lunes, 13 de marzo de 2017

Camilo también es un ángel. Entrada 117



Entrada 117.
 
El teniente se puso cerca del escritorio lanzando sus dos brazos con laxos ganchos, cuando las palmas descansaron en la superficie, esos brazos largos brazos adquirieron  inusitada rigidez. Después el teniente desabrochó dos botones plateados de la ajustada chaqueta; carraspeó en tres ocasiones y sin levantar la vista preguntó.

-¿Qué haré con su arma?

-¡Oh! Verdad. Me la puede devolver. Me arrepentí. Puedo ser bueno unos minutos, pero no durante mucho tiempo. He sorteado en la vida muchas dificultades, esta no será la excepción.

 Recuerde teniente. En los mares de áfrica navegué sólo con la vela de foque. El vendaval  incontrolable golpeaba el alborean tratando a toda costa voltearlo. Aterido, me sujetaba desesperado en el palo mayor. A mí alrededor, atisbaba enormes montañas de agua. Lanzaba de mi boca, el  agua salina del mar, y sufría pensando que el cualquier minuto mis manos agotadas se soltaban del palo al que me aferraba. Luego, dos horas más tarde, me servían desayuno en el palacio del príncipe  Seribir. De la tormenta nada quedaba, detrás de los cristales de la habitación, solo un sol rutilante me obligaba a despertar.

-Entonces andando señor Pollier. A preparar el barco. El teniente, Lébregas y el propio Martín, salieron de la oficina, encaminaron sus pasos en dirección a la bahía, no sin antes bajar una escalera de alfombra desgastada.

  Al salir, vieron  el blanco revoloteo de esmirrias gaviotas de pico amarillo; planeaban lentas y vigilantes esperando caer raudas sobre las plomizas siluetas de los peces que se movían sobre la clara superficie de las olas. Muchos botes zarpaban mar adentro, enmarcados en el ambiente plomizo de la bahía. Algunos pescadores recogían las mallas, al desenredarlas las ordenaban. Esas manos gruesas, se volvían hábiles en ese propósito,  a pesar de las heridas que recordaban la ardua tarea de los hombres de mar.

-¡Ah! No lo exprese teniente. Es  verdad. Soy algo extravagante..., eso creo. -remarcó  Pollier sin que nadie lo interpelara.

-Iremos a todo vapor, las calderas tienen que impulsar con potencia al barco.

-¿Cuál es el apuro señor? -consultó el teniente.

-No tengo apuros teniente, en el camino espero encontrarlos. La vida mi joven teniente es de caprichos inusitados. Me revive constantemente la idea de los golfos anchos y profundos, y sobre todo, cuando alcanzo a visualizar las pequeñas porciones de tierra desde lo lejos.
No existe nada más hermoso que el mar teniente. Un cambio de vientos puede significar el descubrimiento de otros lugares; siempre tenemos que estar abiertos a nuevas experiencias, o de lo contrario, ¿cómo cree usted que remozamos la rutina de la vida? La mente abierta a la vida, para atraparla y succionarla como una esponja, para disfrutarla plenamente, para no dejarse de sorprender.

-¿En qué barco nos acercaremos a las islas señor? -preguntó Lébregas. El alborean se encuentra a muchas millas de aquí, -añadió sin mucho entusiasmo.

-Camine a mi lado Lébregas. Aprovecharé la ocasión de comentarle algo. -Pollier realizó una extensa pausa dejándose encantar por el movimiento del mar. Examinó detenidamente los barcos recalados cerca del muelle, y disfrutó también la variedad de sus formas, de los llamativos colores, y la diversidad de sus siluetas pintadas tras un fondo de cielo y mar. Algunos cargando, otros reparando averías, en cambio otros, simplemente balanceándose en las tranquilas aguas del mar.
 
-Sargento, -le llamó Martín, luego agregó sin quitarle la mirada.

-Todo lo que usted me ha dicho, -le dijo Pollier parándose con seguridad frente a Lébregas.

-Me sorprendió de sobremanera. Confieso que no esperaba algo así..., he visto todo en la vida, pero algo como lo que me ha relatado jamás.  Lo prometo, jamás escuché algo similar..., no..., nunca. Sabe, cuando lo envié, afortunadamente, a vigilar a mis hijos, lo hice pensando en otras razones. Mis sospechas apuntaban, más bien, a mis bienes. Algo me llevó a creer que pretendían mi riqueza. Eso lo llegué a confirmar por otra vía, después que perdí el contacto con usted. ¡Bien sargento!  Eso sí que hubiese sido terrible. Entonces sargento, deducimos que los temas de moral no interesan a nadie. -Pollier antes de continuar aspiró unas cuantas bocanadas de aire, como respondiendo a un problema cardíaco que se insinuaba cada vez que estaba entusiasmado con un tema.

-Juzgue usted mismo en dos casos. Primero Anne-Laure pontificando, y lanzando diatribas de moralidad sobre los demás. Ella, siendo tan joven, carga con la muerte de su propio hijo. El segundo caso. El desgraciado filólogo trasnochado, don Heriberto, que riñe con los principios de la verdad y de justo. ¿Quién iba a pensarlo? Un traidor, -Martín hablaba cada vez más enojado, y antes que ese enojo se acentuara, se contentó al ver a los hombres del alborean que comenzaban a saludarlo desde abajo.

-¿En qué barco iremos señor? -preguntó impasible el teniente.

-Tomaremos el “María Luisa II”, teniente.

-¡Imposible señor! La María Luisa fue hundida hacer tres años.
-Entonces, en cualquiera que flote. No se complique teniente.

-Bueno, zarparemos en el  “Tutinji Argentino”, que está de paso por aquí.

-Ese barco... ¿es mío teniente?

-Sí señor..., es suyo.


-Espero llegar lo antes posible -observó el señor Pollier, y apresuró el paso para encontrarse con la tripulación del alborean.