miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cartas a Verónica. Entrada LXXIV


Cartas a Verónica. Entrada LXXIV 
 
Amigo sócrates, no sabes tú, cuán profundos son los dolores de amor. Es probable que tú no entiendas. Quizá sí, quizá no…, no llegaré a saberlo, a lo mejor lo captes mejor que yo, pero sabes, se hace más hondo cuando media la distancia. Te pones pensar, una y otra vez, en ese momento cuando la vuelvas a ver, cuándo nuevamente se agite su corazón y desees estrecharla férreamente en tus brazos. 
 
-¡Oye!, no pretendo aburrirte con tantas sandeces, solicito, de tu parte, algo de consideración. Es que sócrates, todo en uno es confuso e intrincado, todo es complejo y enigmático: Amas, quieres, deseas, esperas, anhelas, sueñas, ríes, lloras. Navegamos, en los vaivenes de la vida sin saber, a ciencia cierta, a qué puerto llegaremos.
Si logro amar, sólo pienso en la eternidad, de súbito, se abre ante mí, todo el abismo de la transitoriedad. Es tan breve la vida, tan fugaz el presente, tan breve el amor. Amigo, perdona este discurso tan errático e inconsistente, he bebido algo..., lo reconozco, perdona, pero el alcohol me transporta a nuevos anclajes del razonamiento, y puedo discurrir en mis ideas, con una ligereza espontánea. 

 
Amigo, tú eres leal conmigo, y te veo con tus ojos atento a lo que expreso, entiendo que intentas captar algo de lo que planteo, pero intentaré, para ti, ser más explícito.
Aunque aspiro a ello, todavía no entiendo el motivo de estas disquisiciones. ¡Ah sí!, por el amor, es por el amor que estoy melancólico. Estaba diciendo que…, ¿Qué decía? (…), busco, busco en los engranajes de mis pensamientos… ¡Por supuesto!, cuando la vuelva a ver, y es que, no respondió a mis cartas, tampoco me ha llamado, se ausentó de mi vida, restó su presencia de mi existir. 
 
La pregunta obvia, cómo es capaz de permanecer tanto sin dar señales de vida, de permanecer en silencio sin que signifique variar ni un ápice de sus sentimientos. Bien afirmaba yo, que era una” mujer helada”. Sócrates, lo afirmé: Es fría, no tiene sentimientos, le da igual, para ella todo da lo mismo. No sufre como yo. Dáme un abrazo amigo hasta que pase este dolor se diluya. 
 
¿Sabes, amigo? Lo más doloroso de todo esto es que la puse a prueba, sí tal cómo lo oyes, a propósito dejé de escribirle una par de semanas, pensé que ella lo haría, me equivoqué. Esperé más de veinte días, esperé, esperé, con paciencia anhelante, algo inquieto, no obstante no escribió palabra, de seguro que si no vuelvo a escribir, ella no lo hará. 
 
¿Por qué actúa de esa manera amigo? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué persigue? ¿Cuál es su fin último? Puedo llegar a pensar, que no me ama. ¡No!, no resulta coherente, porque todo en ella indica que me quiere. Lo siento y me consta, ella también lo sabe. Entonces, sócrates, no puedo comprender, así de sencillo, no logro comprender nada.
Regresaré a ella, manifestaré mis dudas, señalaré las interrogantes que genera en mí su forma de querer. ¿Amará, amará a alguien? ¿Será capaz de experimentar el amor genuino y auténtico que siento yo? No me preguntes más Sócrates, tú sabes a quien me refiero…,hablo de Verónica, aquella Verónica, que ha llenado mi vida de luz, ella que ha remozado mi experiencia del amar, qué ha provocado en mí nuevas sensaciones, quién ha permitido que mi pluma se llene de magia y poesía. Sólo a ella me refiero. No te pongas triste, amigo, todavía es temprano, y puede que el cartero llame a mi puerta.
 
Por mi parte, no puedo se como ella. Es imposible, cómo tan cruel, cómo tan insensible, la puse a prueba y ni siquiera se digno escribir una palabra, tampoco llamó, no hizo nada para que estuviese a su lado. Cuando vuelva a verla le diré que extrañé sus pupilas, extrañé sus labios, sentí notalgía de su mirar inocente, rememoré su cuerpo maravilloso, recordé sus manos de ángel, su belleza absoluta que me tiene embobado y subyugado. 
 
¿Cómo, cómo se lo expresaré? Sin palabras, sólo miraré sus ojos, y en ellos escribiré lo mucho que la amo. ¡Pero cómo la amo! Perdona que hable contigo, disculpa el aburrimiento, eres un buen amigo. ¡Ja, Ja, Ja, Ja! No me hagas reír sócrates, deja de mover la cola, me haces cosquillas. ¡Sí!, entiendo!, te daré la comida, ven buen amigo, disculpa que te aburra con estos razonamientos de un loco. ¡Ah!, no te cruces por ahí, te puedo pisar la cola! 
 
¿Qué? ¿Qué pasará con esta carta? ¡No Sócrates!, mi perro querido, esta carta no va al correo. Espero verla.

Vicente Alexander Bastías.