sábado, 13 de febrero de 2016

Camila Angélica, entrada 4




Camila, Entrada Nº 4


Después me pareció extraño verla partir. El  resistente viento agitaba su vestido con desesperación, y este ondeaba dejando en ocasiones parte de sus piernas al descubierto. La tarde  llegaba, y la oscuridad se filtraba entre las rocas. Se posesionaba mi conciencia esforzándose por  retener la imagen de la chica, deseaba conservar todo el tiempo que fuese necesario, no obstante aquello aún podía verla, o re-leerla como una víctima del destino. Lograba vislumbrar aún la herida que le laceraba el alma. Ella caminaba con la coherencia envolvente de la realidad, se alejaba por el camino lejano y pedregoso, derramando, en su triste entorno, las nítidas luces de todas sus sonrisas, era la respuesta de la belleza que la contenía. 


Se perdía en el camino, quiero decir, se adentraba al pueblo, con su triste problemática, desaparecía sigilosamente en la densa nebulosa de lo trágico e inesperado. Caminaba lentamente, además se nutría de la frescura incomparable de esa curiosa tarde de abril. La tragedia es al parecer, lo que es el amor al adolescente. Probablemente caminaba ella buscaba reencontrarse consigo misma, sin embargo, allí mismo, en la gigante bóveda del cielo, Oreste tenía algo que decir. 


Porque es en la fisión del cielo y el alma donde cada uno encuentra su propia salvación. Se había marchado con su noble mirada de niña, inextricable por momentos misteriosa a ratos. Dentro de su situación inescapable no parecía ni triunfante ni decepcionada, sólo fenecía unos momentos para volver a respirar la vida con más tranquilidad.


Las apetencias del mar caminaban junto a ella, cómplices de todas las convergencias que de ella emanaban. Ella parecía exceder el ámbito de lo marino y el mar regalaba suspiros salados, gratuitos a cada paso que ella daba. El mar se apropiaba de sus manos, de su cabello, de sus intensos ojos…, sospechosamente la guiaba por un sendero que apenas se divisaba. 


Nunca antes había experimentado tanto dolor en mi corazón. Todas mis frecuencias se quedaron pegadas a sus impulsos juveniles, y al deseo íntimo de buscar una solución. Relató los hechos en frío, no obstante, busqué respuestas ónticas, inasibles,  (lógicamente), a mi temprana edad. Más tarde, encerrado en mi cuarto, pensando en ella lloré, lloré mucho, con tanta desazón que deseaba por momentos cobijarme en sus hombros y abrazarla.



Vicente Alexander Bastías Febrero 2016