Entrada 80.
Alrededor desaparecieron todos los ruidos. El bramido incesante del mar, también se extinguía, haciéndose imperceptible a los oídos. El murmullo suave del viento, que recorría la quieta noche, ya no se escuchaba.
Alrededor desaparecieron todos los ruidos. El bramido incesante del mar, también se extinguía, haciéndose imperceptible a los oídos. El murmullo suave del viento, que recorría la quieta noche, ya no se escuchaba.
Entrada la noche, Camila y Antoine se
tendieron en la cubierta. Abrieron los ojos e ingresaron a los pasillos
luminosos del vasto cielo. Buscando, quizá, un recuerdo. La vorágine perpetua
de la mente, no hizo más que aterrizarlos en el efímero presente. El cielo
impenetrable de constelaciones los observaba. Permanecieron un largo rato
esperando una estrella fugaz, en esa espera cayeron en la cuenta que esa, la
que observaban, era una de las noches más hermosas, nunca antes habían visto
una similar.
Estaban en silencio, simplemente contemplando.
Después se miraron un momento, sonrieron. Él se embarcó en el cristalino líquido
de sus pupilas…, creyendo, por momentos,
navegar. Estaba tan feliz, había tanta esperanza en su inquieta alma,
que no cabía en sí.
Acercó su mano y tomó la de Camila. Ella
respondió con un beso. En la cubierta, y en el puente de mando, no se veía ni un
alma. Dos peces espada interrumpieron, con su salto repentino, la absoluta
tranquilidad del mar. La luna apenas iluminaba, a pesar de esto, el cuerpo resbaloso
de los peces adquirió el color celeste gris de la luna. La luna se esforzaba en
llegar al alborean rompiendo la espesura de las nubes. Ellos de pronto se
levantaron, corrieron a la baranda, desde allí pudieron ver el hermoso
espectáculo de un cardumen de pargos, el mar se llenó de un color amarillo. Miraron extasiados ese regalo que ahora ofrecía la naturaleza.
Camila y Antoine nuevamente se miraron. Él
caminó lentamente por los deliciosos senderillos que mostraba el rostro de
Camila. Algunos delgados cabellos de la muchacha, bailaron al movimiento suave
del viento que volvía a recorrer el alborean. Los dedos del joven, recorrieron
esos atractivos senderillos desde la que surgía una cara excepcionalmente
angelical. Los dedos llegaban hasta el límite invisible de su cuello, luego
volvían a subir, hasta llegar a sus labios, y allí se estacionaban esperando
sellarlos con el aire profundo de un suspiro. Avanzó entonces por sus hombros,
y recorrió la delicadeza de esas ondulaciones. Avanzó silenciosamente y, pudo
despertar en ellos, un claro brillo en el fondo de sus ojos. Sintió de pronto
que, esos dedos traviesos se hundían en una bien modelada cintura. Escuchó el
irreconocible bisbiseó de Camila, sonido tierno que rozó tranquilamente su
oído. Logró sentir, además, el resoplido caliente de su boca.
-¿Qué le atrae a
mis labios señor Antoine?
-Bueno…, ya ves. Creo
que todo señorita Camila.
-Comprendo…,
entonces puede besarme.
-¡En fin!, ya que
lo ordena señorita, resulta obvio que pensaba hacerlo. Confieso, que era mi
verdadera intención. –respondió carraspeando, y con su mano en forma de tambor
cerca de su boca. Hace rato que venía paseando por la orilla de sus labios, y
sin querer importunarla, ahora sí que la besaré.
-Es un placer
recibir tus labios en los míos, sobre todo, si los humedece la llovizna del
aire. –Afirmó alegre la muchacha.
-Usted es
admirable señorita. Es admirable. Antoine no alcanzó a responder, más bien,
tomó entre sus manos el rostro de la chica y él la besó con una desenfrenada
pasión, pasión que de verdad, parecía de otro mundo.
-Por la mañana,
probablemente muy temprano, llegaremos al pueblo. -Sostuvo con gravedad el
muchacho.
-Es una lástima,
-contestó la chica, -pero puedo ser importante, pues, podemos desenmascarar a
quienes nos han dañado.
-En cuanto a
Augusto. ¿Qué te comentó? –interrogó meditabunda la chica.
-¡Tonterías!
Afirma que estás muerta…, de todos modos, en algún minuto teníamos que
conversarlo, -dijo Antoine.
-¡Oye, oye! ,
-alcanzó a replicar Antoine.
-¿Tú me llamabas?
-¡Por supuesto
Antoine! Te llamaba a través de tus sueños. Esa respuesta quedó dando vueltas
en su cabeza…, después no quiso preguntar más sobre el tema.
-Tú tendrás algo
que decir, -replicó al fin el muchacho.
-¡No, no! No
mucho en verdad. Para mí es un tema anacrónico, a esta altura, ya no sé ni qué
pensar. –Contestó ella divagando en la levedad de sus ideas.
-Pienso igual,
creo que no tenemos que confundirnos. Ya no puedo pensar nada. Soy, en alguna
medida, como el salmón que, en algunos tramos del río, va a nadar contra la
corriente. Si eres un espíritu, un espectro, un alma del más allá, tendré que
aceptarlo, aceptar que eres tan real y concreta..., como lo has sido esta
noche.
Vicente Alexander
Bastías Septiembre / 2016