Entrada 96.
-¡Ay Dios mío!, se acerca “El aventurero intrépido” -agarrado, en lo alto de un mástil, con un gran vozarrón gritó Augusto.
-¡Ay Dios mío!, se acerca “El aventurero intrépido” -agarrado, en lo alto de un mástil, con un gran vozarrón gritó Augusto.
-Se
acercan capitán tres fragatas y una corbeta. Se puede ver, a la distancia, que están fuertemente artilladas...
-Si es “El
aventurero intrépido”, debemos tener cuidado. Es un navío de guerra de gran
porte y belleza. – Martín Pollier,
valiéndose de un refinado catalejo,
logró confirmar los detalles del barco. El enorme barco era llevado de un lugar
a otro por la turbulencia de las olas. Todos quienes estaban en cubierta,
miraron expectantes el avance irrefrenable del inmenso barco, al avanzar
rasgaba suave, la liquida superficie del
mar.
-Si es “El
aventurero intrépido”, han de saber que
posee una capacidad de fuego superior al nuestro. – comentó Maciel.
-Miren
ustedes, hasta el velamen se ve firme y fuerte
-Así es
capitán, es un barco de sólido armazón, -acotó tranquilo Pollier. Mientras los
imponentes navíos franceses se acercaban, todos en el alborean tomaban sus
puestos.
-Si el
alborean tuviese ciento dieciocho cañones, no tendríamos que preocuparnos de
nada.
-Tendré
tiempo para erizar al alborean de decenas de cañones. Tenemos, por ahora, una
sola plataforma artillera. –Agregó Martín siempre evaluando los posibles daños
que podría recibir el magnífico alborean.
-El
calibre francés de treinta y seis libras nos permite estar tranquilos.
¡Confirme marinero si están dispuestos en la cubierta y en el alcázar! –las
palabras de Maciel, fue lo último que se escuchó.
Luego,
nuevamente se rompió el silencio.
-Capitán,
se divisa la bandera de la école navale, -observó el coreano, mientras limpiaba
con una enorme cuchilla, una gruesa uña de color verde turquesa.
-¿Qué
hacen las fragatas de la armada en este lugar? –preguntó Martín Pollier.
-Si no es
algo oficial, es muy difícil que se aventuren por estas aguas.
-No es de
extrañarse señor, quien tiene el dominio de las rutas marítimas controla el
mundo.
A consecuencia de la postura del sol, el
alborean comenzó a proyectar una tenue sombra sobre las agitadas aguas del mar.
En ese mar, que por momentos se transformaba en tormentoso, dos lanchas de
avanzada comenzaron a despejarse de “La Santísima Trinidad” Se dirigieron
directamente al alborean, aceleraron la marcha cuando las velas fueron
impulsadas por un fuerte viento.
¡Vamos
marineros!..., a conquistar el océano, vamos por las limpias aguas del mar…
¡adelante, sin vacilar! -gritaba uno de
los tenientes de la armada que venía a
cargo del grupo. Apenas se allegaron al alborean, subió un hombre de contextura
gruesa, rostro colorado, de apariencia aristocrática, en consecuencia, de
refinados modales. Llevaba unos botines
cubierto de piel, abrochados mediante pequeños botones. Vestía un pantalón
bombacho hasta la media pierna, y una chaqueta corta azul marino, con tres
botones dorados. Alrededor del cuello un paño del mismo color, ribeteado con
varias filas de cordones.
-Después
subió a bordo el teniente, que estaba a cargo de la lancha. Martín Pollier y
los demás se miraron desconcertados.
-¿Qué le trae por acá señor? –pregunto con fingida
amabilidad Pollier.
-Estábamos
en Marruecos, en nuestro protectorado. –Respondió el joven teniente,
-Pero el
motivo de este sorpresivo arribo tiene un carácter distinto. –señaló luego de
pasear la mirada por el alborean.
-A penas nos enteramos de los sucesos que se
desarrollaban por estos lares, hemos venido con prisa, -ratificó
estentóreamente. Entonces, Martín Pollier dio dos pasos y se acercó a los
visitantes.
-Ustedes
dirán en qué somos útiles.
-Escuchamos
relatos sorprendentes. Nos han preocupado de sobremanera, -intervino el hombre
de rostro grueso y de piel rojiza.
-Usted
sabe que los rumores corren rápidos e invisibles, sobretodo, en la tranquilidad
de nuestras tertulias, en las que el
rumor se agiganta cada dos segundos. Supongo que usted es el famoso Martín
Pollier…, dueño de todas estas tierras.
-¡Así es
señor!…, perdone, no me ha dicho su
nombre.
-Soy
Anicet de Braumell, General del Mar.
-Mucho
gusto, es un agrado tenerlo a bordo de mi barco.
-Comprenderá
señor que el alejarnos de nuestra misión en Marruecos, tal como lo afirmó el
teniente, es por un motivo muy poderoso.
-Explicite
sus motivos, y junto a mis hombres le ayudaremos.
-No será
necesario señor Pollier, el motivo es oficial, y por lo demás, muy sencillo,
tenemos llevarlo a juicio por todos los crímenes que ha cometido. –Respondió
pausadamente el General. Pues bien, -agregó sin más preámbulos - ha
llegado el momento de partir.
Marín Pollier retrocedió tres pasos
sobre la misma cubierta, rozó con la mano, el áspero y oxidado fierro de la
baranda, después se afirmó intentando poner término a esos pasos acelerados.
Unos poderosos chorros de agua surgieron
muy cerca, varias ballenas navegando invisibles se acercaban al lugar, Pollier
se distrajo unos segundos, mientras los hombres lo observaban esperando alguna
orden.
.- ¡Vamos
señor, no se resista! El General del Mar
manifestaba esto cuando en dirección a la
proa el barco topó con un elemento grueso y resistente, se escuchó un
estruendoso ruido, y los marineros tambalearon sobre cubierta. Algunos no
alcanzaron a afirmarse y rodaron por el suelo, otros cayeron y se hundieron
entre tablas sueltas, que al moverse formaron un orificio. Se había generado
una atmósfera extraña. Por un lado, el General que mandataba a Pollier, y por
el otro, los enormes cetáceos que también parecían pedir cuentas al millonario
de los mares. De todos modos, los únicos que no estaban preocupados por la
arremetida de las ballenas eran justamente los hombres de “El aventurero
intrépido”. El alborean había resistido de manera fantástica.
Posteriormente la quilla del barco pareció
rozar una roca, después de eso el alborean se estabilizó y comenzó a flotar con
normalidad sobre las olas. Martín
Pollier pasó la mano sobre la frente, secó el sudor que corría suave por la
amplia frente, secó algunas gotas de sudor. Él estaba tranquilo, a pesar de que, había algo en el todo que no le calzaba…, no sabía qué. Se aproximó al General del Mar, estaba
suspendido entre la realidad y los recuerdos que traía a su memoria con agrado.
Rememoró a Juliet, y esa fascinante
dedicación para construir barcos en miniatura. Siempre le habían gustado,
consiguió trepar por otros lugares y otros recuerdos, y después de rebobinar
todo constató, con más conciencia, la real dimensión de su fatalidad, más a pesar
de esto, aquellos recuerdos le llenaron de felicidad. De pronto escuchó que
alguien le hablaba.
-A ese
respecto señor Pollier, le puedo aseverar que la justicia francesa es la mejor
del mundo, eso se puede certificar, no así sus resultados. El General atronó los oídos de
los presentes con un vozarrón de mando. El teniente, y otro marinero, con mano
firme, tomaron a Martín por los brazos. Lo hicieron descender a la lancha, no
bien se habían sentado en las tablas, se acomodaron, hasta que, en un segundo, la lancha emprendió
la búsqueda de “El Aventurero intrépido”. A medida que se alejaban, la figura
de Pollier se hacía cada vez más pequeña. El, como siempre iba con sus hombros
muy rectos, se veía sólido, digno, y en
ningún momento, volteó el rostro para despedirse de sus hombres.
Todos los marineros del alborean se quedaron
como guardias en la cubierta, al rato se miraron, sin hablar, sumergidos en el
más intenso de los silencios.
Hasta que
el coreano decidió meter la lengua en el vacío.
-¡Eh, muchachos!
Qué ha pasado. Es evidente que algo extraño nos sucedió.
-¡Naturalmente
coreano!, -replicó enfático Augusto, luego adicionó.
-“El
aventurero intrépido”, famoso barco de
la armada francesa, dejó de existir hace más de cien años.
-¿Y cómo nadie
dijo nada? –preguntó alterado Antoine.
-Intenté
advertir, pero no logré articular palabras, -barbotó Camila, algo embotó mis sentidos.
-¿Y qué
pasó con Martín? ¿Acaso no se percató? –insistió Camila.
-¡Probablemente
no! Pollier es muy buen comerciante, pero muy mal historiador.
-¿Qué
sucederá con él? –preguntó uno de los más fieles marineros.
-No lo
sabemos, nadie lo puede saber. –Respondió el capitán Maciel.
-Estas
islas siempre nos sorprenden, es una zona en la que se entrecruzan las
dimensiones.-Acotó Antoine, sin mayor convencimiento.
-¿El
aventurero intrépido, no fue el barco que hundió al León de Hierro? Desde un
rincón preguntó una voz masculina.
Vicente Alexander Bastías