Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

lunes, 24 de junio de 2019

Cartas a Verónica X





Cartas a Verónica X

Verónica, esta tarde, de tibieza y calor inusual espero paciente que las palabras me vengan a visitar. Un brillo, un destello, o quizá, el baile de algunas sílabas que deseen suspirar. Pretender, sentado frente al mar, que mil palabras te quieran besar. Tal vez, una -A- que te quiera amar, o, bien, alguna -r- que te quiera recordar. Escucho el lejano ritmo de infinitas olas que me quieren abrazar, así, con la misma suavidad con la que yo te solía contener. Espero esta tarde, mirando el ancho mar, que el incesante oleaje pueda al fin, tu nombre pronunciar. Las pequeñas partículas de brisa refrescan mis manos, y también humedece estas palabras que se ordenan para suspirar.

Qué apasionadas las olas, toda vez que, tu nombre parece pronunciar. Avanzan y se retiran, en movimientos incesantes, con su enorme mano busca tu bello rostro acariciar. ¡El mar, el mar, el mar!, anhela en tus labios tímidamente navegar, ansía tus lágrimas tocar, pretende en tu exquisito mar zozobrar.
Espero, tocado por el viento del mar, que tu mirada dulce me pueda visitar. Que te devuelvas hacia mí, para apretar tus manos, dejarlas entre la más mías, y nuevamente, volver a soñar.
Las olas pasean largo rato por mis pies desnudos, se acercan, se retiran, y en cada una de sus blancas estelas se escribe, este juramento infinitas promesas. Profundas promesas que mandatan amarte para siempre, promesa de recordar siempre tu respirar tan cerca de mi boca, promesa de no olvidar, aunque, muchas veces lo quisiera.
Permanecer eternamente, uno al lado del otro, aunque fuese un simple sueño, o quizá, un liviano y persistente anhelo. Escuchar tu voz, sobre la voz del viento, mirar tus ojos sobre las luces del cielo. Callar a Dios, y permanecer en sus secretos, dirigir sus palabras hacia tus ojos tan serenos, agradecer tu creación como el regalo más perfecto.

Espero, sentado en la arena, que mis palabras puedan despertar, ellas dormitan y parecen soñar, sueñan con tu belleza que refleja el mar. Despertarles con la voz de tu nombre, decidles que la primavera junto a ti, otra vez se acerca, que el mar se agita y observa, cómo las palabras en mis manos se arman…, y sin esperarlo, hacia ti vuelan.
Mis palabras que se construyen para insinuar tu nombre, tu nombre que es fuego en mi alma, que es recuerdo en mi pena, que es deliro en la espera, que es intenso fuego en mi poema.

¡Verónica!, mis palabras esperan…, que tú algún día me quieras. Debajo de una sombra fresca, apoyándote en mi hombro, algún día, dejaré al descubierto, la profundidad de este poema. Lograré abrazarte, murmurando a tu oído, que eres mi única reina. ¡Qué importan las olas, qué importa el mar! Si mis palabras finalmente te pueden amar. Si mi verbo te pueda acariciar, si las sílabas te pueden idolatrar, si alguna conjunción te puede tocar.
 ¡Verónica!, el mar, el mar, el mar, se agita se agita, parece bailar. Tal como a la vida, ella, te quiere abrazar. Desea, tu aroma preservar. Tu rostro, delicada rosa, intenta conservar; en sus manos de agua, en oleajes que cantan sin cesar, pronuncia tu nombre…, y se deja besar. ¡El mar, el mar, el mar!, tu bello nombre quiere pronunciar.

Vicente Alexander Bastías

lunes, 17 de junio de 2019

Cartas a Verónica IX



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Cartas a Verónica IX

La fresca brisa tocaba incesantemente su rostro. Su pelo, mecido tímidamente por el viento, de vez en cuando cubría su frente.  Debajo de ella, a la altura de sus pies, una flor se erguía hacia ella suplicando su atención. Estaba ella mirando el horizonte, pensativa, en una actitud que parecía angelical. Tan pronto me divisó, abrió sus brazos, y echó a correr por la ribera del río, en busca de mis propios brazos, de mi pecho y de mi cintura. No se detuvo, más bien, yo fui quien se paró frente a ella. Recogí en mi corazón la bella luz de su mirada, y casi sollozando de alegría, la abracé con la fuerza de mi espíritu.

Sentí, en algún momento, la suave fricción de su rostro en mi mejilla. La abracé un poco más, acercándola firmemente a mi robusto y firme pecho. Un segundo entre mis brazos, que pareció una eternidad, y se escapaban por la vertiente del espacio, aquellos minutos trasuntos de dicha y algarabía. Huían dando pequeños pasos entre tus labios y los míos, dejando suaves estelas de pasión y de luz. No lograba desprenderme de su cuerpo, tan cerca del mío. Me resultaba imposible alejarla de mí.  Exclamaba una y otra vez, susurrando en la suavidad de sus oídos que la amaría por siempre.

Un magnolio en flor nos observaba, mezclado con otras hierbas, se dejaba tocar por aquella brisa que refrescaba nuestras frentes sudorosas. Todo aquello surgía como una gran visión celestial, en la que tu y yo, nos jurábamos amor eterno. De pronto tus labios, de pronto tu voz, rozaba mis oídos, y me quedaba tranquilo, en silencio, con los ojos cerrados, anhelando que todo eso nunca se terminara. Te miraba, tú sonrías. Intentaba apagar la llama que surgía de tus pupilas, en movimientos cadenciosos me llevaban a tu calor. Verónica, -lograba exclamar, -Verónica tú vives en mi corazón. Qué haré para olvidarte, si te vas de manera definitiva. Cómo haré para vivir sin tu gracia y tu encanto. Exclamaba, y al cabo de un rato, me percataba de que aún estabas junto a mí. Apretaba tus dedos entre mis manos, ansioso y expectante escuchaba tu delicado respirar. Permanecías entre mis brazos, que te sujetaban firme, mis ojos fijos en los tuyos esperaban de ti alguna clemencia.

Absorto, y, completamente perdido, rebosando de tus sensaciones me dejaba acariciar. Tus dos manos en mi espalda me acercaban cada vez más a ti. Y tu corporalidad, en toda su extensión, invadía cada partícula de mi cuerpo. - ¡Verónica!, -disipa de mis pensamientos las añoranzas que generas en mi mente; desparrama tu atractivo en mi alma; regala tu fin sonrisa al jardín de magnolias; toca con tu mano mi pecho agitado y permite, a través de tus besos, que respire pausado, tranquilo, y cuando vuelva a la realidad, a tu realidad, habré comprendido que el inabarcable infinito se despierta en el prodigio de tus ojos.

Tu dulce nombre es el que amo. Tú misma eres el bello milagro que se ha creado para embellecer el jardín, que recibe nuestros pies descalzos. Eres mi vida, aquella vida que amo. Cada amanecer, yo beso tus labios, y espero oír tus palabras que me abrazan, aquellas palabras que escucho antes de que tus ojos se llenen de amor y esperanzas. Verónica, ¡mírame! es mi alma la que te llama.

domingo, 16 de junio de 2019

Cartas a Verónica VIII



Cartas a Verónica VIII

   Sus ojos se encendieron una vez que tomé su mano, después acudía ella a refugiarse temerosa en mi pecho. Ahí permanecía por largos minutos, esperando que mi mano, al acariciar sus cabellos, la tranquilizara por algunos segundos. Había permanecido tanto tiempo en mi alma que quizá, o sin pretenderlo, deseaba que se plegara férrea a mi piel. Después, mis manos tranquilas, generalmente limpias y elásticas, recorrían su rostro sucinto de bondad y ternura.

Instalado junto a ella, abrazándola con ternura y pasión, instalado en ese punto de la realidad, me iba introduciendo en los recovecos de su interioridad.
Me daba temor separarla un solo segundo, pensaba que, se desvanecería, que se podría evaporar frente a mis ojos crédulos. Separarla de mi cuerpo para ver cómo se desmoronaba en las ondas invisibles de la realidad, o tal vez, con el temor de perderme en la cristalina corporalidad de sus lágrimas. Estando tan cerca de ella, me extraviaba en sus pupilas.

Tuve que cerrar los ojos, creyendo que, en ese acto, se solidificaba la eternidad. Eternidad tan desmontada, repetidamente desarticulada, principalmente anhelada, difícilmente asumida.
Tantas riquezas, tantas caricias que atesoro en mis manos, tantos besos encubiertos, tantas sonrisas que aún viven en mi recuerdo.
Estando tan cerca de ella, en ocasiones, nos fusionábamos en el todo. Mientras la abrazaba, mis manos inseguras comenzaban a pasear por su cuerpo, mi mente paseaba por su espíritu, y ambos, nos desplegábamos como uno solo en el cosmos. Sentía su corazón palpitar tan cerca del mío. Sentía, a la vez, la humedad de su piel adhiriéndose a la textura de mis dedos. Mientras, mientras mis labios recorrían la suave consistencia de sus mejillas. En cada contacto con su boca, la misma eternidad nos conducía a las extremas novedades de su boca.

Así lo hice. Ella, aferrada cada vez más a mi cuerpo, realizaba el mágico viaje a mi corazón. Me percaté que estando a mi lado…, experimentándola…, la eternidad se metería a nuestra cama.

La noche estaba fresca, me comprendí más tranquilo, la sujeté una vez más…, ya podía respirar. Sonreímos, el tiempo pasó a nuestro lado…, nos quiso saludar, luego se escurrió entre los árboles…, y desapareció.
Estábamos felices, ardíamos en deseos. Caminamos horas enteras, avanzamos sin un norte claro. Estaba a mi lado, estaba también la noche que avanzaba acelerada. Sus estrellas, desde muy lejos, iluminaban nuestro camino. La luna, muy cerca de nosotros era una perla colgando en su pecho. 

Vicente Alexander Bastías