Camila, Entrada Nº 4
Después me pareció extraño verla
partir. El resistente viento agitaba su
vestido con desesperación, y este ondeaba dejando en ocasiones parte de sus
piernas al descubierto. La tarde llegaba,
y la oscuridad se filtraba entre las rocas. Se posesionaba mi conciencia
esforzándose por retener la imagen de la
chica, deseaba conservar todo el tiempo que fuese necesario, no obstante
aquello aún podía verla, o re-leerla como una víctima del destino. Lograba
vislumbrar aún la herida que le laceraba el alma. Ella caminaba con la
coherencia envolvente de la realidad, se alejaba por el camino lejano y
pedregoso, derramando, en su triste entorno, las nítidas luces de todas sus
sonrisas, era la respuesta de la belleza que la contenía.
Se perdía en el camino, quiero
decir, se adentraba al pueblo, con su triste problemática, desaparecía
sigilosamente en la densa nebulosa de lo trágico e inesperado. Caminaba
lentamente, además se nutría de la frescura incomparable de esa curiosa tarde
de abril. La tragedia es al parecer, lo que es el amor al adolescente. Probablemente
caminaba ella buscaba reencontrarse consigo misma, sin embargo, allí mismo, en
la gigante bóveda del cielo, Oreste tenía algo que decir.
Porque es en la fisión del cielo
y el alma donde cada uno encuentra su propia salvación. Se había marchado con
su noble mirada de niña, inextricable por momentos misteriosa a ratos. Dentro
de su situación inescapable no parecía ni triunfante ni decepcionada, sólo
fenecía unos momentos para volver a respirar la vida con más tranquilidad.
Las apetencias del mar caminaban
junto a ella, cómplices de todas las convergencias que de ella emanaban. Ella
parecía exceder el ámbito de lo marino y el mar regalaba suspiros salados,
gratuitos a cada paso que ella daba. El mar se apropiaba de sus manos, de su
cabello, de sus intensos ojos…, sospechosamente la guiaba por un sendero que
apenas se divisaba.
Nunca antes había experimentado
tanto dolor en mi corazón. Todas mis frecuencias se quedaron pegadas a sus
impulsos juveniles, y al deseo íntimo de buscar una solución. Relató los hechos
en frío, no obstante, busqué respuestas ónticas, inasibles, (lógicamente), a mi temprana edad. Más tarde,
encerrado en mi cuarto, pensando en ella lloré, lloré mucho, con tanta desazón
que deseaba por momentos cobijarme en sus hombros y abrazarla.
Vicente Alexander Bastías Febrero
2016