Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

lunes, 29 de febrero de 2016

Camila Angélica, entrada 18




Camila Angélica, entrada 18


El sol salió más temprano que de costumbre, apareció con la perfección de sus rayos luminosos. Una exhalación de su calor tocó mi rostro cansado y me permitió despertar. Al abrir la pesadez de mis ojos, una rata, muy cerca de mi cara, retenía entre los incisivos, trocitos de mendrugo, lo afirmaba férreamente con sus patas delanteras. Se apoyaba, además, en sus dos patas traseras. Lograba levantar el lomo levemente con cierta dificultad, parecía que resistir una joroba.  Lo único que retuvo mi atención fue su vientre gris claro, que imperceptiblemente se movía. Un ruido externo la asustó por lo que, con ligereza y facilidad, desapareció de mi vista. Me levanté del suelo, estiré las piernas una par de segundos, estaba acalambrado, el suelo es duro para dormir. El cuerpo, a pesar de que es flexible, nunca logra adaptarse a la rigidez del cemento, y en los puntos de apoyo siempre queda el dolor.  Me miré, estaba mugriento, mis manos negras de grasa y tierra. Rasqué mi cabeza y noté el pelo tieso y grueso a causa del polvo. Conquisté la inmovilidad de mis piernas, puede caminar un poco, luego levanté mis brazos para enderezar mi espalda. Estaba en eso cuando vi que el tambor de la chapa se movió. La puerta gruesa se levantó chirriante, después apareció don Heriberto, apenas ingresó miró todo, con un rostro serio y pensativo. 


-Aquí pasa algo, -dijo cortante. Posteriormente elevó la mirada al cielo raso, vio un ventilador a punto de desprenderse de los soporte. Un ventilador torcido, negro por la falta de limpieza, giraba con dificultad y dando saltos en cada vuelta tenía un sonido agudo y estridente. Al mismo tiempo el otro ojo se fijaba en una vetusta ventana de cristales amarillos. A medida que hablaba se iba agitando, y el intenso calor de la mañana, sonrojaba gradualmente la piel de su cara. Igualmente el malestar se incubó en zonas precisas del cerebro, finalmente don Heriberto gruñó.


-¡Por qué no puedes ser amable! ¡Qué pasa por tu cabeza? ¿Por qué provocas a la gente?


En ningún momento titubeó el administrador, estaba realmente enfadado. Habitualmente era un caballero gentil, pero las circunstancias   habían modificado sus parámetros de normalidad en aquel luctuoso momento. Miró con lástima a ese pobre desgraciado que le miraba, creyendo él, que poco o nada entendía de lo que decía. Bajó el tono de voz, que hasta ese instante resultaba ser vocinglero, escandaloso. La pena brotó espontánea, y contuvo el brote de sus lágrimas. Con aire de débil reproche, parafraseó más tranquilo.


-Hijo, sentiría mucho perderte. Por favor continua tu vida, y no desees inmiscuirte en asuntos que están resueltos hace mucho tiempo. Deseamos en este pueblo seguir creyendo en las verdades que todos aceptamos. Esa es nuestra verdad, la hemos tolerado, de esa manera podemos subsistir y proyectarnos en el tiempo. Pero tú no intentes modificar esas creencias. 

El muchacho le miraba fijamente a la cara con imprecisas gesticulaciones. Se quedó divagando, luego se trasladó al otro ángulo de la habitación. Don Heriberto fue incapaz de proseguir ante la cara de desventura del joven adolescente, sobre todo cuando afirmó.


-Ella me habla a través de mis sueños. 


Vicente Alexander Bastias / Febrero 2016

Camila Angélica, entrada 17




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Camila Angélica, entrada 17

A penas cierro los cierro los ojos, siento los parpados pesados. Se cierran sin que pueda impedirlo, y aunque a veces realizo un esfuerzo por abrirlos, la caja ovalada de mis ojos cae como el peso de una pared, mis párpados al final se rinden y cierran la pantalla de las imágenes. Apenas sucede esto escuchó ese caminar, esos pasos, al transitar, arquean ruidosamente las viejas maderas del piso, crujen despacio. Mi respiración no se agita, me abandono al sueño, a pesar de que testeo todos los ruidos que se generan a mí alrededor. Intentó volver, luego me retracto ante lo que no se puede comprender. Escucho esos pasos que van de habitación en habitación. Se mueven algunos objetos, pero yo sólo atino a imaginarlo en mi mente. Regresar y enfrentarme con esos fenómenos es imposible. De repente todo queda en silencio, no puedo moverme, sólo siento cómo la orilla de la frazada que baja suavemente tocando mi cara. No hago nada para sujetarla, impensable. No puedo moverme. Experimento, sin horror, cómo alguien arrastra la frazada dejando mi cabeza al desnudo. Segundos después escuchó, en la otra habitación, el ruido de las hojas de un cuaderno, que alguien con el dedo medio las agita. Enseguida, nuevamente escuchó los pasos, en esta oportunidad, recorriendo toda la casa. 

Las sombras de la noche que no puedo ver, me acompañan y se quedan hasta que pierda todos los niveles de conciencia. Inesperadamente me sobresalto, cuando sin esperarlo, advierto el peso de algo que se sienta a los pies de mi cama. Cuando intento volver a través de un fugaz pantallazo de lucidez, ese alguien se queda sentado, sin decir palabras…, tiemblo un poco, siento su peso, no lo puedo ver, sin embargo lo imagino. En posición fetal tomo mis rodillas, las doblo, jadeo un poco, no deseo mirar. Y hablo confidencialmente conmigo mismo.

 – ¡No te asustes! ¡No te asustes! 

Pero, por supuesto, no se puede temer el largo de esas sombras plateadas, las siluetas negras que caminan por el lugar, que deambulan y se cruzan con la luz de la luna. Sólo siento sus miradas intensas atravesando mis sueños. No me molestan, me agradan. Algo confuso me aproximo a la orilla de la cama, estiro los pies al fondo y busco con ellos el peso que me tiene en vigilia. Lo intuyo, pero no puedo alcanzarlo. Pronto llega una voz desde abajo, que me gustaría ignorar. Interrumpe, los vanos intentos por clarificar todo lo que sucede. Esa voz se eleva imperceptiblemente, y de súbito se produce un murmullo de infinitas risas, una de ellas susurra a mi oído. –

-¡El naufragio del   Alborean!

Aturdido, somnoliento, o casi dormido, me levanto y salgo a caminar. Una negra noche me recibe, pronto aparecen ante mí el oscuro manto del mar, que guarda silencio ante las fuerzas que me impulsan a buscar. Me deslizo hasta un sitio donde, las rocas, brillan con las reducidas porciones de luz que emanan de la luna. Me llevan, o mejor dicho, avanzo flotando por el aire, ingrávido, insustancial, suave notando el desaliento de la voz que hechiza y que contrae mi corazón. Suspiro, en cada respirar, vacilo. Me quedo esperando, abro la ventana de mis ojos; el aire maravilloso llena mis pulmones, recorre mi pecho, toca mis piernas. Y allá lejos, más allá de las boyas veo el pequeño "Alborean", que navega tranquilo en las suaves aguas de la noche.

Vicente Alexander Bastías / Febrero 2016

Camila Angélica, entrada 16




Camila Angélica, entrada 16


El Señor Martin se levantó, sumamente alterado. Tomó con cierta molestia su chaqueta, y se retiró muy confundido. Al salir chocó, en la entrada, de forma involuntaria con el administrador. Que alertado por otros visitantes, y sobre todo, por los gritos que llegaban desde el interior. 

Pollier lanzó un manotazo que rosó la arrugada solapa del administrador, se retiró por la entrada buscando acelerado las escaleras. Giró su cuerpo también parte de su cuello para ver quién lo seguía. Y cuando distinguió los pasos agigantados del administrador, y se percató de lo dificultoso de su caminar, pues de vez en vez cojeaba, no lo dudo un segundo y detuvo sus pasos. Cuando estuvo muy cerca de Pollier, el hombre lleno de humildad y congoja, tomó lastimeramente su mano para explicar. 


-Admito Señor que nadie imaginó algo así. Proporciono a usted mis más sinceras disculpas. Veremos, a la brevedad, la forma de subsanar el mal momento vivido. Al escuchar estas palabras el hombre de los navíos quedose pensando unos minutos, aprovechó de mirar en dirección al comedor y detuvo su vista en la terraza. Ahí todavía estaban los invitados, conversando entretenidos, ajenos, en ese momento, a la desavenencias ocurridas minutos antes.

Desde ese lugar, le distrajo, las ramitas del galán de noche, menudas, pubescente. Alcanzó a distinguir sus formas elípticas, y sus colores verde amarillo que, como racimos, caían tiernas de los maceteros. De igual manera, y a igual distancia, deslizó su vista por las flores de jazmín, y recorrió su forma ovalada, pareció que, llegaba a sus narices, su peculiar olor penetrante. Pronto el hombre de los navíos, tornó su vista a su nuevo antagonista y replicó.

-Se ha cometido Señor administrador una torpeza imperdonable.


- ¡Ah! , y usted, -gritó, - ¡usted es el responsable! Cuántas veces exigí que se internara a ese loco. Por apadrinamientos mal entendidos se omitió mi recomendación. Después de todo lo acontecido mis aportes al pueblo están en duda.


-¿Cómo es eso señor?  -Inquirió temeroso el administrador.  El Señor Martín lleno de ira y con claros sesgos de altanería, insistió.

-Al decir estas palabras, trató de señalar que no haré más aportes a este pueblo. Don Heriberto, a pesar de su cojera, se abalanzó sobre Pollier y cargó su cuerpo contra él. 


-¡Por favor! No puede privarnos de esos aportes, son nuestra existencia, -demandó miserablemente el administrador.

-Entonces silencie a ese chico, es una amenaza. Pensé que todo estaba resuelto. La boca y los delirios de ese adolescente es un real peligro para mi imagen en la alta sociedad. ¿Se imagina usted? ¿Se imagina usted? ¿Qué sucedería si las locuras de ese joven son tomadas en serio? Es un peligro para todo lo que significo. Su voz se desgañitaba en un intento desesperado por hacerse entender, su arenga altisonante mezclaba indistintamente las rabias y sus temores.

-Comparto su preocupación señor. Resolveré esto a la brevedad. 


Don Heriberto huyó enseguida del lugar, y mientras intentaba correr, oyó más arriba una voz que lo descolocó. Escuchó, entre las ramas de los pinos, una voz tétrica, lúgubre que repitió en varias oportunidades su nombre. Se detuvo e hizo una pausa, el comedor no estaba muy lejos de donde se encontraba. Asustado quiso dar una tregua a su corazón, tranquilizarlo para que no explotara. Las réplicas de la voz aún se escuchaban, cada vez más gélidas y atemorizantes.



Vicente Alexander Bastías / Febrero 2016