Cartas a Verónica X
Verónica,
esta tarde, de tibieza y calor inusual espero paciente que las palabras me
vengan a visitar. Un brillo, un destello, o quizá, el baile de algunas sílabas
que deseen suspirar. Pretender, sentado frente al mar, que mil palabras te
quieran besar. Tal vez, una -A- que te quiera amar, o, bien, alguna -r- que te
quiera recordar. Escucho el lejano ritmo de infinitas olas que me quieren
abrazar, así, con la misma suavidad con la que yo te solía contener. Espero
esta tarde, mirando el ancho mar, que el incesante oleaje pueda al fin, tu
nombre pronunciar. Las pequeñas partículas de brisa refrescan mis manos, y
también humedece estas palabras que se ordenan para suspirar.
Qué
apasionadas las olas, toda vez que, tu nombre parece pronunciar. Avanzan y se
retiran, en movimientos incesantes, con su enorme mano busca tu bello rostro
acariciar. ¡El mar, el mar, el mar!, anhela en tus labios tímidamente navegar,
ansía tus lágrimas tocar, pretende en tu exquisito mar zozobrar.
Espero,
tocado por el viento del mar, que tu mirada dulce me pueda visitar. Que te
devuelvas hacia mí, para apretar tus manos, dejarlas entre la más mías, y
nuevamente, volver a soñar.
Las olas
pasean largo rato por mis pies desnudos, se acercan, se retiran, y en cada una
de sus blancas estelas se escribe, este juramento infinitas promesas. Profundas
promesas que mandatan amarte para siempre, promesa de recordar siempre tu
respirar tan cerca de mi boca, promesa de no olvidar, aunque, muchas veces lo
quisiera.
Permanecer
eternamente, uno al lado del otro, aunque fuese un simple sueño, o quizá, un liviano
y persistente anhelo. Escuchar tu voz, sobre la voz del viento, mirar tus ojos
sobre las luces del cielo. Callar a Dios, y permanecer en sus secretos, dirigir
sus palabras hacia tus ojos tan serenos, agradecer tu creación como el regalo
más perfecto.
Espero,
sentado en la arena, que mis palabras puedan despertar, ellas dormitan y
parecen soñar, sueñan con tu belleza que refleja el mar. Despertarles con la
voz de tu nombre, decidles que la primavera junto a ti, otra vez se acerca, que
el mar se agita y observa, cómo las palabras en mis manos se arman…, y sin
esperarlo, hacia ti vuelan.
Mis palabras
que se construyen para insinuar tu nombre, tu nombre que es fuego en mi alma,
que es recuerdo en mi pena, que es deliro en la espera, que es intenso fuego en
mi poema.
¡Verónica!,
mis palabras esperan…, que tú algún día me quieras. Debajo de una sombra
fresca, apoyándote en mi hombro, algún día, dejaré al descubierto, la
profundidad de este poema. Lograré abrazarte, murmurando a tu oído, que eres mi
única reina. ¡Qué importan las olas, qué importa el mar! Si mis palabras
finalmente te pueden amar. Si mi verbo te pueda acariciar, si las sílabas te
pueden idolatrar, si alguna conjunción te puede tocar.
¡Verónica!, el mar, el mar, el mar, se agita
se agita, parece bailar. Tal como a la vida, ella, te quiere abrazar. Desea, tu
aroma preservar. Tu rostro, delicada rosa, intenta conservar; en sus manos de
agua, en oleajes que cantan sin cesar, pronuncia tu nombre…, y se deja besar.
¡El mar, el mar, el mar!, tu bello nombre quiere pronunciar.
Vicente
Alexander Bastías