Atlantis Neo-06

Un joven astronouta aterriza de forma sorpresiva en el patio de un colegio.

Camilo también es un ángel

Camilo, que ha nacido de una relación incestuosa intenta desesperadamente sobrevivir.

Una Teoría de tu belleza

Las Aventuras, desesperanzas, y afanes de una familia en Cosquin .

Cartas a Verónica

Verónica,cada vez, que puedo recordarte, al encontrarme con tu mirada, me voy retirando de ella, con la pasión de entonces.

Los sueños de Konie

Los sueños de una joven de secundaria que intenta superar sus sombras del pasado,y se proyecta como una mujer libre,espontánea, natural.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Entrada 127. Camilo también es un ángel.


Entrada 127
 
Si esas imágenes del pasado reflotaran desde la memoria, de una nebulosa contradictoria. En qué momentos se llega a pensar que todo lo que hemos vivido ha sido correcto. Llegamos a pensar que la inocencia de la niñez fluía en nosotros de una forma incondicional, (y pensamos), en qué instante la realidad nos señaló lo equivocado que estábamos. Ahora quedan como famélicas imágenes del pasado lo que hemos vivido, sin la posibilidad de resarcir, de rearmar, de reconstruir, lo que está dado. Y vamos hurgando en la conciencia, buscando las pequeñas presencias que iluminaron tan felizmente nuestras vidas, y nos quedamos en eso, hasta que el tiempo nos consume de manera inexorable. No soñábamos, vivíamos, y todo eso era tan real, por eso quizá un sueño, una vida, se desvanecen en el brillo de miradas agotadas. Y es probable, que en algún punto de estos pensamientos se deslizara Anne-Laure para comprender que la vida, aunque nos digan lo contrario, no existen una segunda oportunidad. Ella, al recordar se quedaba pensando, y en efecto, concluía que la verdad que la acompañaba era más maciza que la plata. Estaba tranquila, ese momento estaba impregnado de desabridas realidades.

A través de la ventana observó la extraña forma que tomaban los árboles en la mañana, parecían tristes, al igual que ella; los gorriones gorjobeaban sin dejarse ver; y la neblina misteriosa de ese momento, parecía husmear en su conciencia. Anne-Laure, sin hacer mayores movimientos, contempló cómo esos árboles y sus ramas se agitaban imperceptiblemente, y al mirar en todas direcciones, parecían decirle adiós.

Con suaves ademanes, iba arreglando sus cosas, sin apuros, y casi sin ánimos. Pensaba partir, y dejar todo ese mundo atrás. No lo necesitaba, en términos más precisos, desde hace mucho tiempo su mente y su espíritu viajaban por otro lugar. Por eso quizá, necesitaba realizar el acto material de arregla sus cosas, y confirmar lo que sus pensamientos le señalaba, ella se había ido a lugares inexplorados, se había trasladado a paisajes y, sobre todo, a los pasajes de una mente que ya no era incondicional, y que pupulaba por realidades inexistentes. Con austeridad y con ritos sacramentales, preparaba una maleta, en ella guardaba el pasado al que no podría renunciar.

Ella, aún conservaba esa extraordinaria belleza que capturaba todas las miradas, belleza de cabellos claros, de piel blanca y formas deliciosamente delineadas; y unos ojos, que al igual que los panales, concentraba la esencia de su miel; de una claridad indescriptible que provocaba sutil, es deleites, profundos desasosiegos, infinitos placeres. Anne-Laure, y el amor, en su tiempo había sido una realidad copulativa.

-¿Cómo es eso?, -preguntó con una voz minada por el cansancio.

-¡Hija! Tienes que venir conmigo. No te quedarás en este pueblo.

-¡Sí, claro, mamá! Iré contigo. -Se respondía así misma, mientras imaginaba ver a su pequeña hija sentada al borde de la cama. 

   La luz de una pequeña lámpara fijada en el velador, luchaba por no extinguirse, y la triste sombra que proyectaba en la pared, transformaba esa escena en algo mucho más patético. Anne-Laure estaba absorta, contemplando gustosa la sana y expresiva cara de su hija.

-Nos iremos al mar mi pequeña. El mar nos espera. ¿Nuestra residencia?, sí mi amor esa será nuestras residencia. ¡Hija!, acomódese el vestido, -dijo con beneplácito, luego tomó a la niña del brazo, y creyendo verla, imaginó que la acompañaba. Afuera abrió una desarmada verja, que colgaba de dos pernos oxidados. A pocos metros se escuchaba el mar, se encaminó a la playa. Después de caminar unos pasos, hizo una pausa y manifestó en voz baja.

-¡Caminemos hija, caminemos! Muy pronto sus pies rozaron la ondulación discontinua de las olas, y comenzó a caminar. Avanzaba tranquila, el fugaz resplandor de una ola iluminada por la luna, le advirtió que el agua le llegaba a la altura de la cintura, no obstante aquello, continuó caminando, cada vez con más dificultad. En medio del mar, una fosa a sus pies, la hundió completamente, trató de salir a flote, pero otra ola, la hundió por segunda vez. En la inmensidad de la noche se escuchó un leve quejido, después el cuerpo fue tomado por la fuerza de las corrientes de agua, y lo llevó mar a dentro. En la absoluta soledad del mar, sólo se escuchó una última voz:

-¡Mamá!

Vicente Alexander Bastías.


-Señor Pollier. ¿Alguna vez se arrepentirá tía Elena?
-¡De qué me está hablando Don Heriberto! El diablo nunca se arrepiente.

domingo, 28 de mayo de 2017

Entrada 126. Camilo también es un ángel


Entrada 126
 
-¿Paseando?

-¡Don Heriberto!,  qué gusto verlo ¿Cómo está usted?

-¡Bien, muy bien señor Juliet!

-¿Qué les trajo  a este lugar? -alcanzó a preguntar el otrora administrador del pueblo. Estaba más delgado, denotaba su rostro extremo cansancio, a pesar de que aún conservaba cierto vigor para desplazarse y caminar, no obstante aquello, demostraba que el nivel de energía que externalizaba antes,  había disminuido considerablemente. Incluso sus ojos todavía  refulgían con intensidad, y a lo lejos parecía que atesoraba el brillo de un diamante. Algunos sostenían que era el contacto con los libros que daban a ese mirar un sesgo de  cierta pureza madura. Sin lugar  a la duda, el filósofo del pueblo, ya no era el mismo, y en muchos aspectos había cambiado, el esmeril de la vida había realizado su trabajo natural, y como a todas las cosas, había originado el desgaste paulatino y silencioso. Pero él lo asumía con tranquilidad, porque el trepidar  discreto que consume la vida, tocaba a todos.

   Don Heriberto quedó con  la mirada fija en el rostro de Dominique, y de inmediato recordó, a esa pequeña corriendo por los largos pasillos de la mansión, jugando desaprensiva, con su largo pelo dorado colgando entre sus hombros. Entre ese instante y aquel había pasado tan escaso tiempo que le parecía nada. Ella alzaba sus dedos y él  los recogía entre sus manos, ella levantaba los brazos y él la tomaba en sus brazos. Después caminaban y buscaban en alguna de las recamaras a Martín Pollier, que al verla se alegraba, y tan pronto de diluía esa felicidad, le amonestaba cariñosamente por interrumpir en sus horas de trabajo. A pesar de todo, no era posible amar más a esa niña bella y traviesa. Pero en poco tiempo tanto había cambiado que don Heriberto llegaba a desconocerla. El hombre se acercó a Dominique, la atrajo hacía sí y tomó su cabeza, besó su frente..., y le dijo casi bisbiseando:
 -Eras...eras tan bella. Luego dirigió la cabeza, buscando la mirada de Juliet que lo observaba con atención. El joven permanecía callado con una de sus manos en la cintura a la usanza de los hacendados, después manifestó en voz baja.

-Le profesamos un gran afecto Heriberto, siempre agradeceremos el apoyo que nos brinda.  Don Heriberto volvió a examinarlos con  más detención, se arrimó a una roca, una vez que la limpio, se sentó tranquilamente. Buscaba una oportunidad para hablar, no sabía si era el  momento preciso. Miraba a la nada. Allí estaba, esperando que el dolor del brazo se le quitara; con los dos jóvenes expectantes a las palabras del hombre que se negaban a salir.

-Las palabras Juliet contienen una vida para armar, arman vida y construyen mundos nuevos.

-Sí, claro. -Contestó Juliet, sin prestar mayor importancia a esa sentencia.

-Si no fuese por las palabras, ni usted, ni yo estaríamos con vida. Es la palabra la que nos permite respirar. La palabra, el logos de los griegos. La virtud nos permite caminar y tener coraje para enfrentar la vida. Salvo que, Dominique y Juliet, la palabra ha creado en ustedes la muerte, la han sembrado porque la han declarado.
O, si no, díganme, qué sucedió con esos infantes que han muerto en sus manos. Ustedes dieron una vida que sabían perfectamente que se transformaría en polvo. Si son hermanos, ¡lógico! ¿Cómo no pensar que es una aberración? ¿Dónde quedó en ustedes el buen juicio, el buen criterio? Saben que no hay nada que tape un pequeño trozo de nesga, todo queda al descubierto. Juliet hallábase absorto, sin lograr comprender el alcance que imprimía don Heriberto a sus palabras. No deseaba cuestionar ni interrumpir, simplemente deseaba que el rollo de palabras que todavía guardaba el hombre saliera de una vez por todas. Juliet y Dominique estaban quietos, escuchaban sin comprender. Don Heriberto empezó de nuevo, se alejaba a intervalos de la realidad para recuperar las palabras precisas. Volvió a mirar a los muchachos, suspiró y sus palabras apacibles cobraron animosidad.

-¡Juliet, Dominique! –Reiteró,- Su padre les envía sus saludos.

-¿Por qué? Qué sabes de Pollier -indagó Dominique confirmando sus temores.

-Mucho, sé mucho de Martín; un buen hombre. Él les envía estos saludos.

-¿Acaso le has visto? ¿Has hablado con él?

-Así es, desde un comienzo. Una vez que comenzamos a descubrir los muertos que iban dejando tras sus pisadas.

-¡Eres un traidor Heriberto, debería matarte! Explica, qué significa todo esto. Don Heriberto se levantó con cautela, y de inmediato aparecieron a sus espaldas dos hombres con escopeta. Examinaron con acuciosidad el lugar y  fijaron su atención en los dos jóvenes. Pertenecían a la tripulación del alborean, ellos permanecieron en silencio detrás de don Heriberto.

-Qué significa esto, -preguntó atónito Juliet.

-Son los saludos que les envía Martín Pollier. -respondió el administrador.

-Porque resultaba imperioso encontrar una forma de descubrir lo que había pasado con esos ángeles, y concluimos que no era posible que esa historia se prolongara.

-Estás confundido Heriberto, esto se puede solucionar,-manifestó con extrema inquietud Dominique.

-No existe manera de llegar a acuerdos, Martín Pollier ya tomó su decisión. Ustedes deben morir.

-¡No!,-objeto descontrolada la muchacha, luego arguyó.

-¡Te daremos todo, todo lo que tenemos! -Insistió con pasión un confundido Juliet.

-Juliet, Dominique, entendámonos. Por esos dos pequeños que han muerto, que al darles a la luz ustedes condenaron a la oscuridad, y que han permanecido como espíritus durante tanto tiempo en este lugar. Es tiempo, es tiempo de que ellos descansen en paz. Porque no era sólo Camilo, sino también Antoine quienes desean descansar en paz

-¿Qué? ¿Por qué Antoine, si lo vemos todos los días?

-¿Por qué Antoine? Porque Antoine es el primer hijo que se les murió. ¿Cuánto vivió Antoine? ¡Sí, sí!, creo que siete días, y Camilo? Solo unos meses más. Fue el espíritu de Antoine el que develó la suciedad de sus almas. Y ese chico que veíamos apesumbrado, solitario y triste, algo nos comunicaba con su silencios y con sus gestos. Por el contrario, Anne-Laure tendrá que convivir con la idea de que en este preciso momento podría haber estado disfrutando de un hijo, pero esa es otra historia, que ella junto a tía Elena tienen que resolver. Don Heriberto, mirando sus zapatos rotos, con súbita inquina respondió al ofrecimiento de Dominique.

-No existe dinero muchacha, ni lealtades ajenas que me separen de Martín Pollier, gané tu confianza, permanecí al lado de ustedes, todo porque Pollier lo ordenó.

-Qué pasó entonces con Isabelle? -Alcanzó a preguntar asustada Dominique.

-Ella, está tumbada al interior de un barco con destino a algún país de áfrica, allí deberá permanecer, por haber urdido este complot contra Martín, o quizá esté chapoteando en las gélidas aguas del ártico. Yo, en cambio, sólo me presté para esto.

-¿Y tía Elena?

-Ella está en  su casa, es decir, enclaustrada en su habitación. No ha salido de allí por meses. Esperamos con esto que la tranquilidad llegué a este pueblo atormentado por espíritus de ángeles que pudieron haber vivido. ¿Y cómo es que ella aceptó también todo esto? Por qué permaneció en silencio, sabía que nada de esto estaba bien.

 Una ráfaga de viento, levantó algunas hojas amarillas y secas, y se las llevó mar adentro. Se escuchaba el sonido del mar, y el vaivén incesante de los buques. Comenzaba a aparecer la neblina, y sus sombras livianas se acercaban a ras de suelo y sobre la cabeza de los hombres, después de unos breves segundos sólo se alcanzaban a divisar las luces de algunos barcos. La tupida neblina enfrió los cuerpos; el cielo a medida que esta avanzaba disminuía su brillo. El rumor del agua rompía y golpeaba en alguna quilla. Don Heriberto, al ver la desfigurada forma de uno de los buques recordó que a Juliet siempre la había encantado armar barcos, y los hacía a la perfección. No había nada más que agregar, y antes de retirarse ordenó a los marineros.

-¡Ejecútenlos! Después del disparo de las escopetas, los cuerpos pesados se desmoronaron en la arena, luego en silencio, nada más, ni el ruido del mar, ni un grito de gaviota, sólo el silencio espeluznante de la neblina.



Vicente Alexander Bastías

Entrada 125. Camilo también es un ángel

Entrada 125 

-Dominique, no debes preocuparte. Hemos pagado el silencio de quienes nos rodean.
¡Vamos!, dedícate por ahora a caminar, tienes que tomar firme mi brazo. Arriba ese ánimo hermana.

-Me preocupan muchas cosas querido Juliet. Es cierto, don Heriberto nos  salvó, ese brebaje natural regresó a nuestros cuerpos el movimiento, pero conozco a mi padre..., puedo esperar cualquier cosa de él. Juliet no respondió, y más bien, se quedó observando el jaspeado color de las rocas, en ellas había crecido abundante musgo, se extendía suave abrazando irregulares accidentes de la enorme piedra. Sus pensamientos quedaron suspendidos, declinando lentamente a una zona oscura, y en la que permaneció, frente a sus peores temores.
Sacudió la cabeza por un instante tratando de deshacerse de esa zona que se presentaba ante él como un fragmento incierto e inestable. Y comenzó a caminar más lento, con movimientos livianos, buscando los planos de la tierra, extendiendo sus sensaciones más allá de sus pies. Envuelto en sus pensamientos como si estos fuesen un globo que le transportasen, liviano, flotando..., soñando. De repente, dentro de sus erráticas divagaciones, alcanzó a visualizar el blanco rostro de Dominique, y se preguntó cómo, cuándo y por qué había caído en esa extraña relación.
Con afán desmesurado  buscaba la respuesta precisa, pero en cada uno de sus intentos estas escapaban fugaces, sin permitir siquiera que una voz respondiera a sus interrogantes. ¿Cuándo fue? No lo sabía. ¿Cómo sucedió? Tampoco había respuesta, y luego se quedaba su pensamiento encendido como luces de navidad, esperando que una corriente de lógica le contestara a esa inquietante realidad que le atormentaba continuamente. Porque, porque de verdad que Juliet, no estaba conforme, y había asumido la actitud displicente de quien se niega a cuestionar el motivo de sus acciones. Pero, a decir verdad, una sola cosa tenía por cierta, y era que, se había acostumbrado a la magia y a la sensualidad de Dominique. Ella lo atrapaba, y cada vez que deseaba partir, ella le recordaba la promesa que le hiciera un par de años atrás, y él se quedaba suspendido, como en ese instante, buscando otras formas, otras soluciones, otras maneras distintas de escapar..., debía confesar al final de todo, o que nunca lo lograba. Ahora gravitaba en esa enrarecida atmósfera de la que se  consideraba un huésped atrapado. El tono rojizo y verde de unas banderolas le trajeron de vuelta a la realidad,  a su lado Dominique le repetía con insistencia:

-Contéstame Juliet, contéstame. -Juliet, se detuvo sorprendido, escapando cauteloso de la atmósfera de sus pensamientos. Escuchó unos silbatos de buques que llegaban con estridentes sonidos, repartiéndolos a lo ancho del mar. Se detuvo, y esperó sonriendo a la chica, en instantes ella tomó su mano e insistió.

-Martín es arrebatado, en cualquier momento vuelca su rabia contra nosotros. Sabemos de qué es capaz, -advirtió ella preocupada. Ella hizo una pausa, luego continuó.

-Tenemos que marcharnos, es preciso hacerlo. Puede ser esta una oportunidad, Martín no nos va a perdonar. Tiene motivos suficientes, y si no los tuviese, los inventaría. Es un viejo astuto e inteligente.

-No te sigas atormentando Dominique, es preciso razonar. Me pregunto si sus leales marineros aún les interesa el oro que esconde Pollier, quizá por ahí tenemos alguna solución, -contestó Juliet, haciendo un ademán, para deshacerse del encanto que le provocaba mirar el verde tenue del húmedo musgo. Después continuaron caminando en silencio.

-Sí, claro, algo de eso escuché -respondió Dominique suspendida brevemente en su descubrimiento. Sin poder contenerse ratificó.

-Sí, eso es lo que escuché. Luego cogió a Juliet por el brazo y más tranquila preguntó.

-¿Qué llamaba tu atención querido?