jueves, 9 de marzo de 2017

Camilo, también es un ángel, entrada 115.



Entrada 115.
 
A menudo tía Elena se colocaba de pie frente a la enorme ventana. Desde ahí observaba cómo un viento pasible levantaba con delicadeza la orilla de las cortinas. Con las manos en la cintura esperaba recuperar las energías perdidas. En ocasiones también el viento llegaba a tocar su rostro, e imaginaba, que en cada soplo de este, llegaba la blanca mano de tío Farfán para acariciarla. Ella sujetaba esas manos con las suyas y ejercía suave presión  sobre su cara. Miraba destinos invisibles, en los que se perdía en sentido del tiempo y de los recuerdos. En esas miradas extraviadas intentaba comprender el porqué de su agujereada historia, y suspiraba con apremio al pensar que le faltaba el aire. Entonces, se llenaba su pecho de fragmentadas ilusiones, y experimentaba que la vida la tomaba de nuevo. Un atardecer bastaba para recordar a su Farfán querido, cuántos atardeceres tendrían que transcurrir para desvanecerse junto al amor de su vida. Se arrojaba al paso de los recuerdos, intentando recrear los extensos caminos recorridos. Ni el polvo, ni el sol, ni las casas de pálidas pinceladas, lograban instalar en ella, la idea de conformidad. Porque, lo que había hecho con Anne-Laure, deshacía todo lo hermoso que pudo existir en su vida. Con una mano en el mentón pensaba: Qué había pretendido, deseando que su hija fuese una estrella, alguien importante. Un embarazo truncaba las expectativas que poseía para Anne-Laure. Al final, la falacia de sus expectativas chocaba con la realidad. Anne-Laure no había sido la chica intelectual que imaginaba, era del montón, y se desempeñaba en funciones administrativas básicas.

  Su mirada comenzó a buscar por todas partes; con la cabeza erguida, caminaba, se detenía. y saltaba puentes invisibles. Sin atisbos de arrepentimiento, golpeaba sus verdades con firmeza. Después de ese errático actuar, movió el cuerpo sobre el costado derecho, con una mano en su pecho, pretendía ahogar su respirar desesperado. Sin arrepentirse, los fantasmas del pasado comenzaron a surgir por todas partes. Tía Elena entonó una canción, y agitaba los brazos como una loca. Isabelle y don Heriberto la observaban en silencio, y los indicios de locura de tía Elena, les tomaban por sorpresa.

 Tía Elena se dirigió a la puerta de salida, caminaba sigilosa, creyendo que se había hecho invisible, creía que, cerrando los ojos, nadie la veía. Después caminaban mirando con un solo ojo, evitando los recuerdos que la desestabilizaban.


-Heriberto, acompaña a tía Elena. Cuida que no se vuelva a tropezar.