viernes, 3 de marzo de 2017

Entrada 114. Camilo también es un ángel.


Entrada 114.
Muy pronto Martín Pollier recordó someramente el motivo de su viaje, y cayó en la cuenta que había sido una extensa ausencia. Aun cuando sus sospechas descansaban en razonamientos certeros, la razón de un guardia permanente le permitiría confirmar esas dudas, sin embargo había pasado tanto tiempo, que la misma travesía en el mar le había llevado a olvidar dicho encargo. ¿Y ahora?, escuchaba a ese hombre relatando esa historia que, por ser antigua, parecía lejana y distante, pero tan actual como esa polilla revoloteando alrededor de la bombilla amarilla, y que permanentemente amenaza con extinguirse. 
  El reloj de la pared marcó las once de la mañana, incluso se podía ver a través de las irregulares persianas al sol atravesando los sucios cristales de la ventana. Pollier lanzó sus dos brazos hacia atrás y masajeó parte de sus hombros. Experimentaba cierto agotamiento, estiró la cabeza al respaldo de la silla, se repuso y continuó escuchando. Se limpió los pantalones con dos movimientos de las manos, miró al suelo e intentó sacar la arena que todavía se adhería a las suela de sus botas. 

-Lo curioso es que ha pasado tanto tiempo Lébregas. A veces cuando el pensamiento está lineal, se tambalea con acontecimientos como los que usted describe, y uno, en verdad,  no sabe qué creer. ¡Teniente!, apague la luz, ya no es necesaria. -pollier realizó una pausa, posteriormente añadió.

Escuche sargento. Cuando era niño mis pies se metían en las acequias del pueblo, las cruzábamos buscando enormes duraznos que habían en los huertos, sin temores nos lanzábamos a descolgarlos de los árboles. Saben señores, mi única felicidad consistía en tener un enorme durazno entre mis manos, ese era todo mi mundo, y en ese simple acto había mucho de maravilloso, pero por más que haya pretendido vivir en mi mundo ideal, la realidad siempre asoma su nariz angulosa. Lo que usted describe es horrible sargento..., ¡Horrible!, y más horrible son los silencios que se tejieron alrededor de estos sucesos.

-Realicé lo que usted ordenó señor -contestó un sereno Lébregas.

-Pero dígame sargento. ¿Cómo puedo corroborar sus palabras? -preguntó Pollier no sin antes pasear la mirada por el encerrado lugar.

-Fue el acto de sus hijos señor, no hay nada que confirmar. Los actos consumados nunca se corroboran. Martín cerró los ojos un instante, así permaneció, respirando con cierta dificultad.

-¿Sabe algo más Lébregas? Consultó Pollier pálido y confundido.

-Aún poseo imágenes que por voluntad propia he determinado olvidar. -respondió el hombre poniéndose la mano en los ojos.

-Ellos señor permanecían alrededor de un niño; no podía sostenerse por sí mismo. Estaban en una habitación de escasa luz, no existía en ese pequeño nada que le diese firmeza a su cuerpo y a su cuello. Dominique insistía en alimentarlo..., ese pequeño, ese pequeño señor devolvía todo. Perdone que llore señor Pollier, pero el recuerdo de ese infante fragmenta mi alma y sensibiliza mi corazón. Jamás en mi vida imaginé que dos hermanos fuesen capaces de tanta monstruosidad.

-¿Isabelle sabía de esto?

-Todos lo sabían, y nadie dijo nada, ni por principios, ni por moral. -respondió Lébregas derrumbándose finalmente en una de las sillas. Después ocultó su rostro con uno de los brazos y desconsolado comenzó a llorar con más libertad. Pollier y el teniente con las manos cruzadas sobre el escritorio escuchaban sorprendidos. Martín Pollier preguntó de pronto.

-¿Camilo Ángel? Así se llamaba ese niño.

-¡No señor!, bien sostiene usted, se llamaba, porque ahora Camilo también es un ángel. El hombre de los navíos permaneció sentado en la misma silla, y clavó los ojos en un punto de la desgastada pared, como si intentara controlar el remolino de sus ideas. Posteriormente dirigió la vista hacia el sargento e hizo un pequeño gesto para que este se acercara a él. Cuando Lébregas estuvo cerca de Pollier, balbuceó casi imperceptiblemente.

-¿Es por eso que Camilo y Camila aparecen a cada instante, y de alguna forma atormentan a este pueblo?


-¡No atormenta señor! Simplemente nos recuerdan que en algún minuto les quitamos la vida.