¿Qué decirte, después de tanto tiempo? ¿Qué te diría
hoy? ¿Podría expresar alguna palabra? A parte de reconocer lo que siempre he
experimentado, ya que, después de todo, no me equivoqué al enamorarme de ti…,
de ningún modo.
Muchos nombres han esbozado la tinta imprecisa de mi
pluma, a muchas mujeres ha tocado con su encanto y su frágil alegoría. Muchos
nombres, mera fantasía, simple ilusión, pues a ti era a quien tanto quería. Que
no te quepa la menor duda, muchos nombres…, sólo tu nombre me sorprendía. Verónica,
verónica mía, ¿no será mejor entonces que me devuelvas tu alegría? Consúltale a
cielo, pregúntale al largo velo del tiempo, pregúntales a tus ojos llenos de
vida, o, por el contrario, pregúntales a mis ojos, a quién más querían.
Tu nombre maravilloso, tus manos alargadas, tocando,
rozando tímidamente el amplio cielo. Por encima de tus hombros, alisando tu
pelo, miraba un amarillento calendario colgado en la pared, junto a ti, cerca
de ti, recibiendo tu calor, ese calendario prometía fusionarnos en la rueda de
la vida.
Abrazado a ti, cerraba mis ojos, entre tanto, a tus
oídos repetía: Verónica, qué duda cabe, tú eres el amor de mi vida. Otros
ambiguos suspiros pudieron haberse escapado, otras temerosas inquietudes
planearon a corazones inesperados, pero sólo conservo en mi conciencia, el
sereno timbre de tu voz. Sólo conservo la delicada naturaleza de tus manos,
simplemente me queda el profundo fuego de tus miradas, quemando siempre la
frágil vasija de mi alma.
Tantos nombres, sólo el tuyo adherido a mi corazón,
pues se dice que, en mil amores el hombre sencillamente descansa en uno. Lo sé,
porque tú desciendes a través de mis palabras, y la inquieta celeridad de mi
pluma, sólo pinta en la blanca hoja, el más puro y noble amor de Verónica. Mi
Verónica que vive en mi espíritu, que anida en mis pensamientos, que invade mis
palabras…, y las desordena una y otra vez. Prisionero seré de ti, tal como lo
soy de mis palabras. Esclavo de tu recuerdo, cautivo de tu belleza, tiranizado
de tus besos, suaves besos que aún despiertan la sutileza de mi verso. O tal
vez seré yo, el siervo dócil y sumiso que seguirá eternamente tus huellas, para
andar detrás de tus ilusiones, tal como persigo vanamente la ilusión de la
triste poesía.
Tan pronto como me encontré con tus ojos, supe que
serías no mi amor, sino mi vida, y sucedió que, al poco tiempo, entendí que, de
mis palabras solemnes y creativas, era tu nombre el que más repetía. Cada vez,
al oír tun nombre, una gran inquietud me estremecía. Todo en mi se transformaba,
todo de ti me conmovía.
He sentido gran satisfacción al confesarte esto, me he
sentido más liberado. Estoy, en este momento, debajo de una luna intensamente
iluminando, pegada al centro del cielo. Suspendida a la vez, en una noche tibia
y silenciosa, a lo lejos el incesante murmullo de un arroyo, escasas estrellas
complementan el cuadro que describo.
Termino mis palabras. ¡Bien!, puedo dormir tranquilo.
Verónica, sólo tu nombre en mi vida, sólo tu voz en mis palabras, sólo tu
recuerdo en mi poesía.
Vicente Alexander Bastías