Autentico bandido, de naturaleza ruindaz...,   los bandidos  Antoine, son inmortales.
-Responde amigo. ¿Justificarías tú, la permanencia del mundo, sin un Martín Pollier?

-Si lo ve de ese modo señor, don Martín es un lindo bellaco, hasta parece que se educó con la monjas...,

-¡Ja, ja, ja! No me haga reír Antoine. ¡Ah!, hablando de bellacos, comunique al cura franciscano que se prepare, tiene que acompañarnos.

-Sí señor, así lo haré.


-Oiga Antoine,  ¿Con qué nombre se identifica aquel joven?

domingo, 19 de marzo de 2017

Entrada 118. Camilo también es un Ángel.


Entrada 118.
 
El mar estaba cada vez más silencioso, movía sus grandes masas de agua con perezosa discreción. Le cubría, a cada momento, un color esmeralda que aparecía, cada vez que el mar,  lanzaba los suspiros interminables sobre la playa. El mar estaba allí desde siempre, plegándose a la cabalgura de los vientos que la impulsaban a destinos indeterminados. El pequeño corazón del mar se acercaba a curiosear los afanes y preocupaciones de los hombres: y siempre recogía su manto líquido de la arena, recogiéndose, esperando encontrar momentos de más cordura. La arena deslavada recibía, entre sus piedrecillas, la lánguida corporeidad de los huiros, acercados o retirados del  mar acorde a las veleidades de las olas, esperando pasibles que alguien  los retirara de esa incómoda posición: Ser del mar, o definitivamente, pertenecer a la tierra. Al igual que corresponde a los hombres que esperan en la arena de la vida,  que Dios le permita traspasar la delgada línea de la vida a la eternidad.

     Los hombres del alborean se apiñaron una vez más alrededor del capitán. Algunos con camisas raídas, copadas de hoyuelos, más sucias que blancas, más transpiradas que olorosas. Habían permanecido en la costa por mucho tiempo. Solía ocurrir, cada vez que celebraban.  En ese lugar, el tiempo para ellos se detenía abruptamente, y se dejaban llevar por los efectos embriagadores del ron.

-¡A ver, usted, coreano! Mandate a dos lancheros que preparen la partida -dijo el capitán con voz resolutiva. Iremos a buscar a Martín Pollier. El coreano, aludido por las palabras de Maciel, tomó la punta de su chaqueta, la tomó con las pinzas de dos dedos, la acomodó, enderezó el cuello y contestó. Sus pómulos enrojecieron y una clara transparencia cruzó, de un extremo al otro, el cristal de sus pupilas. El coreano pareció, a la orden del capitán, pintar de tonos pálidos su rostro, y sus labios se movieron, buscando humedecerse para responder también, con más propiedad. El viento refrescaba la embriaguez de esos marineros y los conectaba, ocasionalmente, con fragmentos desordenados de la realidad. De todas formas insistían en mantenerse en primera línea, y aunque, sus palabras las parecieran ajenas, y no propias, sostenían un dialogo medianamente racional.
  El coreano, subiéndose a una enorme roca, indicó a dos lancheros que prepararan los botes para partir. Enseguida, señaló a ocho marineros, para que se hicieran cargo de los remos.

- En el remo de popa iré yo -sostuvo el coreano. -Muy bien. Pues..., ¡a moverse!

El capitán estaba con el corazón confundido, y no encontraba respuesta a la súbita presencia de la chica la noche anterior. Le había besado, y él no se sintió incomodo, por el contrario, se había quedado pensando en el sabor malicioso e inconfundible de aquellos labios suaves. Después que la chica se alejó, la vio perderse en la oscuridad profunda de la noche. Ella se alejaba, caminaba como suspendida,  y a cada paso que la alejaba del lugar, se trizaba paulatinamente el corazón del capitán. Más tarde, cuando había desparecido, sólo el crujido doloroso del mar replicaba el insondable pesar de su alma. Pero, no tanto por el agrado de besar a una chica, sino que, por el halo de misterio que envolvía su presencia.

-¿Pensando?, -alcanzó a preguntar Antoine antes que el capitán se afirmara de la punta de uno de los botes. El capitán no contestó, sólo reaccionó después de un rato.

-¡Pues sí!  Pensaba Antoine. El pensamiento hace más claro el mundo de las reflexiones.

-Alcancé a observar que conversaba con esa muchacha.

-Sí, apareció entre las luces y las sombras de la playa, se marchó antes de que tuviese alguna conciencia de su  presencia.

-No se preocupe capitán, me ha pasado por años. La veo siempre, en todas partes, en todos los lugares a los que arribo. Siempre está conmigo. Nunca me ha permitido olvidarla, pero como usted entenderá..., con el tiempo se ha transformado en una aparición. Me habitué a su presencia, creo que ya no me asusta. Una vez que manifestó estos sentimientos Antoine,  permaneció observando el movimiento de las últimas olas que declinaban en su mecánica fuerza, antes que el silencio, en yuxtaposición con la soledad, se apoderara de todos los rincones de la playa.

    En lo alto de la cima, se insinuaban las pequeñas luces de las casas. Tímidas se distribuían; asomando el débil fulgor de luces amarillas  detrás de silentes figuras de árboles. Se recortaban, en  pobre  nitidez,  entre las innumerables sombras de la noche. La atmósfera saturnina, retardaba el paso del tiempo. Gravitaba, en el entorno, una paz sembrada de dudas e inquietudes. Se agitaba el pecho del capitán, y su mirada se extendía más allá del oscuro horizonte. Una ráfaga de viento le tocó en plena cara, creyó despertar, y llevando sus razonamientos muy adentro de sí mismo, concluyó con los ojos pegados en ningún lugar.

-La chica me pidió que matara a Martín Pollier. Después el capitán echó andar para acercarse a los botes, que estaban a seis pasos de distancia. Como una sombra se subió a popa de uno de los botes, y comenzó a escuchar el encantador sonido del mar.

lunes, 13 de marzo de 2017

Camilo también es un ángel. Entrada 117



Entrada 117.
 
El teniente se puso cerca del escritorio lanzando sus dos brazos con laxos ganchos, cuando las palmas descansaron en la superficie, esos brazos largos brazos adquirieron  inusitada rigidez. Después el teniente desabrochó dos botones plateados de la ajustada chaqueta; carraspeó en tres ocasiones y sin levantar la vista preguntó.

-¿Qué haré con su arma?

-¡Oh! Verdad. Me la puede devolver. Me arrepentí. Puedo ser bueno unos minutos, pero no durante mucho tiempo. He sorteado en la vida muchas dificultades, esta no será la excepción.

 Recuerde teniente. En los mares de áfrica navegué sólo con la vela de foque. El vendaval  incontrolable golpeaba el alborean tratando a toda costa voltearlo. Aterido, me sujetaba desesperado en el palo mayor. A mí alrededor, atisbaba enormes montañas de agua. Lanzaba de mi boca, el  agua salina del mar, y sufría pensando que el cualquier minuto mis manos agotadas se soltaban del palo al que me aferraba. Luego, dos horas más tarde, me servían desayuno en el palacio del príncipe  Seribir. De la tormenta nada quedaba, detrás de los cristales de la habitación, solo un sol rutilante me obligaba a despertar.

-Entonces andando señor Pollier. A preparar el barco. El teniente, Lébregas y el propio Martín, salieron de la oficina, encaminaron sus pasos en dirección a la bahía, no sin antes bajar una escalera de alfombra desgastada.

  Al salir, vieron  el blanco revoloteo de esmirrias gaviotas de pico amarillo; planeaban lentas y vigilantes esperando caer raudas sobre las plomizas siluetas de los peces que se movían sobre la clara superficie de las olas. Muchos botes zarpaban mar adentro, enmarcados en el ambiente plomizo de la bahía. Algunos pescadores recogían las mallas, al desenredarlas las ordenaban. Esas manos gruesas, se volvían hábiles en ese propósito,  a pesar de las heridas que recordaban la ardua tarea de los hombres de mar.

-¡Ah! No lo exprese teniente. Es  verdad. Soy algo extravagante..., eso creo. -remarcó  Pollier sin que nadie lo interpelara.

-Iremos a todo vapor, las calderas tienen que impulsar con potencia al barco.

-¿Cuál es el apuro señor? -consultó el teniente.

-No tengo apuros teniente, en el camino espero encontrarlos. La vida mi joven teniente es de caprichos inusitados. Me revive constantemente la idea de los golfos anchos y profundos, y sobre todo, cuando alcanzo a visualizar las pequeñas porciones de tierra desde lo lejos.
No existe nada más hermoso que el mar teniente. Un cambio de vientos puede significar el descubrimiento de otros lugares; siempre tenemos que estar abiertos a nuevas experiencias, o de lo contrario, ¿cómo cree usted que remozamos la rutina de la vida? La mente abierta a la vida, para atraparla y succionarla como una esponja, para disfrutarla plenamente, para no dejarse de sorprender.

-¿En qué barco nos acercaremos a las islas señor? -preguntó Lébregas. El alborean se encuentra a muchas millas de aquí, -añadió sin mucho entusiasmo.

-Camine a mi lado Lébregas. Aprovecharé la ocasión de comentarle algo. -Pollier realizó una extensa pausa dejándose encantar por el movimiento del mar. Examinó detenidamente los barcos recalados cerca del muelle, y disfrutó también la variedad de sus formas, de los llamativos colores, y la diversidad de sus siluetas pintadas tras un fondo de cielo y mar. Algunos cargando, otros reparando averías, en cambio otros, simplemente balanceándose en las tranquilas aguas del mar.
 
-Sargento, -le llamó Martín, luego agregó sin quitarle la mirada.

-Todo lo que usted me ha dicho, -le dijo Pollier parándose con seguridad frente a Lébregas.

-Me sorprendió de sobremanera. Confieso que no esperaba algo así..., he visto todo en la vida, pero algo como lo que me ha relatado jamás.  Lo prometo, jamás escuché algo similar..., no..., nunca. Sabe, cuando lo envié, afortunadamente, a vigilar a mis hijos, lo hice pensando en otras razones. Mis sospechas apuntaban, más bien, a mis bienes. Algo me llevó a creer que pretendían mi riqueza. Eso lo llegué a confirmar por otra vía, después que perdí el contacto con usted. ¡Bien sargento!  Eso sí que hubiese sido terrible. Entonces sargento, deducimos que los temas de moral no interesan a nadie. -Pollier antes de continuar aspiró unas cuantas bocanadas de aire, como respondiendo a un problema cardíaco que se insinuaba cada vez que estaba entusiasmado con un tema.

-Juzgue usted mismo en dos casos. Primero Anne-Laure pontificando, y lanzando diatribas de moralidad sobre los demás. Ella, siendo tan joven, carga con la muerte de su propio hijo. El segundo caso. El desgraciado filólogo trasnochado, don Heriberto, que riñe con los principios de la verdad y de justo. ¿Quién iba a pensarlo? Un traidor, -Martín hablaba cada vez más enojado, y antes que ese enojo se acentuara, se contentó al ver a los hombres del alborean que comenzaban a saludarlo desde abajo.

-¿En qué barco iremos señor? -preguntó impasible el teniente.

-Tomaremos el “María Luisa II”, teniente.

-¡Imposible señor! La María Luisa fue hundida hacer tres años.
-Entonces, en cualquiera que flote. No se complique teniente.

-Bueno, zarparemos en el  “Tutinji Argentino”, que está de paso por aquí.

-Ese barco... ¿es mío teniente?

-Sí señor..., es suyo.


-Espero llegar lo antes posible -observó el señor Pollier, y apresuró el paso para encontrarse con la tripulación del alborean.

viernes, 10 de marzo de 2017

Camilo también es un Ángel. Entrada 116.


Entrada 116.
 
-Al menos Lébregas, me ha permitido comprender todo. -sostuvo Pollier cansado de procesar tanta información.

-Comprendo que todo esto me ha sucedido por ser tan miserable. Es la respuesta a mis mezquindades, y que, cuando se ahondan, se fisura la esencia de uno mismo. -Martín Pollier se colocó frente al teniente y, sin dudarlo, le ofreció el arma.

-Ofrecí señores aventuras fuera de nosotros mismos, en cambio amigos, debí entregar aventuras en  nuestros propios corazones, y cuando finalmente, determiné convertirme en el más despiadado de los piratas, sólo conseguí tristeza, sinsabores, y amarguras.  Porque,  no es la aventura, fuera de uno mismo la más atractiva, sino la que entrega el afecto más cercano de la familia. Y yo por salir al mundo, olvidé a los míos, olvidé mis raíces, y los lancé a la deriva.

    Señores, permítanme desahogarme. Sólo por esta vez, reconoceré que estuve equivocado; mis desvaríos han llevado a mi familia a la perdición. Nada será igual que antes. En cuanto a lo que a mí respecta, me corresponde dar cristiana sepultura a esos dos seres de vidas truncadas, para que al final descansen en paz. Porque, solo en la verdad los rostros se vuelven a descubrir iluminados, y esta larga noche en el pueblo, llega lentamente a su fin. No se pueden exacerbar los hechos, simplemente, cabe cambiar la dirección de estos acontecimientos, a pesar de todo, la vida debe continuar, y las inquietudes repentinas deben desaparecer.  A propósito,  Lébregas. ¿Dónde enterraron a esos pequeños seres?

-En las islas señor...

-¡Teniente! Prepare un barco, forme una tropa, cargue combustible y suba alimentos para una semana. Iremos a esas islas; yo no puedo seguir esperando; si el mar lo permite, estaremos en dos días allá. ¡Vamos, vamos! No perdamos tiempo.

-Señor, no será necesario. La tripulación del Alborean acaba de llegar.

-Cuando el viento sopla a favor, solo se espera que se hinchen las velas. ¡Vamos teniente, vamos Lébregas!


jueves, 9 de marzo de 2017

Camilo, también es un ángel, entrada 115.



Entrada 115.
 
A menudo tía Elena se colocaba de pie frente a la enorme ventana. Desde ahí observaba cómo un viento pasible levantaba con delicadeza la orilla de las cortinas. Con las manos en la cintura esperaba recuperar las energías perdidas. En ocasiones también el viento llegaba a tocar su rostro, e imaginaba, que en cada soplo de este, llegaba la blanca mano de tío Farfán para acariciarla. Ella sujetaba esas manos con las suyas y ejercía suave presión  sobre su cara. Miraba destinos invisibles, en los que se perdía en sentido del tiempo y de los recuerdos. En esas miradas extraviadas intentaba comprender el porqué de su agujereada historia, y suspiraba con apremio al pensar que le faltaba el aire. Entonces, se llenaba su pecho de fragmentadas ilusiones, y experimentaba que la vida la tomaba de nuevo. Un atardecer bastaba para recordar a su Farfán querido, cuántos atardeceres tendrían que transcurrir para desvanecerse junto al amor de su vida. Se arrojaba al paso de los recuerdos, intentando recrear los extensos caminos recorridos. Ni el polvo, ni el sol, ni las casas de pálidas pinceladas, lograban instalar en ella, la idea de conformidad. Porque, lo que había hecho con Anne-Laure, deshacía todo lo hermoso que pudo existir en su vida. Con una mano en el mentón pensaba: Qué había pretendido, deseando que su hija fuese una estrella, alguien importante. Un embarazo truncaba las expectativas que poseía para Anne-Laure. Al final, la falacia de sus expectativas chocaba con la realidad. Anne-Laure no había sido la chica intelectual que imaginaba, era del montón, y se desempeñaba en funciones administrativas básicas.

  Su mirada comenzó a buscar por todas partes; con la cabeza erguida, caminaba, se detenía. y saltaba puentes invisibles. Sin atisbos de arrepentimiento, golpeaba sus verdades con firmeza. Después de ese errático actuar, movió el cuerpo sobre el costado derecho, con una mano en su pecho, pretendía ahogar su respirar desesperado. Sin arrepentirse, los fantasmas del pasado comenzaron a surgir por todas partes. Tía Elena entonó una canción, y agitaba los brazos como una loca. Isabelle y don Heriberto la observaban en silencio, y los indicios de locura de tía Elena, les tomaban por sorpresa.

 Tía Elena se dirigió a la puerta de salida, caminaba sigilosa, creyendo que se había hecho invisible, creía que, cerrando los ojos, nadie la veía. Después caminaban mirando con un solo ojo, evitando los recuerdos que la desestabilizaban.


-Heriberto, acompaña a tía Elena. Cuida que no se vuelva a tropezar.

viernes, 3 de marzo de 2017

Entrada 114. Camilo también es un ángel.


Entrada 114.
Muy pronto Martín Pollier recordó someramente el motivo de su viaje, y cayó en la cuenta que había sido una extensa ausencia. Aun cuando sus sospechas descansaban en razonamientos certeros, la razón de un guardia permanente le permitiría confirmar esas dudas, sin embargo había pasado tanto tiempo, que la misma travesía en el mar le había llevado a olvidar dicho encargo. ¿Y ahora?, escuchaba a ese hombre relatando esa historia que, por ser antigua, parecía lejana y distante, pero tan actual como esa polilla revoloteando alrededor de la bombilla amarilla, y que permanentemente amenaza con extinguirse. 
  El reloj de la pared marcó las once de la mañana, incluso se podía ver a través de las irregulares persianas al sol atravesando los sucios cristales de la ventana. Pollier lanzó sus dos brazos hacia atrás y masajeó parte de sus hombros. Experimentaba cierto agotamiento, estiró la cabeza al respaldo de la silla, se repuso y continuó escuchando. Se limpió los pantalones con dos movimientos de las manos, miró al suelo e intentó sacar la arena que todavía se adhería a las suela de sus botas. 

-Lo curioso es que ha pasado tanto tiempo Lébregas. A veces cuando el pensamiento está lineal, se tambalea con acontecimientos como los que usted describe, y uno, en verdad,  no sabe qué creer. ¡Teniente!, apague la luz, ya no es necesaria. -pollier realizó una pausa, posteriormente añadió.

Escuche sargento. Cuando era niño mis pies se metían en las acequias del pueblo, las cruzábamos buscando enormes duraznos que habían en los huertos, sin temores nos lanzábamos a descolgarlos de los árboles. Saben señores, mi única felicidad consistía en tener un enorme durazno entre mis manos, ese era todo mi mundo, y en ese simple acto había mucho de maravilloso, pero por más que haya pretendido vivir en mi mundo ideal, la realidad siempre asoma su nariz angulosa. Lo que usted describe es horrible sargento..., ¡Horrible!, y más horrible son los silencios que se tejieron alrededor de estos sucesos.

-Realicé lo que usted ordenó señor -contestó un sereno Lébregas.

-Pero dígame sargento. ¿Cómo puedo corroborar sus palabras? -preguntó Pollier no sin antes pasear la mirada por el encerrado lugar.

-Fue el acto de sus hijos señor, no hay nada que confirmar. Los actos consumados nunca se corroboran. Martín cerró los ojos un instante, así permaneció, respirando con cierta dificultad.

-¿Sabe algo más Lébregas? Consultó Pollier pálido y confundido.

-Aún poseo imágenes que por voluntad propia he determinado olvidar. -respondió el hombre poniéndose la mano en los ojos.

-Ellos señor permanecían alrededor de un niño; no podía sostenerse por sí mismo. Estaban en una habitación de escasa luz, no existía en ese pequeño nada que le diese firmeza a su cuerpo y a su cuello. Dominique insistía en alimentarlo..., ese pequeño, ese pequeño señor devolvía todo. Perdone que llore señor Pollier, pero el recuerdo de ese infante fragmenta mi alma y sensibiliza mi corazón. Jamás en mi vida imaginé que dos hermanos fuesen capaces de tanta monstruosidad.

-¿Isabelle sabía de esto?

-Todos lo sabían, y nadie dijo nada, ni por principios, ni por moral. -respondió Lébregas derrumbándose finalmente en una de las sillas. Después ocultó su rostro con uno de los brazos y desconsolado comenzó a llorar con más libertad. Pollier y el teniente con las manos cruzadas sobre el escritorio escuchaban sorprendidos. Martín Pollier preguntó de pronto.

-¿Camilo Ángel? Así se llamaba ese niño.

-¡No señor!, bien sostiene usted, se llamaba, porque ahora Camilo también es un ángel. El hombre de los navíos permaneció sentado en la misma silla, y clavó los ojos en un punto de la desgastada pared, como si intentara controlar el remolino de sus ideas. Posteriormente dirigió la vista hacia el sargento e hizo un pequeño gesto para que este se acercara a él. Cuando Lébregas estuvo cerca de Pollier, balbuceó casi imperceptiblemente.

-¿Es por eso que Camilo y Camila aparecen a cada instante, y de alguna forma atormentan a este pueblo?


-¡No atormenta señor! Simplemente nos recuerdan que en algún minuto les quitamos la vida.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Entrada 113. Camilo también es un ángel


Entrada 113
 
 Cuando solicitó una guardia especial para la hacienda de verano. Eso lo pidió a la vista de todos, y era porque, justamente, sospechaba de Dominique y Juliet. Mientras usted pensaba marcharse en el alborean. La cara grande y porosa de Lébregas se contrajo por momentos, probablemente, en el sereno intento de refrescar las imágenes que recobraba con exquisita nitidez. Las manchas, más o menos oscura de su rostro se enrojecieron al  imaginar que sus palabras molestaban a Pollier, y el rojo ceniza de sus ojos de pronto se apagó, preludiando que el gran vozarrón de Martín alteraría sus tímpanos. La actitud de seguridad que había mostrado el sargento, disminuía a medida  que alargaba su relato y ya divisaba que sus recuerdos serían enterrados por la inalterable maleza del olvido. Entonces, la mirada serena del dueño de los navíos, pasó como ingrávida nube sobre sus propios ojos. El engorro consistía, únicamente,  en desenterrar las aventuras amorosas de los hermanos Pollier.

-¿Quiénes eran los padres del pequeño? -interrogó Martín Pollier. La pregunta sobresaltó a todos, y la respuesta se veía deducible. Lébregas salió a buscar otros pensamientos antes de responder, durante unos segundos se escondió en ellos. El teniente, Pollier y un ayudante estaban sentados rodeando el vetusto escritorio. La luz parpadeaba,  tal como lo hace la amarilla corona de fuego de una vela mecida por el viento. Amenazaba con apagarse. Lébregas se dirigió a la puerta; estaba alicaído, sin vacilar un momento, aseguró el cerrojo de la puerta, poniéndose muy colorado se atrevió a afirmar.

-Los padres de ese pequeño eran sus hijos señor. La fuerte brisa y la intensa lluvia se desplegaban compactas, sumergiendo la triste escena en la más absoluta oscuridad. Recuerdo también  que al avanzar la mañana, la apariencia de los presentes era sombría e invisible. Todos murmuraban.

-Los padres son hermanos. -¿Son hermanos? -¡Sí, son hermanos! -respondían entre ellos.

   Martín Pollier miró detenidamente a Lébregas, se mordió los labios, enseguida apoyó los codos en el escritorio y sus manos, de inmediato, proporcionaron soporte a su mentón. Con apática indiferencia se mordió las uñas, y por instantes creyó olfatear el olor del mar. Alzó la vista de mirada invariable, hasta que esas pupilas   transparentes, permitieron vislumbrar el arribo de unas pequeñas lágrimas. Una horrible sensación de vértigo recorrió todo su cuerpo, sintiose desfallecer, luego se quedó esperando a que todo transcurriera. Pollier jadeaba,  y observaba el techo con mirada extraviada. Todos, en inflexible y circunspecta actitud le analizaban. Fijaban la atención en un Martín Pollier conmovido. Después él inquirió.

-¿Sabes cómo se llamaba ese niño?

-¡Sí, señor!

-¡Anda dime su nombre! -rezongó él.

-El nombre del niño era Camilo, señor..., Camilo Ángel.

-Aclare Lébregas, ¿qué tiene que ver con Camila Angélica?

-Guarda mucha relación señor. Son dos personas, pero es un mismo espíritu. Son dos ángeles que conviven con nosotros y que exigen descansar en paz. El olvido, arbitrario y forzado, les ha regresado a la vida.


Vicente Alexander Bastías / Febrero 2016.