jueves, 22 de septiembre de 2016

Entrada 80. Camila Angélica.


Entrada 80.
 
Alrededor desaparecieron todos los ruidos. El bramido incesante del mar, también se extinguía, haciéndose  imperceptible a los oídos. El murmullo suave del viento, que recorría la quieta noche, ya no se escuchaba.

   Entrada la noche, Camila y Antoine se tendieron en la cubierta. Abrieron los ojos e ingresaron a los pasillos luminosos del vasto cielo. Buscando, quizá, un recuerdo. La vorágine perpetua de la mente, no hizo más que aterrizarlos en el efímero presente. El cielo impenetrable de constelaciones los observaba. Permanecieron un largo rato esperando una estrella fugaz, en esa espera cayeron en la cuenta que esa, la que observaban, era una de las noches más hermosas, nunca antes habían visto una similar.

  Estaban en silencio, simplemente contemplando. Después se miraron un momento, sonrieron. Él se embarcó en el cristalino líquido de sus pupilas…, creyendo, por momentos,  navegar. Estaba tan feliz, había tanta esperanza en su inquieta alma, que no cabía en sí.

  Acercó su mano y tomó la de Camila. Ella respondió con un beso. En la cubierta, y en el puente de mando, no se veía ni un alma. Dos peces espada interrumpieron, con su salto repentino, la absoluta tranquilidad del mar. La luna apenas iluminaba, a pesar de esto, el cuerpo resbaloso de los peces adquirió el color celeste gris de la luna. La luna se esforzaba en llegar al alborean rompiendo la espesura de las nubes. Ellos de pronto se levantaron, corrieron a la baranda, desde allí pudieron ver el hermoso espectáculo de un cardumen de pargos, el mar se llenó de un color amarillo.  Miraron extasiados ese regalo  que ahora ofrecía la naturaleza.

  Camila y Antoine nuevamente se miraron. Él caminó lentamente por los deliciosos senderillos que mostraba el rostro de Camila. Algunos delgados cabellos de la muchacha, bailaron al movimiento suave del viento que volvía a recorrer el alborean. Los dedos del joven, recorrieron esos atractivos senderillos desde la que surgía una cara excepcionalmente angelical. Los dedos llegaban hasta el límite invisible de su cuello, luego volvían a subir, hasta llegar a sus labios, y allí se estacionaban esperando sellarlos con el aire profundo de un suspiro. Avanzó entonces por sus hombros, y recorrió la delicadeza de esas ondulaciones. Avanzó silenciosamente y, pudo despertar en ellos, un claro brillo en el fondo de sus ojos. Sintió de pronto que, esos dedos traviesos se hundían en una bien modelada cintura. Escuchó el irreconocible bisbiseó de Camila, sonido tierno que rozó tranquilamente su oído. Logró sentir, además, el resoplido caliente de su boca.

-¿Qué le atrae a mis labios señor Antoine?

-Bueno…, ya ves. Creo que todo señorita Camila.

-Comprendo…, entonces puede besarme.

-¡En fin!, ya que lo ordena señorita, resulta obvio que pensaba hacerlo. Confieso, que era mi verdadera intención. –respondió carraspeando, y con su mano en forma de tambor cerca de su boca. Hace rato que venía paseando por la orilla de sus labios, y sin querer importunarla, ahora sí que la besaré.

-Es un placer recibir tus labios en los míos, sobre todo, si los humedece la llovizna del aire. –Afirmó alegre la muchacha.

-Usted es admirable señorita. Es admirable. Antoine no alcanzó a responder, más bien, tomó entre sus manos el rostro de la chica y él la besó con una desenfrenada pasión, pasión que de verdad, parecía de otro mundo.

-Por la mañana, probablemente muy temprano, llegaremos al pueblo. -Sostuvo con gravedad el muchacho.

-Es una lástima, -contestó la chica, -pero puedo ser importante, pues, podemos desenmascarar a quienes nos han dañado.

-En cuanto a Augusto. ¿Qué te comentó? –interrogó meditabunda la chica.

-¡Tonterías! Afirma que estás muerta…, de todos modos, en algún minuto teníamos que conversarlo, -dijo Antoine.

-¡Oye, oye! , -alcanzó a replicar Antoine.

-¿Tú me llamabas?

-¡Por supuesto Antoine! Te llamaba a través de tus sueños. Esa respuesta quedó dando vueltas en su cabeza…, después no quiso preguntar más sobre el tema.
-Tú tendrás algo que decir, -replicó al fin el muchacho.

-¡No, no! No mucho en verdad. Para mí es un tema anacrónico, a esta altura, ya no sé ni qué pensar. –Contestó ella divagando en la levedad de sus ideas.

-Pienso igual, creo que no tenemos que confundirnos. Ya no puedo pensar nada. Soy, en alguna medida, como el salmón que, en algunos tramos del río, va a nadar contra la corriente. Si eres un espíritu, un espectro, un alma del más allá, tendré que aceptarlo, aceptar que eres  tan real y concreta...,  como lo has sido esta noche.


Vicente Alexander Bastías Septiembre / 2016