Entrada 119.
-¡Capitán!, -sostuvo Antoine, -la chica no le pidió nada. -Lo dijo usted mismo. Lo que acaba de afirmar es una apariencia muy bien armada..., cómo decirlo, es un engaño de su mente cansada. Tal vez, simplemente, afloró su enemistad con Pollier. Ninguno de los marineros, a excepción de nosotros, pudo descubrir a la chica.
-¡Capitán!, -sostuvo Antoine, -la chica no le pidió nada. -Lo dijo usted mismo. Lo que acaba de afirmar es una apariencia muy bien armada..., cómo decirlo, es un engaño de su mente cansada. Tal vez, simplemente, afloró su enemistad con Pollier. Ninguno de los marineros, a excepción de nosotros, pudo descubrir a la chica.
-No es baladí lo que afirmas Antoine, aunque la memoria, debidamente
aquilatada, no debiera conducirnos a errores, pero al menor atisbo de
irrealidad, lo demás se debe disipar cuanto antes. El capitán se inclinaba para
limpiar la arena adherida a los pantalones, miraba con detención, cerciorándose
de que no hubiese quedado ninguna piedrecilla a la altura de la rodilla. Luego
se levantaba, miraba indistintamente las rocas, o, al mar, esquivando de repente la mirada del muchacho.
Pronto dos hombres se acercaron, esperando unos segundos dijeron.
-Capitán, los botes están desatracados, prontos a zarpar. El que
hablaba, un joven delgado, de muy buen aspecto, de un rostro pulcro y delicado,
con aspectos y ademanes aristocráticos; sostenía en sus manos un sombrero
blanco cruzado por una cinta marrón, y por uno de sus costados, sobresalía
elegante una enorme pluma verde blanca. La voz del joven era grave y reposada.
Permaneció esperando la respuesta del capitán.
-Vaya usted joven, le seguiré de inmediato, -respondió tajante Maciel,
y con dos pasos vigorosos se encaminó en dirección a los botes. Le secundaba
Antoine, que apresuró el paso para comentarle.
-Ese joven señor...
-¿Qué hay Antoine?
-Ese joven trabajó con Heriberto. No sé si usted estaba al tanto de
aquello.
-¿Cómo sucedió Antoine?
-Logró que sus motivos fuesen exaudibles ante los oídos de Martín
Pollier, él lo acepto, a pesar de los
riesgos.
-¡Oiga capitán! Estamos todos, listos para partir, -interrumpió otro de
los marineros.
-¡Bien, bien! Subimos de inmediato.
-Capitán, dígame. Entretanto, ¿qué pasará con Martín Pollier?
-Martín Pollier mi estimado joven, es un bandido. Autentico bandido, de
naturaleza ruindaz..., los
bandidos Antoine, son inmortales.
-Responde amigo. ¿Justificarías tú, la permanencia del mundo, sin un
Martín Pollier?
-Si lo ve de ese modo señor, don Martín es un lindo bellaco, hasta
parece que se educó con la monjas...,
-¡Ja, ja, ja! No me haga reír Antoine. ¡Ah!, hablando de bellacos, comunique
al cura franciscano que se prepare, tiene que acompañarnos.
-Sí señor, así lo haré.
-Oiga Antoine, ¿Con qué nombre
se identifica aquel joven?