Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

martes, 8 de noviembre de 2016

Camila Angélica, entrada 96


Entrada 96.

-¡Ay Dios mío!, se acerca  “El aventurero intrépido” -agarrado, en lo alto de un mástil, con un gran vozarrón  gritó Augusto.

-Se acercan capitán tres fragatas y una corbeta. Se puede ver,  a la distancia,  que están fuertemente artilladas...

-Si es “El aventurero intrépido”, debemos tener cuidado. Es un navío de guerra de gran porte y belleza. – Martín  Pollier, valiéndose  de un refinado catalejo, logró confirmar los detalles del barco. El enorme barco era llevado de un lugar a otro por la turbulencia de las olas. Todos quienes estaban en cubierta, miraron expectantes el avance irrefrenable del inmenso barco, al avanzar rasgaba suave,  la liquida superficie del mar.

-Si es “El aventurero intrépido”,  han de saber que posee una capacidad de fuego superior al nuestro. – comentó Maciel.

-Miren ustedes, hasta el velamen se ve firme y fuerte
-Así es capitán, es un barco de sólido armazón, -acotó tranquilo Pollier. Mientras los imponentes navíos franceses se acercaban, todos en el alborean tomaban sus puestos.

-Si el alborean tuviese ciento dieciocho cañones, no tendríamos que preocuparnos de nada.

-Tendré tiempo para erizar al alborean de decenas de cañones. Tenemos, por ahora, una sola plataforma artillera. –Agregó Martín siempre evaluando los posibles daños que podría recibir el magnífico alborean.
-El calibre francés de treinta y seis libras nos permite estar tranquilos. ¡Confirme marinero si están dispuestos en la cubierta y en el alcázar! –las palabras de Maciel, fue lo último que se escuchó.

Luego, nuevamente se rompió el silencio.

-Capitán, se divisa la bandera de la école navale, -observó el coreano, mientras limpiaba con una enorme cuchilla, una gruesa uña de color verde turquesa.

-¿Qué hacen las fragatas de la armada en este lugar? –preguntó Martín Pollier.

-Si no es algo oficial, es muy difícil que se aventuren por estas aguas.

-No es de extrañarse señor, quien tiene el dominio de las rutas marítimas controla el mundo.

   A consecuencia de la postura del sol, el alborean comenzó a proyectar una tenue sombra sobre las agitadas aguas del mar. En ese mar, que por momentos se transformaba en tormentoso, dos lanchas de avanzada comenzaron a despejarse de “La Santísima Trinidad” Se dirigieron directamente al alborean, aceleraron la marcha cuando las velas fueron impulsadas por un fuerte viento.

¡Vamos marineros!..., a conquistar el océano, vamos por las limpias aguas del mar… ¡adelante, sin vacilar!  -gritaba uno de los  tenientes de la armada que venía a cargo del grupo. Apenas se allegaron al alborean, subió un hombre de contextura gruesa, rostro colorado, de apariencia aristocrática, en consecuencia, de refinados modales. Llevaba unos  botines cubierto de piel, abrochados mediante pequeños botones. Vestía un pantalón bombacho hasta la media pierna, y una chaqueta corta azul marino, con tres botones dorados. Alrededor del cuello un paño del mismo color, ribeteado con varias filas de cordones.

-Después subió a bordo el teniente, que estaba a cargo de la lancha. Martín Pollier y los demás se miraron desconcertados.

-¿Qué  le trae por acá señor? –pregunto con fingida amabilidad  Pollier.

-Estábamos en Marruecos, en nuestro protectorado. –Respondió el joven teniente,

-Pero el motivo de este sorpresivo arribo tiene un carácter distinto. –señaló luego de pasear la mirada por el alborean.

-A  penas nos enteramos de los sucesos que se desarrollaban por estos lares, hemos venido con prisa, -ratificó estentóreamente. Entonces, Martín Pollier dio dos pasos y se acercó a los visitantes.

-Ustedes dirán en qué somos útiles.

-Escuchamos relatos sorprendentes. Nos han preocupado de sobremanera, -intervino el hombre de rostro grueso y de piel rojiza.

-Usted sabe que los rumores corren rápidos e invisibles, sobretodo, en la tranquilidad de  nuestras tertulias, en las que el rumor se agiganta cada dos segundos.  Supongo que usted es el famoso Martín Pollier…, dueño de todas estas tierras.

-¡Así es señor!…, perdone,  no me ha dicho su nombre.

-Soy Anicet  de Braumell, General del Mar.

-Mucho gusto, es un agrado tenerlo a bordo de mi barco.

-Comprenderá señor que el alejarnos de nuestra misión en Marruecos, tal como lo afirmó el teniente, es por un motivo muy poderoso.

-Explicite sus motivos, y junto a mis hombres le ayudaremos.

-No será necesario señor Pollier, el motivo es oficial, y por lo demás, muy sencillo, tenemos llevarlo a juicio por todos los crímenes que ha cometido. –Respondió pausadamente el  General.  Pues bien, -agregó sin más preámbulos - ha llegado el momento de partir.

        Marín Pollier retrocedió tres pasos sobre la misma cubierta, rozó con la mano, el áspero y oxidado fierro de la baranda, después se afirmó intentando poner término  a esos pasos acelerados.

    Unos poderosos chorros de agua surgieron muy cerca, varias ballenas navegando invisibles se acercaban al lugar, Pollier se distrajo unos segundos, mientras los hombres lo observaban esperando alguna orden.

.- ¡Vamos señor, no se resista!  El General del Mar manifestaba esto cuando en dirección a la  proa el barco topó con un elemento grueso y resistente, se escuchó un estruendoso ruido, y los marineros tambalearon sobre cubierta. Algunos no alcanzaron a afirmarse y rodaron por el suelo, otros cayeron y se hundieron entre tablas sueltas, que al moverse formaron un orificio. Se había generado una atmósfera extraña. Por un lado, el General que mandataba a Pollier, y por el otro, los enormes cetáceos que también parecían pedir cuentas al millonario de los mares. De todos modos, los únicos que no estaban preocupados por la arremetida de las ballenas eran justamente los hombres de “El aventurero intrépido”. El alborean había resistido de manera fantástica.

    Posteriormente la quilla del barco pareció rozar una roca, después de eso el alborean se estabilizó y comenzó a flotar con normalidad  sobre las olas. Martín Pollier pasó la mano sobre la frente, secó el sudor que corría suave por la amplia frente, secó algunas gotas de sudor. Él estaba tranquilo,  a pesar de que, había algo en el  todo que no le calzaba…, no sabía qué.  Se aproximó al General del Mar, estaba suspendido entre la realidad y los recuerdos que traía a su memoria con agrado.

   Rememoró a Juliet, y esa fascinante dedicación para construir barcos en miniatura. Siempre le habían gustado, consiguió trepar por otros lugares y otros recuerdos, y después de rebobinar todo constató, con más conciencia, la real dimensión de su fatalidad, más a pesar de esto, aquellos recuerdos le llenaron de felicidad. De pronto escuchó que alguien le hablaba.

-A ese respecto señor Pollier, le puedo aseverar que la justicia francesa es la mejor del mundo, eso se puede certificar, no así  sus resultados. El General atronó los oídos de los presentes con un vozarrón de mando. El teniente, y otro marinero, con mano firme, tomaron a Martín por los brazos. Lo hicieron descender a la lancha, no bien se habían sentado en las tablas, se acomodaron,  hasta que, en un segundo, la lancha emprendió la búsqueda de “El Aventurero intrépido”. A medida que se alejaban, la figura de Pollier se hacía cada vez más pequeña. El, como siempre iba con sus hombros muy rectos, se veía sólido, digno, y  en ningún momento, volteó el rostro para despedirse de sus hombres.

  Todos los marineros del alborean se quedaron como guardias en la cubierta, al rato se miraron, sin hablar, sumergidos en el más intenso de los silencios.
Hasta que el coreano decidió meter la lengua en el vacío.

-¡Eh, muchachos! Qué ha pasado. Es evidente que algo extraño nos sucedió.

-¡Naturalmente coreano!, -replicó enfático Augusto, luego adicionó.

-“El aventurero intrépido”,  famoso barco de la armada francesa, dejó de existir hace más de cien años.

-¿Y cómo nadie dijo nada? –preguntó alterado Antoine.

-Intenté advertir, pero no logré articular palabras, -barbotó Camila, algo  embotó  mis sentidos.

-¿Y qué pasó con Martín? ¿Acaso no se percató? –insistió Camila.

-¡Probablemente no! Pollier es muy buen comerciante, pero muy mal historiador.

-¿Qué sucederá con él? –preguntó uno de los más fieles marineros.

-No lo sabemos, nadie lo puede saber. –Respondió el capitán Maciel.

-Estas islas siempre nos sorprenden, es una zona en la que se entrecruzan las dimensiones.-Acotó Antoine, sin mayor convencimiento.


-¿El aventurero intrépido, no fue el barco que hundió al León de Hierro? Desde un rincón preguntó una voz masculina. 

Vicente Alexander Bastías

sábado, 5 de noviembre de 2016

Entrada 94, Camila Angélica.


Entrada 94.

Martín Pollier, por su parte, veía a los jóvenes a través de un vidrio salpicado de pequeñas gotas de agua. Las gotas escurrían livianas hasta el borde inferior de la ventana. Pollier observó varios segundos el  espectáculo alucinante.  El detalle de sus facciones se reflejaba tenues en el vidrio pulido, cada una de esas líneas, lograban determinar la robustez de su rostro, y el acento rojizo de sus mejillas. No era un rostro que le desagradara, muy por el contrario, asumía una especie de carisma profético, cada vez que, se experimentaba imprescindible para los destinos del pueblo.  Había dominado como amo y  señor, logrando, a través de solapadas artimañas, gobernar con la opresión, y con la descalificación entre unos y otros. Si tía Elena poseía, a esta altura, unos ojos vacíos, carentes de principios y valores, los ojos de Martín Pollier  parecían turbios y ennegrecidos por la maldad. Sin saber cómo, sus labios, se había transformado en  una plástica sonrisa, en la que solo se reflejaba la ironía y el sarcasmo. A pesar de lo macizo de su cuerpo, el atributo de un cuerpo inanimado se acentuaba, cuando se detenía a observar esos ojos vacíos de profundidad incierta. ¿Pero, era razonable el perdón a las mujeres?  El tono bondadoso y pausado, que había tomado en esos acontecimientos, le llamaba poderosamente la atención. Seguramente se convertirán en acciones inútiles, pues, de acuerdo a su criterio, se debía gobernar sin atisbos de sentimientos. Continuó observando, a través del vidrio, a los muchachos. Apoyados en la baranda, continuaban conversando amenamente. Reconocía que la muchacha era muy bella, y de pronto le pareció, que todo el encanto que irradiaba la chica, permitía el contraste perfecto entre el extenso mar, y el jardín de flores que se desprendía de sus cabellos. Pollier dirigió la última mirada y se decidió a salir.
      Camila, desde distintos ángulos  había hecho gala de su sano candor, y de sus inocentes miradas. Antoine, embelesado no cesaba de sorprenderse de ella, con ella, para ella.
 -¿Por qué me lo preguntas Camila? Sabes que te amo.

-Lo preguntaba porque…, todo esto parece un sueño.
-¿Interrumpo? Manifestó, en ceremonioso ademán,  Martín Pollier.

Ella se volvió a él, sin soltar la mano de Antoine.  La mirada clara de Camila, fue descubriendo gradualmente el rostro de un alegre Pollier. Él intentó tomarla del brazo, acto que ella rechazó de inmediato.

-¡Disculpa, disculpa!  No quise importunarte

-¡No haga usted eso, don Martín Pollier! Tres semanas atrás deseaba usted mi muerte, y ahora pretende abrazarme. ¿Quién lo entiende a usted?

-Perdone Camila, es que, todo se aclara. Parece que hubiese sido ayer cuando, Anne-Laure desencadenó toda esta locura. 

- Por lo que veo Martín usted no ha cambiado nada. Es el mismo de siempre, con los mismos gestos de arrogancia y vanidad que le hemos conocido en el pueblo.
-Aunque usted no lo crea, he cambiado. Cambios imperceptibles, pero profundos. Tengo la absoluta necesidad de confirmar mi paternidad.

-¿Para qué Pollier, para qué? Si en el minuto menos esperado pulverizas sus sueños y todos tus propósitos. 
     Acerca de la pregunta que usted me hace,  no puedo confirmar ni descartar nada, por lo demás, era muy pequeña. Martín Pollier,  escuchaba atento y sin sobresaltos a la chica. Necesitaba pedirle, con mayor claridad, la  información que permitieran dilucidar sus dudas.

-Lo que recuerdo, por si le interesa, es un gorro de marinero que colgaba en una de las paredes de  mi casa, me pareció haber visto, en más de alguna ocasión, el escudo de los Pollier.  ¿Extraño, no? Tiene que revisar esa vida aserendeada que ha tenido, para comenzara a hacerse cargo de sus actos.

-¿Cómo? –preguntó Martín histérico y asombrado.

-¿Usted sostiene que he tenido una vida desordenada?
-No sé don Martín Pollier, nadie que tenga una vida organizada, le pierde el rastro a sus hijos.

  Martín, incomodo, enderezó ambos hombros, y pareció perderse en el intenso azul del mar. Las facciones mefistofélicas que le caracterizaban, poco a poco, fueron desapareciendo, después inclinó la cabeza un instante, pasó una de las manos por el pómulo, después en actitud militar replicó con fuerza.


-¡No se hable más! Por el modo en que razonas, no cabe duda alguna,  ¡eres una Pollier! 

Camila Angélica. Entrada 93


  
Entrada 93.

Antoine,  vestía una camisa blanca, el albo resplandeciente de la tela, capturaba el intenso brillo del sol. Los cabellos, en su cabeza, se movían levemente, a medida que los tocaba la invisible brisa del mar. Él solía ajustar sus negros pantalones con un grueso cinturón de cuero, de color negro, y que cerraba con una notoria hebilla de dos espadas cruzadas. Enrollado, alrededor de su cuello, llevaba un pañuelo del mismo color, y sobre su cabeza un sombrero tricornio con la figura pirata del alborean. En su rostro se denotaba una clara tonalidad, casi pulimentada de gris, le confería cierto aspecto de acero. Estaba tranquilo, observando el inalcanzable horizonte del mar.

    Probablemente, ese aspecto severo, lo había generado el impresionante relato que, minutos antes, escuchara de Martín Pollier. Al principio sintió un profundo pesar, luego estalló en un grito incontrolable. Los ojos buenos de tía Elena, se desarmaban ante su propia conciencia, y eso todavía no lograba asimilarlo. No bien se separaba del convincente relato de Pollier, él se  alejaba mentalmente, y se perdía en la vastedad de sus pensamientos.

    Los recuerdos de tía Elena no eran vagos, sino claros y recientes. Viraba su memoria por vericuetos olvidados, impenetrables. Recordó con alegría, un día de lluvia en el que se encontró con ella. Bastó, siendo muy pequeño, que tocara el vestido de tía Elena para que ella, lo mirara dos veces, para luego tomarle la mano y llevarlo a vivir a su  casa. Al final, terminó acomodándose en ese hogar de ancianos, que destacaban por su enorme corazón. Eso es por lo menos, lo que todos pensaban. 

¡Ah!..., pero ella se mostraba tan distinta ahora. No sabía qué pensar. Y no se cansaba de preguntar.

-Tía Elena. ¿Mamá de Anne-Laure? Insólito, -se respondía, aún crédulo. Pero, lo que más le llamó la atención, fue lo acontecido con esa niña que no alcanzó a ver la luz del día. Un pequeño  bergantín que navegó unos días en el líquido amniótico, sin embargo, no alcanzó a navegar en las impredecibles olas de la vida. Antoine, después de unos momentos,  siguió escudriñando la clara línea del horizonte.

     El viento silbaba entre sus orejas, todo parecía tan bello, el mar se veía más cristalino, era como si la verdad provocara el surgimiento de un mundo más puro y sincero. Una repentina brisa hizo su aparición en su rostro, se experimentó reconfortado, abrió sus ojos, anhelando confundirse en la frescura del mar. En ese trancen permaneció tranquilo, sobre todo cuando, sintió que la figura de Camila se acercaba a su lado. Camila vestía, como siempre, un vestido blanco, de una tela tan delgada que, al caminar, sus orillas se  levantaban en una ondulación rítmica  y seductora, y esas orillas  se iban mezclando con el suave contorneo de sus piernas. Antoine la miró contento, se sentía atraído, y permitió que se fuera acercando. En un primer momento sintió su mano, y no supo cómo, avanzando hacia ella, la buscó en sus labios.

-No olvidaré Camila, no olvidaré, tu cara tan hermosa. Se besaron largos minutos, siempre tomados de la mano, luego comenzaron a caminar y se perdieron en dirección de babor.

-¿Qué comentaban de tía Elena? Preguntó la chica con curiosidad.

-No comentaban nada, solo que, revelaron la esencia de su corazón.



Vicente Alexander Bastías